Hace algunas semanas, a través de una tribuna publicada en El País, Daniel Bernabé lanzó la envoltura ideológico-programatica que, según él, ha de tener el proyecto político que está construyendo y va a liderar Yolanda Díaz. Las aspiraciones y características de ese proyecto han aparecido en medios diversos y con diferentes perspectivas, con firmas como las de Manolo Monereo, Esteban Hernández o Pedro Vallín.
En su artículo, Bernabé etiqueta ese proyecto como “laborismo” y hace una analogía con el laborismo inglés de la segunda posguerra mundial, con una alusión a la película de Ken Loach El espíritu del 45 para mentar un supuesto “espíritu de 2020”. Hace también una alusión al PCE como la organización política (junto a los sindicatos UGT y CCOO, sobre todo estos últimos) que debe ser la columna vertebral organizativa de este “laborismo”. De paso, rescata el eurocomunismo de los años setenta para salvar lo que él denomina “realismo reformista”, el cual, a su juicio, debe caracterizar al PCE actual como gran apoyo del proyecto de Díaz.
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La analogía entre los “espíritus” de 1945 y 2020
Bernabé quiere mostrar que ahora, como entonces, estamos en una coyuntura parteaguas, en donde un orden estaría mutando a otro siendo la pandemia de la Covid-19 una oportunidad para que la clase trabajadora, con sus necesidades materiales, vuelva al centro de la agenda al tiempo que el Estado se refuerza frente al mercado. Todo ello, elaborado sobre la analogía de la experiencia británica tras la Segunda Guerra Mundial y la victoria sobre el nazi-fascismo, que fue la espoleta para el triunfo laborista de 1945.
A nuestro juicio, las diferencia entre los dos momentos espacio-temporales se nos antojan muy grandes. Primero, porque el Reino Unido que salía de la guerra necesitaba una reconstrucción económica fruto de los destrozos mucho más grandes que los que tiene España con la pandemia; durante la guerra hubo un gobierno de coalición entre conservadores y laboristas que preparó el camino de las políticas que Attlee desarrolló durante su mandato y que fueron mantenidas por los conservadores hasta la irrupción de Margaret Thatcher. En España, la polarización política ha aumentado y se ha multiplicado. El patriotismo generalizado y transversal fruto de la guerra y de las necesidades de reconstrucción después de la misma en la Gran Bretaña del 45 no se ven en una España donde los nacionalismos periféricos cada vez aprietan más frente a una izquierda que, desde el gobierno, cede ante ellos por necesidad, oportunismo o convicción, y una derecha que patrimonializa la bandera y la nación española ante la dejadez y el abandono de las mismas por la izquierda. Por último, y no menor, el Reino Unido del 45 no solo no tenía una UE que le dictaba y limitaba el camino, sino que tenía en las limes de la Europa Oriental los tanques soviéticos, que posiblemente hicieron más por la aparición del “espíritu del 45” (o del Plan Marshall, etc.) que cualquier otra cosa.
Eso sí, para nosotros sí hay otra analogía entre el “espíritu del 45” y el “espíritu de 2020”, y también entre el “tradeunionismo” (que diría Lenin) del laborismo inglés y el supuesto “laborismo” yolandista, algo de lo que hablaremos más adelante. Ahora vamos con el “realismo reformista”.
“Realismo reformista”, eurocomunismo, y el PCE
El “realismo reformista” del PCE tiene su origen en un debate crucial a mediados de los sesenta entre Fernando Claudín y Santiago Carrillo. En esa polémica, Claudín, de una manera realista y marxista, analiza acertadamente el desarrollismo franquista como un exitoso proceso de acumulación capitalista y desarrollo de las fuerzas productivas, el cual estaba poniendo a España en la senda de las estructuras económicas y sociales de los demás países capitalistas occidentales. La diferencia estaba únicamente en la estructura política-jurídica-ideológica dictatorial franquista respecto a aquellas de las democracias liberales. Claudín, también acertadamente, veía que una parte del régimen tendería a cambiar esa estructura política-jurídica-ideológica hacía la democracia liberal, y que el papel “realista reformista” del PCE debría ser, en ausencia de alternativa real, el de pactar ese cambio desde una posición de fuerza. Podríamos recurrir aquí a la noción gramsciana de “revolución pasiva” para explicar la paradoja a la que se enfrentaba la organización. El PCE podría participar en ella con la finalidad de asegurar que los cambios políticos derivaran en la instalación de una democracia para así, después, siguiendo la estela del PCI en Italia, acumular fuerzas para participar en la “guerra de posiciones” de cara a una posible siguiente fase, en la que ahí sí se pudiera poner el socialismo encima de la mesa o pasar a una “guerra de movimientos”.
Claudín fue expulsado, pero su tesis realista-reformista fue la que Carrillo y el PCE adoptaron bajo la etiqueta de “eurocomunismo” en los años setenta y en la transición. Pero eso sí, sin llegar a un escenario italiano y, por lo tanto, sin un PCE potente acumulando fuerzas para cuando se dieran condiciones, pasados los años, para ir hacía el socialismo. No, lo que vino fue, y es, el “régimen del 78”.
Pero cuidado, ese “realismo reformista” eurocomunista de Claudín y Carrillo (a la izquierda y a la derecha, respectivamente, aunque con el tiempo ambos convergieron en los alrededores, o ya dentro, del PSOE) era un proyecto en construcción de un marxismo y un socialismo sui géneris (no era una socialdemocracia disfrazada) con una nueva clase emergente como sustento. Paradójicamente, ese socialismo terminó desarrollándose en Oriente y por medios políticos diametralmente opuestos a los que defendía el eurocomunismo en Europa (quizás precisamente por eso). Así, al igual que el eurocomunismo a la inglesa fue el canto del cisne del laborismo como prólogo a Thatcher, el eurocomunismo continental, el programa común francés o hasta los fondos de asalariados suecos fueron, todos ellos, el canto del cisne de las izquierdas socialdemócratas y comunistas en un punto de inflexión.
“Espíritu de 2020”, “realismo reformista” y “laborismo español” yolandista
Para la economista neoschumpeteriana Carlota Pérez, el capitalismo se desarrolla en sucesivas revoluciones tecnológicas con fases descendentes y ascendentes (muy similares a las de Kondratieff) de “destrucción creativa” y “construcción creativa”, respectivamente, con un turning point en medio de ambas que sería una suerte de Rubicón en donde se define la correlación de fuerzas que va a construir un “entorno socio-institucional” que llevará a una nueva “edad de oro” y a un nuevo “paradigma tecnoeconómico”. El “espíritu del 45”, y, más allá, todo el consenso socialdemócrata y democristiano fue el entorno “socio-institucional” que llevó a la “edad del oro” del “paradigma tecnoeconómico” del keynesianismo-fordismo en Occidente. Ahora (y desde el 2002-2003) estamos en un nuevo turning point, en donde la Covid-19 y sus efectos a todos los niveles (económicos, políticos y geopolíticos) podría llevarnos a un “espíritu de 2020” y un nuevo consenso, fruto de una nueva correlación de fuerzas hacia una nueva “edad de oro”. Biden en Estados Unidos, los fondos Next Generation en la Unión Europea, la nueva coalición “semáforo” en Alemania… podrían abrir un nuevo “entorno socio-institucional” para una nueva fase de acumulación capitalista adaptada a, y desarrolladora de, las nuevas fuerzas productivas. Eso podría ser el “Estado emprendedor” de la también neoschumpeteriana Mazzucato y el “Estado inversor social”, basado en unas políticas sociales activas keynesianas de la oferta (no pasivas y de la demanda) o predistributivas (y no redistributivas).
Ese es el ambiente en el que entra el “laborismo” yolandista, un “estado emprendedor” fomentado por los PERTE de los fondos europeos y un “Estado inversor social”, del que ya podemos ver la patita en lo que posiblemente será la flexisegura reforma laboral u otras políticas y leyes flexiseguras, que como la anterior vienen muy marcadas por las condicionalidades de los fondos europeos. Es decir, lo que desde La Casamata alcanzamos a ver es un “laborismo” yolandista que, como mucho, estaría ligeramente más a la izquierda del sanchismo como proyecto ideológico-programático, en un tradeunionismo que responda a una conciencia de clase básica que busca un reformismo realista (explicitado perfectamente en estas declaraciones del secretario general del PCE) dentro de los límites del capitalismo en su posible nueva cara.
Conciencias de clase básicas tradeunionistas, las de una base social que, como mucho, sería la compuesta por los laboratores de la clase obrera del radio de influencia (afiliados y simpatizantes) de lo que queda de industria, las administraciones públicas y las grandes empresas privadas de los dos grandes sindicatos (UGT y CCOO) junto a los laboratores más juveniles y precarizados, carne estos de OPE (oferta pública de empleo) y pertenecientes a la fracción sociocultural de la clase profesional y directiva asalariada (profesorado, periodistas, artistas y, en general, licenciados de humanidades y ciencias sociales) e, incluso, una parte de los laboratores precarizados y no sindicalizados del proletariado de servicios (hostelería, comercio, trabajadoras del hogar, limpieza, riders y conductores de VTC) que mejoren algo su situación con las leyes y acción del Ministerio de Trabajo. Una coalición de clases como base social que, si Yolanda Diaz consigue llegar a formar ese frente transversal, a lo Manuela Carmena o el primer Podemos errejoniano, o el también errejoniano Más Madrid, podría llevarla, quizás, a tener un éxito electoral similar al que han tenido todos esos ejemplos, y siempre en detrimento del PSOE, aunque también puede quedarse como mínimo a medio camino en construir esa coalición de clases y simplemente mantener, con quizás alguna mejora, los resultados electorales de la Unidas Podemos de 2019.
Volviendo a la polémica Claudin-Carrillo y el “reformismo realista”, podríamos concluir que si, Claudín primero y Carrillo después, proponían una estrategia defensiva o de “guerra de posiciones” hacía una “revolución pasiva” en una primera fase para, pasado el tiempo, y con mejor correlación de fuerzas y condiciones objetivas, ir hacía una estrategia ofensiva o “guerra de movimiento” hacía el socialismo… el “laborismo” yolandista sería, como mucho, una estrategia defensiva que no llegaría ni a “guerra de posiciones”. Una nueva iniciativa que se limitaría a ubicarse ligeramente a la izquierda del socio-liberalismo en el eje material (claramente a la derecha de la socialdemocracia “tradeunionista” del laborismo inglés del “espíritu del 45” y, también, claramente a la derecha del eurocomunismo setentero) y totalmente dentro de la diversidad identitaria, de perfil posmoprogre en el eje cultural. Hablamos de una estrategia adaptativa, sin objetivos maximos, solo mínimos, al nuevo posible consenso o “entorno socio-institucional” o “revolución pasiva” para lanzar una nueva fase de acumulación capitalista en Occidente: la de un capitalismo semáforo (22) a la española. Todo ello empaquetado, eso sí, con el envoltorio de los giros históricos a los que nos tienen acostumbrados los dirigentes de la nueva política.