Ucrania: Un conflicto étnico devenido en geopolítico

2015
El inicio de la guerra en el Donbas nos obliga a comprender la estructura nacional y social de la Ucrania independiente, articulada a lo largo de siglos. La guerra, en lo que respecta a la historia más reciente, ha hecho a muchos pregunarse dónde están los enormes arsenales de armamento convencional que recibió Ucrania como herencia soviética. Para ocultar su impotencia ante un grupo de hombres mal armados, se ha creado la leyenda de una agresión masiva del ejército ruso que desde el 2014 envía millares de soldados a través de la frontera. La fantasía justificaba además los bombardeos despiadados contra las regiones separatistas y servían de argumentos para solicitar ayuda militar y económica de Occidente. No parece lógico que la prolongación de la guerra a través de esa ayuda, y en condiciones de sanciones cada vez más extremas, tenga como único objetivo impedir el triunfo ruso en Ucrania. Todo parece indicar que lo que se busca es debilitar a Rusia al máximo para darle después el golpe de gracia en otro escenario que bien podría ser el Ártico.

Introducción

El conflicto bélico en Ucrania es posiblemente la cuestión más preocupante en las relaciones internacionales del momento porque está afectando de distintas formas a toda la humanidad. Su característica particular está en que sus efectos son globales, aunque sus raíces, locales, internas. Es pues un conflicto híbrido muy difícil de contextualizar y, por tanto, de resolver. Durante varios años, los más importantes actores internos y otros muy significativos externos han tratado infructuosamente de encontrar las vías para detener su desarrollo. El fracaso de los llamados acuerdos de Minsk muestra que el tema no es estándar y que su solución requiere de muchos ingredientes para que sea viable

La mayoría de los analistas centran su atención en los aspectos geopolíticos del problema, y no hay dudas de que estos son de extraordinaria importancia, pero toda solución que no resuelva lo interno siempre será temporal. Al mismo tiempo, debe tenerse consciencia de que existe un conflicto de identidades, civilizatorio, que no se resuelve fácilmente mediante acuerdos. Aquí hacen falta procesos, y esos llevan tiempo, que no siempre hay. Tal vez sea la vida la que imponga una solución quirúrgica, que no se reduzca a amputaciones que dejen cuerpos mutilados con todo el dolor y sufrimiento que ello entrañaría. Se trataría más bien de un rediseño de la línea de contacto civilizatorio, de manera que los pueblos y grupos étnicos que habitan ese espacio se puedan sentir más cómodos. Esta solución enfrentaría un gran obstáculo: la existencia de las fronteras estatales. Pero si nos fijamos en la historia de la Europa Centro-Oriental, veremos que, desde la unificación del Estado Alemán por Bismark, los linderos en la región han sido mutantes y nunca han pasado 10 años sin que se produzca algún cambio.

El objetivo de este artículo es, por tanto, llamar la atención sobre los complejos problemas internos, idiosincráticos y de identidad en la sociedad ucraniana y en la capacidad de sus actores internos para trasladar el choque de sus intereses al plano global. Lo de Ucrania es, ante todo, un conflicto étnico, como muchos otros que se han dado o existen en el mundo, pero ningún otro ha coincidido en tiempo y espacio con un enfrentamiento entre dos de los actores que definen el rumbo de la actual transición del sistema internacional.

Para Stavenhagen,  “se puede definir un conflicto étnico como la confrontación social y política prolongada entre contendientes que se definen a sí mismos y a los demás en términos étnicos; es decir, cuando algunos criterios como la nacionalidad, la religión, la raza, el idioma y otras formas de identidad cultural se utilizan para distinguir a los contrincantes” (Stavenhagen, Rodolfo, 2001). Desde los inicios, el conflicto interno ucraniano se ha estado definiendo en esos términos. Se ha hablado mucho sobre el tema del idioma ruso, pero también han existido conflictos de esa naturaleza con otros grupos como los húngaros, los rumanos, los rutenios o los rusinos, por solo citar algunos.

Al interior del grupo poblacional mayoritario — de lo que se ha dado en llamar la nación titular –, existen serios enfrentamientos confesionales. Estas contradicciones se alimentan además de diferencias económicas regionales, que determinan actitudes diferentes con relación a su integración en el exterior. El occidente agrario sueña con los subsidios de la Unión Europea, mientras que el oriente industrial aspira a mantener su ancestral vinculación con la economía del Este, de donde obtiene materias primas y hacia donde envía el grueso de su manufactura, sin necesidad de enfrentarse a una radical transformación tecnológica que pudiera dejar desempleada una gran masa de mano de obra calificada.

Lo que lo hace especial y peligroso este conflicto son los vínculos que tienen los factores internos con importantes actores externos en momentos cuando las relaciones internacionales se encuentran en período de transición. Esto ha hecho de las contradicciones internas ucranianas un conflicto geopolítico, donde los intereses de varias grandes potencias chocan sobre un mismo punto geográfico, buscando proyectar su influencia más allá de ese lugar específico.

El involucramiento de los grandes poderes puede convertir el conflicto en una conflagración mundial o imponer a los factores internos una solución que probablemente congele sus diferendos por un tiempo más o menos prolongado. De cualquier forma, su influencia sobre un mundo globalizado es inmediata con importantes impactos negativos sobre nuestras vidas.

Las causas de la trágica situación por la que atraviesa Ucrania no son de fácil comprensión, no solo por el complejo entramado de su génesis, sino además por la no antes vista campaña de desinformación que llevan a cabo los actores interesados en imponernos sus respectivas visiones, que, como regla, tienen mucho que ver con sus intereses y muy poco o nada con la realidad de los pueblos en conflicto. La multicausalidad de esa tragedia se nos hace más difícil de comprender dada la tendencia humana a interpretar la realidad de los demás a partir de las experiencias propias, y aunque es indudable la existencia de coincidencias, también es innegable que cada pueblo, como cada persona, es único e irrepetible. En la conformación de las especificidades juega un papel de máxima importancia el factor geográfico. Ucrania se encuentra situada en la Europa centro-oriental, un espacio que Huntington calificaría como “líneas de ruptura” (Huntington,  Samuel P 1993) por ser la zona donde coinciden varias civilizaciones, donde se desarrollan los pueblos eslavos desde los siglos VI – VII d.c.

Sometidos a las diferentes influencias de sus respectivos entornos, los eslavos quedaron divididos en tres grandes subgrupos: los occidentales, los del sur y los orientales.

 

La historia de Ucrania

A pesar de la polémica entre historiadores nacionalistas que del lado ucraniano o ruso afirman lo contrario, las evidencias históricas son tozudas en demostrar  que todos los eslavos orientales tienen como antecedente un mismo Estado medieval común, la Rus de Kiev, y que fueron los más de dos siglos de dominio mongol (1240-1480) los que aceleraron el proceso de diferenciación étnica, a la que hicieron su aporte también las interacciones y contradicciones con los eslavos occidentales, los nórdicos, los germanos, los bálticos y los turcos, por solo citar algunos.

En paralelo a ese Estado eslavo medieval, en lo que es hoy la parte sur-occidental de Ucrania, existió el Principado independiente de Galitzia, territorio siempre disputado por sus vecinos más poderosos, que en 1772, por acuerdo de las grandes potencias, fue integrado al Imperio Austro-Hungaro, tras cuya disolución al finalizar la I Guerra Mundial en 1919 fue incorporado a Polonia, donde se mantuvo hasta 1939.

Es en estas condiciones históricas, en las que se fue formando el carácter de sus habitantes, la identidad “a menudo, sino siempre, es legitimada por algún tipo de primordialismo”, dice Lewellin, quien además afirma:  “la identidad está, pues, repleta de significado afectivo, vinculado a la sangre, al martirio, al suelo, y tal vez a un sentido emocional del lenguaje” (Lewellen, 2003, p. 223).

En el desarrollo de la identidad de los galichanos ha correspondido un papel especial a su religión. Tras el cisma de 1054, cuando el Papa de Roma y el Patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente, la Iglesia ortodoxa de Galitzia comenzó un proceso de acercamiento a los católicos polacos, y en el Concilio de Florencia en 1440 acordó volver a la obediencia hacia Roma, preservando la liturgia y los ritos orientales. Tal paso fue interpretado por la Iglesia ortodoxa rusa como un signo de enemistad; pero las relaciones con los católicos polacos no progresaron debido a los esfuerzos latinizantes de su clero. En la intención de fortalecer sus posiciones ante ambos contrincantes — los ortodoxos del Oriente y los católicos polacos –, la jerarquía eclesiástica galichana se subordinó totalmente a Roma en el Sínodo de Brest en 1595. Nació así la Iglesia Greco-Católica (también conocida como Greco-Romana), que mantenía los hábitos ortodoxos pero se subordinaba al Vaticano.

La ulterior expansión del Estado ruso y los sucesivos acuerdos para la división de Polonia entre Rusia, Austria y Prusia a partir de 1772, limitaron el campo de acción de los greco-romanos al territorio de Galitzia, donde eran oficialmente reconocida por las autoridades del Imperio Austro-Húngaro; pero tras la desaparición de éste en 1918, regresó primero la presión del catolicismo polaco y más tarde, desde 1945, la del ateísmo soviético. No es hasta 1989 que se le concedió el derecho a registrarse oficialmente, proceso que culminó en 1990, cuando pudo salir de la clandestinidad.

El dominio de la religión greco-católica y los siglos de historia pasados con los occidentales desarrollaron en los galichanos el sentimiento de representar los verdaderos valores de la ucrainicidad. Y así se ha ido forjando su identidad nacional. “La nación en su concepto moderno es el resultado de las transformaciones sociales llevadas a cabo por la burguesía desde finales del siglo XIX” (Barrios, 2019).

Como afirma el Profesor de la Universidad de Nueva York, Oleg Fediushin, todvía al inicio de la primera Guerra Mundial “eran muy pocos los que en el mundo conocían sobre la existencia de una nación ucraniana e incluso la mayoría de los propios ucranianos solo comenzaban a pensar sobre la posibilidad de la independencia y de una separación de Rusia” (Fediushin O.S. pág. 12. 2013 en ruso)[1].  Donde sí se hablaba oficialmente de ucranianos era en el Imperio Austro-Húngaro. Allí las personas se denominaban por el idioma que hablaban, y en el  censo de 1910 se registraron 4 millones de ucranianos (Kim y otros, 1958), que se correspondían con la población de Galitzia.

Mientras tanto, en la política étnica del Imperio Ruso no existió el gentilicio “ucraniano”, que se utilizaba para identificar a los que residían en la frontera. En la Rusia zarista, donde no hubo una burguesía lo suficientemente fuerte para imponer sus valores, no se desarrolló una nación moderna en el sentido de Marx, sino que existía un “mundo ruso” (russky mir), en el que incluían a los que profesaban la religión ortodoxa, y otro “no ruso”, que incluía a las demás confesiones. Según el censo de 1897, al Mundo Ruso pertenecían 84 de los 125,6 millones de habitantes del Imperio, incluyendo 56 millones de granrrusos, 22 de pequeños rusos (ucranianos), y 5.9 de rusos blancos (bielorusos) (Andrei Saveliov, 2014). Esta estructura permitía el dominio de los granrrusos, que de estar solos  representarían nada más que el 43,3% de la población. (Kim y otros, 1958).

Aunque jerarquizadas, las relaciones al interior de ese mundo no parecen haber sido tan excluyente con respecto a los pequeños rusos, cuando estos ocupaban puestos tan importantes en las altas esferas políticas y sociales como el premier reformador del zar, Piotr Stolypin, o el de jefe del gobierno provisional, Aleksandr Kerenski. También dentro de la oposición, los ucranianos tenían posiciones destacadas. Son los casos del cura Gueorgui Gapón, quien encabezó la manifestación de protesta llamada “domingo sangriento” durante la revolución de 1905, sin hablar ya del papel de León Trotski, un judío ucraniano, en la toma del poder por los bolcheviques en octubre de 1917.

La estructura del Mundo Ruso se correspondía muy bien con el carácter piramidal de una sociedad que tenía en la cima un zar y en la base, hasta 1861, a siervos de la gleba, con una casa real encabezada por alemanes desde los tiempos de Catalina II (1762-1796). Cierto que, en España, la Casa de los Habsburgo gobernó durante más tiempo, pero fue en otra época histórica. Ahora en Occidente, bajo el impulso de la burguesía, se  desarrollaba y afianzaba la nación moderna, mientras en la Rusia zarista eso no era posible.

Fuera de Galitzia, entre la población eslavo oriental de la actual Ucrania, sí se desarrolló la identidad como pequeños rusos. Entre los padres de la cultura y de la literatura ucranianas con frecuencia se menciona a Taras Shevchenko, que escribió en uno de los dialectos locales, al que en ocasiones él mismo denominaba “ucraniano”, pero que mayoritariamente definía como “pequeño ruso”. El problema está en que, como afirmara Pantaleimon Kulish, creador del alfabeto ucraniano, llamado en su honor “kulishovka”, quienes llevaron “la verdadera civilización y la alta cultura a las tierras ucranianas fueron la Res Pospolita (Polonia) y el Imperio Ruso” (Nosovich, 2015).  Por eso hubo también otros insignes ucranianos como Gogol, Korolenko o Bulgakov, que escribieron toda su obra en ruso, sin que por ello dejaran de amar a su tierra. En la formación de esta identidad influyeron tanto las especificidades del medio como el vínculo religioso con Moscú a través de la iglesia ortodoxa. Esta vinculación se reforzó aún más con la llegada de nuevos inmigrantes rusos sobre todo en los primeros años del poder soviético.

Los disímiles desarrollos identitarios en Galitzia y en el resto de Ucrania han tenido como resultado la formación de una comunidad contradictoria, cuyos integrantes chocaron violentamente en la guerra civil soviética de 1918 a 1922, pero sobre todo, durante la Segunda Guerra Mundial. En Galitzia, la mayoría de la población se había sentido incómoda con el dominio polaco, que además mantuvo esas regiones en el mayor atraso económico y social. Los sentimiento antipolacos se manifestaban en las dos grandes vertientes que emergieron de la guerra civil ucraniana: los nacionalistas, herederos del fuerte movimiento antibolchevique, y el Partido Comunista de Ucrania Occidental (PCUO), integrante de la Internacional Comunista y con estrechos vínculos con el Partido Comunista polaco. Según se aproximaba la nueva contienda entre los nacionalistas se fueron formando dos corrientes: una moderada, que buscaba la reunificación con Ucrania fuera de la Unión Soviética, y otra, encabezada por Stefan Bandera, que asumió las posiciones más radicales en colaboración con las fuerzas de extrema derecha europea, como los ustachas croatas y los nacionalsocialistas de Hitler en Alemania

En el año 1938 la dirección del PCUS decidió que el PCUO sería absorbido por el Partido Comunista de Ucrania. La decisión no gustó a los comunistas ucranianos occidentales, pero menos aún les agradó el pacto soviético-alemán. La direccción de la URSS los acusó de provocadores y agentes extranjeros. Su suerte fue la misma que la del Partido Comunista Polaco: la organización fue desintegrada y su dirección, fusilada.

La trágica suerte de los comunistas de Ucrania Occidental marcó para siempre la conducta de la fuerzas izquierdistas de esa región y provocó que, a la hora de su anexión a la URSS, no hubieran otras personas capaces de dirigirla que no fueran nacionalistas moderados más o menos encubiertos o dirigentes traídos de otros grupos étnicos. En los acontecimientos de preguerra se esconden muchas raíces de algunas actitudes políticas entre los galichanos durante y después de la Segunda Guerra Mundial. A esa conducta contribuyó el sentimiento de nación occidental  disuelta en una gran masa de pueblo con identidad diferente, al que solo le unía el mismo gentilicio de ucraniano.

Con la independencia de Ucrania en 1991, las contradicciones interétnicas se intensificaron al calor de la lucha por el poder, dividiendo la geografía del país en dos campos opuestos, poniendo en dudas la viabilidad de un solo Estado y rememorando el peligro de una situación semejante a la que ya una vez se vivió.

 

La guerra de las Ucranias

Al producirse la desintegración del Imperio ruso con la dimisión del zar en marzo de 1917, el territorio de Ucrania se sumergió en el caos. Por doquier aparecieron Estados Independientes, y entre 1917 y 1920 en diferente lugares se crearon hasta 16, la mayoría de los cuales tuvo una existencia efímera (Formirovanie granits Ukrainy v 1917-1928). No obstante, hubo algunos que hicieron historia y su influencia llega hasta nuestros días.

 

La República Popular de Ucrania

El 3 de marzo de 1917, conocida la abdicación del zar, en Kiev se realizaron asambleas de los representantes de distintos partidos, organizaciones y movimientos políticos. Desde el inicio surgieron diferentes posiciones sobre el futuro de Ucrania. Una parte abogaba por la inmediata proclamación de la independencia y la formaciación de una federación con Rusia; otros, veían a Ucrania como una república autónoma dentro Rusia.

Para evitar la división, ambas fracciones decidieron crear la Rada (Consejo) Central Ucraniana, que pronto devino en una especie de parlamento local. La Rada fue reconocida por el Gobierno Provisional de Rusia, en tanto en cuanto no se trataba de un movimiento separatista, sino solo republicano. Pero la autoridad de la Rada era muy cuestionada porque, en verdad, nadie había elegido a sus miembros. Por eso, del 6 al 8 de abril se realizó el Congreso Panucraniano, que creó los órganos estatales y trató sobre el estatuto autonómico de Ucrania.

El Congreso, con participación de representante de Galitzia y el Donbass, solicitó al gobierno central provisional 9 provincias (gubernias) para crear la Ucrania Autonómica. Semejante demanda generó la primera contradicción con las autoridades de Petersburgo, que la vieron como un intento para extenderse más allá de lo que ellos denominaban la Pequeña Rusia y, por tanto, le conedieron solo 5: Kiev, Volyn, Podolia, Poltavia y parte de Chernigov (Kornilov, 2011)

Desde entonces, aún cuando el tema de las fronteras ruso-ucranianas ha tenido diferente soluciones administrativas y políticas, el tema no ha dejado de ser objeto de dicusión entre las autoridades de Moscú y Kiev. En particular, esto ha tenido que ver con la llamada Novorossia (Nueva Rusia, que abarcaba a Jarkov, Ekaterinoslav — actual Dnepropetrov –, Odesa y parte de la región del Don), que ha ocupado el centro de las contradicciones en cada momento histórico complejo.

El 20 de noviembre de 1917 se produjo otra sublevación en  Kiev, que esta vez creó los soviets. Ante ello, la Rada emitió su tercer Universal, proclamando el surgimiento de la República Popular de Ucrania. El documento expresaba: “Desde hoy, Ucrania se convierte en la República Popular de Ucrania. Sin separarnos de la República Rusa y manteniendo la unidad, estamos firmes en nuestra tierra para con nuestra fuerza ayudar a toda Rusia, para que toda la República Rusa se convierta en una federación de pueblos iguales y libres”. Y luego afirma: “Al territorio de la República Popular de Ucrania pertencen las tierras habitadas mayoritariamente por ucranianos: Kiev, Podolia, Volyn, Chernigov, Poltav, Jarkov, Ekaterinoslav, Jerson y Tavria (sin Crimea)” (Shirokorad, 2014). De manera que la Rada insistió en su demanda de los territorios orientales a pesar de la negativa que ya le había dado el gobierno provisional.

Los primeros tiempos de existencia del nuevo Estado fueron muy turbulentos desde el punto de vista interno y extremadamente complejos dadas las circunstancias externas. El 19 de enero de 1919 se proclamó el Acta de Integración entre la República Popular de Ucrania y la República Popular de Ucrania Occidental (Galitzia). Este desarrollo fortaleció la enemistad con Polonia y con la Rusia ya soviética, incrementando la guerra con ambos, lo que condicionó la caída de Kiev en manos soviéticas en abril de 1919.

 

República del Don y Krivoy Rog

El soviet surgido en Kiev se vio obligado a emigrar a Jarkov. Allí realizó su I Congreso de los Soviet de Toda Ucrania los días 11 y 12 (24-25) de diciembre de 1917. El evento declaró sin efectos todas las leyes y disposiciones de la Rada y proclamó su república parte de Rusia. A su solicitud, el Gobierno de Petrogrado envió al lugar destacamentos de la guardia roja y la Ucrania de Donetsk le declaró la guerra a la Ucrania de Kiev, creando el antecedente histórico de lo acontecido después del 2014 en el Donbas.

No es totalmente cierta la afirmación de que la República Soviética del Don fuera una estructura creada intencionalmente por los bolcheviques para oponerse al gobierno antibolchevique de la Rada. La idea de crear un centro administrativo independiente de Kiev en esta región se estuvo conformando durante varias décadas y perteneció al Consejo de los Congresos Mineros del Sur de Rusia, estructura creada para defender los intereses de los industriales de Donetsk, Jarkov y Dnepropetrovsk ante las autoridades del imperio zarista (Abramovskaya, 2014). Su Presidente y fundador fue Nikolai von Ditmar, al que se nucleaban los tambien grandes industriales Aleksei Alchevski, Ivan Ilovachki y Piotr Gorlov. Una prueba del peso de estos  señores en la vida de la región la encontramos en su topografía: Alchevski, Ilovachki, Gorlov, son nombres de grandes ciudades que los honran.

Al caer el zarismo en 1917, la élite política y económica de la región llegó a la conclusión de que era necesario unificar las zonas carboníferas y metalúrgicas en una sola estructura. La única cuestión polémica era si la capital debía ser Jarkov o Ekaterinoslav, decidiéndose por la primera dado que en ella se encontraba la sede del Consejo de los Congresos Mineros (Kornilov V., Idem). El Consejo nunca se plateó la idea de la independencia o de la separación de su región, ni discutió el tema de su posible subordinación hasta que surgió la contradicción entre la Rada de Kiev y el Gobierno Provicional acerca de las fronteras de Ucrania. El 1 de agosto de 1917, el líder de dicho Consejo, Nikolay von Ditmar comunicó al Gobierno Provisional la posición de los empresarios: “Toda esta industria minera y minero-metalúrgica para nada representa un bien regional sino de todo el Estado” (Kornilov V., Idem).

Las fronteras fijadas en aquel documento por el industrial Ditmar fueron las que después asumió el IV Congreso de los Soviet realizado el 12 de febrero de 1918 para delimitar la República del Don y Krivoy Rog. El cónclave además creó un gobierno en forma de Consejo de Comiarios y designó como su presidente al célebre revolucionario Fiodor Sergueyev, más conocido como Artyom.

Se dice que Lenin se opuso a la creación de la nueva república y abogó por el mantenimiento de una Ucrania unida (Shkurenko, 2015). Otros, por el contrario, aseguran que la República fue un engendro suyo para dividir a Ucrania. Según atestigua Boris Maguidov, quien fuera Comiario del Pueblo en la República del Don y Krivoy Rog y único sobreviviente de las represiones del los años treinta, Lenin se mostró con simpatías hacia la idea, cuando Artyom la conversó con él y cuando por fin se creó en febrero de 1918, felicitó calurosamente a Artyom como Presidente de su Consejo de Comisarios.

Quien no parece haber estado de acuerdo con ese proyecto fue Josef V. Stalin, quien, como Comisario para las Nacionalidades, lo rechazó por basarse en consideraciones económicas y no étnicas. La República Soviética del Don, que aspiraba a vincularse a Rusia por lazos federativos, surgió en lo que hoy son las provincias ucranianas orientales, dos de las cuales, Donetsk y Lugansk, se encuentran en guerra con el gobierno central de Kiev. El conocimiento de los acontecimientos que allí se desarrollaron a inicios del siglo pasado es indispensable para la cabal comprensión de lo que hoy estamos viviendo.

Poco antes de surgir la República Soviética del Don, durante las conversaciones de Brest Litovsk, la Rada de Kiev había firmado un acuerdo con las Potencias Centrales, autorizándolas a enviar tropas a su territorio. Bajo el empuje de los alemanes y austro-húngaros en marzo de 1918, la República del Don dejó de existir de facto y su gobierno se vió obligado a emigar a las regiones sureñas de Rusia. Lo salvó  la revolución de Noviembre en Alemania, que permitió al gobierno soviético emprender una ofensiva que expulsó a los intervencionistas del Don. En esas circunstancias se creó un Comité militar-revolucionario presidido por Stalin, que integró la República del Don a Ucrania. La desaparición de la República del Don fue un acto político, no jurídico, y ahora la Ucrania soviética tendría que definir sus fronteras con Rusia (Formirovanie granits Ukrainy v 1917-1928).

 

La República Socialista Sovietica de Odesa

Al calor del surgimiento de la República del Don, el 3 de enero de 1918, una sesión del Presidium del Soviet de diputados soldados del Frente Rumano, de la Flota del Mar Negro y Odessa, al que pertenecía el poder real en esa localidad declaró la ciudad libre (Uroki Istorii).

El 22 de enero, la Rada en Kiev emitió un decreto subordinando la región conocida como Novorossia a su jurisdicción, y el 26 en Odesa  comenzó la insurección armada. Después de varios dias de cruenta lucha, los sublevados alcanzaron la victoria con el apoyo de las naves de la Flota del Mar Negro. Las tropas subordinadas a Kiev tuvieron que abandonar la ciudad y en ella se proclamó la República Socialista Soviética de Odesa. Lenin exigió su subordinación a Ucrania, pero sus líderes se opusieron y  crearon un gobierno subordinado al de Petrogrado (Idem). Los meses de enero y febrero la República de Odesa llevó a cabo guerras exitosas contra las tropas de Kiev y más tarde de Moldovia y de Rumanía y, desde marzo, después de la firma de los acuerdos de Brest-Litovsk, se vio obligada a enfrentarse a las tropas rumanas, austrohúngaras, turcas y búlgaras. Sus fuerzas no pudieron contra semejantes enemigos, y el 13 de marzo de 1918 cayó.

La República Soviética de Odesa existió solo algo más de dos meses, pero su poder se extendió a las provincias de Jerson y Besarabia, en cuyo territorio entre las dos guerras mundiales existió la República Autónoma de Moldavia, perteneciente a Ucrania, y donde desde 1990 existe la República de Transnitria, Estado de facto independiente no reconocido internacionalmente. De manera que no solo el Donbas, sino también Transnitria, tiene su antecedente histórico en la guerra civil soviética

 

La Republica Socialista Soviética de Táurida

En marzo de 1918, en la península de Crimea, surgió la República Socialista Soviética Táurida, que también se autoproclamó parte de la Rusia Soviética. Su duración fue efímera, ya que el 18 de abril, tras la firma del Tratado de Brest Litovsk, tropas alemanas la invadieron  y pusieron fin a su existencia. En su lugar, el 28 de abril de 1919 fue creada la República Socialista Soviética de Crimea, presidida por Dmitri I. Ulianov, hermano de Vladimir Lenin. Teniendo como capital a Sinferopol, esta República también se autoproclamó parte de la Rusia Soviética hasta que fue vencida por las tropas del General blanco, A.I. Denikin, el 18 de junio de 1919. Expulsado este por el Ejército Rojo, se constituyó la República Autónoma Socialista Soviética de Crimea, integrada a la Federación Rusa, el 10 de noviembre de 1921. La península mantuvo su condición de autonomía hasta 1946, cuando ante los intentos de crear en ella una República Autónoma Hebrea, Stalin la transformó en provincia, condición administrativa con la que N.S. Jruschov la pasó al control ucraniano en 1954.

 

La República Popular de Ucrania Occidental

Por último, el 18 de octubre de 1918, como resultado de la desintegración del Imperio Austro-Húngaro, en la parte oriental de Galitzia se creó la República Popular de la Ucrania Occidental, con capital en Lvov. Su existencia fue muy efímera, porque en noviembre fue atacada por Polonia, que hacía poco había adquirido su propia independencia, pero se oponía a la de Galitzia. El 21 de noviembre, las tropas polacas ocuparon la capital y su gobierno tuvo que emigrar a Trnopol. En enero de 1919 los gobiernos de Kiev y Lvov acordaron la fusión de ambas repúblicas ucranianas. No obstante, ello no pudo impedir la ocupación de Galitzia por las tropas polacas y el 25 de junio de ese mismo año, el Comité de los Diez, que actuaba como órgano rector de la Conferencia de Versalles, decidió convertirla en parte de Polonia. Hoy las autoridades ucranianas declaran que su República no es heredera de la soviética creada por los bolcheviques, sino de aquella otra que formaron Kiev y Galitzia. Al parecer los impulsores de semejante decisión, cegados por consideraciones ideológicas no tuvieron en cuenta las consecuencias que ello podía acarrear.

 

La Ucrania Soviética

La República Socialista Soviética de Ucrania surgida de aquellas guerras estaba básicamente conformada por los territorios de Vinnitsk, Dnepropetrovsk, Donetsk, Kiev, Jarkov, Chernigorsk y la Republica Autónoma de Moldovia ( Konstitutsii (Osnovnovo Zakona), 1936,  255).

Es con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial que Ucrania  adquirió paulatinamente las dimensiones geográficas que le conocemos hoy. Producto de la aceptación por las potencias occidentales de la Línea Curson para las fronteras orientales de Polonia, la URSS anexo a su territorio las provincias occidentales incluida Galitzia. Más al Sur se le agregó parte de la Besarabia del Norte rumana y otras tierras de la misma procedencia en la provincia de Odesa. En virtud del Tratado de Amistad firmado con Checoslovaquia en 1945, pasó a Ucrania la parte oriental de Rutenia y en virtud del Tratado de Amistad con Rumanía en 1948, el Peñon Zmej en el Mar Negro. El último territorio que se integró a la República fue Crimea, en base a una decisión administrativa del gobierno soviético en 1954.

Las ampliaciones geográficas dieron una nueva fisionomía a la población de Ucrania. Segun el censo del 2001, en el país  habia 134 etnias. Un 77,8% de la poblacion se consideraba ucraniana (37,5 millones) y se afirmaba que eran mayoria en todas las regiones, menos en Crimea. Las mayores proporciones de ucranianos se registraron en Ternopol, Ivano Frankov y Volyn (+ del 97%). Las mas bajas, despues de Crimea, resultaron Lugansk, Donetsk y Odesa (+ del 52%) (Natsionalni sklad naseleniya)

En Ucrania vivían 11,6 millones de rusos, el 22% de la población, que en algunas regiones representaban mayoria: Crimea, 67%; Donetsk, mas del 55%; Jarkov, mas del 45%; Dnepropetrovsk, mas del 45%. En Kiev vivían mas de 600.000.

En los años 20 se llevó a cabo un proceso de ucranización que hizo a muchos rusos registrarse como ucranianos. Eso hace que, hoy, un 39% de los que se consideran ucranianos tengan como su idioma natal al ruso (Frolov, 2000)

El tercer grupo nacional es el bieloruso, cuyos miembros viven en Donetsk, Lugansk y Jarkov; el cuarto lo constituyen los moldavos, concentrados en Odesa, Vinnitsk y Chernivets; Le siguen los tartaros, que alcanzan el 12% de la población en Crimea, los búlgaros que habitan en las regiones sureñas de Odesa, Nikolayevsk y Jerson, los rumanos concentrdos en Odesa y Chernivetsk, los húngaros en el sur de la region de Transcarpatia, los polacos en Zhitomir y Jmelnitski y los judios en Kiev y Odesa, además de griegos, eslovacos, checos, gagausos y romaníes (Natsionalni sklad naseleniya).

Las complejas relaciones interétnicas fueron removidas por el accidente de Chernobyl, que alteró los roles que cada una tenía dentro de la política. Históricamente, la competencia por el poder se había desarrollado entre los tres grupos principales de la población: 1-) los judíos, que dirigieron la república casi en solitario entre 1918 y 1938, cuando el Pacto Ribbentrop-Molotov obligó a Stalin a sustituirlos; 2-) los ruso-parlantes, que estuvieron en el poder desde entonces hasta 1991, y 3-) los ucraniano-parlantes (galichanos y otros occidentales), que nunca habían podido acceder al poder. Su primer representante fue Leonid Kravchuk, elegido en septiembre de 1991. Nacido en territorios que pertenecieron a Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial y que ahora, al igual que Gorbachov en la URSS y Yeltsin en la Federación Rusa, se había convertido en Presidente.

De nada sirvieron los resultados del referendo del 17 de mayo de 1991, donde el 70,2% de la población de Ucrania se expresó a favor del mantenimiento de la URSS (Itogi golosovania na vsesoyuznom referendume 1991), ni la oposición de Estados Unidos, en aquel momento preocupado ante todo por que los inmensos arsenales nucleares soviéticos apuntados en su dirección no se salieran de control. El 1 de agosto de 1991, el Presidente Jorge Bush visitó Ucrania y en un memorable discurso ante el parlamento de Kiev, que pasó a la historia como el Chicken Kiev speech, sentenció: “… la libertad no es lo mismo que la independencia. Los estadounidenses no quieren apoyar a aquellos que buscan la independencia con el fin de sustituir una tiranía lejana con un despotismo local. No van a ayudar a aquellos que promueven un nacionalismo suicida basado en el odio étnico” (Bush, 1991).

El problema era que, en esos momentos, estaba en ejecución la instrucción del pleno del PCUS, de abril de 1991, que encomendó a los Soviets Supremos de la URSS, Rusia, Ucrania y Bielorrusia hacer una investigación sobre cómo se había cumplido la legalidad socialista en el trato a las víctimas de Chernobyl. Estaba clara la intención de Mijail Gorbachov de hacer recaer la culpa por los graves errores cometidos sobre las dirigencias republicanas. Esta decisión fue la que impulsó a los dirigentes de las tres repúblicas afectadas por el desastre a ponerle fin a la existencia del Estado común como vía para su salvación. Allí no se trató sobre una nueva concepción filosófica, ni un nuevo programa político o alguna reforma económica profunda que sacara sus pueblos de la crisis, sino simplemente de desintegrar el mecanismo gubernamental que les amenazaba.  “Yo era un hombre muy soviético”, declaró S. Shushkevich, el lider bieloruso que junto al ruso B. Yeltsin y al ucraniano L. Kravchuk firmó el acuerdo para la desintegración de la URSS. “Yo idolatraba a Gorbachov, pero cuando habló después de Chernobyl y ví cómo mentía, rompí el retrato que tenía de él” (Konstantin Ameliushin, 2014).

El 16 de julio de 1990, el Soviet Supremo de la República adoptó la Declaración sobre la Soberanía Estatal de Ucrania, en la que se proclamaba la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y su pertenencia al pueblo ucraniano, si bien se deja sentado que este es el Estado “de la nación ucraniana”.

Todavía hoy, lo que podríamos llamar la identidad ucraniana, que serían propiamente los que hablan ese idioma, presenta una situación de gran dispersión antropológica, con fuertes diferencias de costumbres, hábitos, dialectos, vestimenta e incluso fisionomía. Según el antropólogo ucraniano Andrei Saveliov, existen seis tipos diferentes de ucranianos: 1) los de Polesia, 2) lo del centro, 3) los del Bajo Dnepr, 4) los del río Prut, 5) los de los Cárpatos y 6) los del Alto Dnepr. Por tanto, el elemento más definitorio de la ucrainidad es el idioma, y este no es homogéneo. Los rusos también son muy diversos, pero tienen tras de sí haber sido el núcleo central de un gran imperio (Saveliov, 2004).

Esos ucranianos, como socium, carecen de la experiencia estatal que tienen muchos de los otros grupos, y su élite política no fue formada en una revolución nacional, sino que fue producto de la desintegración de otro país como consecuencia del maridaje entre la corrupción y la delincuencia. No debemos confundirnos, en la URSS no hubo ni una revolución, ni una contrarrevolución, porque los hombres y las fuerzas políticas que estaban en el poder se mantuvieron en él por muchas décadas más, tras cambiar el nombre de los cargos y las estructuras que gobernaban.

Desde el verano de 1991, las autoridades de la Ucrania todavía soviética habían decidido juzgar a los principales dirigentes de partido, gobierno y Estado responsables por el mal tratamiento a las víctimas de Chernobyl. Vladimir Scherbitski, entonces Primer Secretario del Partido, fue declarado culpable post mortum, pero poco después el proceso quedó paralizado y  las llamadas nuevas autoridades decidieron cerrar el caso y no proceder a juicio. Semejante desenlace solo es explicable a partir de la sociedad que se había ido conformando en la Ucrania post-soviética, donde el papel de pudientes correspondía a elementos desclasados que amasaron inmensas fortunas durante el proceso de descomposición social y política de la URSS.

Las diferencias históricas, lingüísticas y económicas entre regiones que han imposibilitado la integración del etnos ucraniano le imprimió un carácter clanal a las relaciones sociales y políticas, que toman su inicio no tanto de vínculos gentilicios y/o consanguíneos, como de la proximidad geográfica y/o profesional, aprovechando las condiciones creadas por el monopolio imperante en la propiedad estatal.

Segun V.I. Matveyev, ex consejero en el Comite Estatal ucraniano para las Regiones,  en el país se formaron 4 grupos de clanes:

  1. El grupo Donetsk-Lugansk, al que se une Jarkov: Controla más de un tercio de la produccion industrial del pais. Su cabeza visible es el hombre mas rico de Ucrania, Rinat Ajmetov, ex-ayudante del conocido mafioso Alik Grek, asesinado por la policia en una redada a principios de los años 90. A este clan esta vinculado el ex presidente  Viktor Yanukovich, Boris Kolesnikov, Aleksandr Efremov, Mijail Dobkin, ex gobernador de Jarkov y ex candidato presidencial, y Renat Kuzmin, ex Fiscal General. Todos ellos, dirigentes o funcionarios en la época soviética, conforman ahora “una confedercion” de diferente clanes, que compiten muy fuertemente entre sí, pero se unen ante el peligro externo. Aquí están también los magnates Boris Kolesnikov, la familia de los Kliuyev, Yuri Ivaniushenko y algunos otros menores, como Serguei Toruta, accionista principal de Azovstal y uno de los mayores consumidores del gas ruso, que fue candidato a las  elecciones presidenciales del 2014.
  2. El grupo de Dnepropetrovsl, al que se vincula Zaporozhie: Controla una cuarta parte de la produccion industrial. Sus figuras cimeras son Viktor Pinchuk e Igor Kolomoisky. Pinchuk es yerno del ex Presidente Leonid Kuchma. Kolomoisky se relaciona a este clan solo parcialmente, dada sus nexos con el Congreso Panucraniano Hebrero. Fue gobernador de la provincia de Dnepropetrovsk y es dueño del Privatbank. Desde hace 20 años tiene pasaporte israelí. Es dueño del canal 1+1, donde se proyectó la serie “Servidor del Pueblo” que catapultó al actual Presidente Zelensky a la fama popular. Entre otras cosas, Kolomoisky es dueño del Burisma Holding, primera empresa explotadora de gas en Ucrania, a cuyo Consejo de Dirección fue electo en el 2014 Hunter Biden, hijo del Presidente norteamericano.
  3. El grupo de Kiev: Controla poca industria, pero tiene en sus manos las finanzas y lo han representrado diferentes caras visibles. A finales de los 90 y principios de los 2000, sus líderes eran Viktor Medvedchuk y Grigory Surkis. Durante el gobierno de Kuchma, la figura sobresaliente fue Dmitri Firtash, protegido de la primera dama, primero, y despues del Presidente Viktor Yushenko. Julia Timoshenko estuvo a punto de llevarlo a la ruina, pero resurgió con la presidencia de Yanukovich. Parte importante de sus vienes estaban en Crimea: Krimski Titan y una fabrica de bicarbonatos; en Donbass (el consorcio  Stirol), en el norte de Donetsk (el consorcio Azot); pero sobre todo es dueño del mayor canal de TV de Ucrania, Inter.
  4. El grupo de Galitzia: No tiene fuertes resortes económico porque sus fábricas cerraron casi todas a principios de los 90, cuando se fueron los técnicos rusoparlantes. La influencia de Galitzia está en el activismo político. Su cabeza visible es el dueño del grupo Kontinuun, Igor Eremeyev, que, además de comerciar con derivados del petroleo ruso, es dueño del canal Gromadska.tv. A este grupo pertenece también el ex-Presidente Piotr Poroshenko, que tiene sus principales activos en Volyn y en Vinnits. Es además dueño del 5to. Canal de TV y de la corporación Roshen, productora de chocolates situada en las provincias orientales y que vendía la mitad de sus productos en la Federación Rusa.

La existencia de estos clanes encabezados por poderosos magnates imprime rasgos muy peculiares a la política ucraniana, donde los partidos no son tanto los exponentes de determinados valores o concepciones ideológicas, como instrumentos representativos de los intereses de las élites regionales. Como afirmó en su momento el Dr. Ján Lidak, de la cátedra de Ciencias Humanitarias de la Universidad Económica de Bratilava, la élite ucraniana consideraba su República como la más desarrollada y rica de la Unión y esperaba que, al dejar de mantener a los otros, particularmente a Rusia, sentiría inmediatamente los beneficios de la independencia. Por eso, fue la primera en abandonar la zona rublo y en crear su propia moneda, paso cuyas consecuencias internas y externas llevaron a una brusca caída en el nivel de vida de la población.

Como resultado de estos desarrollos se inició una crisis social que tuvo su primera manifestación en la masiva huelga de los mineros del Donbas en junio de 1993, a la que se adhirieron los mineros de otras regiones hasta abarcar la cifra de 2 millones de manifestantes. Junto a las exigencias de carácter económico, se escucharon también algunas muy importantes de carácter político, como la realización de un referéndo sobre la confianza hacia el Presidente y el parlamento y el otorgamiento al Donbas del estatuto autonómico. Ya desde entonces, lo observadores bien conocedores del Este europeo pronosticaron la posibilidad de una guerra entre el Este y el Occidente de Ucrania a la que probablemente seria arrastrada Rusia (Lidak, Ján 1995).

La crisis social dividió la élite entre los que abogaban por una política de “compromisos” con Rusia y los que consideraban que semejante línea conduciría a la perdida de la soberanía. Esa polarización tuvo su expresión al más alto nivel en la contradicción entre el Presidente Kravchuk y su Premier Kuchma, quien con sus homólogos de Rusia, V. Chernomyrdin, y Bielorusia, V. Kebich, firmó el acuerdo para la creación de la Unión Económica de los tres estados eslavos, que vino a ser el primer antecedente de la actual Unión Aduanera y de la Comunidad Euroasiática.

El forcejeo en la élite política ucraniana condujo a la formación de dos campos que eran a la vez políticos, geográficos, étnicos y económicos, en correspondencia con la organización en clanes de esa sociedad: el occidente, ucraniano-parlante, y el oriente, con mayoría de población rusa, cuyos intereses económicos los contraponían, orientando a unos hacia los vínculos con Rusia y a otros hacia Europa Occidental. El primer choque entre ambos tuvo lugar en noviembre diciembre del 2004, cuando, al calor de las elecciones presidenciales de entonces, se llevó a cabo la llamada Revolución Naranja contra el candidato presidencial Viktor Yanukovich, que había resultado ganador en la contienda en representación de los clanes del Este y era considerado un hombre de Moscú.

Por Kiev pasaron como “intermedirios” los líderes de Polonia, Aleksandr Kwasnewski, Lituania, Valdas Adamkus; el representante para la política exterior de la UE, Javier Solana, el Secretario de la OCSE, Yan Kubis. El Parlamento Europeo amenazó con sanciones y Estados Unidos invirtió 65 millones de dólares en apoyo a estructuras no gubernamentales encargada de las elecciones y amenazó con no reconocer el resultado de las mismas (Nepogodin, 2019). Como resultado de las presiones externas y las manifestaciones de protesta, encabezadas por el movimiento “Pora” (Ya) — cuyos dirigentes fueron entrenados por el Otpor yugoslavo que había derricado a Slobodan Milošević –,  Yanukovich entregó la presidencia a su oponente, Vikto Yushenko, un galichano casado con una norteamericana y que tenía todo el apoyo de las autoridades de ese país.

Al parecer, en esta etapa temprana de la Ucrania independiente la disputa por influir desde el exterior en ella todavía no tenia un objetivo geopolítico, sino más bien económico, porque la razón de la lucha entre los clanes era la defensa de los intereses de una serie de industriales galichanos contra la presencia de las compañías rusas en su territorio. De todas formas, Ucrania se vio al borde de la guerra civil y lo único que encontró posible hacer Yanukovich fue cederle la presidencia a Viktor Yushenko.

Ante la crisis económica de Ucrania, una parte importante de los habitantes de las zonas occidentales se dedicó a vivir del contrabando o de trabajos temporales en los países de la UE, y esa situación los lleva a experimentar una considerable atracción hacia la idea de convertirse en miembros de dicha agrupación. Incluso muchos de ellos, los húngaros, los rumanos, los polacos y algunos checos o eslovacos dispersos por la zona poseen pasaportes de los Estados que representan sus étnias y, por tanto, son de hecho ciudadanos de la UE. Por tal motivo, puede afirmarse que dos elementos de peso en la atracción de la parte occidental de Ucrania hacia la Unión Europea son la esperanza de obtener subsidios para su agricultura y el interés de los muchos miles de ciudadanos con  pasaportes de la UE por explotar a cabalidad  su condición ciudadana y por la atracción sientan los pueblo situados al Este de sus fronteras.

Los rusos actuaban de una manera diferente porque han tenido a su favor el poderoso instrumento de la iglesia ortodoxa. No obstante, algunos en ese mundo no veían resultados y fueron críticos con Vladimir Putin. El politólogo bielorruso Vsevolod Shimov, por ejemplo,  considera que “su comportamiento pasivo en comparación con el occidental ha sido el responsable  de la desmoralización política e ideológica y de la desorganización  del potencial pro ruso de Ucrania” (Yakubyan, 2013). Para ese autor, la Ucrania post-Revolución Naranja es el fracaso más grande que ha tenido la política rusa en el espacio post-soviético

La Revolución Naranja del 2004 fue antecedente y ensayo general para el Maidan que derrocó por segunda vez al mismo Viktor Yanukovich en el 2014. Durante la primera, a fines de noviembre del 2004, la Asamblea Provincial de Lugansk adoptó un proyecto para la proclamación de la República Ucraniana Autónoma Sur-oriental con capital en Jarkov. A simple vista, es obvio que se trataba de replicar lo que se hizo allí en 1917, pero en esta ocasión la iniciativa estaba acompañada de un llamamiento al Presidente Ruso para que influyera en la conversión de Ucrania en una Federación. Evgueni Kushnariov, entonces Jefe de la Provincia de Jarkov, explicó la iniciativa de la siguente manera: “Comprendemos que el Oriente se diferencia fuertemente de Galitzia, no le imponemos nuestro modo de vida, pero nunca permitiremos a los galichanos que nos enseñen cómo debemos vivir”. El gobierno provincial comenzó los preparativos para un referendo el 5 de diciembre del 2004, pero fue interrumpido por los órganos de la seguridad.

Producto inmediato de la Revolución Naranja fueron la división de Ucrania en dos campos y la llegada al poder de un equipo abiertamente antirruso y pro-norteamericano. Bajo el impulso de los galichanos nació una política dirigida a la integración futura en las estructuras occidentales, para lo cual se estimuló a las fuerzas y sectores capaces de concluir la creación de la nación y el envío de jóvenes a estudiar en universidades occidentales. Resultado de estos esfuerzos fue el auge adquirido por los ultranacionalistas y la creación de una capa intelectual desligada de Rusia y de la herencia cultural soviética. El trabajo desplegado en ambas direcciones durante la generación que nos separa de la Revolución Naranja ha traído como resultado el resurgimiento del anticomunismo feroz mostrado por los nacionalistas ucranianos durante la guerra civil soviética, y del pensamiento y las prácticas fascistas de los seguidores de Sefan Bandera durante y después de la Segunda Guerra Mundial. El trabajo de formación de cuadros lo expresa el hecho de que 11 de los 18 integrantes del Gabinete Ministerial del primer premier de Zelensky, depuesto en 2020, Aleksey Goncharuk, estudiaron en universidades occidentales.

En la formación ideológica corresponde un mérito especial a los medios de información, particularmente a la televisión. En palabras del periodista Andrey Mokrousov, “la revolución naranja fue una especie de máquina para la transformación de los rusos étnicos, los hebreos étnicos y los ucranianos étnicos en ucranianos políticos” (Nepogodin, op. cit), pero ello también parece resultado de la dura lucha confesional entre las iglesias. Ted C. Lewellen nos dice: “Quizá no sea cierto que lo sagrado esté siempre presente en la política, pero raramente está muy alejado de ella (Lewellen, Ted C., Ob cit. pág. 97).

Los rituales religiosos también cumplen funciones políticas importantes. La recreación periódica de mitos legitimadores une a toda la comunidad en un vínculo sagrado que trasciende los intereses privados y los conflictos cotidianos, al tiempo que reintroduce en la sociedad el poder místico del mundo de los antepasados (Ídem., p. 100). Tal vez una clara manifestación de cómo esto se expresa en la vida real esté en las palabras del Patrirca Kirill I de Moscú y todas las Rusias en un sermón el 6 de marzo del 2022, cuando dijo que en Ucrania se libra una lucha de “significado metafísico” entre una Rusia virtuosa y un Occidente en decadencia moral por sus “marchas del orgullo gay” y otras señales de apocalipsis.

Después de la rígida política de ateísmo oficial en la Unión Soviética, tras su desintegración la fe religiosa tuvo un cierto renacimiento en Ucrania. Entre 1991 y el 2008, el número de los que se identificaban como ortodoxos pasó del 31 al 72%, aunque solo un 7% asistía regularmente a los servicios religiosos. En el censo del 2019, un 60% de los mayores de 25 años se declararon ortodoxos. Entre los de 18 y 24 años, solo el 23%. Esa evidente reducción de la feligresía parece emigración hacia otras confesiones. El territorio canónico de la iglesia ortodoxa rusa se extiende por todo el “Russky mir”, integrado por Rusia, Bielorusia y Ucrania, a quienes Kiril I denomina “sagrada trinidad” por su origen espiritual común en la Rus de Kiev en el siglo X.

En enero del 2019, Bartolomé I, Patriarca ecuménico de Constantinopla, a quien se reconoce como jefe espiritual de toda la ortodoxia, a petición del presidente Piotr Poroshenko, reconoció la autocefalia a una parte de la iglesia ortodoxa ucraniana que decidió terminar relación de subordinación a Moscú, que exista desde 1686. El Arzobispo Metropolita de Kiev, Epifany Dumenko, considera que la independencia nacional y la emancipación religiosa son dos caras de la misma moneda.

Kirill I, por su parte rompió los vínculos con Bartolomé I y con las iglesias de Grecia, Chipre y Alejandría. De su parte quedaron las de Serbia y Bulgaria. Este cisma tiene una gran importancia, porque en Kiev se encuentran templos venerados por todo el mundo eslavo, y esa parece haber sido una de las razones que obligó a las tropas rusas a retirarse cundo estaban a sus puertas en el mes de abril de 2022. La destrucción de Kiev no sería un hecho asimilable para la comunidad cristiana ortodoxa.

En el 2018, el 42,7% de los ortodoxos ucranianos se decían feligreses del patriara de Kiev y el 15,2% del de Moscú. El 43,9% simplemente se declaró ortodoxo. Actualmente Moscú conserva 12.000 de las 38.000 parroquias en Ucrania y su número tiende a disminuir porque muchos feligreses no comparten la actitud del metropolita Onufriy Berezovsky, jefe de la iglesia moscovita en Ucrania, de no condenar expresamente la operación militar rusa. Ahora, según informa BBC News en ruso, el pasado 27 de mayo del 2022 el Sínodo de esta congregación “condenó la guerra como violación del mandamiento sagrado de “no matarás” y expresó su desacuerdo el Patriarca Kirill I, al tiempo que introdujo cambios en sus Estatutos, proclamamando “su total autonomía e independencia” (Manrique, 2022). Del documento y las declaraciones oficiales emitidas hasta el momento no queda claro si la congregación ha iniciado el camino de la autocefalia, pero en cualquier caso significa su alejamiento de la posición cuasi neutral que ha mantenido, lo que influirá en una mayor diferenciación de la población ruso-parlante ucraniana con relación a los de Rusia, aunque no propiciará una reducción de los distanciamientos dentro de los de Ucrania. Por lo pronto, su conducta parece dirigida a terminar con su obediencia al Patriarca moscovita, sin romper con su Iglesia como tal. De todas formas, entre las dos vertientes de la Ortodoxia en Ucrania existen serias disputas por la propiedad de los bienes que poseían cuando eran una misma congregación.

Esta disputa se entremezcla con las reclamaciones que plantea a ambas la Iglesia Greco-Católica de Ucrania, la cual exige la devolución de las propiedades que le confiscadas a favor de la iglesia ortodoxa rusa, después de la Segunda Guerra Mundial. Hoy, los greco-católicos son cerca de 5 millones y extienden su influencia gracias sobre todo a sus fuertes vínculos con las esferas de gobierno (Amendras, 2021). Este tema, junto a otros relacionados con la Iglesia Greco-Católica, fue objeto de tratamiento durante el histórico encuentro de La Habana entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill en el 2016.

Los obispos greco-católicos ucranianos no parecen haber quedados muy satisfechos con ello, a juzgar por las declaraciones del Arzobispo Mayor de Kiev, Sviatoslav Shevchuv, quien lamentó que el Patriarca de Moscú, antes de esa reunión, expresara que “la Iglesia greco-católica es el mayor obsáculo para el acercamiento de los ruso-ortodoxos y católicos” (Jennifer Amendras).

El conflicto entre estas dos iglesias no está limitado solo por diferencias litúrgicas y conflictos de propiedades, sino sobre todo por razones del espacio al que supuestamente se extiende el poder de cada una. Si el Patriarca ruso lo es de Moscú y Todas las Rusias (Gran Rusia, Pequeña Rusia y Rusia Blanca), el Jefe de la Iglesia Greco-Romana se titula Arzobispo Mayor de Kiev-Galitzia y toda la Rus.

Pero las contradicciones confesionales en Ucrania no terminan ahí. El 11 de agosto del 2009, poco después de ser oficializada, se produjo el cisma de la iglesia Greco-Católica, cuando un grupo de sacerdotes, encabezados por el Arzobispo Miguel Osidach, calificó de herética a la dirección encabezada por el Cardenal L. Husar, al que acusaron de asumir la “corriente espiritual de la teología herética occidental” que niega el carácter divino de Cristo, su vida y resurrección, la inspiración divina de las Sagradas Escrituras y la existencia del infierno, al tiempo que “sostiene el homosexualismo, el ocultismo, la adivinación y la magia”. Los disidentes aseguran que la conducta de L. Husar se debe a que, si bien nació en Ucrania, había vivido mucho tiempo en Occidente: Estados Unidos e Italia, y luego de llegar a la Jefatura de la Iglesia Greco-Católica se rodeó de estadounidenses y otras personas de Occidente.

Así, el 18 de agosto del 2009, en el Sínodo de Leopolis Briujovichi nació la Iglesia Greco-Católica Ortodoxa de Ucrania, con el Arzobispo Miguel Osidach como Jefe; tras su muerte, el 21 de febrero del 2013, fue sustituido por el Obispo Markian Hitiuk (Religiones de Ucrania en el 2021).

Las desuniones y contradicciones dentro de la sociedad ucraniana, unidas a la corrupción y falta de profesionalidad del aparato estatal, destruyeron los atributos que podían hacer de Ucrania un país prospero y seguro. No se trata solo de la economía, que, a pesar de la crítica situación de la URSS, de la que era parte, en los años ochenta el PIB de la República ocupaba el décimo puesto mundial, muy por encima de la República Popular China, sino también por el nivel y calidad de las fuerzas armadas que heredó.

 

La destrucción de las fuerzas armadas

Con la desintegración de la URSS, Ucrania heredo 3 distritos militares, 6 ejércitos y cuerpos, 3 docenas de divisiones de tanques, motorizadas y de artillería, un sinnúmero de almacenes en los que se encontraban 8.700 tanques, 11.000 carros blindados BMP y BTR, 18.000 unidades de artillería reactiva y cañones de retroceso. Sus fuerzas aéreas heredaron 4 ejércitos del aire, 10 divisiones aéreas independientes, 49 batallones y 2.800 aparatos de vuelo, incluida la aviación estratégica (Sto zhe ostalos ot armii Ukrainy, 2009)

Inmediatamente después de la independencia, se acometió una reforma para reducir sustancialmente el arsenal. Los ejércitos se convirtieron en cuerpos de ejércitos; las divisiones en brigadas; hubo una reducción profunda del personal y la técnica, sobre lo que influyeron no solo las razones económicas, sino también la obligación de cumplir con las estipulaciones del Tratado para la reducción de armamentos en Europa.

De otro lado, Estados Unidos exigió la eliminación de los bombarderos estratégicos TU-22M, que eran los mas modernos. Los bombarderos estratégicos TU-160 y TU-95 M, junto con los cohetes cruceros, se le canjearon a Rusia por la deuda del gas.

El resto del armamento fue vendido o robado, haciendo que Ucrania pasara a ocupar el primer lugar en el mundo en la exportación de armamentos de segunda mano. Tanques, piezas de artillería y helicópteros ucranianos se encuentran en casi todos los países africanos. Los expertos calculan que el monto de esos contratos ascendió a 32 mil millones de USD. Durante la guerra ruso-georgiana del 2008, lo militares ucranianos llegaron a vender incluso armas y componentes que estaban de servicio en unidades.

La reforma militar introdujo un sistema de tres niveles: comando operativo – cuerpo de ejercito – brigada. El país se dividió en tres y a cada parte le correspondió un comando: el occidental con sede en Lvov, el sureño en Dnepropetrovsk y el norteño en Kiev. A cada uno se le subordinaron 3 cuerpos de ejército, que incluyeron 13 brigadas independientes: 2 de tanques, 8 mecanizadas, 2 aeromóviles y 1 de desembarco aéreo. Existen dos regimientos independientes: uno mecanizado y otro aeromóvil. El cuerpo de ejercito mejor preparado fue el octavo, al que se subordinaron las fuerzas de reacción rápida y que cubre la capital. El mejor completado con técnica fue el segundo, dislocado en Dnepropetrovsk.

Para 2007, al ejército le quedaban 786 tanques, 2.304 equipos blindados y 1.122 piezas de artilleria. El tipo de tanque oficialmente reconocido era la versión modernizada del T64BM (Bulet), producido en Jarkov, del que físicamente había solo unos cuantos en dos brigadas. Los demás eran tanques T 64 BV, que es una versión más antigua. Comenzó la introducción del T 84M “Oplot-M”, considerado una maquina verdaderamente moderna, pero no se pudo garantizar su producción seriada. El esfuerzo quedo reducido a la modernización de 10 T-84.

En verdad, ese año, la industria nacional comenzó también la producción de otros nuevos equipos como el carro blindado BTR-3u, que es una version modernizada de la BTR-80 y de la BTR – 4, el carro blindado ligero “Dozor – B” y algunos tipos de armas antitanques, pero ninguna de ellas paso a integrar las fuerzas armadas nacionales.

Según reconocido públicamente por el entonces presidente V. Yushenko, las fuerzas armadas nacionales eran prácticamente inoperantes: de 112 cazas, solo 31 funcionaban; de 24 bombarderos, solo 10 podían cumplir la misión; de 12 aviones de inteligencia, solo podían volar 6; de 36 aviones de asalto, solo 8, y de 26 aparatos de combate, solo 4 estaban en buen estado. Según el mandatario, el entrenamiento de los pilotos era casi inexistente. La mayor parte de los vuelos de la aviación miliar eran operaciones de transporte comercial.

El plan de modernización de la aviación para el 2009 solo incluyó 2 MIG-29, 2 SU-25 y 2 aviones de entrenamiento L-39. La flota ucraniana tenia 17 naves, pero en el 2008 la mayoría estaba fuera de servicio. Una de su unidades emblemáticas, la fragata “Sagaidachni”, creo una situación desagradable durante unas maniobras con la OTAN en el Mar Mediterráneo.

Las fuerzas antiaéreas ucranianas estaban integradas por 30 divisiones de sistemas coheteriles antiaéreos de largo alcance S-300 PS; 4 divisiones de S-300; 12 de S-2100 y 15 divisiones de “Buk-M”. Desde hacia tiempo sus ejercicios de tiro habían sido suspendidos. Se experimentaba falta de piezas de repuesto y muchos proyectiles estaban vencidos, lo que hacia peligroso el mantenimiento de uso, particularmente en el caso de los sistemas “Buk” (Sto zhe ostalos ot armii Ukrainy segodnya?, 2009)

La moral de la tropa pronto fue desapareciendo. La falta de recursos y la corrupción habían sembrado la apatía, al tiempo que la política de “ucranización” llenaba de confusión a soldados y oficiales. Esto se puso de manifiesto durante la parada militar en Kiev en el verano del 2009, cuando al saludo en ucraniano del comandante de la tropa, los soldados, incluidos los de la Ucrania Occidental, respondieron en ruso.

En la Proclama de Independencia se expresó la intención de hacer de Ucrania “un Estado permanentemente neutral, que no participará en bloques y comprometido a observar los tres principios no nucleares: no usar, no producir y no adquirir armas nucleares. Dos años más tarde, el 2 de julio de 1993, el mismo parlamento decidió que las armas nucleares dislocadas en su territorio se convertirían en propiedad de Ucrania. Esta decisión significaba de jure poner dicho armamento nuclear fuera de la competencia del Comando conjunto de las fuerzas armadas unificadas de la Comunidad de Estados Independientes, creado después de la Conferencia de Alma Ata, como expresión de la voluntad de los países ex soviéticos de mantener un sistema de seguridad colectiva y un espacio militar común. Se inicio así la ruptura de Ucrania con los mecanismos postsoviéticos, al tiempo que introdujo la incertidumbre en la comunidad internacional en relación con sus verdaderas intenciones estratégicas, ya que de momento el país se declaraba dueño del tercer arsenal nuclear más grande del mundo. Hubo políticos ucranianos que comenzaron a hablar sobre la posibilidad de que su país se incorporara a la OTAN como recompensa por haberse desecho de sus armas nucleares.

En Rusia creó preocupación que la base de Simferópol no pudiera seguir siendo usada por su armada, e inició negociaciones con Ucrania que se prolongaron durante 1992 y 1993, concluyendo con la aceptación por Kiev de mantener las bases rusas en Crimea. Semejante paso resolvía de momento el diferendo entre los dos países, pero descalificaba la Declaración de Independencia ucraniana, ya que se supone que un país neutral no tenga bases militares extranjeras en su territorio.

Para hacer mas confusa e ilegible la imagen de sus intenciones, en marzo de 1993 el parlamento de Kiev oficializó su solicitud de “plena” incorporación del país a la OTAN. De esta manera, las propias autoridades e instituciones del país se encargaron de devaluar los compromisos asumidos por el Estado en el momento mismo de su nacimiento. Como expreso el académico S. Pirozkov, del Instituto Nacional de Investigaciones Estratégicas de Kiev, si la Declaración de independencia ucraniana no hubiera contenido los 3 principios básicos antes mencionados, “el mundo no hubiera reconocido a Ucrania como Estado independiente” (Duleba, Pag. 5)

 

La Geopolítica

En sus inicios, las contradicciones entre las dos tendencias en la política ucraniana y sus efectos sobre las relaciones con Rusia no adquirieron mayores connotaciones dada la atmosfera general existente en las relaciones de Moscú con Estados Unidos y con la Comunidad Europea. Inmediatamente después de la desintegración de la URSS, en Moscú reinaba la esperanza de que era posible una especie de bipolaridad amistosa con Estados Unidos. Anatoli Adamishin, quien fuera Primer Vice Canciller de Kozyrev en los años 1992-1994, escribió: “En las condiciones de una economía y una política mundiales determinadas por Estados Unidos es imposible imaginarse sin ellos el enfrentamiento exitoso a las nuevas amenazas. En la coalición con otras potencias, incluyendo Rusia, el papel dirigente de Estados Unidos es indiscutible. Se trata precisamente de un papel dirigente, no de un papel hegemónico” (Adamishin, 1995).

Siguiendo esas ideas, la nueva Rusia ingresó en la Asociación para la Paz, una especie de escuela preparatoria creada por los norteamericanos para los aspirantes a formar parte de la OTAN, con la vana esperanza de que le asignaran un papel de cierta relevancia dentro de esa organización, y sus servicios de inteligencia establecieron cálidas relaciones de cooperación con la CIA, el FBI y otras agencias estadounidenses.

Los destellos de aquella utopía se mantuvieron en la política exterior rusa hasta mediados del primer decenio del nuevo siglo XXI.

Mientras tanto, Estados Unidos vivía la euforia de considerarse el único vencedor de la Guerra Fría, sin pensar que también podía haber otros en Rusia, que se consideraran con más derecho al título, porque en definitivas el derrumbe de la URSS se produjo desde dentro. El 7 de marzo de 1992, el New York Times publicó la “Guía de Planificación de la defensa para los años fiscales 1994-1999”, más conocido como la Doctrina Wolfowitz (quien era subsecretario de Defensa de Estados Unidos bajo Dick Cheney durante la administración de Bush padre), que esbozó los principios del Nuevo Orden Mundial, donde Estados Unidos sería la única superpotencia. Semejante aspiración encontró una reacción ante todo de China, que con mucha razón también tenía derecho a sentirse vencedora en la Guerra Fría. En septiembre de 1995, aprovechando una visita de trabajo a Pekín de Evgueni Prymakov, entonces Jefe de los Servicios de Inteligencia rusos, el líder chino Yang Tse Ming, lo invitó a una charla privada en la que le expresó el criterio de que ambos países “deberían esforzarse por que en el mundo no surjan “centros” que quieran dictar sus condiciones a todos” (Primakov, 1999. Pág. 197)

Por diferentes motivos, tanto Estados Unidos como Rusia estaban interesados en que Ucrania desistiera de su arsenal nuclear. Sus cohetes estaban apuntados hacia blancos norteamericanos y formaban parte de los medios de un primer golpe nuclear contra Norteamérica, pero no representaban ningún peligro para Rusia. Por eso, el primero buscaba su destrucción, mientras la segunda trataba de que se pusieran bajo su control. La preocupación de Moscú eran los 44 bombarderos con cohetes cruceros que si podían ser empleados contra su territorio y, desde luego, las armas nucleares tácticas, que eran móviles y tenían un alcance de cientos de kilómetros.

En los años 1992-1994 se llevaron a cabo las negociaciones para la adhesión de Ucrania al Tratado de No proliferación, en las cuales la delegación ucraniana mantuvo la posición de renuncia al arma nuclear. A iniciativa de la Administración norteamericana, en 1992 se realizaron en Kiev negociaciones trilaterales Estados Unidos, Ucrania y Rusia, en las cuales Washington se comprometió a financiar el desarme ucraniano y a dar una cierta compensación a Moscú por ello, pero más tarde, durante conversaciones entre los ministros de defensa, el Jefe del Pentágono dejó sin efecto dicha propuesta, que hasta el año 2000 hubiera representado cerca de mil millones de USD.

La solución final consistió en la destrucción total de los cohetes intercontinentales, el traspaso de los bombarderos estratégicos a Rusia — lo que le permitió a esta restablecer el Ejercito Aéreo Estratégico del Mando Supremo –, y de la totalidad de las ojivas nucleares, incluidas las tácticas. A cambio de este armamento, Ucrania recibiría de Rusia el combustible nuclear para sus plantas eléctricas. Moscú, por su parte, recibió de Estados Unidos 100 millones de USD como compensación por la destrucción de ojivas ucranianas.

Por su parte, las relaciones de Rusia con Europa Occidental aún se encontraban bajo los efectos de la quimera gorbachoviana sobre la Casa Común Europea, expresada ahora en el objetivo de construir el espacio económico común previsto en el Convenio de Cooperación firmado entre Moscú y Bruselas el 1 de diciembre de 1997. La crisis económica rusa de 1998 y más tarde, la agresión de la OTAN contra Yugoslava enterraron esos sueños y potenciaron las contradicciones en la elite ucraniana hasta convertirla en caldo para el forcejeo geopolítico entre Rusia y Estados Unidos. La ilegal e injustificada guerra norteamericana contra Irak, donde Rusia tenía importantes intereses estratégicos, pondría fin a las esperanzas moscovitas de una posible bipolaridad amistosa con Estados Unidos, al tiempo que le mostró importantes coincidencias con lo que entonces se denominó despectivamente “la vieja Europa” y en particular con Alemania y Francia. Ucrania, por su parte, como toda la Europa Oriental que aspiraba a entrar a la UE y a la OTAN con el respaldo norteamericano, participó activamente junto a las fuerzas agresoras.

En el plano geoestratégico, la situación de los rusos nunca había sido más delicada y su condición empeoraba cada vez más como resultado de la política norteamericana. Con el ingreso de los Estados bálticos a la OTAN, la alianza que dirige Estados Unidos se situó a solo 100 millas de San Petersburgo. Las bases norteamericanas en Bulgaria y Rumanía hicieron vulnerable a las armas nucleares tácticas a una buena parte del territorio ruso, y ahora la política de la élite ucraniana aspiraba a abría más las puertas a la presencia de Estados Unidos y sus aliados en el Mar Negro y, en caso de ingresar a la OTAN, situaría a los ejércitos de la alianza a solo 250 millas de Moscú

En la época de la URSS, el Mar Negro era prácticamente un lago interior soviético sobre el que solo tenía cierta influencia Turquía. Rusia estuvo libre de la presencia de otras naves que no fueran las suyas, pero a partir de 1992 el Mar Negro se convirtió en objeto de competencia por parte de Estados Unidos y otros Estados de la OTAN. Estados Unidos, en sus esfuerzos por lograr estar presente, estableció una estrecha colaboración con Rumania y Bulgaria, como nuevos miembros de la OTAN, y ha cultivado  las simpatías de Ucrania y Georgia.

Tan temprano como en el 2006, el analista turco Sinan Ogan destacaba cuales eran los 6 aspectos principales del interés norteamericano en ese mar: 1.- el control del sur de Rusia y del Cáucaso Norte; 2.- la posibilidad de estimular actitudes desafectas hacia Moscú en Ucrania, Georgia y Moldavia; 3.- influir o incluso dictar la política energética de los países a lo largo de la línea de suministros Asia Central -Caspio-Cáucaso hasta los mercados europeos; 4.- manipular la política energética de Irán, que ve el Mar Negro como un importante canal para la exportación de gas y petróleo; 5.- fortalecer la presencia de la OTAN, que ha incluido los países de la región en su Programa de Asociación para la Paz, y 6.- la utilización de las naves y las bases de la región en actividades de espionaje contra Rusia

Desde el 2004, Estados Unidos ha construido bases militares en Rumanía y Bulgaria y, según algunas especulaciones occidentales, llegó a aspirar a sustituir a los rusos en Crimea.

 

El Maidan

En febrero del 2015 debían celebrarse elecciones presidenciales en Ucrania. Durante los años de su mandato, Yanukovich despilfarró el crédito político que lo llevó a la jefatura de Estado con una política de capitalismo salvaje en favor de los más grandes oligarcas como Firtash y Ajmetov, y de su propio clan, representado por su hijo y su premier, cuyas propiedades y posibilidades financieras crecieron aceleradamente en los años 2012-2013. No se trata solo de las fusiones y mega-fusiones de empresas, sino también del empleo de mecanismos extra económicos para asfixiar a la competencia. Así, una serie de grandes escándalos concluyeron con el traspaso o la repartición de la propiedad de importantes empresas como Aerosvit y la venta obligada del club de futboll “Metalisty” y del grupo empresarial “Inter”.

Se calcula que solo en el 2012 el monto de las propiedades que cambiaron de manos por esta vía ascendió a mas de 4 mil millones de USD. Los oligarcas más afectados con estos cambios fueron Kolomoisky, Yaroslavsky, los hermanos Baloga y Poroshenko (Bortnik, 2013).

Estos clanes fueron los que agitaron a la protesta a través de sus medios de información e incitaron a las provincias del Don a la rebelión, pero cuando vieron que estas se inclinaban por soluciones populares, los abandonaron y pactaron con el gobierno. Mientras, en la capital, la protesta era canalizada por los grupos políticos de la derecha, asesorados por los yugoslavos bajo la dirección de la Embajada norteamericana. Tras la fuga del Presidente Yanukovich, el poder fue asumido por las fuerzas de derecha respaldadas por elementos neonazis como el Pravi Sektor. Estos declaran terroristas a los que en el Donbas pedían autonomía y comenzaron contra ellos una guerra llamada “Operación Anti terrorista”. Kiev lanzó en su contra 11 mil efectivos, apoyados en 300 tanques y 500 carros blindados. Por la aviación, 20 helicópteros MI-24, e importantes medios artilleros. Del otro lado, los rebeldes poseían algunos complejos antiaéreos portátiles. Sus efectivos eran 5 o 6 veces menor que los del enemigo. Según Igor Strelkov, Jefe de las fuerzas de autodefensa, a él se subordinaban 2,5 mil efectivos, pero además reciben voluntarios del exterior, particularmente de Crimea, Cosacos y Serbios. El arma principal era el fusil Kalashnikov y algunas escopetas de caza. Esas fuerzas no alcanzaban para derrotar al ejército, pero éste tampoco podría vencerlo, entre otras razones por ser presa de la corrupción y la desmoralización. Por eso ambas partes aceptaron negociar en el formato de Normandía, cuyo talón de Aquiles estuvo en que logró satisfacer las expectativas de los actores externos, pero no las de los internos.

El inicio de la guerra en el Donbas ha hecho a muchos pregunarse dónde están los enormes arsenales de armamento que recibió Ucrania como herencia soviética. Se sabe del destino de las nucleares, pero de las otras no. Para ocultar su impotencia ante un grupo de hombres mal armados, se ha creado la leyenda de una agresión masiva del ejército ruso que desde el 2014 envía millares de soldados a través de la frontera. La fantasía justificaba además los bombardeos despiadados contra las regiones separatistas y servían de argumentos para solicitar ayuda militar y económica de Occidente.

La persistencia de la guerra en el Donbas era también un instrumento para el desgaste de la imagen de Rusia como gran potencia y la de Vladimir Putin como su líder, toda vez que parte del “mundo ruso”, de su civilización, a la que tanto dicen defender, era masacrada impunemente ante la vista de todos.

De mis contactos personales tanto con rusos como con ucranianos, he llegado a la conclusión de que, posiblemente, la mayoría de ellos perciban estos acontecimientos no como una guerra entre dos países, sino como una contienda civil más, de las que entre los eslavos orientales ha habido muchas. El sentimiento es el de una matanza entre hermanos en la que nadie se debería meter porque, al final, ellos seguirán siendo hermanos, pero el que se inmiscuya no lo es, ni lo será.

El papel jugado por Occidente, y en especial por Estados Unidos, en la llamada Revolución Naranja fue muy mal recibido en Moscú, donde aquellas acciones se percibieron como un intento de amputación forzada, y si todavía quedaba algo de las viejas aspiraciones de la bipolaridad amistosa, estos actos lo acabaron de matar. Vino entonces el discurso de Putin en la Conferencia sobre Seguridad de Munich en el 2007, documento que dibujaba su visión del mundo, donde lógicamente, también se incluye a Ucrania: “Han fracasado los intentos de construir un mundo monopolar, en el que Estados Unidos se erige en el centro del poder. No solo eran irreales, es que contradicen la más elemental noción de democracia en la que el poder lo detenta la mayoría, respetando las minorías. Un mundo democrático es siempre pluralista. Los que se empeñan en enseñarnos democracia, no están dispuestos a aprenderla”.

Este discurso, cuyo contenido pasó a la historia como la doctrina Putin, significó un parteaguas en las relaciones de poder ruso-norteamericanas, al dejar claramente establecida la intención de Moscú de romper los límites que le fijaba la  Doctrina Wolfowitz  y jugar nuevamente el papel de gran potencia en igualdad de condiciones. Sabiendo que semejante idea no era aceptable para Estados Unidos, respaldó sus palabras con un intenso programa armamentístico que puso sus fuerzas armadas tecnológicamente al menos unos años por delante de Estados Unidos. En el 2018 mostró sus nuevos artefactos y, a finales del 2021, exigió de sus contrapartes, es decir, de Estados Unidos y de la OTAN, lo que él considera sus condiciones de igual seguridad. La reacción negativa a las demandas fue el pistoletazo de salida para iniciar lo que denominó operación militar especial.  De Rusia no sentirse con ventaja tecnológica, aunque fuera temporal, difícilmente hubiera tomado la iniciativa de lanzarla. El término “operación” nos remite a una imagen quirúrgica, pero esa cirugía va a depender de la conducta y las condiciones ambientales del operado. Nadie duda que el cirujano terminará su tarea, lo que se desconoce es cómo y cuándo.

No parece lógico que la prolongación de la guerra en condiciones de sanciones cada vez más extremas tenga como objetivo impedir el triunfo ruso en Ucrania. Todo parece indicar que lo que se busca es debilitar a Rusia al máximo para darle después el golpe de gracia en otro escenario que bien podría ser el Ártico.

 

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[1] Aquí y en lo adelante, las traducciones son del autor

Juan Sánchez Monroe es profesor titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de Cuba ‘Raúl Roa García’. Ha sido diplomático de la República de Cuba, destinado a diversas legaciones en la antigua Unión Soviética, Mongolia y Europa Oriental.

Referencias

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