Como objeto político no identificado se ha llegado a definir a la Unión Europea, una agrupación supranacional de estados-nación que ve la luz como una evolución de la Comunidad Económica Europea a la luz de sucesivos tratados con el objetivo de una mayor integración de los mercados, en muy primer lugar, y a nivel social, fiscal, político, jurídico y geopolítico de manera más secundaria.
Parece fuera de toda duda que, de cara a pintar algo, la escala geo-económica-política-demográfica de nuestro presente ha de tener un nivel continental. Fuera de grandes Estados como Estados Unidos, Rusia, India o China, la gran mayoría del resto de Estados deben agruparse para conseguir esa escala. No cabe duda que es la UE el proyecto más avanzado en ese sentido de los que hay en todo el planeta. Sin embargo, esa realización cuenta con una serie de contradicciones estructurales que la hacen un gigante con pies de barro. En las próximas tres tesis intentaré explicarlas.
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Tesis 1: La UE no tiene demos (o la UE es una jungla, no un jardín)
El proceso de construcción de Estados nacionales en Europa occidental vino espoleado a través de dos vías paralelas que terminaron convergiendo: la revolución industrial de origen británico y la revolución francesa más las guerras napoleónicas. Todo el siglo XIX es el resultado de las ondas de éstas dos explosiones, las cuales dieron lugar, a través de revoluciones activas, pasivas o mezcla de las dos, a la construcción de estos Estados nacionales. Pero estos no venían de la nada; los demos de ciudadanos eran el resultado de la transformación de Estados anteriores del antiguo régimen, unas naciones históricas construidas, a su vez, en un proceso de siglos bajo las monarquías, primero autoritarias y luego absolutas, en el largo periodo de transición del feudalismo al capitalismo.
La Unión Europea parte, pues, de unos Estados nacionales con trayectorias históricas muy anteriores; y no solo dispares, sino enfrentadas entre sí. Se trata de un proceso en el que las diferentes naciones europeas dibujan una relación histórica entre ellas, similar a la de una biocenosis que, como estas, se mantiene porque unos se comen a otros continuamente. Es decir, que si ha habido históricamente alguna unidad entre los pueblos europeos ha sido la unidad de la guerra de todos contra todos. Ucrania es el último episodio de esta dinámica.
La Unión Europea, supuestamente el culmen de un proceso de aprendizaje que empezó tras la Segunda Guerra Mundial y la fundación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, a través del cual ese pasado de siglos de guerra continua habría sido superado bajo las notas de la Oda a la Alegría, no es más que el triunfo momentáneo de un reunificado Estado-nación alemán tras el resquebrajamiento del imperio soviético. Esa pax alemana intenta, siempre bajo el manto del Tío Sam, volver a levantar un Imperio (o IV Reich), algo que por su propia esencia depredadora, por un lado, y sumisa al Imperio norteamericano, por otro, está destinado al fracaso. Nada más lejos de un jardín.
Un detalle final de la falta de un demos europeo es que la lengua franca en la torre de babel europea ni siquiera es el alemán, sino la del Estado que abandonó la Unión.
Tesis 2: La UE es un cementerio de imperios creado por el Imperio USA (al que estarán siempre subordinados)
La historia de Europa no solo es la historia de continuas guerras, sino también la historia de los imperios europeos que han acabado dando forma al mundo. Precisamente, imperios que han guerreado entre sí y que se vieron ya totalmente desmembrados tras el final de la Segunda Guerra Mundial y décadas posteriores.
Si la guerra de los treinta años significó el principio del fin de la hegemonía de la Monarquía Católica Hispánica de los Austrias y el comienzo del orden westfaliano, el fin de la Segunda Guerra Mundial, sumado a los resultados de la primera y su ínterin, puede considerarse una segunda guerra de los treinta años expandida a nivel global (precisamente por los imperios europeos combatientes) que trajo consigo, en la parte occidental europea, la entrada en escena del victorioso imperio norteamericano como antídoto para frenar al, en aquel momento, pujante imperio soviético. Para ello, llevó a cabo el Plan Marshall (European Recovery Act), que contribuyó a la estabilización económica y social a la Europa Occidental y que, a través de OECE (Organización Europea para la Cooperación Económica, hoy la OCDE (14)) puso las primeras piedras para lo que serían los tratados e instituciones que dieron forma a los cimientos de la actual UE (La Comunidad Económica del Carbón y del Acero, la Comunidad Económica Europea y EUROATOM). La propia UE, nacida en el Tratado de Maastrich de 1992, es una criatura que vio luz tras la caída de la URSS y su bloque; es decir, consustancial al nuevo orden mundial unipolar de la globalización feliz estadounidense.
A todo ello hay que sumar las muchas bases estadounidenses en territorio de países europeos y el hecho de que casi todos los países de la UE pertenecen a la OTAN (organización militar hegemonizada por USA) y están sometidos la estrategia estadounidense frente a Rusia y, cada vez más, frente a China. Por ello, toda la cháchara sobre la “autonomía estratégica” de la UE frente a Estados Unidos no es más que eso, un brindis al sol o la carta a los Reyes Magos. Y ello es así porque la Unión Europea, desde sus semillas hasta la actualidad, es en buena medida creación y protectorado del imperio estadounidense.
Tesis 3: La UE no puede ser un Imperio (o el imposible imperio alemán)
Alemania ha intentado hasta en dos ocasiones anteriores convertirse en una gran potencia imperial. De hecho, las dos guerras mundiales del siglo XX pueden entenderse como el momento de la crítica de las armas en la pugna de la Alemania los II y III Reich para suceder cono hegemonía global al decadente Imperio Británico. Concretamente, el III Reich nazi puede verse como otro antecedente de una Unión Europea bajo el imperio alemán hitleriano, y de hecho estaba en sus planes y programas en caso de haber vencido. La continuidad puede ser ilustrada a través de la evolución del jurista nazi Walter Hallstein, que terminó presidiendo la Comisión Europea.
La derrota del nazismo dividió Alemania, pasando su lado oriental a la órbita soviética y la occidental la estadounidense. Los Estados Unidos mimaron especialmente a la nueva República Federal de Alemania con el Plan Marshall. Ese Estado, junto a los del Benelux, Italia y Francia, puso las semillas de los tratados e instituciones de lo que hoy es la UE.
Tras la derrota y fragmentación de la URSS y su imperio, Alemania se reunificó (mejor dicho, el oeste absorbió al este) y se lanzó a velocidad de crucero a dar otra vuelta de tuerca a la integración europea, con el Tratado de Maastrich que básicamente elevaba el canón ordoliberal alemán a el nivel europeo, además de una moneda común que era, algo así, como elevar el marco a moneda europea.
Esa Alemania, completamente insertada en la globalización unipolar estadounidense del cambio de siglo, podía construir, siempre bajo el protectorado norteamericano, otra unidad europea bajo el mando del imperio alemán, como buscó el III Reich, pero ahora no en nombre de la raza aria, sino de la economía social de mercado, el IV Reich. Este último, con consecuencias devastadoras por todos conocidas en el sur de Europa o en los Balcanes, por ejemplo. Su punto álgido llegó con el largo mandato de Angela Merkel, tanto por su machaque a países como España o Grecia tras la crisis del 2008 como por el intento de equilibrio junto a su lugarteniente francés entre su hinterland nórdico/centroeuropeo (su patio trasero industrial del este de Europa) y la periferia sur-europea para poder parir los llamados fondos europeos con los que salvar el mercado europeo y, por lo tanto, su propia economía.
Pero cuando con la solución de los fondos europeos el IV Reich parecía poder tomar un nuevo rumbo, estalló la invasión rusa a Ucrania y la consiguiente guerra que ha puesto de nuevo encima de la mesa dos cosas. La primero, como vengo diciendo, es que este nuevo imperio alemán tiene, en última instancia, un patrón al otro lado del Atlántico al que se sigue, aunque sea a cambio de tiros en el pie. La segunda, que la propia Alemania pone todo su potencial económico para salvarse sin pensar en sus socios, incluyendo Francia, aunque a la vez les pida solidaridad energética.
Una situación, la que tenemos encima, que muy bien podría ser la de la tercera derrota de Alemania en su tercer intento de construirse como potencia imperial, que, si es así, tendría consecuencias para la propia UE.
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Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.