15M en perspectiva: una aproximación filosófica

Al cumplirse diez años de las movilizaciones del 15M, casi se diría que parece una época remota. Vivimos tiempos frenéticos, coronados ahora por una pandemia mundial que ha acelerado cambios políticos y sociales que estaban ya en marcha desde la recesión de 2007.

El derrumbe del modelo de financiarización, con la crisis de las hipotecas subprime y sus efectos en la economía global, derivó en una estrategia de rescate del sector bancario. Tras pomposas declaraciones acerca de la necesidad de reformar el capitalismo, la respuesta en la Unión Europea fue una dura agenda de recortes para los países miembros, especialmente los países mediterráneos y para aquellos que tuvieron que acogerse a los fondos de rescate, con un memorándum de condiciones aparejado. Recayó sobre Portugal, España, Italia y Grecia el estigma de ser sociedades licenciosas, sin espíritu de trabajo ni rigor en la gestión pública; en contraposición a la sobriedad de Alemania y la Europa del norte. Obviamente, la división social del trabajo a escala europea y las estructuras económicas de sus respectivas economías eran más determinantes, a este respecto, que pretendidos “espíritus nacionales”.

En España, la burbuja de la construcción, pieza clave del modelo económico del país, fuertemente terciarizado tras las reconversiones industriales condicionadas por la incorporación al mercado común europeo y el cumplimiento de los criterios de convergencia de la UE, se gripó arrastrada por la crisis mundial. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que en 2004 había llegado a la Moncloa de la mano de movilizaciones que antecedieron al 15M, como las protestas contra el desastre del Prestige (Nunca Mais), contra la participación de España en la Guerra de Irak (No a la Guerra) y la reacción social al atentado yihadista del 11M, claudicó ante las imposiciones de la Comisión Europea y el BCE, acatando recortes sociales y pactando con el PP la reforma del artículo 135 de la Constitución Española.

Tal es el contexto en el que hay que situar las movilizaciones del 15M. Un tenso clima social en el que el desempleo superó en España el 20% y el paro juvenil llegó al 43%. Precisamente fueron los jóvenes de las capas medias, como ha subrayado Enmanuel Rodríguez, la juventud con cualificación, especialmente los universitarios, que vieron quebrarse los ascensores sociales vinculados a la formación y se vieron abocados a un horizonte de precarización y falta de expectativas, quienes constituyeron la base social fundamental de las protestas.

Las ideas detrás del lema: ¡Democracia Real, YA!

En lo que sigue trataremos de analizar, desde una perspectiva filosófica, el movimiento 15M. Tomaré como referencia la convocatoria promovida desde la plataforma ¡Democracia Real YA!

Las movilizaciones del 15M, que en lo inmediato tuvieron la inspiración de las protestas egipcias de la Plaza Tahrir y vinieron antecedidas por movilizaciones españolas, a las que he hecho mención más arriba, sintetizaron precedentes como las protestas del Foro de Davos, los movimientos altermundistas y críticos con la globalización, así como demandas del activismo medioambiental.

En conjunto, se trataba de un movimiento heterogéneo, en el que podían rastrearse, amalgamadas, corrientes ideológicas vinculadas tanto a la tradición libertaria, como al republicanismo o al liberalismo progresista. Sin embargo, el manifiesto de ¡Democracia Real YA!, entre las otras convocatorias que promovieron las protestas, enfatizaba su carácter apartidista, que no antipolítico, apelando al descrédito del sistema de representación.

La clave del éxito del 15M estuvo, probablemente, en ser una movilización de carácter ciudadanista. El criterio de adscripción no era tanto la clase social, la apelación a una identidad fraguada en el marco socioeconómico, aunque reclamaba la derogación de la reforma laboral introducida por Zapatero y, más adelante, de la reforma del PP. Las reivindicaciones se articulaban en el plano de los derechos ciudadanos. Derechos vinculados a la participación política ante el descrédito de los partidos como vertebradores de la pluralidad política; derechos sociales que estaban siendo mermados por la externalización de la gestión sanitaria y los recortes en el estado del bienestar. El derecho a la vivienda frente a la especulación inmobiliaria, el encarecimiento de los alquileres y el auge de los desahucios hipotecarios como efecto de la crisis económica. Los derechos del consumidor y el libre acceso al conocimiento a través de Internet. La defensa del medioambiente esgrimida como un derecho ligado a las condiciones básicas de vida y a la preservación de la propia sociedad.

La invocación de esos derechos se oponía a la mercantilización de la vida, en sus diferentes vertientes, por parte de un sistema financiero desbocado, que había provocado la crisis, que estaba siendo rescatado y que promovía, en conjunción con los grandes organismos económicos, la desregulación laboral, la rebaja de impuestos a las rentas altas y ahondar en la senda de precarización y privatización de los servicios públicos. Mercantilización que también sería operada por parte de una clase política ajena al control ciudadano, que se beneficia de puertas giratorias en las grandes corporaciones a cambio de legislar en su beneficio.

La defensa de los derechos ciudadanos, en su dimensión política, civil y social, se articuló a través de plataformas y movilizaciones específicas. Así, vendrían a conectarse con el 15M las mareas educativa y sanitaria, en que las reivindicaciones de los profesionales de los sectores se aunaban con las de los usuarios.

Pero volvamos sobre la propia fórmula ¡Democracia Real YA! A partir de lo dicho, puede concluirse que la pretendida democracia real se liga a la consolidación del cuerpo de derechos anteriormente mencionado y a su salvaguarda frente a la conversión en nichos de negocio o la anulación de los mecanismos de control ciudadano. Pero, ¿cuál es el parámetro desde el que puede hablarse de una democracia real? Apelar a un modelo ideal de sociedad es un elemento característico de cualquier movimiento de carácter emancipatorio o que aspire, simplemente, al cambio social. La tradición libertaria ligaba la democracia plena con la abolición del Estado, entendido como una estructura constitutivamente opresiva. El socialismo y el comunismo consideraban el Estado como una estructura al servicio de las clases dominantes; no podía ser abolido pero podría llegar a extinguirse, a perder su carácter coercitivo si se convertía en un Estado al servicio de las clases trabajadoras, que procediese a abolir las bases de la desigualdad mediante la socialización de los medios de producción y, con ello, la fuente de los conflictos sociales.
En su génesis, la democracia ateniense se ligaba al principio de isonomía: la igualdad entre sí y ante la ley de cada uno de los ciudadanos, dotado de voz y voto en la asamblea y elegibles para cargo público. El principio de isonomía sería rescatado por las revoluciones liberales, frente al carácter estamental de las cámaras e instituciones del Antiguo Régimen. El imperio de la ley y la división de poderes serían los requisitos para impedir el abuso de poder y cimentar un tipo de Estado orientado a preservar unos derechos inherentes a los sujetos, estrechamente relacionados con la actividad económica y el derecho a disponer libremente de los frutos del propio esfuerzo. Por su parte, la tradición republicana vinculó la democracia con los mecanismos de participación que permiten el moldeamiento de la voluntad general. Esta voluntad, en la teorización roussoniana, no era un mero agregado de las voluntades individuales o una imposición de la mayoría sobre las minorías, sino la configuración de una voluntad colectiva enfocada a la consecución del bien común.

Durante el siglo XIX, la conjunción y los intercambios doctrinales entre el republicanismo, el feminismo, el abolicionismo y el movimiento obrero irían desplegando un activismo y una articulación de movimientos político-sociales que sería clave en la conquista y ampliación para las mayorías de los derechos civiles y sociales. El estado social y el estado del bienestar pueden verse, en buena medida, como una respuesta a la capacidad activista del movimiento obrero. Los derechos no serían, desde esta perspectiva, atributos inherentes a una naturaleza humana, sino el producto del conflicto social. Derechos como la limitación de jornadas laborales, el sistema educativo, la seguridad social o la extensión del sufragio, serían el resultado de una correlación de fuerzas que fragua una institucionalidad que asegura la cohesión social, por la vía de asentar unos niveles de bienestar material. La derivada de este planteamiento es, justamente, la propia reversibilidad de los derechos, la posibilidad, siempre latente, de su achicamiento cuando la correlación de fuerzas sea desfavorable para las mayorías sociales.

Cabe mencionar, en este punto, que autores como Weber y Schumpeter confrontaron la enunciación rousseauniana de la voluntad general y buena parte del trasfondo doctrinal de la democracia demoliberal. La democracia no podría caracterizarse realmente como “el poder en manos del pueblo” o la consecución del bien común. El pueblo o la nación, como conjunto de la ciudadanía, no tienen una voluntad coherente susceptible de ser expresada, sino que, al tiempo que está fragmentado en una diversidad de grupos sociales, se configuran corrientes de opinión e ideologías diversas en la esfera pública, moldeada por diferentes medios creadores de opinión. La democracia sería, en realidad un proceso de selección y renovación de la élite dirigente; el Estado genera una estructura burocrática, ligada a su tejido administrativo e institucional, y se inserta en un espacio transnacional, estructurado jerárquicamente por relaciones de interdependencia. Las instituciones representativas generan una dirigencia que tiende a segregarse del ciudadano peatón, aunque puedan aparecer nuevos partidos y estén sujetos a mecanismos de rendición de cuentas. La voluntad expresada en las urnas no es así una voluntad general, ni la plasmación de la búsqueda del bien común, por más que se tienda a enunciar como tal; sólo una mayoría de gobierno, cuando es posible constituirlo, y una correlación de fuerzas parlamentarias fuertemente condicionadas por la geopolítica, las presiones del poder económico y otros grupos de influencia.

Es en este punto donde el 15M pretendía explorar, no sin mediar una fuerte idealización, una vía para ampliar las dinámicas de participación ciudadana, suplir las carencias del sistema representativo, atenazado además por el vaciamiento de la soberanía de los Estados medianos en favor de estructuras transnacionales. Tal solución sería el desarrollo de la tecnología digital y de internet como base para construir nuevas vías de participación y de activismo, así como para generar una opinión pública crítica e informada, más allá de los filtros e imaginarios impuestos por los grandes medios.

Ya César Rendueles, en su obra Sociofobia, cuestionó las virtualidades de la Internet y las redes sociales como mecanismos para generar nuevas formas de participación política, rebajando las expectativas tecno-optimistas. Sostenía que los medios telemáticos, en vez de afianzar los vínculos sociales, tendían a fomentar un tipo de vínculo más inestable y a volvernos menos exigentes en nuestras interacciones públicas. Además, las redes sociales y las búsquedas están fuertemente condicionados por los navegadores y buscadores, por los algoritmos que regulan su funcionamiento. Escándalos como el Cambridge Analityca, cediendo datos personales de los usuarios para las campañas de Trump y Bolsonaro.

Tampoco están exentas las redes sociales de las dinámicas de polarización o de la utilización sistemática de falacias y bulos para crear un clima de opinión.

Final

Cabe preguntarse qué queda, diez años después del 15M, o cuáles son sus aportaciones históricas a la vida social y política española. Parecía que podría ser un hito en la participación política que determinase la politización de amplios sectores de la población, rebasando además las categorías izquierda/derecha para promover un programa de mínimos, basado en la recuperación de los derechos sociales y la regeneración democrática. Lo cierto es que sus efectos han sido magros en relación a la expectativa despertada; aunque quizás no quepa achacárselo a las limitaciones del 15M, sino al frenesí turbulento de la política española en los últimos años.

Es verdad que el 15M propició la ruptura del sistema bipartidista, pero la capacidad de las nuevas formaciones ha sido limitada. Lo más relevante es que, a pesar del gran respaldo social que concitó el 15M, la ulterior redefinición del sistema de partidos derivó en una reorganización dentro de los bloques ideológicos izquierda/derecha. La pretensión de desarrollar una fuerza transversal no cuajó. Por otro lado, la politización que generó frente a la desafección quedó sofocada por la vorágine de la cuestión nacionalista de los últimos años. Vivimos en un periodo de reflujo, con un nacionalismo españolista excluyente y con componentes xenófobos y ultraconservadores que ha crecido como reacción al nacionalismo catalán, y una situación política de gran crispación, convenientemente cebada por los medios de comunicación, donde el debate público se ha degradado por completo.

En todo caso, el 15M sí pasará a la posteridad como un hito en los movimientos sociales de nuestro país, que tuvo la capacidad de situar en el debate público la defensa de los derechos fundamentales y de lo colectivo, apuntando hacia la gigantesca ingeniería de expropiación social.

Ovidio Rozada es licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo, directivo de la Sociedad Cultural Gijonesa y profesor de enseñanza secundaria en Corvera, un concejo próximo a la ciudad de Avilés.

Imagen: 2ª Asamblea Popular Alcobendas-San Sebastián de los Reyes, por ceronegativo.

Cuatro tesis sobre el 15M: de Zapatero a Sánchez (II)

Continuación. Las dos primeras tesis, disponibles aquí.

3. Un nuevo 1848, ciclo Kondratieff y Rubicón.

Me recuerda a 1848, otra revolución autoimpulsada que empezó en un solo país y después se extendió por todo el continente en poco tiempo (…) Dos años después de 1848 parecía como si todo hubiera fracasado. Pero a largo plazo, no había fallado. Se habían conseguido una buena cantidad de avances liberales. De modo que fue un fracaso inmediato, pero un éxito parcial a medio plazo, aunque ya no en forma de una revolución (…) Lo que los une es un descontento común y unas fuerzas de movilización comunes: una clase media modernizadora, más que todo joven, estudiantes y, sobre todo, una tecnología que hace que hoy sea mucho más fácil movilizar protestas (…) Las ocupaciones en la mayoría de casos no han sido protestas de masas, no fueron el 99%, sino estudiantes y miembros de la contracultura. A veces, eso encontró un eco en la opinión pública. En el caso de las protestas contra Wall Street y las ocupaciones anticapitalistas fue así (…) La izquierda tradicional estaba orientada a un tipo de sociedad que ya no existe o está dejando de existir. Creían sobre todo en el movimiento obrero como responsable del futuro. Bien, hemos sido desindustrializados y eso ya no es posible (…) Las movilizaciones de masas más efectivas hoy son las que empiezan en una clase media moderna y en particular en un cuerpo enorme de estudiantes.
Entrevista a Eric Hobsbawn en la BBC, diciembre del 2011.

 

Esta mezcla global de elitismo y populismo, política de izquierdas y de derechas la ultraestetización de la revuelta y el presunto “vandalismo” puede remontarse en parte a los volátiles fundamentos de clase de la ola de revueltas de 2009-14 (así como a la dinámica sistémica mundial. Sin embargo (…) la centralidad de la nueva clase media fue una de las principales razones por las que esta oleada de revueltas fue totalmente ambivalente. (…) Sin embargo, dados sus privilegios (desigualmente distribuidos), no podemos estar seguros de qué tipo de soluciones políticas apoyará esta clase en el futuro. Los marcos que no reconocen la centralidad de la contradicción de las posiciones de la clase media -ya sea de la izquierda o de la derecha, ya sea optimista o pesimista sobre la política de la clase media – no pueden llevarnos lejos en la comprensión de la política del siglo XXI. El lado más oscuro (elitista, autoritario, contrario a los estratos inferiores, ocasionalmente fascista) de la nueva política de la clase media fue más visible en los últimos eslabones de la cadena (Venezuela y Ucrania), pero no estuvo ni mucho menos ausente en las revueltas contra la mercantilización en la globalización (…) Otra forma de expresar lo mismo: un rasgo definitorio de la nueva pequeña burguesía es (la dependencia de) la ‘competencia’. Esta palabra mágica (con sus connotaciones científicas y racionalistas) subraya lo que la diferencia de la antigua pequeña burguesía, al tiempo que también señala las determinaciones económico-ideológicas afines de las dos clases (el oficio; la creencia en el conocimiento, la autonomía, etc.; y la naturaleza gremial de sus habilidades y su posición social) (…) La ocupación (como otros índices) es un indicador imperfecto, pero para medir la pertenencia a esta clase, las encuestas y otros instrumentos pueden tener en cuenta lo siguiente: los antiguos profesionales (ingenieros, médicos, dentistas, abogados, farmacéuticos, académicos, contables, etc., la mayoría de los cuales constituyen los miembros relativamente más privilegiados de esta clase); los empleados de los servicios médicos y sociales, los administradores de rango medio y bajo y los profesionales de los medios de comunicación (la ‘nueva’ pequeña burguesía del siglo XX); y algunos de los ‘nuevos profesionales’ de nuestra época que se encuentran en la cresta de la ola de la neoliberalización (expertos financieros, empleados del sector inmobiliario, etc.), cuyos privilegios y distinciones están siendo enormemente contestados.
Cihan Tugal, “Elusive revolt: The contradictory rise of middle class politics”, Thesis Eleven, 2015.

 

¿Qué conexión puede haber entre 1848 y 2011? A primera vista puede incluso hacer daño comparar una obra magna, publicada en 1848, El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, con el ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, que devino en una especie de biblia del 15M. Bromas aparte, sí existe una primera similitud que se nos viene a la cabeza. En ambos casos observamos una serie de revueltas, insurrecciones o revoluciones que, empezando en un país, continúan en otros: en 1848 comenzó en Francia y se extendió a lo que años después sería Alemania y Europa Central pasando por lo que años después sería Italia; en 2011 la cosa comenzó en el norte de África (Túnez, Egipto) se extendió al sur de Europa (particularmente España) y llegó a diferentes países del mundo, incluyendo los Estados Unidos.

Pero también hay diferencias. Las composiciones de clase fueron diferentes en uno y otro caso: en 1848 nos encontramos a la burguesía industrial ascendente con el apoyo de la pequeña burguesía y el naciente movimiento obrero, un proletariado, eso sí, que también se enfrenta a esa burguesía (como magistralmente nos mostró Marx en sus textos sobre las luchas de clases en Francia o el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte), todos ellos frente al statu quo consecuencia de la derrota de la Francia napoleónica y la restauración del Congresos de Viena. 163 años después, en 2011, tenemos a una nueva clase media profesional y directiva asalariada como constante y principal protagonista frente al statu quo, fruto de la derrota de la URSS y la de su enemigo íntimo, la socialdemocracia, por el neoliberalismo vehiculado en el Consenso de Washington. La principal diferencia, pues, entre los diferentes componentes de clase se deben a dos momentos diferentes en la historia y el desarrollo del modo de producción capitalista.

Sin embargo, partiendo de ese modo de producción, podemos encontrar la más importante y profunda similitud de ambos años. Tanto en 1848 como en 2011 se observa una dinámica (o leyes/tendencias de movimiento) propia del capitalismo basada en, además de un desarrollo simpar de las fuerzas productivas y su expansión geográfica, crisis recurrentes a corto plazo y, sobre todo, estructurales o de largo plazo. Ahí entran los llamados Ciclos de Kondratieff, los cuales se dividen en dos grandes fases; una A (de más o menos veinticinco años de duración), caracterizada por el crecimiento robusto de la economía, y otra B (de la misma duración que la A) de ningún o bajo crecimiento. En ambas fases se mueven ciclos cortos, de Juglar y Kitchin, menos o más profundos en la fase A o en la B respectivamente.

KONDRATIEV wave theory1

KONDRATIEV wave theory table1

 

Basándose en esos ciclos, así como en las ideas de Schumpeter, Carlota Pérez analiza las diferentes revoluciones tecnológicas como las causas que estarían detrás de los mismos, desde la revolución tecnológica que fue la Revolución industrial en la Gran Bretaña de finales del siglo XVIII hasta la que se inicia en Silicon Valley a finales del pasado siglo XX. En este largo período, contabiliza hasta ahora cinco revoluciones tecnológicas. La fase de instalación de una revolución tecnológica del modelo de Carlota Pérez sería equiparable al momento de una fase B de un ciclo Kondratieff. A esa fase de instalación la llama, siguiendo a Schumpeter, de “destrucción creativa”, en cuanto nuevas industrias, ramas, mercados y sectores surgen a lomos de la revolución tecnológica de turno, destruyendo otras industrias, ramas, mercados y sectores u obligándoles a adaptarse a las innovaciones tecnológicas y organizativas para sobrevivir.

Pero todo eso llega a un límite que ella llama “punto de inflexión”, que en cada revolución tecnológica dura más o menos tiempo, al que se llega como consecuencia de la baja rentabilidad de las empresas – en contraste con lo que sucede en la fase A – y por un capital financiero que ha pasado de suministrar dinero a los “emprendedores” o “burgueses schumpeterianos” de las nuevas tecnologías (un Henry Ford en una época o un Steve Jobs en otra, por ejemplo) a jugar a la especulación pura y dura – o “capital ficticio”, en términos de Marx –, creando así burbujas que, junto a la crisis de rentabilidad del sector productivo que subyace a la apuesta por el “capital ficticio”, llevan a una fuerte crisis o sucesiones de crisis que rompen todas las costuras (ya muy deshilachadas por la “destrucción creativa”). En este punto se observan consecuencias en forma de profundización de los conflictos, las luchas y la dialéctica dentro de los Estados y entre ellos (revoluciones, rebeliones, guerras, golpes, inestabilidad política, etc.). Todo se pone en cuestión. Y justo ese “punto de inflexión” o Rubicón es donde se observa la similitud más de fondo de la que hablamos entre 1848 y 2011. En ambos años, el fondo que determina el drama de las dos “primaveras de los pueblos o de las naciones” es ese, aunque con diferentes actores, dados los diferentes momentos de desarrollo de las fuerzas productivas dentro del modo de producción capitalista.

Eso sí, la solución recurrente a todos esos Rubicón ha sido la de la victoria de un bloque social en una serie de Estados, los cuales construyen raíles, o “marco socio-institucional”, en términos de Carlota Pérez, que pueden ser y han sido diferentes. Pero sobre todos esos raíles discurrirá como un tren bala la revolución tecnológica de turno, el conjunto dado de fuerzas productivas se desarrollará en su plenitud, con cada vez mayor inversión, mayores beneficios y rentabilidad, volviendo la paz social y amortiguándose las desigualdades, constituyéndose un orden mundial nuevo o reforzándose otro anterior. Eso es lo que Carlota Pérez llama “la Edad de Oro” o fase de despliegue, que sería el equivalente a la Fase A de un ciclo Kondratieff que, a su vez, llegará a su fin cuando toda ese despliegue de la revolución tecnológica llegue a su madurez, muera de éxito (la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la sobreproducción de Marx y el consiguiente recrudecimiento de todo tipo de conflictos sociales, políticos, geopolíticos) y se vuelva de nuevo a la fase B de un ciclo Kondratieff o la “destrucción creativa” de la fase de instalación de una nueva revolución tecnológica.

 

4. La nueva política y un PSOE renacido en Sánchez.

En la ‘relación de fuerza’ mientras tanto es necesario distinguir diversos momentos o grados, que en lo fundamental son los siguientes:

1) Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligadas a la estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los hombres, que puede ser medida con los sistemas de las ciencias exactas o físicas. Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción se dan los grupos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición determinada en la misma producción. Esta relación es lo que es, una realidad rebelde: nadie puede modificar el número de las empresas y de sus empleados, el número de las ciudades y de la población urbana, etc. Esta fundamental disposición de fuerzas permite estudiar si existen en la sociedad las condiciones necesarias y suficientes para su transformación, o sea, permite controlar el grado de realismo y de posibilidades de realización de las diversas ideologías que nacieron en ella misma, en el terreno de las contradicciones que generó durante su desarrollo.

2) Un momento sucesivo es la relación de las fuerzas políticas; es decir, la valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diferentes grupos sociales. Este momento, a su vez, puede ser analizado y dividido en diferentes grados que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política colectiva, tal como se manifestaron hasta ahora en la historia. El primero y más elemental es el económico-corporativo: un comerciante siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro fabricante, etc., pero el comerciante no se siente aún solidario con el fabricante; o sea, es sentida la unidad homogénea del grupo profesional y el deber de organizarla, pero no se siente aún la unidad con el grupo social más vasto Un segundo momento es aquél donde se logra la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente económico. Ya en este momento se plantea la cuestión del Estado, pero sólo en el terreno de lograr una igualdad política-jurídica con los grupos dominantes, ya que se reivindica el derecho a participar en la legislación y en la administración y hasta de modificarla, de reformarla, pero en los marcos fundamentales existentes. Un tercer momento es aquel donde se logra la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan los límites de la corporación, de un grupo puramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más estrictamente política, que señala el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en “partido”, se confrontan y entran en lucha, hasta que una sola de ellas, o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social; determinando además de la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha, no sobre un plano corporativo, sino sobre un plano “universal” y creando así la hegemonía, de un grupo social fundamental, sobre una serie de grupos subordinados. El estado es concebido como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del mismo grupo; pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías “nacionales”. El grupo dominante es coordinado concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como una formación y una superación continua de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley), entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados; equilibrios en donde los intereses del grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto, o sea, hasta el punto en que chocan con el mezquino interés económico-corporativo.

Antonio Gramsci, “Análisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas”, Cuadernos de la Cárcel, 17/XII, §17.

 

Lo que hizo que esa hipótesis fuera débil fue la falta de un análisis en profundidad de las transformaciones de composición de clase inducidas por medio siglo de contrarrevolución liberal. Junto con Alessandro Visalli esbocé un primer intento en ese sentido en la sección de la tesis de Nueva Dirección dedicada a este tema. Nuestra propuesta entrecruzaba diferentes parámetros para definir los contornos del proletariado contemporáneo, basado, más que en los niveles salariales, en una serie de oposiciones: capacidad o no para negociar el precio de la fuerza de trabajo (independientemente del tipo de marco legal de la misma); disponibilidad o no disponibilidad de fuentes de ingresos distintas del trabajo (bienes raíces, valores de diversos tipos, seguros, etc.); niveles de educación (‘capital cultural’, para utilizar un neologismo en boga); ubicación geográfica (centros metropolitanos gentrificados frente a periferias y ciudades de provincia); niveles de empleo precario, etc. Además de directivos, profesionales, rentistas y pequeños y medianos empresarios, de la lista también quedaban excluidos los mandos medios con funciones de control de la fuerza de trabajo, así como a los estratos de trabajadores intelectuales (nuevas profesiones, trabajadores del conocimiento, ‘creativos’, etc.) que, aunque con salarios relativamente bajos y/o penalizados por capacidades sobredimensionadas en relación con el empleo real y las oportunidades de carrera, conservan expectativas e identidades de estatus típicas de las clases medias altas.
El problema es que es precisamente esta última capa, es la que ejerce la hegemonía en las formaciones populistas de izquierda (…) Además, no debe subestimarse la posibilidad de que Europa aproveche la oportunidad de la crisis pandémica para recuperar el consenso y la credibilidad 1) promoviendo la inversión en infraestructuras, tecnologías avanzadas, servicios y administración pública; 2) amortiguando los efectos más dramáticos de los procesos de empobrecimiento generados por la crisis; 3) volviendo a comprar la fidelidad de las clases medias con educación alta y con capacidades útiles para la reactivación de un ciclo de desarrollo. Me doy cuenta de que mucha gente -y yo hasta hace poco- pensaban y piensan que el actual régimen oligárquico ‘no puede’ tomar tales iniciativas, pero hay que recordar que Lenin argumentó que no hay crisis que el régimen capitalista, si no es derrocado políticamente, no pueda superar tarde o temprano

Carlo Formenti, “España e Italia. La ofensiva de las oligarquías”, El Viejo Topo, 24 de abril, 2021.

 

Después de este rodeo más allá de nuestro país y de la historia y dinámica del capitalismo, volvamos a España y al 15M. Habiendo enfocado la Spanish Revolution en ese ciclo internacional de movilizaciones variadas con un similar protagonista principal en cuanto a la clase social y el condicionamiento de todo ello por ese punto de inflexión, volvamos con las consecuencias de ese estallido en nuestro país.

Las primeras consecuencias fueron, además de un nuevo ciclo de victorias electorales del PP, más movilizaciones ya muy marcada por las formas que trajo el 15M: movilización contra los recortes en servicios y sueldos públicos y contra la corrupción del PP, huelgas generales, etc. Aunque en estas movilizaciones se pudo observar la participación de sectores de la clase obrera dentro del área de influencia sindical, el protagonismo siguió en la clase profesional y directiva asalariada. Los ejemplos perfectos fueron las llamadas mareas (blanca, verde, roja, etc.) cuyos agentes centrales eran los profesionales de la sanidad y la educación, con gran capacidad de nuclear a su alrededor a diferentes sectores sociales bajo la defensa de los servicios públicos. Pero las consecuencias finales del 15M, justo cuando las movilizaciones se iban apagando, se dieron en la arena política.

En 2014 nace oficialmente, con la apertura de un nuevo ciclo electoral en ese año con las europeas y que continuará el siguiente con las municipales, autonómicas y generales, la nueva política. Esto es, nuevos partidos retadores de los dos grandes; tanto a su izquierda, con Podemos, como a su derecha, con Ciudadanos (aunque este partido se había constituido años antes en el particular contexto catalán, es ese año cuando salta a la arena nacional). Tanto Podemos como Ciudadanos son efectos del 15M. Uno, Podemos, desde las aristas más socialdemócratas del mismo; otro, Ciudadanos, desde las aristas más liberal tecnocráticas/regeneracionistas. Podemos, desde gente que protagonizó más directamente el 15M y movilizaciones posteriores; Ciudadanos desde aquellos indignados con el PP, pero también temerosos de esas movilizaciones y sus propuestas más aparentemente antisistema. Ambos partidos con dirigentes, cuadros y su principal base electoral proveniente de la clase profesional y directiva asalariada. Podemos incluía a los mas jóvenes y la fracción sociocultural (profesores, médicos, enfermeras, periodistas, artistas, etc.) con menos ingresos y más precariedad; aquellos que, incluso, estaban en proceso de proletarización (“sobrecualificados” o desclasados; es decir, que no trabajan de lo suyo sino en trabajos de clase obrera); y quienes trabajaban en el sector público o aspiraban a ello. Ciudadanos se componía de la fracción científico-técnica (ingenieros, arquitectos, etc.) y, sobre todo, la fracción administración/organización (directivos, abogados, economistas, profesionales del marketing y las finanzas, etc.), con mejores salarios y estabilidad; en su mayoría, eran jóvenes, en sus treinta y cuarenta años, que trabajaban en el sector privado. Estas diferencias implicaban sus divergencias en programas e ideario aún dentro de similitudes organizativas, como la celebración de primarias, el uso de las nuevas tecnologías, la denuncia a la corrupción de la vieja política, entre otras.

Las urnas acabaron poniendo a cada uno en su sitio tras una convulsa fase de inestabilidad institucional, que incluyó el intento fracasado del PSOE de articular una coalición informal con estos dos partidos tras las elecciones de 2015; la repetición electoral con triunfo de Rajoy en 2016; la ducha de agua fría para Podemos, primero en coalición con IU y, luego, con una significativa escisión de carácter regional en Madrid (2016-2019); la vuelta, cual ave fénix, de Sánchez en 2017 tras ser “asesinado” políticamente en el Comité central del PSOE; el breve estrellato demoscópico de Ciudadanos tras su victoria en las elecciones catalanas de 2017; la moción de censura que hizo presidente a Sánchez en 2018; y, finalmente, y tras un nuevo ciclo electoral con generales repetidas de nuevo, un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, a lo que se sumó la debacle de Ciudadanos y la emergencia de (éramos pocos y parió la abuela) Vox. Se conformó un gobierno cuyo objetivo era volver a la primera legislatura de Zapatero y continuar por ese camino (el de antes del “¡No nos falles!”), hasta que un microscópico virus venido del lejano Oriente entró en escena, uno que forzó confinamientos y parones económicos en todo el mundo, destrozos en el PIB (en una economía capitalista internacional que ya antes del virus daba señales de nubes negras) y desempleo.

Todo ello obliga a reconstrucciones y replanteamientos de teorías y políticas económicas en una medida mucho mayor que con el ciclo internacional de movilizaciones en el que estuvo encuadrado el 15M. Actualmente nos encontramos en un momento que algunos ven como análogo al del final de la Segunda Guerra Mundial, en el que, con la necesaria reconstrucción en el contexto de Guerra Fría, se pasó del “punto de inflexión” de Carlota Pérez (o última parte de una Fase B de Kondratieff) a la “edad de oro”, o fase de despliegue, de la revolución tecnológica de aquella época (o Fase A de Kondratieff). Los fondos europeos, los planes de inversión de Biden, la emergencia de China y su gran contención del virus y recuperación económica – achacable a su exitoso modelo económico-político –, y la inevitable nueva guerra fría entre Estados Unidos y China parecen ir en esa dirección. Está por ver si, efectivamente (hay fuertes indicios de ello), estamos en el paso a esa “edad de oro” o Fase A. Si es así, en ella se vislumbran dos modelos en lucha:

– Uno es el chino, en donde la clase dominante y hegemónica es esa protagonista de las movilizaciones sociales y políticas de las que estamos hablando en este artículo, una clase profesional y directiva asalariada que estaría en el “momento tres” de las relaciones de fuerza señaladas por Gramsci (en la cita suya que abre esta cuarta tesis); una clase que está en esa situación ya que, a su vez, se encuentra debidamente encuadrada en el Partido Comunista, con la ideología marxista/confuciana del mismo en un capitalismo de estado, o socialismo de mercado, con características chinas.

– El otro modelo estaría entre el socioliberalismo y la socialdemocracia, en un capitalismo con aristas progesistas, posmodernas, feministas y verdes; con una regulación laboral de flexiseguridad, que comenzó a practicarse en los países nórdicos en los años 90 con las reformas liberales que se hibridaron a su pasado socialdemócrata y que podemos vislumbrar en los Estados Unidos de Biden y en la UE de los Fondos Next Generation. Esta última sigue buscando su lugar en el mundo, y más con un posible próximo gobierno alemán formado por la “coalición semáforo”, entre verdes, socialdemócratas y liberales. En España, podríamos hablar de un Sanchismo/Yolandismo. En este modelo, el gran actor de este drama que estamos contando, la clase profesional y directiva asalariada, se encuentra en un “momento dos” (Gramsci dixit, ver la cita que abre esta cuarta tesis) como socio subordinado de una burguesía high-tech, con la que forma un bloque dominante frente a una clase obrera (vieja industrial y nueva de servicios) mejor tratada que en la época neoliberal (la fase de instalación o “destrucción creativa” de Carlota Pérez, la Fase B del ciclo de Kondratieff) y en trance de recomposición a las necesidades de las nuevas tecnologías en esa “edad de oro”, o fase de despliegue o Fase A de Kondratieff.

Un modelo que, de nuevo con Gramsci, sería el resultado de una triunfante revolución pasiva como lo fue el de la “edad de oro” anterior, y con ello cierto triunfo de esas movilizaciones internacionales en donde estuvo encuadrado el 15M, cuyo fruto, en España, sería la revolución pasiva encabezada por Pedro Sánchez y el PSOE de aquí en adelante.

Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.

Imagen: Pedro Sánchez Viaja a Canadá (23/09/2018), por La Moncloa.