La izquierda después de Syriza

En los próximos meses, Grecia volverá a las urnas después de una legislatura convulsa, marcada por graves escándalos de corrupción y espionaje ilegal. La deriva autoritaria del Gobierno heleno, en manos de Nueva Democracia (miembro del Partido Popular Europeo), se completa con un asfixiante control sobre los medios de comunicación, tradicionalmente vinculados a las oligarquías locales y dependientes de la financiación estatal.

El asesinato sin resolver del cronista Girgios Karavaiz y el acoso a una periodista crítica con la política migratoria del primer ministro griego llevaron recientemente a Reporteros sin Fronteras a situar a Grecia en el lugar 108 de su lista global de la libertad de prensa, entre Burundi y Zambia.

Si bien las encuestas auguran que Nueva Democracia seguirá siendo el partido más votado en las próximas elecciones, la adopción de un sistema electoral proporcional abre la puerta a que Syriza recupere el Gobierno griego de la mano de su otrora rival PASOK. Al menos, este parece ser el deseo de la familia socialista europea, en cuyas reuniones Tsipras es desde hace tiempo un invitado habitual. Alternativamente, Nueva Democracia no descarta alianzas con la extrema derecha con el fin de mantenerse en el Gobierno, por lo que el voto a Syriza representa también un voto en defensa de las maltrechas instituciones del país heleno.

Las diferencias con la primera victoria de Tsipras resultan ilustrativas de la transformación vivida por el conjunto de la izquierda europea. Hace una década, el avance de Syriza se sustentaba en la descomposición del centroizquierda tradicional, cuya receta de políticas económicas liberales a cambio de mayor gasto social resultó inútil ante la crisis de 2008. Atenas era el espejo en el que se miraban partidos de tradición anticapitalista y movimientos de nuevo cuño nacidos de las protestas contra la austeridad, unidos en la lucha contra un modelo económico profundamente desigual.

La historia de esa experiencia es conocida. La especulación en los mercados de deuda pública de la Eurozona había forzado el rescate de la economía griega a cambio de duros recortes de derechos laborales y sociales; medidas que con su victoria en 2015, Syriza se había comprometido a revertir. En sus negociaciones con la Troika, el nuevo Gobierno heleno planteaba lo siguiente: las medidas impuestas estaban alargando la crisis económica iniciada en 2008, al deprimir el consumo de las familias y el gasto público; un estancamiento que se prolongaría en el futuro ya que la caída en la demanda reduciría también la inversión y el crecimiento a medio plazo de la economía.

El Ministerio de Finanzas, liderado entonces por Yanis Varoufakis, avisaba además de un posible efecto dominó sobre las economías de otros países periféricos y el sistema financiero de la Eurozona, dado la elevada exposición de la banca europea a su deuda pública.

Por su parte, la Troika formada por la Comisión Europea, el BCE y el FMI priorizaba la reducción de los desequilibrios externos (el exceso de importaciones sobre exportaciones) que había caracterizado a las economías periféricas (España, Portugal, Grecia…) durante la década de los 2000. Para ello, la recesión económica era un instrumento con el que reducir los costes salariales y aumentar la competitividad de las economías rescatadas, aun a costa de empobrecerlas y hacerlas más desiguales. En lenguaje marxista, el objetivo último era disciplinar a la clase trabajadora, sacrificando incluso el crecimiento económico.  Los riesgos financieros que esta decisión implicaba (el supuesto “as en la manga” de la negociación de Varoufakis) no se consideraban inasumibles: un cálculo acertado, como se demostró una vez el BCE empezó a inundar los mercados de liquidez.

No sabremos en qué momento preciso Tsipras y su entorno empezaron a dudar de la viabilidad de llegar a un acuerdo con sus acreedores europeos, pero parece claro que nunca hubo una estrategia alternativa, a pesar de las voces en el partido y el Parlamento que defendían prepararse, llegado el caso, para una salida del euro. Para cuando el fracaso de las negociaciones resultó evidente, la única posibilidad asumida era la capitulación. Tsipras intentó evitar el coste político de esta decisión trasladándola al pueblo griego con una consulta, en la que éste votó masivamente (61,3%) contra las políticas neoliberales impuestas por la Unión Europea. Pero la incapacidad de responder a este mandato llevó al Gobierno de Syriza a aprobar en el Parlamento heleno, con los votos de la oposición, una nueva ronda de medidas de austeridad.

Tsipras sería reelegido poco después en un ambiente de resignación diametralmente opuesto al de su primera elección, descontento que abriría el paso al retorno de Nueva Democracia en 2019. Cuatro años después, la campaña de Syriza tiene otra música para su proyecto: salvar las instituciones griegas de su secuestro por parte de una derecha corrupta, nacionalista y reaccionaria. Con menos ilusión, pero idéntica gravitas, Syriza y su posible alianza con el PASOK son hoy el símbolo de la recomposición del centroizquierda de antaño a través de su oposición a una derecha radicalizada. Un deslizamiento del debate político hacia la dicotomía entre democracia y autoritarismo en sintonía con el realineamiento producido en el tablero político global y europeo (y, por ende, en nuestro propio país).

A priori, parecería difícil alistar a la UE del lado de las democracias: no sólo por la experiencia de los años de la austeridad, sino también por el propio entramado institucional europeo, cuyos Tratados (que sólo pueden ser revisados por unanimidad) anteponen las libertades económicas a los derechos sociales y garantizan la primacía de los órganos ejecutivos frente al Parlamento Europeo, única institución elegida por la ciudadanía europea.

Pero Bruselas se ha pasado la última década enfrentándose a la derecha nacionalista, de los conservadores post-Brexit a los Gobiernos iliberales del este de Europa y ahora, de la mano de la OTAN, contra Putin. Es una confrontación retórica y selectiva: basta que los otrora enemigos de la democracia juren su fidelidad a las instituciones europeas y atlánticas (véase la reconciliación con Polonia tras su apoyo incondicional a la escalada bélica en Ucrania) para devolverles su estatus de socios aceptables para el bloque europeo. Aun así, es indudable que Bruselas ha recobrado, entre la opinión pública, algo de la legitimidad política perdida en los años de la Troika.

Este proceso de relegitimación tiene también una vertiente económica. La UE ha capitalizado la respuesta a la crisis de la pandemia, suspendiendo las reglas fiscales que encorsetan habitualmente la acción pública de los Estados miembros y aprobando de paso un presupuesto extraordinario ligado a inversiones en medio ambiente y digitalización (NGEU), con las que compensar el retraso de Europa frente a otros bloques económicos (EEUU y China). Obviando el carácter excepcional de estas medidas, parecen haberse establecido las bases para una reconciliación del campo progresista y las instituciones europeas, que convergen en un programa de liberalismo político y mejoras sociales.

Para la izquierda, la primera parte de esta fórmula debería resultar poco creíble, por los motivos antes esbozados, pero en tiempos de derrota es habitual explorar las posibilidades que la UE “realmente existente” ofrece para hacer avanzar las ideas progresistas. Existe, por lo tanto, la tentación de acomodarse a un europeísmo banal en una era en el que la UE parece prometer el retorno a alguna especie de keynesianismo, capaz de mejorar las circunstancias de las clases populares en Europa. Una tentación, cabe suponer, tanto más fuerte ante el fracaso de la estrategia de confrontación seguida en la década anterior por Syriza y sus aliados.

No es la primera vez que se anda este camino, aunque con distintos protagonistas. Durante los años ‘70 y ’80, distintos gobiernos europeos de la familia socialista (Callaghan en el Reino Unido o Mitterrand en Francia) sufrieron en sus carnes el agotamiento de las políticas keynesianas en el marco nacional, toda vez que el entonces incipiente proceso de integración económica ya impedía usar los instrumentos fiscales y monetarios tradicionales sin despertar los ataques del capital financiero global. Para ellos, el proceso de construcción europea (hegemonizado en lo económico, ayer como hoy, por la potencia más conservadora del continente: Alemania) ofrecía la promesa de reedificar las instituciones de política económica características del keynesianismo, esta vez sobre una base supranacional.

En una especie de etapismo inconsciente, se confiaba en que el proceso de creación de las instituciones de la actual UE a partir de la antigua CEE (el Mercado Único, la Moneda Única… instituidos en el Tratado de Maastricht) albergara en su seno el germen de una Europa con una fiscalidad común y potentes mecanismos redistributivos, del mismo modo que, históricamente, las instituciones económicas de los Estados liberales (configurados, precisamente, a través de la creación de mercados, moneda y economías nacionales homogéneas) había precedido a los Estados intervencionistas característicos de la  época keynesiana.

Subyace en esta visión la idea que las formas económicas keynesianas se impusieron sobre sus antecedentes liberales por su mayor racionalidad y que, por lo tanto, lo mismo sucedería de modo inevitable en el marco europeo. Ecos de este argumento se encuentran cuando se expone, con evidente satisfacción, que el giro actual de las políticas europeas se debe a que esta ha aprendido (¡por fin!) de los “errores” o el “fracaso” de las políticas del pasado.

Sin embargo, la formación del estado keynesiano no hubiera sido posible sin la experiencia histórica de la Primera Guerra Mundial, las crisis económicas del periodo de entreguerras y la competencia con el modelo soviético; experiencias que resultan, en nuestro tiempo, extraordinariamente lejanas.

Nadie en las élites europeas duda hoy de la capacidad del capitalismo para reproducirse sin subordinar el conflicto de clases a la mediación de un tercer agente (el Estado) o teme su sustitución por un sistema socialista: miedos que sin duda atormentaron a generaciones políticas anteriores. En plena continuidad con los años álgidos del neoliberalismo, el capital europeo puede plantear sus demandas a sabiendas que nadie discute de su rol director en la configuración de la política económica europea. En tiempos de pandemia, esto se concretó en un apoyo fiscal prácticamente ilimitado. Superada la pandemia, los debates que se producen vuelven a la época anterior.

Así, el actual debate sobre la reforma de las reglas fiscales, cuya suspensión acaba en 2023, está lejos de proponer ninguna reforma en profundidad. En las propuestas lanzadas hasta el momento se mantiene la obligación que el gasto público no crezca a mayor ritmo que la economía en el medio plazo, lo que en la práctica implica que el incremento del gasto público se ve limitado por el crecimiento de la productividad en el sector privado. Esto implica que difícilmente podrá darse continuidad a las políticas fiscales que han funcionado para sostener el empleo durante la pandemia, salvo en circunstancias excepcionales, incluso en aquellos países donde las tasas de desempleo siguen siendo elevadas. Y menos aun cuando se mantiene la obligación de adaptar la política fiscal para que la deuda pública caiga  hasta el 60% del PIB, cuando la deuda de la Eurozona supera ampliamente el 90% del PIB.

Es cierto que la Comisión Europea propuso, el pasado noviembre, eliminar algunas de las exigencias relativas al ritmo de reducción de esta deuda o al automatismo de las sanciones monetarias para los Estados que incumplieran las reglas fiscales. Pero se trata de exigencias y sanciones jamás implementadas, mientras que se propone reforzar otros mecanismos ya existentes, tales como fijar condiciones políticas parar recibir fondos europeos.

Para países que combinan altos niveles de deuda pública y elevados compromisos de gasto social (por la existencia de poblaciones envejecidas y altos niveles de desempleo) las reformas fiscales supondrán, con certeza, futuros recortes a los mecanismos de protección social existentes (véase, una nueva vuelta de tuerca al sistema de pensiones, como lleva tiempo planteándose en varios Estados miembros) o límites a una expansión sustancial del gasto público en otras partidas.

Los efectos de esta gobernanza fiscal podrían suavizarse si se implementaran políticas de transferencias entre los países más ricos y más pobres de la UE. No en vano, se ha planteado convertir en permanente el actual fondo NGEU, que ha servido para incrementar el gasto inversor en los países más afectados por la pandemia (en términos absolutos: Italia y España).

Sin embargo, está posibilidad parece vetada por la oposición de Alemania y otros países a mantener este programa, financiado con deuda europea, al considerar que el mismo supone un subsidio a los países receptores a costa del contribuyente (nor)europeo. Y esta oposición tiene el tiempo a su favor, toda vez que el NGEU caduca en 2026 y su continuidad requeriría un voto unánime de los Estados miembros.

En aparente contrapartida, Alemania y Francia apoyan una relajación de las reglas de competencia para subsidiar a las industrias estratégicas, en una propuesta conjunta lanzada el pasado diciembre. De implementarse, esta petición podría garantizar la competitividad de la industria europea en el mercado global, especialmente antes las medidas proteccionistas tomadas por otros países (véase, de nuevo, China y EEUU) y el retraso relativo de la UE en algunos sectores: un objetivo que comparte con el actual NGEU. Pero de implementarse sin relajar las reglas fiscales, esta propuesta conduciría a que sólo los países más ricos o aquellos más dispuestos a sacrificar el gasto público social en favor del apoyo a la empresa privada llevaran a cabo este tipo de programas, en una nueva fuente de dumping y desigualdad territorial entre países europeos. Un efecto que no cabe considerar como indeseado, vista la oposición de Alemania a cualquier mutualización de las inversiones.

Al retorno de la ortodoxia fiscal se le suma el retorno de la ortodoxia monetaria. Como respuesta a la actual espiral de precios, los tipos de interés del BCE empezaron a subir en julio hasta el 2,5% de estos momentos y se encuentran actualmente en niveles no vistos desde 2008, después de años de tipos nulos. El mensaje de Lagarde es que los tipos de interés seguirán subiendo hasta que la inflación caiga en la Eurozona hasta el 2% (como referencia, 2022 cerró con una inflación del 9,2%). Prueba de esta determinación es que el mismo 15 de diciembre, el BCE confirmó que empezaría a revertir sus programas de compras masivas de bonos a partir de marzo de 2023, lo que previsiblemente acelerará el incremento de los costes de financiación de la deuda de empresas y Estados, planteando dificultades adicionales a estos para cumplir con las reglas fiscales.

Este incremento supone, ya en la actualidad, un grave problema para las familias con hipotecas y créditos a tipo variable, en modo inversamente proporcional a su nivel de ingresos. El BCE opta por redistribuir la renta de abajo a arriba, lo que, además de empobrecer a las personas directamente afectadas, contribuirá en no poca medida a reducir la actividad económica en su conjunto.

Una vez más, el objetivo último es que el menor crecimiento del PIB discipline a la clase trabajadora y que la misma renuncie a incrementos salariales con los que recuperar el poder adquisitivo perdido, de modo que sean ellos (y no las empresas y sus márgenes de beneficios) quienes asuman los costes de reducir la actual tasa de inflación.

La combinación de estos factores no es halagüeña. La Comisión Europea preveía en octubre que la economía de la UE y la Eurozona creciera un +0,3% en 2023 (un +1,0% en el caso de España) y seguiría por debajo de la media pre-pandemia en 2024. Por otro lado, parece claro que la actual ronda de inflación está afectando desproporcionadamente la cesta de la compra de las clases populares (por su mayor gasto proporcional en alimentación y energía), que sufren además la erosión del valor de sus salarios. Un empobrecimiento que es probable que el nuevo rumbo de la política monetaria (y, en el medio plazo, la política fiscal) exacerbe.

Bajo crecimiento económico y mayor desigualdad es una combinación que parece incompatible con la estabilización del actual tablero político. Para aquellos situados en los estratos económicos medios, el miedo al desclasamiento favorece su captura por discursos reaccionarios: lo que facilita su adhesión al bloque conservador y la derechización del mismo.

Paradójicamente, movilizar a las clases populares en oposición a este bloque no es tarea sencilla: pues la falta de perspectivas de mejora económica se convierte en un poderoso factor de desmovilización y de participación social, así como de distanciamiento de las instituciones existentes. Y más si estas instituciones, como la UE, se encuentran en pleno retorno al orden. Por ello, es necesario combinar la defensa directa de los intereses populares con mensajes que capturen su indignación subterránea con el sistema.

La izquierda debería poder aspirar a gestionar el presente sin dejar de hacer ruido, porque la oposición a las políticas e ideologías que generan y justifican la desigualdad no pueden aislarse de la impugnación del marco en que las mismas se reproducen. Syriza fracasó en su asalto a las instituciones europeas, pero es este un camino al que no deberíamos renunciar.

Ramon Boixadera (1988) es doctorando en economía aplicada en la UIB. Ha colaborado en distintas publicaciones de economía crítica. Fue  asesor del GUE/NGL en el Parlamento Europeo durante la IX legislatura.

¿Qué futuro, Unión?

Panorama general

Permacrisis es la palabra del año 2022 acuñada por el diccionario Collins y cuyo significado no es otro que el de periodo extendido de inestabilidad e inseguridad. El Centro Internacional de Asuntos Internacionales de Barcelona (CIDOB), en un interesante estudio publicado recientemente, reflexiona colectivamente sobre cómo el conflicto de Ucrania ha puesto en evidencia la obsolescencia de unos marcos de seguridad colectivos, tanto en términos de regulación como en sistemas de protección, que han impactado de lleno en la ciudadanía, europea en un primer momento, pero también mundial.

Que el mundo se encuentra en un profundo escenario de modificación en al ámbito geopolítico es indudable. La crisis financiera del 2008 primero, el Covid-19 después y el conflicto bélico, sin duda han influido en el marco económico global. La hiperglobalización de los años 90 ha llegado a su fin, o en eso coinciden las voces expertas. La pandemia puso de manifiesto la debilidad de un sistema demasiado dependiente del exterior en lo económico—recordemos la pugna inicial por la obtención de mascarillas provenientes de China—y unos sistemas sanitarios insuficientes en términos de inversión en numerosos Estados miembros. El conflicto bélico después ha provocado y sigue provocando tensión en las cadenas de suministro por ausencia de materias primas o por las disrupciones del transporte marítimo. Los objetivos de la Unión Europea en torno a la transición ecológica y digital tienen importantes escollos. Algunos Estados soberanos responden a la crisis energética quemando carbón, a pesar de la urgencia climática que nos asola. El impacto del carbono resultante del tráfico digital y, como consecuencia, en el cambio climático es enorme superando incluso a la industria aérea en términos de niveles de impacto, por no hablar del consumo de agua y energía producidos por los centros de datos.

Dónde vas Europa

Las sucesivas crisis a las que ha hecho frente la Unión Europea, agudizadas desde la crisis económica del 2008 primero y del bréxit después, hicieron temblar los cimientos de lo que hasta ahora conocemos como Europa. Una Europa que nació como un proyecto para preservar la paz y la seguridad de un continente devastado tras 1945 firmando, en 1951, el Tratado del Carbón y el Acero, un precedente del Tratado de Roma de 1957 que posibilitaba el comercio de mercancías entre países con aranceles comunes y cuyo resultado, con la firma de tratados posteriores, sería el de un mercado común con intercambio de bienes, servicios y capitales.

No es momento de un análisis profundo en el proceso de configuración de la Unión Europea, pero sí resulta necesario preguntarse acerca de un proyecto construido al margen de la opinión ciudadana, en el que el peso del Consejo y de la Comisión ha estado por encima del Parlamento Europeo, cámara de la soberanía popular europea, en el que figuran inscritos, según la estadística del año 2021 un total de 6.941 lobistass. En 2023, casi 12.000 organizaciones se encuentran registradas como tal. Su presupuesto anual combinado es de 1.800 millones de euros.

Por si fuera poco, el periódico Le Soir sacó a la luz el asunto Qatargate , un escándalo de corrupción en el que también se encontraría Marruecos implicado y que es de una magnitud tan grande como para provocar la encarcelación y consecuente cese de la ya exvicepresidenta socialista italiana Eva Kaili.

A este respecto, la aparente intención del Parlamento Europeo es la de implementar una política de puertas giratorias, de mejora de rendición de cuentas y control de los lobbies así como quienes representan a terceros. Habrá que ver si esto resulta suficiente como para no dañar aún más una institución que, en apariencia de quienes tienen una firme vocación europeísta, resultaba ser el vínculo directo con una ciudadanía europea descontenta con la clase política, en medio del surgir de tantos peligrosos movimientos nacionalistas de ultraderecha, que amenazan con destruir el proyecto europeo tal y como lo conocemos en la actualidad.

Construyendo la casa por el tejado

Alba Rico nos recuerda que la UE está constituida por dos almas diferentes: una de origen federalista y republicana, plasmada en el manifiesto Ventotene escrito por el comunista Altiero Spinelli, y otra de origen franco-alemán, inspirada más en el sentido pragmático y comercial que fue configurándose como la opción predominante en los sucesivos tratados.

El artículo 3 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea no viene sino a definir al mercado interior europeo en el contexto de una economía social de mercado altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al progreso social, en un nivel elaborado de protección y mejora del medio ambiente. Se entiende que dicho concepto debía asumir un alto valor simbólico en el ordenamiento jurídico comunitario y, por lo tanto, debiera interpretarse en el sentido de que el mercado interno no es un fin en sí mismo del proceso de integración comunitaria sino un simple instrumento para alcanzar finalidades de naturaleza política y social.

Por otro lado, el fin de la Guerra Fría y la Caída del Muro de Berlín supusieron, en opinión de Thomas Piketty, un incremento de las desigualdades y una aceleración en la imposición del modelo neoliberal que ponía en cuestión el Estado del bienestar e implantaba las tesis del laissez-faire del mercado. Si hasta entonces el Estado nación se encargaba de la articulación de las relaciones sociales y, por ende, del equilibrio en el proceso de correlación de fuerzas, a partir de ese momento se produjo una reorganización del orden internacional que favorecía el flujo de capitales, con la consiguiente apertura de los mercados nacionales; la reestructuración flexible de las empresas y la liberalización de numerosas empresas estatales con la entrada de capital privado en las mismas.

Mientras tanto, las instituciones de la Unión Europea ya mencionadas, aceleraron el proceso de integración europea y, a pesar del fracaso de la Constitución Europea tras el no de Holanda y Francia, avanzaron hacia la creación del euro en el año 2000. Una moneda que carecía de un sistema de integración bancario y de una política fiscal común que imponía, a todo coste, la integración de la economía, del mercado y de la política a pesar de las numerosas voces economistas que planteaban el error de dicha decisión.

Y llegó la crisis financiera del 2008, también denominada Gran Recesión (2008-2014) que azotó con especial virulencia a los países de la zona euro y provocó el fortalecimiento de la disciplina fiscal, a través del Tratado de Estabilidad, coordinación y gobernanza con el que se introdujeron reglas de oro en las constituciones de los Estados soberanos que impiden a los mismos endeudarse por encima de un 3% del PIB. La rigidez normativa impuesta por Alemania, que en ningún momento apostó por la condonación de la deuda, tuvo graves consecuencias sociales de sobra conocidas y una pérdida del tejido productivo de aquellos países (fundamentalmente del Sur) cuyas industrias fueron desplazadas a lo largo de estos años en pro de sectores de bajo valor añadido (sector servicios).

Ni que decir tiene que el conjunto de medidas adoptadas durante este periodo tuvo un marcado carácter político. El periodo que vino después hasta la denominada “senda de recuperación” (como gusta a cierto tipo de economistas) reflejó las debilidades estructurales de un sistema errático que evidenció el carácter multidimensional de la crisis que asolaba Europa.

En medio de esta situación, llegó la crisis de los refugiados, como han venido a denominar, y en ese momento los valores relacionados con la solidaridad de los países comenzaron a fraguar. El papel de las instituciones europeas en su gestión llegó tarde y mal, se erigieron vergonzosos muros contra personas que huían de la guerra de Siria y el chantaje turco devino en la entrega de miles de millones de euros al dictador Erdogan para “contener” el éxodo sirio, habiéndose aprobado paquetes de miles de millones de euros con ese fin.

Cambio de política frente a la COVID

En diciembre del 2019, la recién elegida presidenta de la Comisión Europa, Ursula Von der Leyen, establecía una serie de prioridades a poner en marcha hasta el siguiente proceso legislativo: un pacto verde europeo, una Europa adaptada a la era digital, economía dedicada al servicio de las personas, promoción del modo de vida europeo e impulso a la democracia europea. En pleno debate con el Parlamento Europeo sobre el significado de la aprobación de dicho plan llegó la pandemia. Quizás fue el aprendizaje de lo vivido en épocas anteriores.

Al comienzo de la pandemia, la respuesta de la Unión Europa tuvo un carácter un tanto fragmentado en la que el Banco Central Europeo (entidad tecnocrática) ofreció rápidamente una respuesta a la crisis al mutualizar los riesgos a través del despliegue del Programa de Compras de Emergencia ante la Pandemia. Consistió en un importe de 750.000 millones de euros ampliados a 1.350.000 millones de euros que fue prorrogado hasta finales de 2021. Por otro lado, la Comisión Europea interrumpió el pacto de Estabilidad y Crecimiento alejando el principio de disciplina fiscal de la Unión Europea, quizás conscientes de que una actuación errónea habría supuesto la desintegración europea.

Hubo un importante momento de fricción entre los Estados miembros, con posturas enfrentadas: por un lado, España, Italia y Francia plantearon la mutualización de las deudas soberanas para poder hacer frente a la crisis y, por otro, la postura de Alemania y Holanda que, tras un proceso de negociaciones, rechazaron tal planteamiento.

Así las cosas, el Eurogrupo aprobó un paquete de medidas en forma de respuesta europea. Una de ellas fue el SURE, un programa de préstamos de la Comisión cuya finalidad era la de mitigar los riesgos del desempleo producido y que en España se tradujo en ERTES. Por otro lado, se aprobó un programa del Banco Europeo de Inversiones que respaldó los préstamos a pequeñas y medianas empresas. El acuerdo SURE podría considerarse como uno de los principales resultados tangibles que utilizaría la Comisión para gestionar el impacto de la crisis y para otorgar credibilidad a las instituciones de la Unión Euoropea. Posteriormente, se presentó el plan NextGenerationEU, propuesta con un fondo de recuperación de 750.000 millones de euros vinculado al Marco Financiero Plurianual, combinando así los préstamos y las subvenciones.

Ahora bien, es importante señalar que el éxito del plan se ha debido al acuerdo por parte de los Estados miembros, por lo que, en cierto sentido, la respuesta política a la crisis ha estado basada en un modelo intergubernamental más que en un desplazamiento del centro político hacia las instituciones europeas y, en cierto sentido, a una reconsideración por parte del todavía gobierno de Ángela Merkel de la necesidad de sostener la Unión Europea.

De forma paradójica, este fondo Next Generation que incluye el Plan de Recuperación y Resiliencia estaría acelerando los objetivos de la Comisión Europea en torno a la transformación de las sociedades a una economía verde y digital. O eso pensábamos porque, como ya hemos mencionado anteriormente, la crisis energética producida como consecuencia del incremento del precio del gas por la guerra ruso-ucraniana, está revirtiendo las tendencias que sostienen la necesidad de ser, en el año 2050, una economía libre de carbono.

¿Se desarrollarán los derechos sociales de forma activa?

De esta reflexión surgen muchas preguntas: ¿estamos realmente ante un Green Washing o lavado verde? ¿No existen posturas enfrentadas entre el New Green Deal y la necesidad de decrecer, como sostiene el movimiento ecologista progresista? ¿Avanzamos hacia una gobernanza más federal o seguiremos manteniendo un modelo de gobernanza multinivel en el marco de la Unión Europea? ¿Dónde queda en todo este panorama el desarrollo de los derechos sociales que antes mencionábamos?

Merece la pena dedicar algo más de tiempo a este ámbito y ver qué avances en materia de derechos sociales, si bien tímidos e insuficientes, al menos todavía, se están produciendo.

La Comisión Europea, en la todavía Comisión Juncker, aprobó el Pilar Europeo de Derechos Sociales en 2017. Hay que recordar que Jean Claude Juncker es un defensor de la economía social de mercado, es decir, la Unión Europea defendería en realidad lo que algunos conciben como “capitalismo social”. Sin embargo, la Unión Europea adolece, todavía, de un verdadero desarrollo de dichos derechos a pesar de que la Carta Social Europea fuese aprobada en 1961 y posteriormente revisada.

La Confederación Europea de Sindicatos, durante la celebración de su congreso en 2015, apostó por la necesidad de forzar a la Unión Europea a la adopción de unas bases que la dotasen de esa dimensión social que tanto ha venido exigiendo el movimiento sindical internacional. En la práctica, solo había sido desarrollada por una incipiente jurisprudencia en el campo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea nacida de unos jueces, tras la Segunda Guerra Mundial, que quizás tenían más marcado en su carácter la necesidad de un auténtico desarrollo de los mismos, y no los golpes que la clase trabajadora ha ido sufriendo con sentencias como Viking y Laval, que dan carta blanca al desarrollo del dumping social entre países.

El modelo social europeo hace referencia al patrimonio común en torno a la cohesión social y económica. En cierto sentido se refiere al rol del Estado del bienestar como una institución de integración y corrección de las desigualdades sociales. La dimensión social de la Unión Europea tendría que estar basada en el respeto a los derechos sociales fundamentales y a la mejora de las condiciones de vida y trabajo de sus gentes. Así, por ejemplo, se ha venido afirmando que:

La unidad de reglas en lo comercial no se corresponde con la dispersión de reglas en lo social, existiendo una clara subordinación del acervo social a las exigencias de las normas comerciales y de mercado, y una tendencia que puede calificase de natural, a la consideración de las reglas sociales como barreras u obstáculos para el desarrollo de la libre competencia y el libre mercado.

Todavía, en 2023, queda mucho camino por recorrer para establecer realmente dicho pilar y las acciones a él vinculadas. El primer escollo se ha encontrado con la aprobación de la Directiva sobre unos salarios mínimos adecuados en la Unión Europea por la oposición de Suecia y Dinamarca a los mismos. No ha sido hasta diciembre de 2022 cuando Suecia retiró su oposición a la normativa a cambio de que ambos países queden excluidos de cualquier tipo de imposición de un salario mínimo en sus países, lo que hace reflexionar nuevamente, no solo sobre el principio de subsidiariedad de los países, sino en la dificultad de llenar realmente de contenido y capacidad cualquier iniciativa legislativa (bien en forma de Directiva, bien en forma de Reglamento) en el área de lo social. Y aquí el movimiento sindical europeo debería estar atento para evitar la aprobación de normas descafeinadas o que, en la práctica, sirvan para maquillar y lavar de nuevo la cara al capitalismo.

En la denominada Declaración de Oporto, de mayo de 2021, se comprometían a lo siguiente:

Tal como establece la Agenda Estratégica de la UE 2019-2024, estamos decididos a seguir profundizando en la implementación del Pilar Europeo de Derechos Sociales a nivel nacional y de la UE, con el debido respeto por las competencias respectivas y los principios de subsidiariedad y proporcionalidad. El Plan de Acción presentado por la Comisión el 4 de marzo de 2021 proporciona una guía útil para la implementación del Pilar Europeo de Derechos Sociales, incluso en las áreas de empleo, habilidades, salud y protección social.

Por último, hay que recordar que en mayo de 2022 tuvo lugar la conferencia sobre el Futuro de Europa, que fue desarrollada durante muchos meses y cuyo objetivo era escuchar a la ciudadanía haciéndoles expresar su opinión sobre el futuro de Europa a través de unos diálogos dirigidos por la propia ciudadanía y cuya conclusión ha dado pie a 49 propuestas que tendrán que implementarse. Los temas sobre los que versó la conferencia fueron nueve: cambio climático y medio ambiente; salud; una economía más fuerte, justicia social y empleo; la Unión en el mundo; valores y derechos, Estado de derecho y seguridad; transformación digital; democracia europea; migración; educación, cultura, juventud y deporte. Las conclusiones han sido incorporadas al trabajo programático de la Comisión.

Dichos cambios deberían plasmarse también con una necesaria reforma del Tratado de Lisboa, consideración que va tomando voz y fuerza, no solo desde la celebración de la conferencia, sino también tras la pandemia o ahora con el conflicto.

Habrá que esperar, y a pesar de la oposición de los países nórdicos, existen voces que subrayan el respaldo a la postura de crear una Comunidad Política Europea vinculada a cuestiones como el comercio, el Estado de derecho y la democracia.

Lo que está claro es que todo se encuentra en el aire y, dada la volatilidad del momento en el que nos encontramos, está por ver si realmente quienes ostentamos una profunda convicción europeísta, veremos algún día cumplido el sueño de Spinelli de una Europa realmente libre y unida.

Filóloga, aprendiz de jurista. Máster en Derecho de la Unión Europea. Ha trabajado durante quince años en el entorno de las Instituciones Europeas, desarrollando diversos proyectos en el marco del diálogo social tanto a nivel europeo como a nivel mundial de la mano del movimiento sindical. Conoce de primera mano el funcionamiento de las Instituciones Europeas. Sindicalista de CCOO. Interesada de primera mano en el desarrollo de los derechos sociales de la Unión Europea. Sigue creyendo que otro mundo es posible.

El modelo educativo neoconservador tiene su paradigma en la Comunidad de Madrid

La educación para la derecha

La derecha tiene clara qué sociedad quiere construir, y, por consiguiente, qué tipo de sistema educativo necesita implementar para que se logre dicha sociedad, donde su máximo exponente ha sido la LOMCE. La LOMCE no pudo hacer todo el daño que tenía planeado, debido a que no se logró aplicar en su totalidad, pero era una ley bien pensada para los objetivos que quería conseguir: establecer un sistema de desigualdad de oportunidades y retirar la escalera a las clases populares para reducir la movilidad social, potenciando un cierre clasista. Las reformas en la universidad han ido en la misma dirección, al tratar de elitizar la misma con los aumentos bruscos de matrículas y el endurecimiento de la política de becas. Además, pretendía, cosa que logró con éxito, abrir la educación a un mayor negocio de las empresas privadas de este ámbito, especialmente a las congregaciones religiosas católicas, como medio de segregar socialmente y recuperar parte de la influencia perdida por décadas de secularización. A día de hoy, el siguiente objetivo de la derecha, además de anular la reciente ley de Educación (la LOMLOE) aprobada por el Gobierno de coalición del PSOE y UP, es lograr el mayor campo de negocio para las empresas de Formación Profesional, a la sazón del aumento vertiginoso del alumnado interesado por esta modalidad educativa, que ha ganado prestigio en los últimos años.

Mientras la derecha tiene clara cuál es la sociedad que quiere construir, la izquierda en nuestro país da tumbos o comienza reformas, pero no las aplica hasta sus últimas consecuencias. Uno de los grandes problemas de nuestro sistema escolar es la segregación escolar, principalmente por clase social, aunque hay de otros tipos (por origen nacional, por sexo, académica, etc.). Esta segregación escolar está por encima de la segregación residencial, por lo que existen mecanismos institucionales que la agravan.

La segregación escolar tiene efectos perversos en el sistema. Produce burbujas sociales que degradan la democracia, al romper la experiencia democrática compartida, generando situaciones de insolidaridad social y de falta de entendimiento entre clases sociales. Este modelo también reduce las posibilidades de que el alumnado desaventajado socialmente pueda romper su destino social a través de la acumulación de capital social con el contacto con alumnado de otras clases sociales. Elimina el “efecto compañeros” y la posibilidad de que haya alumnado locomotora que tire de las clases. Provoca que el ambiente escolar sea más determinante en las posibilidades de pasar de curso, de abandonar prematuramente o de fracaso escolar. Produce que algunos centros se transformen en “centros guetos”. Genera un sistema de desigualdad de oportunidades que va en contra de varias declaraciones internacionales de la ONU, de las recomendaciones de la Comisión Europea, del Consejo de Europa, y de la propia Constitución española. La manida “libertad de elección” sobre la educación de los hijos/as se ha convertido en la “libertad de segregar” al alumnado considerado indeseable.

La LOMLOE técnicamente se va a enfrentar con esta problemática obligando a los centros concertados, que segregan con fondos públicos, a aceptar a una parte del alumnado desaventajado (en el que se buscaba, en la mayor parte de los casos, no escolarizar) y tiene como objetivo reducir la segregación escolar de todos los tipos. Esa es la voluntad de la ley, pero sin un seguimiento sobre el asunto podemos tener dudas de su aplicación real.

Mientras la izquierda no tiene claros sus objetivos educativos ni qué tipo de sociedad quiere construir, la derecha sí. El modelo más perfecto de la política neoconservadora en España es el ejemplo de la Comunidad de Madrid. España es el sexto país más segregado de la UE (según el índice Gorard, de acuerdo a los datos PISA 2015), pero si la Comunidad de Madrid fuera un país, sería el segundo de la UE en segregación escolar por clase social. La Comunidad de Madrid ha puesto en marcha un verdadero laboratorio político, que otras comunidades están intentando imitar, como Andalucía. La segunda comunidad más segregada es Cataluña (aunque se están tomando medidas para reducir este problema), seguida por Canarias y Asturias.1

En la investigación realizada por Murillo Martínez-Garrido en 2021, donde han profundizado sobre la segregación escolar en Madrid, con datos de PISA2018, han demostrado que los centros privados son ocupados en su gran mayoría por la clase alta; la clase media ocupa principalmente los centros concertados-privados y la clase baja (y una parte de la media) los centros públicos. Los centros guetos extremos son todos públicos. Detrás de gran parte de la segregación escolar por clase social, según Murillo y Martínez-Garrido (2021), está el bilingüismo, ya que los centros bilingües -al igual que los centros privados y concertados- asumen a un alumnado con un nivel socioeconómico mayor y la política de admisión del alumnado, basada en el distrito único.

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Ahora pasaremos a describir el modelo madrileño educativo, como laboratorio de las políticas neoconservadoras en España.

El Modelo Madrid. Medidas de cuasi-mercado para segregar

La Comunidad de Madrid es el laboratorio de las políticas neoliberales y neoconservadoras del PP, que son similares a las de otras derechas autonómicas (antigua CIU, CC, etc.), pero con diferentes grados de intensidad. No sólo ha sido el laboratorio de las privatizaciones y externalizaciones en varios ámbitos, sino que se ha convertido en el oasis fiscal que beneficia a las clases alta y medio-alta. El clasismo impera en gran parte de la legislación del PP en la Comunidad, un ejemplo de ello es la fuerte apuesta que realiza el PP por la concertada-privada y la privada, como luego veremos. Madrid, aprovechando su capitalidad, se ha convertido en la aspiradora de los talentos y recursos de una parte de nuestro país. Las principales víctimas han sido las dos Castillas, Asturias y Extremadura, por consiguiente, una parte de la llamada “España vaciada” (a excepción de Extremadura). La Comunidad de Madrid ha aprovechado su centralidad en nuestro país para realizar dumping fiscal, a la vez que aplicaba generosos recortes de impuestos que han beneficiado, sobre todo, a las clases antes mencionadas.

En el caso de la educación, el Gobierno de la Comunidad ha realizado una fuerte apuesta por “la libertad de elección” de los padres y madres respecto al modelo educativo. Para ello han fomentado varias medidas: 1. La instauración de medidas de cuasi-mercado para elegir centro, que sólo beneficia a aquellas clases que se pueden permitir mover al alumno/a de barrio. 2. El fomento de rankings entre los niveles académicos del alumnado a través de los resultados de las pruebas LEA (2º Primaria), CID (6º de Primaria), las realizadas en 3ºESO, los exámenes de inglés (en el caso de ser un centro bilingüe) y las notas de Selectividad de cada centro. El objetivo es que los padres y madres pueden consultar dichos resultados para elegir un buen centro y poner a los centros a competir por el mejor alumnado[1].

Como es natural, la competición está trucada, mientras los centros privados y concertados escogen a su alumnado (salvo honrosas excepciones), el alumnado desaventajado se concentra en los centros públicos que han sido víctimas de una década de recortes. En Madrid estudia el 54,3% (datos 2022) del alumnado matriculado en la Comunidad en centros públicos, mientras que concertados y privados matriculan al 45,7% del alumnado. Es llamativo al compararlo con Andalucía, donde los centros públicos matriculan al 72,4% o en Extremadura, donde matricula al 80,1%. Sin embargo, si nos fijamos en la tabla anterior, la pública acoge a casi tres veces más extranjeros que la privada y la concertada (72,56% frente a 27,43%).

Número de alumnado extranjero por titularidad de centro y tipo de estudios

Alumnado por centro según titularidad Total E. Infantil (2) E. Primaria E. Especial ESO Bachillerato (1) FP Básica FP de Grado Medio (1) FP de Grado Superior (1) Otros programas formativos (2)
Todos los centros 159.985 32.526 60.375 866 31.616 9.072 2.100 4.500 5.145 6.785
Centros Públicos 111.014 23.695 44.695 718 21.044 6.724 1.550 2.930 3.171 6.487
Centros Privados 41.971 8.831 15.680 148 10.572 2.348 550 1.570 1.974 298
Datos obtenidos del Ministerio de Educación y Formación Profesional. Curso 2019-20.
  • Incluye al alumnado de los cursos a distancia de la FP y el Bachillerato y los cursos de adultos
  • Incluyo otros programas formativos, enseñanza en idiomas, enseñanzas deportivas y enseñanzas artísticas.

La inversión en educación tampoco se ha recuperado desde 2008, pero sí la inversión en la concertada, donde, en la actualidad, perciben 1.018.928,5 euros de financiación. Si en 2008 suponía el 14,9% (776,5 millones) del total de la partida educativa, una década después ha escalado hasta el 19,7% (1.018 millones), según datos del Ministerio de Educación. No añadimos el año 2020 porque se produjo un aumento de los presupuestos vinculados a los fondos COVID que provocan subidas anómalas y de difícil comparación.

Gasto público en Educación por cobertura económica, tipo de administración y período.

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Datos extraídos del Ministerio de Educación y Formación Profesional (2008-18).

Financiación de los conciertos de la CAM

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Datos extraídos del Ministerio de Educación y Formación Profesional (2002-18).

Como podemos comprobar en la tabla anterior, la financiación en conciertos en la Comunidad de Madrid no ha dejado de subir desde 2002, incluso durante la mayor parte de los años de la crisis de 2008, lo que demuestra una clara apuesta por parte del Ejecutivo popular por este tipo de educación y el poco interés por sostener el sistema público, provocando la creación de un sistema dual en la educación madrileña: una enseñanza para los menos favorecidos y parte de la clase media (educación pública, con algunas excepciones de “centros de élite”) y una enseñanza para los favorecidos de la sociedad y la otra parte de la clase media.

Por otro lado, en 2018, Madrid todavía no había vuelto a los niveles de gasto público en educación previos a la crisis: 5.219 millones frente a los 5.283 de 2008. Es la región que menos invierte, pero está a la cabeza en la financiación que se dedica a la concertada respecto al presupuesto. Los colegios con concierto tienen un peso inusual en la financiación global: se llevan un 19,7% de la inversión anual, cinco puntos por encima de la media en España.

La extensión descontrolada del bilingüismo en la Comunidad de Madrid también ha ayudado a este proceso. En 2017 había 515 centros públicos funcionando con este modelo: 365 colegios y 150 institutos. Los centros bilingües han presionado sobre los centros no bilingües cercanos al poder dar un “valor añadido” al alumnado que cursaba estudios en él. Frente al centro monolingüe puede provocar que este trate de competir convirtiéndose en bilingüe, bajando la calidad de la enseñanza, ante la tesitura de perder alumnado, un alumnado, normalmente, de clase media cuyos progenitores quieren que sus hijos/as tengan esa ventaja comparativa demandada como requisito para poder acceder a muchos puestos de trabajo.

Las consecuencias de las medidas de cuasi-mercado en el acceso al sistema de enseñanza, junto a la segregación residencial, han producido un desembarco de una parte no menor del alumnado hacia la enseñanza concertada-privada, a costa de la pública, y privada, provocando un alto nivel de segregación escolar por clase social. Sería una mutación del “White flight” de los EEUU en una especie de “middle class flight” hacia los centros de titularidad privada. La Comunidad de Madrid es la comunidad autónoma más segregada de España, y si fuese un país europeo sería la segunda en segregación escolar por clase social, sólo adelantada por Hungría, calculado a través del índice Gorard de acuerdo a los datos de PISA 2015 (Murillo, F.J., y Martínez-Garrido, C., 2017). En las reformas con las que se implantó la zona única se produjeron cambios que aumentaron la segregación escolar, como afirma Lucas Gortázar, Mayor y Moltanbán (2020): “se pasó de un sistema basado en ingresos a otro que se baremaba sobre una situación administrativa de recepción de ayudas y eso dejó a mucha gente fuera”. Esto produjo la caída de un 15% del alumnado que podía verse beneficiado por dichos incentivos. Aguirre y Garrido aumentaron los puntos por tener y/o haber tenido familiares en el centro, dando ventaja a los alumnos/as que habían tenido familiares en dicho centro. La suma de estas dos medidas disparó la segregación hasta un 13% (Gortázar, Mayor y Moltanbán. 2020). Tuvo también, como consecuencia, la concentración de alumnado inmigrante (13%) y un efecto de agrupación de menores con padres y madres de nivel educativo bajo (un 3% más).

Otras medidas clasistas del Gobierno del PP en Madrid son: 1. Desgravar IRPF por comprar uniformes de alumnos/as (que son casi todos de la privada y concertada), de modo que se ayuda a ahorrar dinero a los más pudientes. 2. Equiparación salarial mediante complementos a los docentes de la concertada respecto a los docentes de la pública. 3. Los cheques escolares destinados a alumnado con menos recursos para que puedan estudiar Bachillerato en la privada y en la concertada (9 millones de presupuesto en 2020, el doble que en 2019). Esta medida tenía como finalidad, supuestamente, que el alumnado de la concertada-privada que quisiera seguir cursando Bachillerato en su mismo centro, pero que no podía permitírselo, pudiera hacerlo. Gracias a ello no se veía obligado a acabar con el alumnado de la pública. Una parte de esta partida ha acabado sufragando estudios en la privada (unos 176.787 euros repartidos entre 67 alumnos/as y 15 centros privados) a costa del erario público a la vez que se recorta en educación pública. Es preciso destacar que el alumnado de la pública no tiene derecho a acceder a dichas ayudas. La idea es llegar a los 9 millones de euros en este programa, ya que se va a incluir también en 2º de Bachillerato, pretendiendo llegar a 1500 alumnos/as repartidos en 165 centros. 4. El Gobierno de Díaz Ayuso recortó 25 millones de euros a las becas que sufragan, mayoritariamente, parte de los estudios de los que más lo necesitan. 5. Supresión de numerosas aulas en la pública (en Bachillerato se han perdido 106 unidades públicas). 6. El acuerdo PP-CS, en su punto 21, reza que: “Impulsaremos la extensión progresiva del Cheque de Educación Infantil (de 0 a 3 años) y el inicio del concierto educativo en Bachillerato de manera progresiva en los centros ya concertados”. 7. La última medida ha sido dar becas a los que más tienen, provocando un efecto regresivo con dichas becas, que más que becas son pagas para ricos.

CCOO ha denunciado estos hechos aportando los siguientes datos: “La crisis ha sido la excusa para llevar a cabo una política privatizadora: no hay recursos para las inversiones en la red pública, que descienden en un 58,1% a pesar del crecimiento de su alumnado; y sí lo hay para los conciertos y el cheque escolar que suben en un 28%, superando los 1.100 millones de euros en 2018.”

La CAM también cedió terrenos para la construcción y ampliación de 45 centros educativos concertados de manera ilegal. Esta práctica se legalizó posteriormente, en 2013, a través de la aprobación de la LOMCE por el Ministerio de Educación dirigido por Wert. La concertada fue la gran apuesta de Esperanza Aguirre[2] y sus sucesores en el Gobierno de Madrid. Su número dos, Francisco Granados, llegó a cobrar “mordidas” de 900.000 euros y 1,2 millones a cambio de ceder suelo público para construir colegios concertados en varios municipios de la región. En esa época (hasta 2011, cuando Granados fue imputado por corrupción en la Operación Púnica) se construyeron 90 centros concertados en toda la Comunidad. De hecho, la norma permitía ceder suelo público para construir centros concertados a empresas que aún no existían. El actual Ministerio de Educación ha eliminado el polémico artículo 116 manteniendo la redacción original de la LOE que prohíbe estas prácticas.

En general, esta práctica ha beneficiado principalmente a centros dependientes de la Iglesia, con la que el PP pretende que recupere parte de la influencia social que ha perdido en décadas de secularización. Hay que recordar que también existen centros concertados y privados de tipo lingüístico (Colegio de Alemán, el Liceo francés, Trinity Collegue, etc.), Colegio Europa o los adscritos a alguna corriente pedagógica como la Montessori, o, las menos, algunas cooperativas de docentes, pero son una minoría en comparación con los dependientes de la Iglesia.

Recordemos que la Comunidad de Madrid escolariza al 14,8% del alumnado total en España, un número nada despreciable de estudiantes, que viven en el sistema más segregado de nuestro país.

En la CAM el alumnado más pobre tiene, conigual rendimiento, cinco veces más probabilidad de repetir curso que los de más recursos. Los resultados en matemáticas de PISA 2018, muestran que la CAM es la comunidad menos equitativa de toda España. Se trata, además, de la segunda comunidad autónoma donde más impacta el nivel socioeconómico sobre el rendimiento en matemáticas, que ha empeorado desde 2015. La Comunidad de Madrid es la comunidad de España con mayor segregación escolar por nivel socioeconómico, que sigue aumentando con respecto a los datos de 2015, lo que es un “éxito” de las políticas neoliberales y clasistas del Gobierno del PP, y sus aliados parlamentarios (la extinta CS y VOX).

Universidad, matrículas (grados y másteres)

En el caso de la universidad, la CAM apostó desde el “tasazo” de 2012-13, promovido por el Ministerio Wert, que implicó subidas del 15% al 67% en los precios de las matrículas. El Gobierno decidió, junto a Cataluña, subir el máximo, un 67%, y acercar los precios a los de las universidades privadas, de manera que muchos alumnos/as dudasen si entrar en una universidad pública, degradada y masificada, o en una privada con menor número de alumnos/as y mejores contactos con las grandes empresas. Los másteres no habilitantes también subieron hasta un 46% (2015).

El precio de un grado en España antes y después del “tasazo”

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Datos extraídos de este artículo que han sido obtenidos del MECD.[3]

Los costes de grados y másteres en Madrid, junto a Cataluña, eran de los más caros de España durante el período de gobierno del PP, hasta la llegada de Manuel Castells al Ministerio de Universidades, llegando a triplicar los precios de las comunidades más baratas.

El precio de un máster en España, antes y después del “tasazo”

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Datos extraídos de este artículo que han sido obtenidos del MECD.

Tras las reducciones de tasas promovidas en el Gobierno del PSOE y UP, que ya se han aplicado,  se ha instado a los gobiernos autonómicos a reducir las tasas y se han derogado las horquillas impuestas por el PP, con la intención de reducir la brecha existente de precios en España a la baja. La Comunidad de Madrid y la de Cataluña son las que más han bajado por el acuerdo del Ministerio.

Según los datos de la Comunidad de Madrid, las universidades privadas crecieron en cuatro, hasta las nueve actuales (más centros extranjeros autorizados), durante la crisis económica. En gran parte por la reducción de requisitos para poder establecer una universidad privada aprobada por el Ministerio Wert.

 

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Fuente: Gráfica de elaboración propia realizada con los datos obtenidos aquí

Conclusión

El modelo del PP en educación, donde Madrid es su laboratorio de pruebas, es un modelo clasista, elitista, con cierto racismo de baja intensidad, que busca estratificar la sociedad lo máximo posible y cumplir “el efecto Mateo”: Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará. El modelo impulsado por el PP tiene cuatro pilares: el bilingüismo, la apuesta por la escuela concertada (sostenida con fondos públicos), la libertad de elección y la “excelencia”. Como hemos visto, estos factores suponen el desvío de fondos del sistema público hacia los conciertos, medidas de cuasi-mercado a la hora de escolarizar al alumnado, que junto a la segregación residencial y el bilingüismo favorecen la segregación escolar por origen social y nacional, el fomento de la escuela concertada-privada religiosa (aunque no sólo), para que esta recupere influencia en una sociedad cada día más secularizada, el impulso para la aperturade la educación al mercado, abriendo interesantes cuotas de negocio bien regados por fondos públicos y aderezados con condimentos de la corrupción del PP a las empresas privadas educativas, reducción de becas a quienes más lo necesitan, etc.

Este modelo no sólo ha sido aplicado por el PP en Madrid; CIU o CC han aplicado modelos similares en Cataluña y en Canarias. No es casualidad que las tres comunidades autónomas más segregadas socialmente sean Madrid, Cataluña y Canarias. Es cierto que tras las recomendaciones del Sindic de Greuges y el acuerdo en 2019 se ha reducido levemente la segregación en Cataluña y existe un debate sobre las causas y consecuencias de este fenómeno en la comunidad.

Las consecuencias de las políticas públicas aplicadas por determinados Gobiernos de diversas CCAA (fundamentalmente de la derecha), es la segregación escolar (fundamentalmente) por clase social. Con la política segregadora se pretende: 1 Reproducir el sistema de clases sociales y sus privilegios, cerrando el camino a la mayor parte de las clases populares. 2 Encubrir la implementación de estas políticas que impulsan la desigualdad de oportunidades con el discurso de la excelencia y de la meritocracia. 3 Abrir el campo de la educación, aún más, al negocio privado, donde se permite a la Iglesia Católica (y a otras empresas privadas del sector), no sólo acumular capital, sino aumentar su influencia social que declina en otros ámbitos de la sociedad. 4 Dividir a las clases sociales en compartimentos estanco, produciendo una estigmatización de los colectivos sociales vulnerables (pobres, inmigrantes, etc.), por parte padres y madres que pretenden que sus hijos/as asciendan socialmente, intentando evitar que pasen tiempo y compartan clase con estos alumnos considerados “indeseados”. Esto provoca una menor comprensión o empatía hacia los más desfavorecidos, lo que puedetener una influencia difusa en el rechazo a políticas en favor de los colectivos desfavorecidos. También se podría considerar clasismo y racismo de baja intensidad, que van unidos de la mano porque el rechazo al inmigrante viene de la mano de ser pobre (aporafobia).

O la izquierda decide repensar qué tipo de sociedad quiere construir y, por consiguiente, que tipo de educación quiere implementar, o tendrá soluciones parciales a problemas estructurales, mientras que la derecha tiene clara qué sociedad y qué sistema escolar debe poner en marcha para lograr dicha sociedad. La Comunidad de Madrid es ese laboratorio. Hay que estudiarla para poder combatirla. Nos va el futuro en ello.

[1] Ranking de la Comunidad de Madrid: https://www.madrid.org/wpad_pub/run/j/MostrarConsultaGeneral.icm.

[2] Un dato curioso es que Aguirre aprobó la construcción de un CEIP en Barajas, inaugurado en 2015, que se llama “Margaret Thatcher”, madre política del ataque neoconservador al Estado del Bienestar en Gran Bretaña. Ironías de la política ultraliberal de la CAM de manos del PP.

[3] Datos desagregados por CCAA disponibles aquí.

Texto realizado a partir del informe ‘La segregación escolar, las desigualdades educativas y el modelo educativo de la derecha en España’, elaborado por el autor para la Fundación 1º de Mayo.

Por Pedro González de Molina. Profesor de Geografía e Historia. Ex secretario de Educación y Formación de Podemos Canarias. Militante de CCOO.