¿Por qué es el Partido Comunista de China capaz? ¿Por qué es el socialismo con características chinas tan bueno? La razón última es que el marxismo funciona.
Xi Jinping, discurso por el 100 aniversario del PCCh, julio 2021.
En un artículo anterior intenté describir la estructura de clases en China. Hoy intento hacerlo desde la perspectiva de las relaciones del Partido Comunista de China con Marx y el socialismo.
Marx en Pekín
La utilización de Marx por el Partido Comunista de China para justificar y/o legitimar su práctica política puede ser interpretada como un mero ardid ideológico para ocultar unas políticas que en realidad no tendrían nada que ver con el de Tréveris. Esta postura está presente en muchas de las críticas a China desde la “izquierda”. Pero aquí voy a tomar muy en serio la adscripción marxista de la dirigencia china y voy a identificar a China como heredera y deudora del barbudo alemán.
Desde el giro de timón de Deng hace cuarenta años, la dirigencia china ha abrazado una lectura o interpretación del marxismo contraria a la “voluntarista” o “izquierdista”, que habría sido la de Mao (sobre todo en su última etapa, primero con el “gran salto adelante” y luego con “la revolución cultural”). La interpretación o lectura de Marx desde Deng hasta ahora podríamos denominarla “objetivista” o “derechista”, en cuanto abraza las lecturas o interpretaciones de Marx (y tan presentes junto a sus contrarias en la propia obra de Marx) más deterministas, tecno-economicistas-productivistas. O, lo que es lo mismo, la primacía del desarrollo de las fuerzas productivas (medios de producción, incluyendo ciencia, tecnología, fuerza de trabajo y recursos naturales/energéticos) sobre la primacía de la lucha de clases. De los dos marxismos que identificaba Gouldner, el “crítico” y el “científico”, el ala derecha del Partido que se hace con el poder desde Deng hasta ahora se acoge al segundo. Aquí también viene a cuento la dicotomía que hace David Priestland entre “comunismo romántico” y “comunismo tecnocrático”, siendo este último el de la dirigencia china posterior a Mao.
Deng puso encima de la mesa la “fase primaria del socialismo”, en la que la dirigencia china dice que aún se encuentra el país; una especie de transición a la transición (es decir, al socialismo propiamente dicho o transición al comunismo) en la que la prioridad absoluta es el desarrollo de las fuerzas productivas de la nación con todos los instrumentos posibles. De ahí el famoso dicho de Deng: “da igual que el gato sea blanco o negro con tal de que cace al ratón”; es decir, la introducción de la producción de valor y plusvalor, el mercado y dos modos de producción: el capitalista y el mercantil simple. ¿Pero qué es esa “fase primaria del socialismo” y qué tiene que ver con Marx?
Los socialismos según Marx y el socialismo chino
John Ross, un economista marxista inglés, profesor de la Universidad Renmin de China, contextualiza esa “fase primaria del socialismo” dentro de lo que Marx llamó “fase inferior del comunismo” en la Crítica al programa de Gotha. Es decir, una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo en la cual ambos modos de producción coexisten con ese comunismo en minúsculas (o en su “fase inferior”), siendo este dominante. Esto es lo que Lenin (no Marx, ni Engels) denomina “socialismo”. Además de las diferencias terminológicas con Marx, hay una cuestión clave: para Marx la superación del comunismo por el capitalismo solo sería posible en las naciones capitalistas más desarrolladas, pero en el siglo XX fueron los “eslabones débiles”, en Rusia o China, entre otros, donde se produjo la revolución. Por lo tanto, la transición entre modos de producción se complicó enormemente. De ahí que esa fase “primaria” en China tenga todo el sentido marxista, al menos desde la perspectiva marxista que da primacía al desarrollo de las fuerzas productivas.
Y, de nuevo con Lenin, el capitalismo de Estado. Siguiendo esa línea, Mcnally caracteriza el “reformado” capitalismo de Estado del siglo XXI tomando en cuenta la variedad de especies que conforman ese género: no es lo mismo el islamo-teocrático de los del Golfo Pérsico, el conservador ruso de Putin, el socialdemócrata noruego, el “liberal” de Singapur, o el “socialista” chino. Pero todos ellos tienen coincidencias en su inserción en el mercado mundial, en el hecho de que aplican la lógica capitalista a sus empresas públicas (fondos soberanos de inversión, fondos de pensiones, holdings de empresas públicas, etc.) y en la importancia de un potente sector privado favorecido por el Estado para competir internacionalmente, como también favorecen a las empresas públicas para lo mismo. El capitalismo de Estado chino sería uno de los más exitosos de todos ellos.
Uniendo todo esto con el marxista estadounidense Erik Olin Wright y su teoría sobre los posibles futuros poscapitalistas y la interpenetración entre modos de producción, podemos tener una mirada de la deuda y la herencia marxista del “socialismo de mercado chino” y su “fase primaria del socialismo” como una especie exitosa del género capitalismo de Estado 2.0, cuya especificidad es su pasado socialista (estatista de partido único) que marca la dominancia de ese modo de producción estatista sobre el capitalista (u otros como el mercantil simple), aunque ese capitalismo también imprima su lógica en el estatista (D-M-D’). Un modo de producción estatista que se dio de forma plena en la URSS y en la China de Mao, cayendo en ambos casos por sus contradicciones sistémicas, con la diferencia clave entre la URSS y China de que estos últimos han conseguido reformarlo y salvarlo a través de esa “fase primaria del socialismo”.
Pero no podemos acabar de caracterizar ese “socialismo de mercado chino” en su fase “primaria” si nos dejamos otro texto de Marx (y Engels), el Manifiesto Comunista. En uno de sus apartados, nos describen y critican una serie de “socialismos” con bases sociales y teóricas determinadas a los que tiran por la borda frente al suyo propio (aclarando que tanto Marx como Engels abjuraban del término socialismo y preferían comunismo, aunque Engels también denominara socialismo al suyo, pero siempre con el apellido “científico”).
Partiendo de esto, podemos definir el “socialismo chino” como uno de esos socialismos que Marx y Engels no hubieran aceptado como suyo por: 1) su base social, ya que no es el proletariado la clase dominante sino la clase profesional y directiva asalariada encuadrada en el Partido Comunista y organizaciones políticas y sociales satélites del mismo; y 2) el hecho de que, en China, se considera el modo de producción socialista como un modo de producción en sí mismo y no un mero medio para la transición a un comunismo –para Marx, en la Crítica al programa de Gotha, esa transición era una coexistencia jerárquica entre el modo de producción capitalista y el comunista, la cual ni siquiera llama socialismo, sino “fase inferior del comunismo”– que en China ni está ni se le espera. A ese modo de producción socialista a lo chino se espera llegar en 2049, tras la fase “primaria” en la que llevan desde finales de los setenta.
Pero, a la vez, y esa es la paradoja, ese “socialismo chino” es deudor y heredero de Marx, ya que, como hemos visto, la dirigencia post-Mao se basa en la lectura e interpretación más determinista, tecno-economicista-productivista de Marx (o la primacía de las fuerzas productivas) para, con su mezcla de planificación y mercado, estatismo y capitalismo,1 ser uno de los ejemplos más exitosos del capitalismo de Estado 2.0 y gran rival geopolítico de Estados Unidos a un nivel que nunca pudo ser la URSS. Otra paradoja es que este “socialismo chino” estaría llevando a la práctica un modelo económico (aunque obviamente no político) muy cercano al que aspiraba lo que se llamó a finales de los setenta el fracasado “eurocomunismo”, quizás porque comparten ambos esa clase profesional y directiva asalariada como la que se encuentra detrás de ambos llevando el marxismo a su ascua.
El socialismo chino y nosotros
A diferencia de la URSS que tenía un carácter expansivo y consideraba su modelo como algo a extender –y lo hizo manu militari–, China mantiene su trayectoria histórica de Imperio del Centro (significado del nombre del país) y, por ello, su expansión internacional no es centrífuga, como la soviética, sino centrípeta. Hoy, se considera el Sol de un sistema en el que los demás países (o alianza de países) del resto del mundo giran a su alrededor por la fuerza gravitatoria de la “nueva ruta de la seda”. Ni quiere imponer su modelo, ni tiene necesidad de entrometerse en sus asuntos internos, ni política ni militarmente. Eso sí, esos otros Estados-nación (o alianzas supranacionales entre Estados-nación) sí pueden tomar como ejemplo tal o cual política, económica o de cualquier otro tipo, de China con el fin de adaptarla a su entorno, cosa que China tampoco va a tratar de impedir. Además, las diferentes inversiones chinas en el extranjero son más favorables para los países receptores en Asia, África o Hispano/Iberoamérica en comparación con las de Estados Unidos u otras potencias occidentales. Así, en otra diferencia con la URSS y su bloque, China está conectada al mercado mundial (es el principal socio comercial de la gran mayoría de las naciones del mundo, principal receptor de inversión extranjera y uno de los principales inversores en el mundo), pero lo hace desde esa posición señalada y, con ello, plantea una globalización alternativa a la que ha sido la globalización dominante desde el fin de la URSS hasta ahora; la de Estados Unidos y sus aliados.
¿Qué puede significar esto para la posibilidad ardua de un proyecto de izquierdas a la altura de los retos del presente aquí en España? Esto se puede empezar a contestar haciendo frente a un debate mal planteado que se repite cíclicamente en nuestro país.
China ha progresado –y de qué manera–, pero los chinos tienen y cultivan patria, familia, tradición, seguridad, orden. Si allí ha habido, y hay, un progreso objetivo, un desarrollo de las fuerzas productivas, unas nuevas generaciones que, desde luego. viven mejor que las anteriores, si son la única alternativa al bloque anglogermánico… entonces, si, en esos marcos señalados, la solución solo puede ser “reaccionaria” o “roji-parda”, según algunos, ¿Es China reaccionaria? El progreso, entonces, ¿lo conforman la socio-liberal Suecia, la Alemania de una posible coalición “semáforo”, los Estados Unidos de Biden y, claro, el sanchismo/yolandismo/errejonismo aquí en España? La respuesta es un no.
La cuestión no es ser “nostálgicos” u “obreristas”, pero ni mucho menos sumergirse en el clasemedianismo posmoprogre antiobrero que anega a la inmensa mayoría de la “izquierda” realmente existente en el mundo occidental en general y en España en particular.
A mi juicio, la única clase social con potencial para ser la nueva clase dirigente y hegemónica, basada en una formación social en donde el modo de producción dominante es el estatista y donde otros modos de producción que seguirán existiendo (como el capitalismo o el mercantil simple) están subordinados a ese (y esto es el único “socialismo” posible, eso es China). Esta clase es la profesional y directiva asalariada.
Pero para lograr eso, unas fracciones de la misma deben tener más peso que otras y, además, estar unida y encuadrada por un Partido (o varios partidos, además de organizaciones sociales de diverso tipo) con unos fundamentos teóricos, ideológicos y filosóficos que no son la ideología posmoprogre, que viene a ser la ideología espontánea de esta clase en occidente, sobre todo la de ciertas fracciones de la misma. En esto soy muy leninista. Para el líder de la revolución bolchevique, si el proletariado no estaba organizado por el partido (el “Príncipe moderno” de Gramsci) era, como mucho “tradeunionista”; es decir, reformista-socialdemócrata. Lo mismo pasa para esta clase profesional y directiva asalariada. Si no está organizada por el partido (o varios partidos y organizaciones de diverso tipo), la ideología y el proyecto adecuados, no puede cumplir su potencial (por ejemplo, su potencial como “capital humano”), y, como mucho, es “semáforo” (socialdemócrata/verde/liberal).
¿Qué queda para la clase obrera, tanto la “vieja” industrial como la “nueva”, de servicios? No ser una masa de maniobra para tal o cual fracción de la clase profesional y directiva asalariada en sus disputas internas, o de alguna de estas fracciones en sus disputas con la clase capitalista o tal o cual fracción de esta o viceversa. Su lugar tiene que ser el de aliado subalterno, sí, pero aliado en un bloque de poder con la clase profesional y directiva asalariada (con las mejores condiciones laborales y sociales, así como con igualdad de oportunidades real para que haya movilidad social de los hijos e hijas de la clase obrera a la otra clase de asalariados). Aliados, pues, en un proyecto de “socialismo” a lo chino, eso sí, sin copia ni calco, sino amoldado a las características, peculiaridades, trayectoria histórica, etc., de las distintas formaciones sociales o Estados-nación (y las necesarias alianzas entre ellos para articularse en las escalas geográficas y demográficas globales en la actualidad, que es la de una China, una Rusia, unos Estados Unidos, una India, etc.) Es decir, un bloque continental supranacional (que para España ni empieza, ni termina, ni tiene solo que ser el de la UE (o IV Reich) que navegue en un mundo en donde no hay, ni habrá, desglobalización, sino choque entre la globalización con centro en el Imperio del Centro –es decir, China– y la globalización de Estados Unidos y sus aliados. O ese socialismo aquí descrito, con todo lo inmensamente difícil que es, o, el más probable, capitalismo semáforo 2050 al que parece dirigirse el bloque anglo-germánico y, dentro del mismo, España.
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- También hay que decir que otras escuelas económicas complementan a esa versión del marxismo en China, como la desarrollista, la schumpeteriana o el Keynes de la “socialización de la inversión”.
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Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.