«A cada Imperio le llega su San Martín». ¿El turno de Estados Unidos?

El concepto e idea de imperio ha vuelto a los análisis y propuestas de diferentes analistas y teóricos en los últimos años. Esto es así, a mi juicio, porque el único imperio realmente existente, en cuanto a la realización de una hegemonía global, el estadounidense, ha pasado de no tener rival, desde la caída de la Unión Soviética, a verse claramente amenazado en su dominio unipolar por otros potenciales imperios, fundamentalmente el chino. Pero antes de meternos en faena para intentar dar cuenta del estadounidense, conviene definir los imperios y su papel clave en la historia.

 

¿La historia es la historia de la lucha de imperios?

El materialismo histórico de Marx necesita ser revisado en varios puntos para seguir dando inteligibilidad a esa concepción materialista de la historia. A mi juicio, uno de esos puntos es la inclusión de una teoría de los imperios, definidos como aquellas formaciones sociales, sociedades políticas o Estados que se expanden sobre otros. Esa expansión se produce, precisamente, porque en esa formación social se da tal conjugación entre estructuras políticas, jurídicas e ideológicas con la estructura económica, que acaba formando lo que Gramsci llamaba “bloque histórico”; un bloque soldado alrededor de una clase dominante (o los órdenes, estamentos o castas de las sociedades precapitalistas) que tiene una potencia tal que se expande más allá de sus limes, ya sea por la fuerza de las armas, la potencia del comercio, la emulación por parte de otros, la ideología y la cultura… o, más bien, una mezcla de todo ello. A la vez, existen diferentes clases de imperios, de acuerdo con la distinción establecida por Gustavo Bueno, que podemos ver en términos de tipos ideales (nunca puros):

  • El tipo de imperio o imperialismo generador (o civilizador o estructural asimilador), el cual, en su expansión, va clonando e hibridándose con lo que se encuentra. En esta dinámica entra el conjunto de instituciones del Estado imperialista de origen. No hay una relación metropoli-colonias, ya que todas las partes del imperio son tales partes, iguales de una misma totalidad, e incluso no pocas de las partes conquistadas tienen un mayor desarrollo que el centro que originalmente se había expandido. Ejemplos de ello se encuentran en los imperios macedonio, romano, omeya, español, francés-napoleónico y soviético.
  • El tipo de imperio o imperialismo depredador (o colonialista), que, en su expansión, va utilizando a los territorios y poblaciones por donde se expande para su único y propio provecho, sin la menor intención de exportar o clonar su modelo ni mezclarse, dejando a las sociedades bajo su férula igual, o aún peor, de como se las encontró. De este modo, tratan a las sociedades imperializadas como colonias de una metropoli. Ejemplos de ello se ven en los imperios persa, mongol, holandés, nazi-alemán y británico.

Como he dicho, estos tipos nunca son puros; es deci, todo imperio o imperialismo generador tiene elementos depredadores, aunque pesan más los generadores, y viceversa. Eso sí, el imperio o imperialismo depredador como una especie que anega al género es el considerado generalmente como el único tipo de imperio, y ello por la influencia del imperialismo sin duda depredador de las potencias capitalistas europeas de finales del último cuarto del siglo XIX y más de la mitad del siglo XX, retratadas por Lenin como “fase superior del capitalismo”, sin tener en cuanta la otra especie del género imperio, el generador.

Un materialismo histórico revisado y renovado podría ser uno que, básicamente, de cuenta de que la historia es sí, el paso de unos modos de producción a otros a través de la potencia de las relaciones de producción de cada uno de ellos para desarrollar las fuerzas productivas; sí, el paso de una clase dominante de un modo de producción al de otra, vía lucha de clases; y sí, que ese modo de producción y esa clase dominante del mismo se originan por circunstancias coyunturales concretas en determinadas formaciones sociales/sociedades políticas/Estados que, precisamente por darse ahí, tienen la potencia para ir más allá de sus limes y expandir ese modo de producción, con un único límite: el de otras formaciones sociales en las que, por circunstancias coyunturales concretas o por la propia expansión o influencia de imperios, surge un modo de producción, igual o diferente, o la misma o diferente clase dominante, con la potencia para frenar e imponerse al anterior imperio y ser el nuevo; es decir, sí, el paso de unos imperios ya generadores o depredadores a otros imperios ya generadores o depredadores.

Eso sí, aclaro, no hay ningún juicio de valor sobre unos imperios generadores que serían “buenos” o “progresistas” y otros depredadores que serían “malos” o “reaccionarios”, aunque es sobre todo a través de los generadores por donde más se ha expandido la civilización en todo el sentido de ese término, y sin duda también a sangre y fuego. Entre otras cosas, no hay juicio de valor porque en una concepción materialista de la historia no hay lugar para un maniqueísmo de ese tipo; porque para lo que en una época, etapa o fase histórica es un horror, en otra es una virtud y/o necesidad. Hay que huir del anacronismo sin caer en leyendas rosas, pero sin duda tampoco en leyendas negras, porque no hay un sentido determinista teleológico lineal progresivo en la historia por el que algún tipo de imperio o imperialismo generador, con su modo de producción y clase dominante correspondiente, nos llevará a la arcadia feliz. De hecho, todos los imperios generadores han caído, además, al no conseguir englobar a todo el planeta, y encima han sido más a lo largo de la historia los imperios depredadores que los generadores. Una concepción materialista de la historia, en última instancia, es la de la mayor potencia (económica, tecnológica, política, militar, ideológica, etc.) de unas clases/Estados/imperios frente a otros, sin que el resultado de esa mayor potencia haya sido, ni se vislumbra para nada que pueda ser, el fin de la explotación y la dominación de unos sobre otros, aunque quizás sí se podrían catalogar de mejores en cuanto más eficientes y menos lesivas, o menos malas de ejercer, unas que otras esa explotación y dominación.

Y ahora vamos con el Tío Sam.

 

¿Qué tipo de Imperio e imperialismo es el Imperio y el imperialismo estadounidense?

De esos dos tipos de imperio, ¿cuál sería el correspondiente a Estados Unidos? Según la perspectiva ideológica de ese país, se trataría de un imperialismo generador, ya que su “destino manifiesto” le lleva a expandir su modelo capitalista, liberal-democrático, a todo el globo terráqueo, o que el “american dream” y el “american way of life” lo sea para todos los habitantes de la tierra. ¿Pero es esto así?

Vayamos por partes, la globalización estadounidense, es decir, el imperialismo estadounidense, comienza tras la Segunda Guerra Mundial en un mundo dividido entre la esfera de influencia estadounidense y la soviética. En Europa Occidental, para reconstruirla tras la guerra y combatir la posible influencia soviética, Estados Unidos lanzó el Plan Marshall, que ayudó a los países en que se implementó a tener altas tasas de crecimiento y adentrarse en lo que ya era el mismo Estados Unidos: una sociedad de consumo. Lo mismo vale para países asiáticos más o menos fronterizos con China, como Japón o los llamados “tigres asiáticos”, donde inversiones y facilidades de todo tipo contribuyeron, sin duda, a su gran desarrollo. A la vez, la homogeneización que el propio modo de producción capitalista lleva intrínsecamente por su propia lógica de desarrollo, en este caso bajo el manto del Tío Sam, da lugar a que haya Coca-Cola, McDonald’s, Amazon, Twitter, Facebook, Apple, Microsoft o las diferentes marcas y empresas, así como métodos de producción y de consumo, made in USA por todo el mundo, por no hablar de la más que poderosa industria del entretenimiento y la información con matriz norteamericana, con la extensión por todo el globo de su forma de ver y vivir la vida, así como también el inglés como lingua franca heredada del predecesor del Imperio estadounidense, el británico. Si solo tomáramos estos ejemplos, no menores para nada, podríamos decir que el Imperio estadounidense, si no es generador, se acerca bastante. Pero eso es solo una parte de la historia.

La otra parte es toda Hispano o Iberoamérica, concebida desde muy pronto como el patio trasero de los estadounidenses a través de la “doctrina Monroe”, que bloqueó toda posibilidad de desarrollo de estos países y favoreció sanguinarias dictaduras militares frente a cualquier gobierno que quisiera proteger sus riquezas frente al expolio de las multinacionales yanquis, por no hablar de los “ajustes estructurales” vía FMI. Esto fue posible como consecuencia de las primeras intervenciones expansionistas durante el siglo XIX, como por ejemplo la anexión de gran parte del territorio que México había heredado del Virreinato de Nueva España o la guerra contra España al final de ese siglo que hizo caer bajo férula yanqui a Cuba o Puerto Rico, además de Filipinas. Ya que estamos con Filipinas, no se puede dejar de destacar el genocidio al que se sometió a su población tras caer en manos norteamericanas, y qué decir de otras partes de Asia, como el Medio Oriente, donde no han tenido ningún problema en aliarse con, e invertir en, teocracias islámicas como las del Golfo Pérsico a cuenta del petróleo o lanzarse a guerras como en Afganistán o Irak, que destrozaron a esos países. Qué decir también del derrotado y fragmentado imperio (generador) soviético, al que Estados Unidos no ayudó con ningún Plan Marshall, pero con el apoyo a las terapias de choque neoliberales y con la presencia militar en sus alrededores, lo que representa los antecedentes de la actual guerra de Ucrania. Vista esa otra parte de la historia, la de la globalización o imperialismo estadounidense en el “Sur global” hispano/iberoamericano, asiático y africano, en los restos del imperio soviético, e incluso en sus aliados directos del “Norte global”, como los de la Unión Europea (en gran parte una criatura suya a la que ahora arrastra hacia la desindustrialización con las leyes anti-inflacion Biden, la guerra de Ucrania o el enfrentamiento con China) el Imperio estadounidense no se puede calificar más que como depredador.

Además, es en el propio territorio estadounidense, donde lo generador/depredador ha formado dos caras de la misma moneda. Y es que la expansión no empezó realmente hacía fuera, sino hacia lo que ahora es su adentro, o desde las trece colonias independizadas del Imperio británico a través de un proceso de expulsión o directamente destrucción (en este caso sí un genocidio) de los nativos indios americanos, metiendo a los muy pocos supervivientes en reservas. Se trató de un proceso totalmente depredador. También es cierto que, en esa expansión, que dará lugar a los actuales Estados Unidos, como la antes señalada anexión de territorios mexicanos o la llamada “conquista del oeste”, llevó a esos nuevos territorios al mismo modelo capitalista democrático liberal, en un proceso de características generadoras. A todo ello hay que unir aspectos relevantes a lo largo del tiempo. El primero, las dialécticas internas de clase entre los industriales del norte y terratenientes del sur, que explotó en la Guerra Civil del siglo XIX, la cual acabó con las propiedades de esos últimos (en una de las mayores expropiaciones de la historia) así como con la esclavitud de los territorios del sur (aunque no con el racismo y la exclusión de la población negra). En segundo lugar, el New Deal de Roosevelt, aupado por las luchas obreras en los 30’s del siglo XX y que, aun así, no logró construir un estado del bienestar mínimo. Finalmente, la apertura a migrantes de todo el mundo, de los cuales los de origen europeo y en parte asiáticos se han integrado bajo el lema “E pluribus unum”; sin embargo, queda una gran remesa de hispanos que ya son la primera minoría del país y el mayor reto de cara a ser aculturizados al molde WASP, como sí lo fueron otras cohortes de migrantes, a la vez que, quizás, toda una posible masa de población para un cambio y/o renacimiento en Estados Unidos que, por otro lado, se reencontraría con sus raíces y pasado hispano para ponerse al mismo nivel que el anglo.

Pero este imperio, con elementos generadores, pero también depredadores, pesando más estos últimos en la balanza y, por lo tanto, definiendo como tal a este imperio, ¿se encuentra en decadencia y enfilando su fin?

 

¿Se acabó lo que se daba?

En el apartado anterior sugerí que la globalización del imperialismo estadounidense comenzó en una especie de primera parte tras la Segunda Guerra Mundial; una primera parte de globalización parcial, eso sí, ya que una buena parte del mundo estaba bajo el llamado “campo socialista” (el Imperio soviético). Fue tras la caída de la URSS y su bloque –y, por lo tanto, de la victoria del Imperio estadounidense– cuando este vivió su momento más fulgurante. Era la única superpotencia en el mundo y lanzó, a través del llamado, “consenso de Washington” la segunda parte de su globalización, ahora sí plenamente global. Es más, desde 1991, hasta por lo menos la crisis del 2008, se vivió una especie de unipolaridad, dominada por el primer imperio realmente global, que permitió también extender a nivel global el modo y la relaciones sociales de producción capitalistas como nunca antes.

En la lógica de esa segunda parte de la globalización imperial estadounidense se insertó una China liderada por Deng Xiaoping y el resto de la clase dirigente del Partido Comunista, que, formando el ala derecha del mismo y tras sobrevivir a la última etapa del maoísmo, se había hecho con el partido y el país. Así, se insertó desde los ochenta mimados por unos Estados Unidos que se aprovechaban de la ruptura sino-soviética y de la enorme mano de obra dispuesta a trabajar en las industrias deslocalizadas, las cuales libraban tanto a los norteamericanos como a sus socios europeos occidentales de un proletariado industrial demasiado conflictivo, mientras se abría paso, en esos países, una sociedad de servicios con diferentes tipos de cualificación y revolución tecnológica encabezada desde Silicon Valley.

Pero con lo que no contaba la clase dominante y dirigente estadounidense es con una China que, lejos de conformarse con ser la “fábrica del mundo” de productos baratos, basados en bajos costes laborales y en donde, con el crecimiento económico acabaría llegando una democracia liberal capitalista, en realidad, y de manera sistemáticamente planificada, tomaría esta etapa de acumulación de capital y perfil bajo geopolítico en los años ochenta y noventa del siglo pasado como una acumulación de fuerzas para, a partir de los 2000, y sobre todo tras la llegada de Xi Jinping al timón del país, aprovechar todo ese crecimiento económico capitalista, más todo su conservado y renovado sector económico estatal dominante, para dar un salto hacia la producción industrial y de servicios de alta tecnología y alto valor añadido. Como colofón, terminaría lanzando su propio proyecto de globalización imperial a través de la “Nueva Ruta de la Seda” y organizaciones como los BRICS y BRICS, la OCS, etc…

Después de las guerras fallidas del imperio en Irak y Afganistán, la crisis del 2008, etc., ese mundo bajo la férula estadounidense, que venía desde 1991, llegó a su fin, y hoy la realidad es que estamos ante unos Estados Unidos que intentan mantener su decaída globalización renovándola frente a la pujante y emergente globalización impulsada por el Imperio del Centro. Ese es el conflicto esencial que va a caracterizar el actual siglo XXI. En este momento histórico trascendental en el que estamos, se cruzan a la vez la fase de colapso de una potencia hegemónica para pasar a otra, según Arrighi; el “turning point” del paso de una etapa a otra de una revolución tecnológica, según Carlota Pérez; el fin de un ciclo de un Imperio que se cruza con el comienzo del ciclo de otro imperio y la guerra que puede traer esto, según Ray Dalio. En definitiva, el posible paso de un modo de producción dominante a otro: del modo de producción capitalista del Imperio estadounidenses al modo de producción estatista chino.

En esa múltiple partida en juego se encuentra la prueba de la práctica del se acabó lo que se daba o a cada imperio le llega su San Martín para el Imperio estadounidense, todo a la vez que asistimos al comienzo de un nuevo imperio, el chino. Las alternativas a este escenario parecen claras: el freno a China y posterior renacimiento, cuál ave fénix, del Tío Sam (al que de momento no le llegaría su San Martín) o la terrorífica destrucción mutua y, con ello, del mundo en su totalidad, aunque ya no con cambio climático, sino con invierno nuclear.

Una última prognosis especulativa basada en potenciales tendencias del presente: la posible caída del Imperio estadounidense y su sustitución por el Imperio chino supondría un punto y aparte, en el sentido de que desde, la primera globalización protagonizada por el Imperio español o Monarquía Católica Hispánica (aunque en la misma tuvo como partenaire a China) ha sido el llamado “occidente” el que ha llevado la batuta del mundo, sobre todo tras la época, o fase histórica, del capitalismo como modo de producción dominante a través de los imperios anglosajones, británico y estadounidense, y sus globalizaciones, que pueden agruparse en una única anglobalización. Todo ello vendría ahora a ser sustituido por el “Lejano Oriente” a través del Imperio del Centro como Sol a cuyo alrededor girarían, por la fuerza de la gravedad de la globalización Made in China, los planetas de todos los Estados-nación, agrupados en bloques supranacionales, con trayectorias históricas comunes, del llamado “Sur global”, o los perdedores de la época o fase histórica de la anglobalización capitalista. En ese escenario, el “Norte global”, con Estados Unidos a la cabeza, quedaría como uno más de los polos, y no de los más importantes.

Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.

Algunas consideraciones sobre Estados Unidos y la reconfiguración del sistema mundial

Un cambio de época

En su contribución al estudio Panorama Estratégico 2023, que publica el Instituto Español de Estudios Estratégicos, Emilio Lamo de Espinosa subraya que estamos asistiendo a una transformación que no tiene parangón desde la Revolución Industrial y que, comparada con ésta, presenta mayor extensión, más profundidad y ritmo más veloz. Según Lamo de Espinosa, la Revolución Industrial se habría focalizado principalmente en el área noratlántica, en lo que respecta a las transformaciones antropológicas más sustanciales, la creación de centros de producción tecno-industrial. Aunque hay que puntualizar que el capitalismo habría creado un sistema mundial interconectado por mediación de los circuitos mercantiles y de la conquista y dominación colonial, cuyas estructuras dependían de la primacía occidental.

Ahora, estaríamos asistiendo a un proceso de alcance verdaderamente mundial, por el crecimiento sin parangón de China e India, pero también de algunos países africanos. Estaría afectando a las instituciones sociales y a las formas de vida, con un crecimiento sostenido de mega urbes que ha hecho que, en 2007, por primera vez en la historia, la población urbana superase a la población rural, previéndose por parte de Naciones Unidas que, hacia 2050, el 70% de la población mundial vivirá en grandes urbes. Ello arrastrará, presumiblemente, una convergencia de hábitos y estructuras sociales.

Si la propia Revolución Industrial y la producción capitalista ya crearon un mundo dominado por una pulsión constante de cambio y dinamismo, la velocidad de las transformaciones se vuelve cada vez mayor. Para Lamo de Espinosa, entre toda la panoplia de factores a considerar, habría dos fundamentales: la divergencia demográfica del Este con el Oeste, y la convergencia tecnológica. Se estima que la población mundial superará los 9.000 millones en 2050 y la gran mayoría de esa población no es occidental. Pero, además, los países occidentales han perdido el monopolio tecnocientífico e incluso se han desprendido de buena parte de su tejido productivo e industrial, convirtiéndose en sociedades dependientes, como quedó patente durante la pandemia del coronavirus, cuando los países europeos tuvieron que importar de Asia productos sanitarios básicos. Se trata de una contradicción paradójica, engendrada por los intereses de los poderes económicos y financieros que auspiciaron la globalización neoliberal, propiciando que los gobiernos de EEUU y los países de la UE se aplicasen en desarrollar políticas que socavaron su primacía geopolítica, económica y tecnológica.

 

Sobre la Trampa de Tucídides

El politólogo estadounidense Graham T. Allison enunció en un artículo para el Financial Times en 2012, que luego desarrollaría en su ensayo de 2017, Destined for War, una tesis histórica que denominó Trampa de Tucídides. El nombre hace alusión al autor de la Historia de la Guerra del Peloponeso y, en concreto, a una reflexión con la que arranca esa obra, según la cual fue el ascenso de Atenas y el temor que infundió a Esparta lo que habría ocasionado aquella guerra de la Antigüedad.

En virtud de la Trampa de Tucídides, cuando una potencia emergente desafía el estatus, el poder económico y militar, y disputa las áreas de influencia de una potencia ya consolidada, o que da muestras de decadencia, se produce una tendencia hacia la guerra abierta.

La tendencia hacia el conflicto puede articularse a través de paulatinas reorganizaciones de la hegemonía, que van definiéndose en diferentes ámbitos, desde el diplomático al tecnológico, económico y militar. Puede que la potencia en decadencia retenga su hegemonía y sea capaz de anular o contener el ascenso de su rival; puede que la nueva potencia resulte triunfadora, desplazando o acogotando a su antagonista; puede que se logre una nueva distribución de las áreas de influencia, las redes de supremacía y dependencia por una vía más o menos pacífica, o desplazándose los conflictos bélicos a las periferias de las grandes potencias. O puede, también, como ocurrió con Atenas y Esparta, que ambas se enzarcen en una guerra, más o menos prolongada, que precipite el languidecimiento de los contendientes.

Allison estudia diferentes casos históricos, como la pugna entre España y Portugal en el siglo XV, entre Inglaterra y EEUU a finales del siglo XIX y la propia Guerra Fría. Observa que la guerra no siempre es inevitable y que entran en juego parámetros subjetivos e ideológicos, además de los puramente económicos y geoestratégicos.

Ahora estaríamos adentrándonos en la Segunda Guerra Fría, denominación que va cuajando entre los analistas políticos para referirse al choque entre EEUU y China ¿Culminará con un enfrentamiento armado o se canalizará por vías diplomáticas? ¿Cómo se reposicionarán los diferentes actores políticos de segundo nivel? ¿Creará la tensión creciente un nuevo sistema de gobernanza internacional, acaso actualizando el entramado de Naciones Unidas o estimulando nuevos instrumentos multilaterales o bilaterales?

Es habitual que el pretendido Realismo Político se abone a lecturas mecanicistas que atienden a los intereses materiales de los estados, de las élites económicas y políticas, y de los diversos grupos sociales, en conjunción con aspectos geopolíticos, como los factores que actúan por detrás de los procesos históricos y de los conflictos, pero desdeñan el peso de la ideología, las cosmovisiones, el tejido jurídico administrativo de las sociedades, las particularidades culturales y las corrientes de pensamiento en que se inscriban las poblaciones, los grandes decisores políticos o las propias élites.  Ahora bien, si las relaciones sociales y los condicionantes materiales actúan efectivamente como el marco en el que los sujetos y actores políticos desarrollan la Historia, y ciertamente las voluntades humanas no pueden sustraerse a su corsé, los condicionantes materiales de la economía, la producción, y todas las contradicciones que se engendran en la vida material no pueden operar sino es a través de las categorías, conceptos y sistemas de pensamiento que vertebran la comprensión de la realidad. La superestructura, como ya había advertido Marx en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, aporta las instancias políticas, jurídicas, institucionales e ideológicas por mediación de las cuales las contradicciones del “ser social” se les hacen patentes a los sujetos, permitiéndoles cobrar conciencia de las mismas.

La evolución de los acontecimientos, incluyendo la posibilidad misma de la guerra entre China y EEUU, no se rige por un destino inexorable, sino que está sujeta a una pluralidad de factores causales, incluyendo elementos subjetivos, que pueden interaccionar de formas diversas y sólo parcialmente predecibles.

 

Las fases del sistema internacional tras la disolución de la URSS

Esther Barbé, en su manual Relaciones Internacionales (capítulo VI. “La sociedad internacional desde el final de la Guerra Fría: constitución, transición y contestación del orden internacional”), ha dibujado el cuadro de la evolución del Sistema Internacional y del desarrollo de la hegemonía estadounidense en las últimas décadas. Para ello, ha considerado la interacción, entre las redes de poder y dependencia, las instituciones internacionales y transnacionales, y las ideologías de los diferentes actores. El entrelazamiento dialéctico de estos tres factores, muchas veces conflictivo, y sus mutaciones respectivas permitiría diferenciar tres periodos en la evolución del Sistema Internacional tras la Guerra Fría.

Tras el colapso de la URSS, entre 1989 y 2001 se iría configurando un Orden Internacional unipolar, marcado por la hegemonía absoluta de EEUU. Washington pudo hacer valer esta posición hegemonizando el Consejo de Seguridad y otras estructuras de las Naciones Unidas, concitando en torno suyo amplias coaliciones de países para proteger sus intereses geoestratégicos o promover tratados y regulaciones favorables. Ejemplos de esto serían la intervención en la Guerra del Golfo de 1991, bajo mandato de Naciones Unidades, o la intervención en la Guerra de los Balcanes. George Bush senior verbalizaría esta capacidad hegemónica afirmando que EEUU había superado el Síndrome de Vietnam.

En el plano de las instituciones internacionales, iría cuajando un internacionalismo liberal que daría lugar a una efervescencia normativa que habría desbordado ocasionalmente las propias directrices estadounidenses. Las normas que pretendían regular las relaciones entre los estados se volvieron más densas, definiéndose protocolos contra el Cambio Climático (Protocolo de Kioto), justicia internacional a través de la Corte Penal Internacional o convenciones contra la proliferación de armas químicas y minas antipersonas.

La dimensión ideológica instauraría la idea, al menos a nivel retórico, de que los estados deben subordinar su soberanía al cumplimiento de los Derechos Humanos, pero también a directrices económicas. Se iría perfilando el Consenso de Washington, ampliando a escala global la ofensiva ideológica ultraliberal de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Fundaciones, académicos, medios de comunicación y otros agentes ideológicos se afanaron en instalar la idea de que el mercado auto-regulado es el asignador eficiente de recursos y que la privatización de los servicios públicos, la contención de las deudas públicas, la flexibilización de los derechos laborales y el recorte del Estado Social eran la clave para el desarrollo económico y el progreso.
Bajo el impulso estadounidense, la Globalización Neoliberal, la deslocalización de los centros productivos desde los países occidentales hacia áreas con menores costes laborales y menores regulaciones medioambientales, unida a los recortes, privatizaciones y a la financiarización de la economía, se iría implementando.

La segunda fase identificada por Barbé iría de 2001 a 2008. Dos hechos la marcarían. De una parte, los atentados yihadistas del 11s de 2001 darían pie a acciones unilaterales del gobierno de George Bush junior, en contraste con el ropaje multilateralista del periodo Clinton. La intervención militar en Irak, que tanta contestación tuvo en España y donde resultó obvio que la lucha contra el yihadismo o inutilizar las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein eran una pantalla para controlar los recursos petrolíferos de la zona, sería el ejemplo por antonomasia.

Por otro lado, en 2001 tuvo lugar la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio. Se suponía que China, que había pasado a ser la gran fábrica del mundo merced a los procesos de deslocalización, iría mutando, abandonando su carácter socialista y su sistema político dominado por el PCCH, para convertirse un estado más del orden liberal. La convergencia económica en el marco de una economía globalizada iría abatiendo la gran muralla doctrinal y política del sistema chino. La convergencia económica arrastraría a una convergencia en las formas y valores del estado demo-liberal. Eso se creía. Sin embargo, China fue capaz de administrar su inclusión en ese entramado liberal internacional y proseguir con su modelo de economía planificada y subordinada a directrices estatales, combinada con aspectos de libre mercado, al tiempo que se iba convirtiendo en una potencia científica y tecnológica de primer nivel.

Las instituciones de la gobernanza neoliberal seguían siendo promocionadas a diferentes niveles, pero la acción unilateral de la potencia hegemónica y la reticencia creciente de los ideólogos y élites políticas estadounidenses ante el auge de China comenzaban a precipitar al sistema internacional a la siguiente fase.

La última fase definida por Barbé habría empezado en 2008, con la crisis que se desató con la quiebra de Lehman Brothers y el estallido de la burbuja inmobiliaria, y llegaría hasta la actualidad, pasando por las administraciones de Obama, Trump y la actual presidencia de Biden.

El orden internacional se ha tornado una disputa entre China y EEUU por sus espacios de poder e influencia, al tiempo que otras potencias regionales y emergentes tratan de consolidar sus intereses estratégicos. India, Brasil, Turquía o Sudáfrica, por su parte, contienen un gran potencial demográfico y económico. La UE, sin embargo, si bien sigue siendo una gran área económica, pierde peso, carece de cohesión por el conflicto de intereses entre sus miembros; se debate entre la sujeción a EEUU y buscar una autonomía diplomática y estratégica, y tiene a la demografía en contra.

 

Las administraciones estadounidenses ante los desafíos del presente

Se suelen subrayar las diferencias entre las administraciones demócratas y republicanas en EEUU. Mientras que en la época de Obama se buscó recuperar la acción multilateral, concitando apoyos internacionales para hacer valer los proyectos estadounidenses, conduciéndose casi siempre bajo la apariencia de salvaguardar las instituciones de Naciones Unidas y marcando distancias con las actuaciones unilaterales de la era Bush, Trump abogó por confrontar con la ideología globalista, planteando un retraimiento respecto de las instituciones internacionales e incluso declarando la obsolescencia de la OTAN. Ello recordaba a las posiciones aislacionistas que se habían opuesto a la participación de EEUU en la I y en la II Guerra Mundial. Se les reprochaba a los países de la Europa Occidental haberle endosado sus gastos de defensa a EEUU, y se los instaba a corresponsabilizarse e incrementar su inversión militar.

Trump se perfiló como aspirante a la presidencia cargando contra la élite política tradicional, presentándose como un hombre hecho a sí mismo, ajeno a los gerifaltes al uso del partido Republicano. Esa clase política tradicional es la que habría propiciado el auge de China y el eclipse de la supremacía estadounidense y occidental, al impulsar la desindustrialización y las deslocalizaciones, destruyendo el tejido económico, desprotegiendo a los productores americanos y condenando al desempleo y a la precarización a las clases trabajadoras. Pero, aunque este diagnóstico pueda parecer atinado en este punto, se conjuga con una demonización de la inmigración (a la que se acusa de ser el instrumento de una sustitución étnica), un ataque a los derechos civiles, ultraconservadurismo y negacionismo del cambio climático y los problemas medioambientales inherentes a la producción capitalista.

El trumpismo, al igual que la retórica de las nuevas derechas populistas, denuesta los elementos de la democracia representativa y los sistemas constitucionales, al tiempo que denuncia las imposiciones de una pretendida élite globalista. En la conceptuación del globalismo que se hace desde el trumpismo y sus epígonos, las ideas progresistas, las evidencias científicas sobre el cambio climático y los protocolos para paliarlo son identificadas con una agenda oculta de una élite mundial que pretendería derruir el poder occidental, debilitando su estructura productiva y desnaturalizando su cultura y sus tradiciones.

Biden anunció su intención de dar carpetazo a los planteamientos trumpianos proclamando, en su primer discurso como presidente electo, en el Queen Theatre de Wilmington, en Delaware, el 24 de noviembre de 2020, que EEUU estaba de regreso. El nacionalismo unilateralista de su antecesor sería sustituido por el multilateralismo y se regresaría a los acuerdos sobre el cambio climático.

Sin embargo, por debajo de las diferencias apreciables entre las diversas administraciones estadounidenses, hay puntos de continuidad que vienen dados por los condicionantes geopolíticos. Y es que la decadencia del poder de EEUU, el temor al auge chino y el intento de contenerlo se plasmaron, ya en la época de Obama, en el desplazamiento de los recursos militares y la atención hacia el área indo-pacífica.

En esa clave puede leerse el acuerdo AUKUS (Australia, United Kingdom y United States), anunciado en septiembre de 2021. Este tratado le da acceso a Australia a tecnología avanzada de defensa, que le permitirá dotarse de submarinos de propulsión nuclear, en el marco de un acuerdo de cooperación en seguridad y defensa que militariza la relación con China en la región. También tiene una importante dimensión económica, al suponer contratos cuantiosos para la industria armamentística estadounidense.

Este acuerdo supuso un desaire a Francia, dado que Australia canceló un contrato de fabricación de submarinos convencionales con el país galo. Ello revela que la Administración Biden considera a los países europeos socios menos confiables y de segundo nivel respecto al núcleo duro anglosajón; pero, sobre todo, que prioriza la estrategia de contención de China por encima del ascendiente sobre los principales países de la UE. También cabe suponer que los estrategas estadounidenses tienen presente la involucración comercial de los grandes países de la UE con China, de tal manera que su sujeción a las directrices estadounidenses puede verse comprometida por sus propios intereses. Y en esta cuestión, uno de los ejes fundamentales de la política exterior, vemos que la presidencia de Biden sigue un curso de acción similar al de Trump.

Finalmente, hay que referirse a la Guerra de Ucrania, que comenzaría como tal con la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, tras años de tensiones que se retrotraen a los disturbios del Euromaidán, suscitados por la suspensión de la firma de los acuerdos de anexión Ucrania a la UE.

La invasión rusa ha supuesto una revitalización de la OTAN, con el ingreso de Finlandia y con EEUU impulsando sanciones económicas. Se organizan envíos de armas, apoyo militar y respaldo diplomático al ejército ucraniano. EEUU ha presionado para que Alemania prescinda del gas y el petróleo rusos. Cabe recordar en este punto el sabotaje del gasoducto Nordstream; según la información publicada por el premio Pulitzer Seymour Hersh, habrían sido buzos de la armada estadounidense, durante unas maniobras de la OTAN, quienes instalaron artefactos explosivos que, posteriormente, el 26 de septiembre de 2022, serían detonados por la marina noruega utilizando una boya hidroacústica.

Con la guerra ahora enquistada, y los países de la Europa del Este pidiendo más implicación y dureza en el conflicto, existe el peligro constante de una escalada e incluso del uso de armamento nuclear.

Rafael Poch, en su opúsculo la Invasión de Ucrania, nos recuerda que tras la disolución del Pacto de Varsovia y la caída del Telón de Acero, EEUU bloqueó la construcción de una seguridad europea integrada y de los planteamientos de distensión. En la Cumbre de la OTAN en Roma, 1991, los documentos manifestaban la voluntad de expandirse hacia el Este y posicionarse en las áreas de influencia de la extinta URSS, incluyendo Ucrania. Sin menoscabo de denunciar la violación de la soberanía ucraniana que ha perpetrado Putin, Poch nos insta a no olvidar que la expansión de la OTAN creó la condiciones para posteriores conflictos, dado que Rusia estaba viendo atacados sus intereses geopolíticos. Henry Kissinger y George Kennan se han manifestado contrarios a esta expansión, precisamente porque suponía ir cebando un posterior conflicto.

Los gobiernos de EEUU acabaron pugnando por la ampliación de la OTAN al Este, ante la perspectiva de que la construcción de una seguridad europea sin el paraguas atlantista, buscando una entente y una distensión con Rusia, les supusiese perder influencia.

En la cumbre de la Alianza Atlántica en Madrid, celebrada en junio de 2022, se definió un nuevo Concepto Estratégico para los próximos diez años, orientado a la contención de Rusia y la disuasión, apelando explícitamente a la posibilidad de una confrontación nuclear, y situando también al Indo-Pacífico como una zona de conflicto estratégico.

 

Conclusión

La pugna entre EEUU y China está ya definiendo nuestro presente. Hemos entrado de lleno en la II Guerra Fría, y la Guerra de Ucrania, si bien tiene que ver la disputa de áreas de influencia en los viejos territorios del Bloque Soviético, ha forzado a los países europeos a reactivar su compromiso atlantista, al menos mientras la guerra continúe.

La fuerza de la demografía, el desarrollo económico y la convergencia tecnológica han creado un sistema multipolar donde las potencias emergentes, en la medida en que sean capaces de contener sus problemáticas sociales y lograr cierta cohesión interna, se prevé que reforzarán su peso e influencia, actuando como actores de segundo nivel tras las dos grandes hiperpotencias.

La pugna con China, a nivel diplomático, económico y tecnológico, la contención de una Rusia que busca recuperar su tradicional área de influencia, y las relaciones con otros actores regionales definen hoy la agenda exterior estadounidense. En el trasfondo, la gran crisis ecológica condiciona todas estas dialécticas geopolíticas, y éstas, a su vez, condicionan y limitan la capacidad de hacer frente a este desafío global.

Referencias

Aguirre, Mariano, Guerra Fría 2.0. Claves para entender la nueva política internacional, Icaria, 2023.

Barbé, Esther, Relaciones Internacionales, Tecnos, 2020.

Poch, Rafael, La invasión de Ucrania, CTXT (colección ¡Movilizaos!), 2022.

OTAN, Concepto Estratégico, NATO Review, 2023. www.nato.int/docu/review/es/articles/2022/06/02/el-concepto-estrategico-de-madrid-y-el-futuro-de-la-otan.

Instituto Español de Estudios Estratégicos, Panorama Estratégico, 2023. www.ieee.es/publicaciones-new/panorama-estrategico.

Ovidio Rozada es licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo, directivo de la Sociedad Cultural Gijonesa y profesor de Filosofía en el IES Universidad Laboral de Gijón.

Editorial: Unión Europea

La ideología europeísta es una de las partes fundamentales del macizo o nebulosa ideológica (la caverna de Platón) dominante en España, uno de los países con mayor mayor aceptación de la UE entre las poblaciones de todos los Estados-nación miembros de la misma. Dicha ideología se basa en una supuesta unión armónica entre los diferentes Estados y pueblos europeos que tras siglos de guerra habrían encontrado, tras la Segunda Guerra Mundial, un punto de encuentro que no habría hecho más que expandirse desde el centro de Europa hasta el sur, norte y este, superando diferentes pruebas que se ponen en el camino para llegar en algún momento a la meta final de unos Estados Unidos de Europa. Se trataría de una Europa unida cuyo modelo económico-social-político-jurídico sería el sumun al que habría llegado la humanidad y que debe ser el faro que ilumine al resto del mundo. En España, tomaría como dogma el orteguiano España es el problema y Europa la solución.

Europapanatismo, altereuropeismo, euroescepticismo o Europa es la solución

Esa ideología europeísta, que podemos denominar como “europapanatismo”, se encuentra muy reforzada tras el acuerdo de los fondos europeos post-Covid y por la guerra de Ucrania. En España, tiene como ideologías, no tanto alternativas sino hijuelas suyas, un “altereuropeismo” y un “euroescepticismo”.

Ambas comparten no pocos principios con el “europapanatismo” y se diferencian entre ellas y con este en que el “altereuropeismo” ve en la UE un proceso no nato, pero tampoco abortado, capturado por el neoliberalismo, de una trasposición de la edad dorada del “wellfare state” de los Estados-nación a los futuros Estados Unidos de Europa (Europa federal, social, de los pueblos, etc.) y el “euroescepticismo” desconfía de las continuas cesiones de soberanía a la UE y sus “burocracias cosmopolitas y globalistas” (“el capitalismo neoliberal” para los otros), y mira como meta no una federalización que disuelva los Estados-nación en una macroestado europeo, sino un confederalismo intergubernamental (“Europa de las naciones”) con la finalidad de mantener una identidad impoluta (lo que para los altereuropeistas sería volver al “wellfare state” estatal-nacional).

Incluso en nuestro país podemos poner otra rama ideológica hijuela del “europapanatismo” que, moviéndose entre el “altereuropeismo” y el “euroescepticismo”, ve a esa Unión Europea como el lugar de desintegración de los Estados-nación opresores de las naciones auténticas y milenarias que verían su oportunidad de secesionarse de estas, y a la vez, tener un gran paraguas en una “Europa de las regiones”.

Se puede comprobar fácilmente estas diversas variantes de la ideología europeísta en las diferente formaciones políticas de nuestro país, así como en medios de comunicación, laboratorios de ideas, etc.

Eurorealismo, o Europa no es la solución

Desde nuestra posición defendemos lo que se puede denominar como “eurorealismo”. Esto es, mirar con los ojos limpios de las legañas del macizo o nebulosa ideológica europeísta para romper los cuentos y mitos de la misma:

    1. Para España, la pertenencia a la UE supone la entrada en un club claramente hegemonizado por Alemania en donde se ha sellado una alianza a prueba de fuego, aunque en posición subalterna, de nuestras clases dominantes con las clases dominantes del eje franco-alemán, y cuyo peaje tanto con los fondos de cohesión en los años ochenta y noventa del siglo pasado, o con los fondos europeos de ahora, con su albultada chequera, es la conversión de España en un economía política basada en  servicios de bajo valor añadido como destino para los vástagos de la clase obrera industrial producida en el desarrollismo franquista de los sesenta o de la población migrante que, en gran número, llega a partir de mediados de los noventa; en un débil sector público empresarial y social que, con todo, sirve como nicho de mercado laboral para sectores de la clase profesional y directiva asalariada (con sus más jóvenes generaciones socializadas en los erasmus); y cierto sector industrial en manos, y bajo los intereses, de Estados Unidos, Francia y Alemania. España es así un país claramente periférico dentro del contexto europeo, que despertó del supuesto generoso maná europeo de los años ochenta y noventa con la crisis del 2008 y el crack del modelo económico que ese mismo maná en parte subvenciono, con el brutal ajuste del “rescate” europeo con Rajoy. Todo parece indicar que estamos ahora ante un nuevo maná, a otra entrada en lo mismo.
    2. La Unión Europea se mueve al son de las necesidades de Alemania, que va construyendo una división europea del trabajo entre ellos y su hinterland centro-norte europeo, como el centro con el este y el sur de Europa como periferias, para mayor gloria de su producción y exportación industrial. Así, la UE no es más que un nuevo intento de una reunificada Alemania en ser una potencia, eso sí, incorporada a la globalización unipolar estadounidenses tras la caída de la URSS y su bloque, manteniendo su sumisión diplomático-militar al Imperio mientras el Tío Sam les dejaba a los teutones tener su coto de caza europeo a la vez que compraban a espuertas energía rusa y exportaban a China. Hasta ahora…

Tras la Oda a la Alegría, pues, resuena el “Deuschland uber alles”, sin ninguna posibilidad real de ir a ningunos Estados Unidos de Europa o una Confederación de naciones.

¿Qué hacer? España no es problema, tampoco la solución

Vivimos tiempos convulsos en donde se están entrecuzando tres momentos de transición o pasos del Rubicón a otras lógicas, regularidades o ciclos. El primero tiene que ver con los ciclos Kondratieff/ Schumpeter/Pérez de auge y decadencia del modo de producción capitalista espoleado por las revoluciones tecnológicas. El segundo es el paso de una potencia hegemónica a otra en el sentido de Arrighi, con su “trampa de Tucidides” incluida y el fantasma de una posible destrucción nuclear mutua. El tercero es la posibilidad de la transición del capitalismo como modo de producción dominante a otro (¿estatista?) con una nueva clase dominante. Todo esto se puede sintetizar en el conflicto principal que marcará el presente siglo XXI, el de la emergente globalización con características chinas frente a la declinante, pero resistente (y quizás resurgente) globalización occidental dirigida por Estados Unidos.

Una u otra globalización (y precisamente la UE es el ejemplo más avanzado y a la vez fallido de ello, en ese caso bajo las faldas de la globalización norteamericana) requieren de la formación de escalas geográficas, demográficas, económicas, políticas, militares, etc., a nivel continental, o incluso transcontinental, en las cuales la gran mayoria de los estados-nación deberán agruparse en organizaciones internacionales o supranacionales, las cuales tendrá que tener cono una de sus condiciones de posibilidad que haya una trayectoria histórica y cultural común detrás, todo lo cual arroja unas cuantas plataformas potenciales en nuestro mundo para ello.

Teniendo esto en cuenta, y a pesar de los muchos problemas que tiene España, no consideramos a nuestro país un problema que tendría la solución en una UE Federal, confederal o de las regiones, sino que podría tener una solución, más que complicadísima pero no imposible, en una de esas plataformas posibles por nuestra propia historia. Y más teniendo en cuenta que la globalización con características chinas busca construirse y llevarse a cabo con China como centro y todos aquellos “perdedores“, ya no sólo de la actual globalización estadounidense, sino también de la británica; es decir la “anglobalización” que ha dado forma al mundo de los ultimos 250 años. “Perdedores” que, antes de esa “anglobalización” capitalista de la llamada modernidad, fueron “ganadores” y aliados en la primera globalización. Pero esto se desarrollará en otro momento.