Editorial: El derogador que derogue buen derogador será

Althusser decía que el materialismo era no contarse cuentos. La Casamata tiene como subtítulo Arma de la crítica, una crítica materialista a los cuentos, mitos, ideas-fuerza que, al modo de la caverna de Platón, se proyectan como imágenes invertidas de la realidad. Uno de esos cuentos que en las últimas semanas nos bombardean desde nuestra particular caverna platónica (tertulias, prensa, redes, etc…) es el de la “derogación” de la reforma laboral del 2012.

El acuerdo de gobierno de coalición anunciaba la derogación de la reforma laboral del 2012. Leyendo ese acuerdo se veía rápidamente que no era así. En el último congreso del PSOE, Pedro Sánchez también anunció que se iba a derogar la reforma laboral hasta que unas semanas después hablo de “actualizar”. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, también habló de derogar hasta que en declaraciones televisivas dijo que “no era técnicamente posible”, todo ello pocas horas después de haberse firmado un pacto en el Gobierno de coalición en donde se volvía decir que se derogaba la reforma laboral.

Pero ese acuerdo que, al parecer, cerraba las supuestas desavenencias en el gobierno de coalición, en realidad volvía al punto cero del acuerdo de coalición en donde también hablaban sobre derogar y en realidad sólo era las llamadas “partes lesivas” de la reforma laboral del 2012, como la prevalencia del convenio de empresa sobre el sectorial o la anulación de la ultraactividad de los convenios (aunque de facto los llamados “agentes sociales”, patronal y sindicatos, han ido acordando y aplicando esa derogación medio pensionista en puntos “lesivos” como esos y desde hace años).

A estas alturas de la película es fácil ver que el juego con el verbo “derogar” ha sido, es y será un arma retórica cuenta cuentos, un juego del escondite, un vende humos entre los dos socios de coalición de cara a futuras elecciones generales, pero en la realidad asistiremos a un cambio en determinadas partes de la reforma laboral del 2012 (la del 2010 de ZP ya ni se nombra aunque abre el camino para la del 2012, y eso por no seguir marcha atrás hasta los años ochenta con Felipe González) que superen los vetos y exigencias de la UE por un lado y de la CEOE por otro.

Todo esto podemos empezar a resumirlo en “flexiseguridad a la española” resumida en dos puntos: la simplificación de los contratos sin llegar al único (unos tres), y una limitación de la temporalidad a la carta de cada sector económico. Una flexiseguridad adaptada a nuestro modelo productivo de bajo valor añadido y baja productividad, una flexiseguridad pues con muchos fijos discontinuos y despido barato (la ministra de Trabajo ha dejado claro que esa sigue siendo una parte al parecer “no lesiva” de la reforma laboral de 2012 que se va a quedar intacta).

Queremos detenernos en este punto del llamado “modelo productivo”. La flexiseguridad o la simplificación de contratos incluso llegando al “contrato único” no es algo necesariamente malo. La clave está en la estructura económica que moldea eso. Con la estructura económica actual en España, la flexiseguridad es sinónimo de más de lo mismo pero recubierto con papel de celofán. Con otra estructura económica, una con un Estado más protagonista y realmente “emprendedor” (es decir, con un gran sector público empresarial en sectores estratégicos, competitivo y productivo, que busque y arroje beneficios), con un sector privado capitalista con un peso de industrias hightech, de servicios de alto valor añadido, de posibilidad real de la aparición de “burgueses emprendedores schumpeterianos”, la flexiseguridad y la simplificación de contratos llegando incluso al “contrato único” no serían una precariedad generalizada aún con papel de celofán, sino lo contrario. Para qué hablar sobre que, además de fomentar o recuperar convenios sectoriales (y si son nacionales más que regionales o provinciales, mejor) sobre los de empresa, en esa otra estructura económica se diera la posibilidad de que la fuerza de trabajo asalariada pudiera llegar a decidir junto a los propietarios de los medios de producción (ya sea el Estado o la empresa privada capitalista) sobre la plusvalía que esa fuerza de trabajo asalariada produce y, por lo tanto, no sólo sea el reparto de rentas (salarios y beneficios) o las condiciones de trabajo, sino el qué, cómo y dónde se invierte el excedente por ellos producido.

Pero esa estructura económica ni está ni se espera en nuestro país, entre otras cosas, porque esa estructura económica presupone una jerarquía de relaciones de producción (y, así, de modos de producción) y por lo tanto una correlación de fuerzas a lo interno y a lo externo que el actual Gobierno de coalición ni se plantea, ni busca, ni quiere por ninguna de sus dos partes.

Esta “derogación” medio pensionista que se nos viene encima, junto al uso que se va a dar a los fondos europeos y las “reformas” que van con ellos, llevan, como mucho, a la versión española del “capitalismo semáforo”. Es decir, el papel que para España está asignado en el IV Reich o UE; es decir, lo de los últimos 40 años pero, como hemos dicho, con parches multicolor y mucho papel celofán.