Editorial: España, cuestión nacional y socialismo

A los comunistas se nos reprocha también que queramos abolir la patria, la nacionalidad. Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía.

Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto Comunista.

Escribir de cuestión nacional y, por lo tanto, de la nación española, y hablar de socialismo en esa nación española, implica, si no queremos caer en significantes vacíos donde todos los gatos son pardos, retóricas vacías sobre matrias, o de socialismos que acaban siendo más bien socialistos, que intentemos aclarar ese par de conceptos: nación y socialismo.

Nación

El 24 de septiembre de 1810 se reunieron en la Isla de León las Cortes extraordinarias; el 20 de febrero de 1811 se trasladaron a Cádiz; el 19 de marzo de 1812 promulgaron la nueva Constitución y el 20 de septiembre de 1813, tres años después de su apertura, terminaron sus sesiones. Las circunstancias en que se reunió este Congreso no tienen precedente en la historia. Además de que ninguna asamblea legislativa había hasta entonces reunido a miembros procedentes de partes tan diversas del orbe ni había pretendido resolver el destino de regiones tan vastas en Europa, América y Asia, con tal diversidad de razas y tal complejidad de intereses, casi toda España se hallaba ocupada a la sazón por los franceses y el propio Congreso, aislado realmente de España por tropas enemigas y acorralado en una estrecha franja de tierra, tenía que legislar a la vista de un ejército que lo sitiaba. Desde la remota punta de la isla gaditana, las Cortes emprendieron la tarea de echar los cimientos de una nueva España, como habían hecho sus antepasados desde las montañas de Covadonga y Sobrarbe.

Karl Marx, La España Revolucionaria, 24 de noviembre de 1854.

Una de las cosas más increíbles que tienen que verse en la escena política española es la asunción de la sedicente izquierda (tanto el PSOE como UP y escisiones) del lugar que les asignó Franco; es decir, ser la “anti-España” e identificar a España como una especie de construcción del franquismo. No solo lo han asumido, sino que lo han convertido en característica esencial. ¿Cómo diablos esa izquierda puede ser realmente hegemónica, nacional-popular, si asume acríticamente todos los tópicos sobre la leyenda negra o la mercancía averiada de los nacionalismos periféricos?

La única nación que desde una posición de izquierdas se puede admitir es la nación política de ciudadanos que nace con la revolución francesa y que, en España, surge con la guerra de independencia frente al ocupante francés. Es evidente a la vez que esa nación política no surge de la nada; en el caso francés es por la transformación revolucionaria jacobina del Estado del antiguo régimen que deviene en Estado-nación. En el caso español, el proceso, como observaba Marx, difiere del francés, en tanto nuestro Estado del antiguo régimen era la monarquía hispánica católica cuyo desmembramiento, tras las guerras de independencia (o, más bien, civiles) irán dando lugar a todas las naciones políticas de nuestros hermanos americanos así como a la nuestra, España, a lo largo del siglo XIX.

Lo que desde ninguna posición de izquierdas es admisible como nación son las naciones étnicas, en las que se basan los nacionalismos periféricos en España (catalán, vasco, gallego), aunque decoradas con el mito de la cultura de raigambre alemán; del idealismo alemán del volk, que acabó, no por casualidad, materializándose en el nazismo. Por eso, es otro inmenso error de nuestras sedicentes izquierdas considerar esos nacionalistas étnicos separatistas como esencialmente progresistas, como aliados (tácticos y estratégicos), comprando todos y cada unos de sus mitos e historia-ficción.

Es aún más sangrante que consideren a grupos como ERC o Bildu de izquierdas. En la reforma laboral recientemente aprobada, por encima de todo, les importaba crear su propio marco de relaciones laborales, el de su terruño frente al del resto de España, o la tierra de maketos y charnegos. Además, existe una indisimulada admiración por un partido como el de los hijos del ultramontano y racista Sabino Arana, el de “Dios y fueros”, el PNV, que gracias al tremendo y medievalesco privilegio del concierto (al igual que Navarra) ha podido mantener cierto sector industrial (¿acaso eso no es un dumping como el que, con razón acusan, a Madrid?) en el País Vasco. Para qué hablar de la solidaridad mostrada hacía personajes como Puigdemont. No en vano, se puede calificar a esa izquierda en España –sobre todo el mundo de UP –como una especie de mamporreros y legitimadores de estos nacionalismos.

Qué duda cabe de que España es plural, al igual que todas las naciones políticas que en el mundo están formadas por el lisado y mezcla de esas naciones étnicas que, a su vez, ya estaban integradas en las naciones históricas o los Estados del antiguo régimen, en el caso de España aún más que en la Francia prerevolucionaria. Y claro que el catalán, el vasco, el gallego son lenguas a cuidar, conservar y fomentar, como lengua materna de millones de ciudadanos y como patrimonio de todos. Pero, sin duda alguna, también lo es el español, lengua común no sólo de la ciudadanía española sino de un nosotros que nos trasciende. Una lengua internacional, universal, de las más habladas del mundo, que, sin embargo, solo puede ser enseñada en un raquítico 25% por decisión judicial en Cataluña, aunque eso también quiera ser burlado y perseguido por el gobierno etnonacionalista separatista catalán y corifeos de la izquierda.

Lógicamente, el País Vasco o Cataluña no tienen derecho a la secesión porque ni son naciones, ni mucho menos territorios oprimidos o colonizados. Desde una posición nítidamente de izquierdas, como ya se ha dicho, la única nación es la política, y eso significa que todo el territorio nacional es de todos los nacionales o ciudadanos tanto nacidos como nacionalizados. En este sentido, los ciudadanos de ese territorio ejercen a diario el derecho de autodeterminación a través de su pertenencia a España. Así, para un ciudadano español, nacido o residente en Irún o Gerona, tan suyo es Madrid como para un ciudadano español nacido o residente en Madrid tan suyo es Irún o Gerona. Además, la riqueza socialmente producida en Cataluña o el País Vasco no solo ha venido, o viene, de millones de trabajadores de otras partes de España que residen allí desde hace varias generaciones, sino que el Estado-nación español ha invertido, e invierte, en esas partes de España desde siempre para proteger sus industrias; para que hayan sido, y sean, unas de sus partes más ricas del país, incluso durante el franquismo. El nacionalismo periférico es un fenómeno que surge como una de las consecuencias de esa industrialización.

Socialismo

Naturalmente, la clase obrera, para poder luchar, tiene que organizarse como clase en su propio país, ya que éste es la palestra inmediata de su lucha. En este sentido, su lucha de clases es nacional, no por su contenido, sino, como dice el Manifiesto Comunista, “por su forma”. Pero “el marco del Estado nacional de hoy”, por ejemplo, del imperio alemán, se halla a su vez, económicamente, “dentro del marco” del mercado mundial, y políticamente, “dentro del marco” de un sistema de Estados. Cualquier comerciante sabe que el comercio alemán es, al mismo tiempo, comercio exterior, y la grandeza del señor Bismarck reside precisamente en algún tipo de política internacional.

Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha.

El socialismo se dice y se hace de muchas maneras, pero desde una posición materialista marxista el socialismo no es, o no solo es, una mejor redistribución de la riqueza como pudiera ser el estado del bienestar. El socialismo implica que los principales resortes económicos de la nación (política), los sectores estratégicos y las más potentes empresas sean del Estado; de un Estado-nación que nacionaliza esos medios de producción, de un Estado-nación conducido por, y que sirve a, los trabajadores, a quienes considera productores de la riqueza social.

También es evidente que desde una posición materialista marxista y, por lo tanto, sujetos a la prueba de la práctica, no se puede obviar, por un lado, la caída de la Unión Soviética y, por otro, el hasta ahora exitoso (y a lo que apunta) modelo chino de cara al tipo de socialismo más eficaz, un socialismo no de la escasez y de las colas, sino de la abundancia. Todo ello gracias al desarrollo de las fuerzas productivas y a mirar de tú a tú a las más desarrolladas naciones y potencias capitalistas, dejando también espacio al mercado y al capitalismo, aunque siempre bajo control. Tampoco se pueden obviar los cambios en la estructura de clases, nuevas clases emergentes y, de nuevo, el propio modelo chino para comprender que la “dictadura del proletariado” no lo será por el proletariado, no ya de cuello azul, o tampoco el nuevo de servicios, sino, ante todo, por un proletariado con credenciales universitarias, una nueva clase de trabajadores asalariados profesionales y directivos.

Desde esa posición materialista marxista, ese Estado-nación no puede estar troceado. Ha de tener una burocracia central fuerte, que coordina y planifica en nombre del conjunto. Debe ser unitario, que tienda más a la centralización de competencias y, en todo caso, como mucho, a un federalismo muy centrípeto y cooperativo. Sobre todo, el federalismo, más que a la organización territorial interior de las naciones políticas, debe tender a las relaciones entre ellas; es decir, si cabe hablar de federalismo, sería entre diferente Estados-nación que formen bloques supranacionales que puedan ganar o acercarse a la escala geográfica/demográfica de las grandes potencias. Es ahí donde se va a jugar la verdadera partida para la cuestión nacional y el socialismo para y en España, ya que el internacionalismo no es un imperativo categórico kantiano, o un deber ser; el internacionalismo es el ser al que obliga la dinámica expansiva del capitalismo y es la forma de superarlo. Pero ese internacionalismo no es, ni será, un cosmopolitismo a-nacional, sin fronteras ni tampoco bloques supranacionales, sin un demos con historia detrás que los sustente.

Imagen: Salvador Viniegra, ¡Viva la Pepa! (1912).