El 15M: la insurrección de los urbanos

El modelo económico de los años de la transición y en especial de los años del Partido Popular en el gobierno de la nación, cuando Aznar y su brillante equipo económico tomaron casi que al asalto la gestión política del Estado español, prometía a todos los ciudadanos riqueza y bienestar. Mucha riqueza, tanta que todos íbamos a ser capitalistas enriquecidos con grandes sueldos y mayores rentas.

Aquel modelo económico, que luego resultó ser una estafa, en todos los sentidos, basó su crecimiento en los inmediatos resultados de la especulación inmobiliaria, en el dinero fácil e inmediato, en la corrupción como instrumento de gestión de las administraciones públicas al servicio del capital, pequeño, mediano y grande.

Lo importante es que todos íbamos a resultar beneficiados con aquel crecimiento económico que nos iba a traer dinero infinito, en A y en B, en blanco y en negro y en sobres… sobres para todos. Un océano de beneficios por los que no habría ni que pagar impuestos. Y si alguno había que pagar, lo importante era encontrar el adecuado asesoramiento jurídico para hacerlo en la menor medida de lo posible.

Muchos jóvenes abandonaron sus estudios y se pusieron a trabajar en la construcción, donde podían ganar tres y cuatro mil euros al mes sin necesidad de sacrificarse y perder el tiempo en estudiar. Otros, abandonaban el campo y se marchaban también a las obras en las zonas de la costa a ganar dinero fácil. Luego aparecieron las urbanizaciones y los campos de golf que pretendían atraer a miles de personas a nuevas zonas residenciales donde no había ni las más elementales infraestructuras, ni siquiera agua o alcantarillado, ni que decir de ambulatorios u hospitales donde recibir la atención sanitaria imprescindible.

Cuando algunos locos protestaban a las puertas de los ayuntamientos contra las fraudulentas modificaciones de los planes de urbanismo, que debían permitir la construcción de las nuevas urbanizaciones en los nuevos suelos urbanizables, los empresarios de la construcción y los partidos de derechas se permitían el lujo de movilizar a los trabajadores para que acallaran la boca a aquellos locos que protestaban contra el progreso y el beneficio inmediato que les iba a permitir ganar elevados sueldos con los que comprar coches de ensueño y gigantescos televisores de plasma desde los que seguir creyendo en ese ensueño feliz de ser clase media, media alta o, incluso, por qué no, altísima-media.

La catástrofe, que se fue gestando durante muchos años, y que ya era catástrofe desde antes de gestarse, estalló ante las narices de todos en el año 2008 y siguientes. Recuerdo que se puso de moda decir aquello de que, claro, habíamos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, cuando en realidad habíamos estado viviendo en un mundo de ficción, en una irrealidad en la que nos habían vendido el sueño de ser parte de nuestro capitalismo como capitalistas, cuando en realidad seguíamos (y seguimos) siendo parte de ese capitalismo como trabajadores, como explotados.

“Se fuerte, Luis…” escribió de forma casi clandestina uno con barba blanca, al tiempo que un atrevido agente de las fuerzas de seguridad del Estado domaba la nuca del ministro más brillante de la historia de España cuando lo metían en un coche camino de la cárcel. El caso es que el golpe por la caída fue muy duro. Las aspiraciones de ser señores en el capitalismo ardieron quemadas por el sol como las plumas de Ícaro. Y en el colmo del absurdo, los trabajadores de la construcción, convertidos por el arte de la magia del lenguaje en emprendedores – cuando en realidad eran subcontratistas de obras a destajo –, iban por los campos pidiendo trabajo en flamantes Mercedes todavía a medio pagar. El golpe social fue muy fuerte. A la ruina económica, al paro y al desamparo siguió la quiebra de una falsa conciencia social que nos había hecho creer lo que no éramos. Y siguió la perdida ideológica, la confusión de la verdadera naturaleza de nuestro ser social. Y en medio de aquella confusión, la gente salió a la calle un 15 de mayo a protestar, desengañados, enfadados, indignados, porque habían sido expulsados, justo un minuto antes de entrar, de aquel paraíso al que habían prometido llevarles.

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Puede que todo lo dicho hasta ahora suene un poco exagerado, e incluso habrá quien diga que no todas las personas que salieron a la calle indignadas el 15M y en las semanas siguientes se correspondían con aquel perfil. Es cierto, desde luego. Pero lo importante es entender que la indignación fue fruto no tanto de una súbita toma de conciencia de clase, como de la toma de conciencia de que habíamos sido expulsados del paraíso al que solo unos días antes estábamos invitados con “tarjeta de cartón”, como cantaba en su día aquel magnífico Cuarteto Cedrón.

Y esa es en esencia la naturaleza de aquel movimiento inicial. Una protesta de gentes variopintas a las que unía el desamparo generalizado provocado por la crisis, pero una protesta en las que las personas mostraban la rabia por ver truncado su sueño aspiracional: el de ser parte de la otra clase. Todo lo que vino en llamarse movimientos transversales eran, en realidad, las formas por las que se expresó aquel descontento de una masa desclasada y sin conciencia de clase.

Para la izquierda fue un momento crucial, ya que se encontró con un movimiento ciudadano espontáneo en las ciudades y pueblos de toda la geografía española que protestaba, sin saber muy bien por qué ni contra qué, con una gran rabia contra todos porque no atinaba a definir con claridad quién era el enemigo. De pronto, incluso las organizaciones de la izquierda, los políticos de la izquierda eran también enemigos para aquel pueblo indignado, lo que produjo todavía más estupor en las filas de la izquierda.

Pero incluso en las situaciones más desesperadas hay mentes preclaras, y esto lo digo absolutamente en serio, que perciben las zonas de fractura en los conflictos sociales y son capaces de dar un nuevo discurso, voz y organización a las masas indignadas. En el caso del 15M, Podemos, como movimiento amplio, supo aglutinar en su momento y a la perfección ese nuevo sujeto colectivo con un discurso nuevo (al menos en lo aparente) y una nueva organización política.

Pero hay un aspecto que ha quedado al margen, e incluso marginado. Las rebeliones del 15M fueron en su inmensa mayoría un fenómeno urbano, e, incluso cuando se dio en las pequeñas ciudades de provincias y en algunos pueblos de las zonas rurales, siguió siendo un fenómeno que representaba el fracaso de un modelo aspiracional urbano. Los jóvenes de los pueblos y de las zonas rurales protestaban y estaban indignados porque entendían que la quiebra de 2008 les impedía también incorporarse a los modelos de ese mundo urbano, de esa clase media urbana tan deseada que se metía, y se mete, todas las noches, todos los días, en nuestras casas y en nuestras conciencias a través de la programación televisiva y de toda la oferta cultural que recibimos.

Ahora, incluso cuando el fenómeno de la rebelión urbana del 15M ha madurado y se ha consolidado en la dinámica política y electoral, lo ha hecho siguiendo ese patrón urbano, dejando sin atender, ni entender, las necesidades, conflictos y demandas del mundo rural.

Los pueblos abandonados, las economías rurales arruinadas o en proceso de estarlo, la falta de servicios básicos en los pueblos, los cambios en la estructura de la propiedad de las tierras (con su paulatina concentración en unas pocas manos), la expansión del modelo productivo de los agro-negocios en manos de fondos de inversión que sólo buscan el enriquecimiento y que controlan todo (desde los flujos de la mano de obra emigrante a la producción y comercialización de los productos), la falta de cobertura de los seguros agrícolas, el continuo abuso de los obtentores de plantas que patentan las nuevas variedades y exigen elevados royalty por su cultivo, los problemas de la gestión de los recursos hídricos de la nación (controlados en muchos casos por una verdadera mafia de las aguas), los conflictos entre agricultura y ecología… y un largo etcétera de asuntos, han quedado fuera del interés de nuestra nueva, vieja, izquierda.

A veces resulta que en el desconocimiento total de la realidad rural, nuestra nueva izquierda urbana, siguiendo los pasos de la que es, al fin y al cabo, heredera, no sólo no conoce los problemas, sino que ni siquiera quiere conocerlos, como si no interesaran. Digamos que huye de ellos en la medida que le plantea cuestiones, conflictos, a los que, en este momento dado, concreto, no sabe cómo responder.

Y en ese abandono político, el campo es colonizado por el enemigo más peligroso. El neofascismo español, que en su forma política actual hace suyo un falso discurso de solidaridad identitaria nacionalista que atrae a un mundo rural ávido de respuestas a sus conflictos, abandonado en lo económico, en lo político y en lo ideológico.

Queda para futuros artículos y trabajos continuar en el desarrollo de este escabroso y complicado asunto.

Cieza-Moscú.

Antonio Fernández Ortiz (Cieza, Murcia) es escritor e historiador especialista en Rusia y la Unión Soviética.

Imagen: Vista de Cieza desde el Pico de la Atalaya, por VilBer.