Los tentáculos de la política monetaria: crisis financieras, bancos centrales y hegemonía del dólar

El jueves 8 de marzo, el Sillicon Valley Bank (SVB) sufrió un gran choque de liquidez al retirar sus depositantes la friolera de 42.000 millones de dólares en un lapso de tiempo de diez horas. Esto suponía casi un 25 % del total de los depósitos del banco.

Algo importante a tener en cuenta es que el 96 % de los depósitos superaban la cifra que la agencia federal FDIC (Federal Deposit Insurance Corporation) marca como límite a asegurar en caso de insolvencia del banco: los 250.000 dólares. Es uno de los motivos por los que los depositantes, ante los rumores de problemas de liquidez, decidieron sacar esa cantidad milmillonaria del banco.

Estos rumores se generaron cuando el propio banco vendió activos (entre ellos, bonos del Tesoro norteamericano) por el valor de 21.000 millones de dólares reconociendo pérdidas de 1.800 millones de dólares por verse obligado a venderlos más baratos de lo que estaban valorados en su balance.

La causa de que al venderlos se incurriera en pérdidas tuvo que ver con en el aumento del diferencial entre la rentabilidad que generaban los bonos que ya tenía en posesión y la que generan actualmente los bonos de compra nueva por la subida en los tipos de interés de la Reserva Federal. Esto provoca que el precio de los bonos caiga y, por tanto, la cartera de activos del banco pierda valor, debiendo provisionar estas pérdidas para evitar desequilibrios en el balance (cosa que no hizo). Es decir, la política de subidas de tipos provocó aumentos en la rentabilidad que ofrece la deuda pública en sus bonos y, también, había ido provocando que los activos del banco fueran perdiendo valor a lo largo de todo el año anterior.

Es en este punto donde la historia converge con las políticas monetarias “anti-inflación” que se están llevando a cabo en los últimos meses.

En resumen, las principales causas de la crisis se pueden organizar en dos tipos:

  • Causas externas:

El aumento de los tipos de interés: el aumento de la rentabilidad que ofrece la deuda pública provocó que clientes del banco con elevadas cantidades de depósitos decidieran llevárselos en búsqueda de mayor remuneración.

Un problema de liquidez del propio sector tecnológico, que necesitaba liquidez después de un proceso de sobreinversión durante la pandemia Covid-19 que no ha tenido los retornos esperados (de ahí también la oleada de despidos en algunas grandes empresas del sector).

  • Causas internas:

El error del SVB: no provisionar las posibles pérdidas de valor de su cartera. Los bancos, como cualquier empresa, disponen de herramientas contables que les permiten crear fondos para hacer frente a posibles riesgos futuros. El SVB, ante el continuo aumento de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal, debería haber previsto y provisto la posibilidad de la crisis. Debería haber diversificado a tiempo una cartera que estaba muy expuesta a los bonos del Tesoro.

El perfil de clientes del SVB, todos del mismo sector y conectados entre sí, provocó que la pérdida de confianza se extendiera rápidamente entre los mismos.

Esta crisis iniciada en el SVB no tardó mucho en extenderse a otros bancos dentro y fuera de las fronteras norteamericanas. En el caso del Credit Suisse, lo que sucedió es que el Banco Nacional Saudí (principal accionista del Credit Suisse desde el pasado otoño con un 9,8 % del capital) decidió hacer público que no ampliaría su capital en el CS por el hecho de que se fuera a modificar la regulación que se le aplica si supera el 10 % del total del capital en propiedad. Estas declaraciones se hicieron el 15 de marzo, día poco apropiado por el contexto de crisis financiera del SVB. Hay que tener en cuenta que el Credit Suisse había ido perdiendo confianza durante los últimos años, lo que provocó que los inversores pensaran que la decisión  del Banco Nacional Saudí de no ampliar capital en el Credit Suisse se debía al contagia de la crisis del SVB.

Sus acciones se llegaron a desplomar un 30 % durante esos días. Se desencadenó el pánico y se produjo una retirada millonaria de depósitos y caída de la cotización de las acciones. Esto se sumó a la fuga millonaria de depósitos que había sufrido a finales de 2022.

La falta de confianza que los inversores ya venían teniendo en el Credit Suisse se da por diferentes motivos: pérdida del valor de sus acciones durante meses consecutivos, inversiones de alto riesgo, multa de 475 millones de dólares por un escándalo de corrupción en Mozambique, renuncia del presidente por haber acudido a un torneo de tenis cuando debía cumplir el confinamiento, filtraciones de detalles de 18.000 cuentas de clientes y el hecho de que, en junio del año pasado, se convirtiera en el primer banco suizo condenado penalmente por permitir el lavado de dinero a una red de narcotraficantes búlgaros. Además, durante el ejercicio económico de 2022 tuvo pérdidas multimillonarias: 7.381 millones de euros.

Sin embargo, el Credit Suisse está considerado como banco de riesgo sistémico, “too big to fail” (demasiado grande para caer). Es decir, las autoridades lo rescatan por las consecuencias catastróficas que puede tener en el conjunto de la economía.

Después de la crisis de 2007, políticamente, se ha fomentado que se produzcan fusiones entre bancos y que aumente esta concentración bancaria de manera irresponsable, pues se convierten en bancos cuyo potencial de contagio es mucho mayor y que, además, deben ser rescatados.

Otra de las réplicas del terremoto financiero provocado por SVB fue la caída en picado del precio de la acción de First Republic Bank. En una primera aproximación, se trató de una respuesta de los depositantes y de los inversores por la alta proporción de depósitos no asegurados, 68% de los depósitos con un valor por encima de 250.000 dólares, lo que daba al banco un gran parecido con el SVB. Finalmente, este banco cayó y, tras ser intervenido por las autoridades de EEUU, ha sido comprado por JP Morgan.

Otro caso fue el Deutsche Bank, al que le salpicó la crisis por su conocido alto volumen de derivados (instrumentos financieros complejos cuyo valor depende de la evolución del precio de otro activo, que puede ser más o menos volátil), productos que tanto inquietan por la posibilidad de que no estén correctamente valorados y cubiertos por activos subyacentes sólidos. Es decir, también una cuestión de desconfianza basada en motivos reales.

Además, un primer impacto directo y sistémico de la crisis del SBV sobre bancos de todo el mundo fue el desplome del precio de sus acciones, sobre todo de los bancos considerados de importancia sistémica mundial por la Junta de Estabilidad Financiera, entre los que están Credit Suisse, Deutsche Bank, Société Génerale, BNP Paribas, ING, Bank of América, Banco Santander, Citigroup, Goldman Sachs, JP Morgan, etc.

Por último, semanas después del comienzo de la crisis, varios son los bancos en riesgo de caída libre por las altas tasas de depósitos sin garantía y cuatro, con sus respectivos rescates, han sido los que ya han dicho un `adiós´ definitivo en EEUU: Silvergate Bank, Silicon Valley Bank, Signature Bank y First Republic Bank.

La banca siempre gana

A pesar de lo que pueda parecer a nivel mediático, todo este asunto de la crisis del Silicon Valley Bank y su efecto contagio es sencillo de analizar si se hace poniendo el foco sobre lo relevante del asunto: el papel que juega la clase trabajadora y sus salarios en el negocio de la banca y sus finanzas y cómo, en consecuencia, le impactan las crisis financieras. Es decir, analizándolo desde una perspectiva de clase.

Tanto para administrar nuestros salarios y rentas (gestionar nuestros ahorros) como para acceder a financiación para poder comprar vivienda o vehículos, las y los trabajadores dependemos completamente de la banca privada. Es decir, somos prestamistas y prestatarios del sistema al mismo tiempo, lo que no quiere decir que tengamos algún tipo de poder o capacidad de decisión sobre el mismo.

Lo único que significa es que los bancos utilizan nuestros ahorros para aumentar sus propios beneficios pero que, cuando necesitamos financiación (para comprar, por ejemplo, vivienda económicamente inaccesible debido a la propia especulación de la banca en el sector inmobiliario), las condiciones en las que accedemos no nos son favorables. He aquí un ejemplo, por tanto, de la relación entre mercado inmobiliario y banca privada, de la que las y los trabajadores no podemos escapar: la banca hincha los precios de la vivienda especulando en el mercado y posteriormente nos vende sus hipotecas más costosas y rentables. Rentables para ellos, claro.

Todo esto, en parte, queda validado y normalizado en la cotidianidad capitalista que habitamos -como si el dinero fuera algo neutral o un recurso natural más- bajo el paradigma neoclásico de la autorregulación de los mercados financieros: “el mercado del dinero, gracias a su propia mano invisible, volverá autónomamente a su estado de equilibrio cuando se produzca algún shock en alguna parte de su entramado mundial”.

Es decir, según estos postulados, la relación de poder de la banca sobre la clase trabajadora debe formar parte de esta dinámica intrínseca y, supuestamente, autosostenible del sistema financiero para que este último funcione.

El problema es que –oh, sorpresa-, ni aún con la clase trabajadora subordinada a las necesidades capitalistas de la banca, esta teórica autorregulación funciona y, de nuevo, es la primera la que paga los platos rotos a través de una doble vía:

  1. Una vía directa, a través de la que las y los trabajadores, directamente, con sus salarios en forma de dinero público, rescatan a la banca.
  2. Una vía indirecta, a través de la cual la crisis económica y productiva (y, por tanto, social) por efecto contagio de la crisis financiera, ahoga a la clase trabajadora de muchas maneras distintas: destrucción de empleo, aumento de la pobreza y desigualdad, recortes y destrucción del sistema del bienestar, privatizaciones de servicios públicos, etc. La banca no es un sector más, sino el sistema circulatorio del entramado económico y, si se produce un shock ahí, afecta al conjunto de la economía, de ahí su importancia crucial.

Además, aunque los canales mediáticos traten de proyectar la imagen de “pobrecita la banca, que ha quebrado”, no debemos ignorar que la compra de los activos de los bancos en quiebra por parte de otros bancos (como JP Morgan, el mayor banco de EEUU) en medio de rescates dirigidos por instituciones públicas y financiados por la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC por sus siglas en inglés) -un fondo colectivo financiado con cuotas de los bancos, aunque no con dinero público-, es un negocio asegurado que, además de incrementar en grandes cantidades los beneficios que obtienen estos bancos, provoca un aumento de la concentración bancaria. Esto último es un efecto indeseado que incrementa el riesgo de carácter sistémico del sistema financiero privado, precisamente lo que nos ha llevado hasta aquí.

En definitiva, se trata de hacer una lectura con perspectiva de clase de la actual crisis financiera originada en Estados Unidos. No será posible escapar de la dinámica de crisis sistémicas que amenazan al conjunto de la economía –consecuencia de la búsqueda maximizadora de rentabilidad de la banca privada- sin el desarrollo de una banca pública basado en políticas de gestión que pongan el foco en las necesidades de la clase trabajadora, de la economía productiva y de la solvencia del sistema.

Financiarización, crisis y política monetaria

En un contexto de financiarización de la economía…

De manera muy simplificada, la financiarización de la economía es un fenómeno que consiste en que el conjunto de la economía productiva se guíe por las reglas y lógicas de los mercados financieros, difuminándose la frontera entre la economía financiera y la productiva. Los capitales financieros, que pueden ser especulativos, se funden con lo productivo (a través de inversiones, de compra-ventas especulativas, de activos financieros de alto riesgo, como hipotecas en el contexto de la burbuja inmobiliaria o los famosos derivados, etc.) y, cada vez más, generan riesgos sistémicos de mayor calado.

Es así como, en periodos de tiempo realmente cortos, se extienden las crisis financieras y se da un efecto contagio de lo financiero a lo productivo. La explosión de la burbuja inmobiliaria es un claro ejemplo de las nefastas consecuencias en la economía real que la financiarización puede tener: el sector de la construcción, superando participaciones del 10 % sobre el PIB nacional español y siendo uno de los sectores que más empleo -aunque precario- generaba, fue dinamitado por una crisis de especulación financiera.

Es decir, hace ya casi 15 años, la crisis de 2007 demostró al mundo entero que una gestión especulativa de un sistema financiero que lo traspasa todo –una mala gestión intencionada y acorde a los intereses económicos de unos pocos- era capaz de provocar una crisis tan profunda y con un efecto multiplicador tan grande que dejase a amplias capas de la población en desempleo, sin hogar, con deudas desorbitadas con la banca y sumidas en la precariedad.

…y en la búsqueda de la estabilidad financiera y de precios…

La política monetaria de la Reserva Federal (Fed) y del Banco Central Europeo (BCE) se demostró entonces tan disfuncional como lo hace ahora. Estos bancos centrales -cuyo objetivo de política económica es “mantener la estabilidad de precios” y cuyas habituales únicas herramientas son la inyección o detracción de liquidez y la variación de los tipos de interés- han demostrado que no pueden hacer frente a las problemáticas que acontecen a las economías occidentales en los últimos años, ya sea por ignorarlo, por asumir, a sabiendas, un diagnóstico erróneo de los procesos de inflación o deflación y/o por la falta de complementariedad con la política fiscal de los Estados, para el caso de la Unión Europea (UE), por la propia naturaleza de la UE.

…el BCE solo encuentra los deseos e intereses de los bancos y capitales…

La Fed y el BCE solo contemplaron la posibilidad de ralentizar la política de subidas de tipos de interés -política que está llevando a cabo para, supuestamente, controlar la inflación y que tanto está perjudicando a la clase trabajadora hipotecada- después de haber sucedido la crisis del SVB, cuando es al sistema financiero al que parece perjudicar estas subidas de tipos.

Ambos bancos centrales han abierto la puerta a inyecciones masivas de liquidez a los bancos que se ven perjudicados por los aumentos de los tipos de interés, lo que muestra, por un lado, que se trata de una política monetaria a disposición de las necesidades de los grandes bancos y capitales -además de una profunda incoherencia en el seno de la política monetaria central-.

Por otro lado, deja en evidencia las limitaciones y contradicciones de los mecanismos de la política monetaria tradicionalmente conservadora. Esto se debe a que los únicos objetivos (que son el control de la inflación y la estabilidad financiera para el BCE, y a la Fed se añade la maximización del empleo) entran en conflicto cuando las herramientas que usan para afrontarlos son contradictorias entre sí.

Es decir, como acabamos de presenciar con la crisis financiera originada en el Silicon Valley Bank, la subida de tipos de interés para el control de la inflación (lo que se conoce como una política monetaria restrictiva) ha iniciado una crisis financiera. La respuesta tanto de la Fed como del BCE para hacer frente a este problema de inestabilidad financiera (uno de sus supuestos objetivos) ha consistido en inyectar liquidez a la banca (lo que se denomina política monetaria expansiva), algo que va en contra, según su propia teoría económica, del primer objetivo anti-inflación.

En resumen, los bancos centrales han aumentado los tipos de interés para, teóricamente, hacer frente a la inflación y esto no solo no está teniendo un efecto en la disminución de los precios si no que ha desencadenado (aunque, como señalaba anteriormente, las causas estructurales sean otras) una crisis financiera que los propios bancos centrales tienen que solucionar regando los balances de los bancos con liquidez, lo que supone una medida contradictoria con el primer objetivo de reducción de la inflación. Mientras tanto, los y las trabajadoras vemos disminuida la capacidad adquisitiva de nuestros salarios por la inflación y el aumento de las hipotecas (consecuencia, esta última, del aumento de los tipos de interés por parte de los bancos centrales).

La política monetaria no está dando resultados porque, como se explica a continuación, el diagnóstico que hacen los bancos centrales sobre las causas de la inflación -desde los enfoques más ortodoxos del monetarismo- es erróneo desde hace mucho tiempo.

…que son órdenes para el rumbo y la intensidad no solo del desastre, sino también de la política monetaria.

Diagnósticos erróneos basados en postulados ortodoxos y algunos hitos recientes para entender el fracaso de la política monetaria.

La política monetaria que se siguió tras la crisis financiera originada en 2007, la famosa Quantitative Easing (QE) (expansión cuantitativa en castellano), tenía por objetivo dinamizar la economía, facilitando el crédito al consumo y alcanzar niveles de inflación de alrededor del 2 %.

Esto se hacía con inyecciones de liquidez al sistema bancario (comprando activos de deuda pública en posesión de la banca y, posteriormente, se abrió la puerta a comprar bonos corporativos también) para hacer disminuir los tipos de interés y aumentar los precios al consumo, en un contexto de estancamiento de los precios y de bajas tasas de crecimiento económico generalizadas en la UE y en EEUU.

Esto significa que se apostaba por el diagnóstico de que la causa de los bajos niveles de inflación y crecimiento económico era un fenómeno monetario, un problema de escasez de dinero en la economía. Sin embargo, nos encontrábamos con un tejido productivo débil por la desindustrialización en algunas regiones occidentales, como España, incapaces de levantar economías estancadas y con problemas estructurales típicos de economías terciarizadas. Es decir, el problema central de la imposible recuperación económica era de oferta (productiva, no monetaria) y, por tanto, el diagnóstico, erróneo.

Posteriormente, después de que tanto la Fed como el BCE inyectaran cantidades billonarias de dinero en forma de liquidez a la banca privada (a través del QE) y de dejar en sus manos la última fase del mecanismo de expansión de la política monetaria (que la banca otorgase crédito a la ciudadanía y empresas para dinamizar la economía y aumentar los precios) se constató el fracaso. La razón es que los bancos utilizaron esa liquidez barata para otros fines más rentables como volver a avivar la especulación en el mercado inmobiliario y que la ciudadanía, que no estaba dispuesta a seguir endeudándose, no demandaba crédito privado.

Además, comenzó un círculo cerrado entre los bancos centrales y la banca privada en el que los primeros inyectaban liquidez a la segunda y esta devolvía ese dinero en forma de depósitos a los bancos centrales, aunque tuvieran que pagar por ello a causa de que los tipos de interés eran negativos. La ciudadanía y las empresas quedábamos fuera.

En definitiva, durante varios años se estuvieron regando los balances de los bancos, mientras los gobiernos aplicaban agendas radicales de recortes y privatizaciones a los sistemas de bienestar de la población.

En la actualidad, tal y como se adelantaba anteriormente, tanto la Fed como el BCE aumentan los tipos de interés para limitar el dinero en circulación de la economía, con el propósito de “deprimir” la economía, véase reducir la demanda de consumo y, que así, bajen los precios.

De nuevo, se está asumiendo que hay un problema de demanda –en el marco de un fenómeno monetario–, por exceso. Sin embargo, las causas de la inflación son otras. Por un lado, los cortes en las cadenas globales de suministro por dos motivos principales: 1) una restricción de la oferta de petróleo de la OPEP y 2) de los semiconductores provenientes de China. Es decir, menor oferta a mayor precio. Y, por otro lado, el aumento de los beneficios empresariales.

Es decir, el problema, claramente, vuelve a ser de oferta y el diagnóstico, erróneo. Además, el uso de la política monetaria vía aumento de tipos de interés como medida estrella ignora por completo el conflicto distributivo entre capital y trabajo que subyace al fenómeno de la inflación. Falta de enfoque.

¿Es posible deprimir todavía más una economía post-pandémica, asolada por una crisis de acceso a la energía y una guerra en Europa, además de las consecuencias económicas de la crisis climática con las que ya estamos empezando a convivir (por ejemplo, pérdidas de cosechas a causa de las sequías)?

¿El comienzo del fin de la hegemonía mundial de la gestión del dólar como política monetaria internacional?

Por último, y de manera muy breve, hay que mencionar que el caso de la política monetaria de la Reserva Federal de EE.UU. tiene sus particularidades. Por un lado, el dólar y su gestión siempre han tenido una gran capacidad de extracción de riqueza y control sobre otras naciones. El hecho de ser, desde los años cincuenta, la moneda en la que ha operado mayormente el comercio internacional, las inversiones y otras operaciones financieras internacionales, como los fondos y ayudas de los propios bancos internacionales de desarrollo, ha provocado que las balanzas de pagos de muchos países estén hasta arriba de deuda y reservas en dólares. Esta hegemonía se ha ido fundamentando en dos cuestiones principales:

  1. El petrodólar, o un compromiso de países exportadores de petróleo parar realizar sus exportaciones en dólares a cambio de protección por parte de EEUU.
  2. El dólar como divisa internacional de reserva.

De este modo, la política monetaria de la Fed tiene una importante influencia en las políticas económicas de otros gobiernos (pudiendo influir en las propias cuentas nacionales de los Estados) y, también, ha posibilitado el uso del dólar por parte de EEUU como arma de guerra.

Actualmente, existe un debate sobre la existencia (o no) de un giro en el orden geopolítico mundial y, principalmente, sobre el posible aumento de poder de China en detrimento de la posición hegemónica de EEUU.

Esto, principalmente, se debe a que recientemente está habiendo movimientos en algunos elementos que pueden afectar a la configuración del reparto de poder a nivel mundial, pero, empíricamente, los datos todavía no muestran una tendencia afianzada hacia la pérdida de hegemonía estadounidense en algunos ámbitos.

En primer lugar, la política económica del gobierno chino ha tenido, y tiene, una claro propósito de posicionarse de manera más poderosa con respecto a la economía mundial. Esto, como se observa en los gráficos 1 y 2, se ha visto materializado, principalmente, en un aumento de la cuota mundial china en mercados que pertenecen a fases clave de cadenas globales de producción y suministro que afectan directamente a la política industrial -y económica en general- de gobiernos occidentales. Véase la concentración mundial en la producción china de baterías para las cadenas globales del vehículo eléctrico o el liderazgo en la fabricación y suministro al resto del mundo de tecnología clave para la transición energética, como son las placas solares o las turbinas eólicas (`electronics´, `machinery´ y `metals´ en los gráficos). China alcanza en 2020 cuotas mundiales del 28,32 % en electrónica, del 22,5 % en maquinaria y del 16,08 % en la industria del metal. La cuota estadounidense en estos mismos sectores clave se ha visto reducida desde final de los años 90, representando en 2020 un 6,3 %, un 10,16 % y un 5,25 %, respectivamente.

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Gráfico 1. Evolución de la participación de las exportaciones estadounidenses en el mercado mundial. Fuente: Atlas of Economic Complexity by the Growth Lab at Harvard University.
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Gráfico 2. Evolución de la participación de las exportaciones chinas en el mercado mundial. Fuente: Atlas of Economic Complexity by the Growth Lab at Harvard University.

En segundo lugar, los cambios en algunas cuestiones vinculadas a las relaciones entre China y Arabia Saudí se están interpretando como un reposicionamiento de Arabia Saudí en el mercado energético mundial, confluyendo con China y enfrentándose a EEUU y generándose, por tanto, una mayor influencia de Rusia y China sobre los países árabes que restaría poder a EEUU.

En tercer lugar, se debate sobre la posibilidad de que se esté produciendo una pérdida de poder y representación del dólar en los procesos económicos internacionales, una sustitución del dólar por el yuan como como divisa en las transacciones comerciales internacionales y como divisa internacional de reserva. En este sentido, hay que mencionar que el yuan ha entrado en los Derechos Especiales de Giro del FMI -la unidad de cambio que usa esta institución para desplegar sus líneas de crédito como prestamista de última instancia- y que el Banco de Desarrollo Chino es el mayor del mundo llevando líneas de crédito en yuanes a América Latina y África.

Sin embargo, los datos sobre la representación del dólar en balances de otros países y en operaciones internacionales no muestran esta caída. Por un lado, aunque sí se ha dado una disminución de su representación desde comienzo de siglo (pasando de un 71 % en el año 2000 a un 58 % en 2022), el dólar sigue siendo la mayor divisa como reserva internacional en los bancos centrales. El reminbi chino apenas alcanzó, en 2022, el 2,69 %.

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Gráfico 3. Composición de las reservas internacionales oficiales por divisa. Fuente: elaboración propia con datos del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Por otro lado, la participación del dólar en el comercio internacional sigue representando casi la mitad del valor del total de las transacciones internacionales, siguiéndole el euro, mientras que el renminbi chino todavía tiene una participación muy pequeña.

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Gráfico 4. Divisas más usadas en pagos internacionales, sobre el valor total de las transacciones en el mundo. Fuente: Statista (datos de Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication).

En definitiva, analizando estas variables económicas (posición del dólar en reservas y pagos, y la cuota mundial de las exportaciones estadounidenses) observamos que el dólar sigue ejerciendo una posición hegemónica, lo que implica que la política monetaria de la Reserva Federal puede seguir teniendo grandes impactos (incluso haciendo estragos) en la economía mundial en general y en la economía de otros países en particular.

Sin embargo, los datos sí muestran que el mercado mundial de mercancías ha ido sufriendo una recomposición tanto sectorial como de especialización geográfica. ¿Será suficiente esta reconfiguración geopolítica de las fuerzas productivas para hacer tambalear a la hegemonía del dólar en el mercado de divisas?

Sabina Chamorro Claver es economista en la Federación de Servicios a la Ciudadanía de CCOO de Madrid. Cursó el Máster en Economía Internacional y Desarrollo de la UCM. Anteriormente fue economista en la Juventud Confederal de UGT. Ha sido militante y educadora en el ámbito de la educación no formal y de la educación para el desarrollo en el Movimiento Laico y Progresista de Aragón. En el ámbito de la educación formal, ha sido docente en enseñanza pública secundaria.

El éxito, la guerra híbrida y las incertidumbres de China

Hace unos meses, el Presidente Xi Jinping, al conmemorar el 80 aniversario de la Larga Marcha, seguramente la principal gesta fundacional del Partido Comunista y la RP China, dijo: “Estamos en el punto de partida de una nueva Larga Marcha”.

La Larga Marcha fue la épica retirada, a lo largo de 12.000 kilómetros y más de un año de duración, del Ejército Popular para eludir ser rodeados por las tropas nacionalistas de Chang KaiShek durante la guerra civil. Solo uno de cada diez de los que participaron en ella llegaron vivos al final. ¿A qué se debe una analogía tan dramática y contundente? ¿Hay que tomársela en serio?

Para responder a la cuestión, repasemos cómo hemos llegado a la actual situación y retrocedamos algunas décadas en el tiempo.

El éxito

La integración de China en la globalización, entendida como el seudónimo del dominio mundial de Estados Unidos, contenía implícitamente como consecuencia el escenario de convertirla en vasallo de Occidente. El propósito era presionar a China para que aplicara las reformas estructurales definidas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, abriera totalmente sus mercados a las empresas occidentales y que la integración de las élites chinas en su globalización acabara dando lugar a una forma de gobierno subalterno más aceptable para Occidente que la del Partido Comunista Chino.

Para comprar un solo avión Boeing a Estados Unidos, China debía producir cien millones de pares de pantalones. No estaba previsto que, jugando en el terreno diseñado por otros, China torciera aquel propósito.

El “milagro chino” fue usar una receta occidental diseñada para su sometimiento para fortalecerse de forma autónoma e independiente. Lo hizo poniendo condiciones y restricciones a la entrada del capital extranjero en China y sobre todo manteniendo un control bien firme de las riendas del proceso. Lo consiguió porque, gracias al bajo precio y alta eficacia de la mano de obra en China, los extranjeros hicieron enormes beneficios en la “fábrica del mundo” y eso apaciguó a sus gobiernos. China aprovechó esa integración en la globalización para desarrollarse, aprender y adquirir tecnología. Los resultados están a la vista:

Esperanza de vida: 43,7 años en 1960 / 76,7 en 2018.

Pobreza extrema: prácticamente eliminada.

Alfabetización: 65% en 1982 / 96% en 2018.

Salarios medios: multiplicados por 10 en empresas estatales en 25 años. Doblado en empleos privados entre 2009 y 2017. En general se gana más en el sector estatal que en el privado.

Peso de China en el PIB global: 2,3% en 1980 / 17,8% hoy.

Contaminación: hace quince años, 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo eran chinas. Hoy la situación sigue siendo grave, pero China ya es líder mundial en energías renovables.

Ciencia y tecnología: Sigue por detrás de Occidente y todavía es muy dependiente en Alta Tecnología, pero sus avances e inversiones en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y matemáticas) son muy considerables.

Militar: Los avances en misiles y recursos antisatélites y de interferencia de comunicaciones (ASAT) podrían limitar ya seriamente los escenarios aeronavales de Estados Unidos en territorio chino. (Subrayo esto porque contra lo que se dice, China no busca un desafío militar global a Estados Unidos, sino equilibrar estratégicamente la correlación de fuerzas regional en Asia sur oriental para disuadir cualquier tentación de enfrentamiento allá).

Empresas estatales: muchas figuran entre las mayores del mundo en ámbitos como telecomunicaciones, energía, infraestructuras, ferrocarril, metalurgia, navieras, telefonía móvil y automóviles.

Un conocido comentarista americano (Fareed Zakaria, de la CNN) expresaba así su desconcierto:

La estrategia  produjo complicaciones y  complejidades que desembocaron en una China más poderosa que no respondía a las expectativas occidentales.

La conclusión se ha hecho obvia: La integración en la globalización no debilitó, sino que fortaleció al sistema chino.

Y la crónica de los últimos años añade ansiedad a la situación:

1-La crisis financiera global de 2008, genuino detritus de la economía de casino con centro en Estados Unidos, ofreció la primera evidencia de debilidad occidental y de los peligros que contiene la no regularización del sector financiero, así como el hecho general de que el capital mande sobre los gobiernos y no al revés. China gobernó la crisis mucho mejor, como había pasado ocho años antes con el estallido de la burbuja dot-com.

2-Las desastrosas consecuencias de las guerras que siguieron al 11-S neoyorkino hicieron patente una gigantesca irresponsabilidad por parte de la primera potencia mundial.

3-La retirada de Estados Unidos del acuerdo sobre cambio climático y la mala gestión de la crisis de la pandemia en Occidente (en comparación no solo con China, sino con el conjunto de Asia oriental) incrementaron esa evidencia de desbarajuste.

Todo esto no ha hecho más que aumentar la ansiedad en Occidente, lo que desemboca en un claro incremento de las tensiones (militares, comerciales, políticas) con China.

Así, el documento sobre estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos del año 2017, decía lo siguiente:

Asumimos que nuestra superioridad militar estaba garantizada y que una paz democrática era inevitable. Creíamos que la ampliación e inclusión liberal-democrática alterarían fundamentalmente la naturaleza de las relaciones internacionales y que la competencia daría paso a una cooperación pacífica. En cambio, ha comenzado una nueva era de competencia entre las grandes potencias que implica un choque sistémico entre las visiones libre y represiva del orden mundial.

El cerco y la respuesta

Hay que decir que el cerco comercial y militar alrededor de China siempre existió. En 1971, Nixon levantó el embargo comercial de 21 años iniciado con la guerra de Corea para incrementar la presión contra la URSS, que entonces era el enemigo principal, pero el cerco de bases militares se mantuvo: desde Corea hasta Afganistán, pasando por Japón, Australia y el Índico. En los últimos años se dan pasos para reactivar ese cerco y tras algunos contratiempos (el 11-S neoyorkino colocó al terrorismo yihadista en primer plano) se identifica definitivamente a China como el adversario principal.

La situación recuerda a la de un tahúr, que, jugando una partida de póker contra un adversario que creía insignificante, constata que pierde la partida pese a jugar con cartas marcadas. La reacción del tahúr en tal situación es volcar la mesa y desenfundar la pistola. Estamos asistiendo a algo muy parecido a eso.

Paralelamente, se produce un crecimiento de la política exterior china, que va parejo al incremento de su potencia. Conforme avanzaba el nuevo siglo, se hizo patente para los dirigentes chinos el desfase de la célebre recomendación de prudencia de Deng Xiaoping de finales de los años ochenta en materia de política exterior:

Observar la situación con calma, mantenernos firmes en nuestras posiciones. Responder con cautela. Solapar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno. Nunca reclamar el liderazgo.

En 2012 Obama anunció el “Pivot to Asia”, trasladar al Pacífico el grueso de la fuerza militar aeronaval de Estados Unidos. Ante la evidencia de las turbulencias que se anunciaban, la nueva dirección china con Xi Jinping al frente (quinta generación de dirigentes desde el nacimiento de la RPCh) se ha puesto el cinturón de seguridad: ha fortalecido la autoridad del PC en todos los órdenes, y en liderazgo personal en su dirección colectiva.

Pero sobre todo, en 2013 China anuncia una ambiciosa estrategia global para salir del cerco, la Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative – B&RI): un esfuerzo de varias décadas de duración con una financiación astronómica (de 4 a 8 billones de dólares), encaminado a establecer una red geoeconómica internacional de apoyo que integre económica y comercialmente al 70% de la humanidad a través de Eurasia, lo que necesariamente erosiona el poder de Estados Unidos en el hemisferio y complica sobremanera cualquier propósito de cerco a una potencia que sin ser “amiga”, ni “aliada”, ni “líder de bloque”, es socia positiva de casi todas las naciones. El objetivo implícito, en palabras de Henry Kissinger, es, nada menos, que “trasladar el centro de gravedad del mundo desde el Atlántico al Pacífico”. A su lado el histórico Plan Marshall queda como algo pequeño…

Contra eso, Estados Unidos propone el viejo modus operandi de la guerra fría contra la URSS de sanciones, embargos y presión militar (sin comprender que China no es la URSS). Además, comete la inmensa torpeza de fomentar la alianza de Rusia con China, algo que ni Moscú ni Pekín deseaban.

Guerra híbrida

El recetario de esa presión contra China se traduce en una guerra híbrida que hoy tiene 9 frentes abiertos:

1. Una fuerte campaña de propaganda mediática para denigrar al gobierno chino.

2. Una alianza militar enfocada contra China en el ámbito de los océanos Índico y Pacífico: Quad; Australia, India, Estados Unidos y Japón (Se creó en 2007, pero se ha reactivado significativamente desde 2017).

3. Una cruda actividad de la CIA en China. (El NYT informó que entre 2010 y 2012, China desmanteló toda una red operativa eliminando o encarcelado a una docena de agentes).

4. Una intensa actividad de hackeo de las agencias de seguridad de Estados Unidos contra empresas, centros de investigación y ministerios chinos. (En Occidente solo se habla de hackeo referido a actividades de Rusia y China)

5. Fomento de las protestas separatistas en Hong Kong desde 2014 e incremento del apoyo militar a Taiwán.

6. Apoyo al separatismo en Xinjiang e intensa campaña de “derechos humanos” y denuncia de “campos de concentración” y “genocidio” contra los musulmanes uigures de esa región clave para la B&RI.

7. Incursiones aeronavales periódicas en el Mar de China Meridional.

8. Guerra tecnológica contra grandes empresas como el gigante de telecomunicaciones ZTE -designada como “amenaza a la seguridad nacional”- o Huawei, cuya directora financiera fue detenida en Canadá, con el objetivo de cortar su exitosa expansión en el mundo.

9. Guerra comercial, iniciada por Trump en 2018.

La situación es sumamente peligrosa porque Estados Unidos parece reaccionar a su relativo declive abandonando la diplomacia y recurriendo cada vez más a las sanciones, la presión y la acción militar. Recordemos que vivimos en un mundo hipertrofiado de recursos de destrucción masiva (que ya son de amplio consumo). Es verdad que eso ya era así en la anterior etapa de la dialéctica bipolar Estados Unidos/ Unión Soviética, pero es que ahora, además, se abandonan los acuerdos de control de armamentos entre superpotencias. Eso es gravísimo.

Ahí es donde hay que situar las declaraciones de Xi Jinping sobre la Larga Marcha y su mensaje de “prepararse para algo muy duro”. Es la creciente virulencia de la guerra comercial y tecnológica, de las provocaciones militares y de las campañas de denigración de los últimos meses, lo que determinan esos tonos dramáticos y movilizadores.

Aisladas de su contexto, este tipo de declaraciones se utilizan en Occidente para confirmar los peligros de una China crecida. Sin embargo la simple realidad es que en más de cuarenta años (mientras occidente se implicaba en guerras en: Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia y Siria, entre otras), China no ha participado en ningún conflicto bélico.  Y, sobre todo, si hay que hablar de gobernanza mundial hay que poner por delante una carencia de China que contrasta fuertemente con Estados Unidos y sus aliados occidentales: China carece de ideología mesiánica y de cualquier propósito de convertir en chinos a los demás países del mundo. La promoción de un chinese way of life no figura en los catálogos de exportación chinos (de puertas adentro, es otra cuestión como se ve en Tibet y Xinjiang), lo que supone una mayor garantía para la diversidad mundial.

Extractivismo y comercio ecológicamente desigual

De cara a su futuro comportamiento en el mundo, China presenta algunas ventajas y virtudes. Una clara ventaja para el mundo de hoy es su menor predisposición a la violencia y el conflicto, su desinterés en la carrera armamentística, la ausencia de un “complejo militar-industrial” capaz de influir e incluso determinar la política exterior, como ocurre en Estados Unidos, y su doctrina nuclear, que es la menos demencial entre las de los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, por si solas, esas ventajas y virtudes no son una garantía de que un eventual dominio chino no degenere en otra modalidad de imperialismo.

La B&RI es conocida como la “nueva ruta de la seda”, que designa el flujo histórico de mercancías preciosas (y con ellas de algunos conocimientos) que unió el Asia Oriental sinocéntrica con el Occidente de manera intermitente e irregular durante siglos desde antes del nacimiento de Cristo. El nombre y la analogía que sugiere son bonitos, pero lo que hoy se mueve, y se moverá aún más en el futuro, no es seda, piedras preciosas, marfil y ámbar, sino carbón y recursos fósiles no renovables (utilizados para producir de todo en la fábrica del mundo), así como obras públicas desarrollistas para colocar los excedentes monetarios de la balanza comercial china. La pregunta sobre la proyección mundial de la potencia china es qué tipo de relaciones entre países creará esa estrategia.

En materia de dominio colonial-imperialista ha habido dos secuencias a lo largo de la historia. Una es la conquista militar, seguida del dominio económico (trade follows flag). Otra es el poder político como consecuencia del comercio y la inversión (flag follows trade). El occidente colonial e imperialista, que no imagina otro mundo que no sea jerárquico y desigual (“piensa el ladrón que todos son de su misma condición”, dice el refrán), afirma que China sigue el segundo modelo: a su expansión comercial e inversora, seguirá un dominio político.

En mi opinión este es un escenario que en absoluto se puede desdeñar.

Que China afirme que no quiere ser hegemón, conductor, guía, dominador, es algo que no pasará de ser una declaración de buenas intenciones, si su proyección mundial se basa en un comercio económica y ecológicamente desigual como el que tenemos en el mundo de hoy entre los países ricos y dominantes y los pobres y dependientes. Esa declaración puede ser tan irrelevante como la de los europeos llevando “la civilización” a los “salvajes” en el siglo XIX, o los estadounidenses promoviendo la “democracia y los derechos humanos” a punta de guerras y masacres en el siglo XX hasta el día de hoy.

En África y América Latina las actuales relaciones comerciales consagran por doquier la “economía extractivista”. Como ha explicado Joan Martínez Alier, se dice que una economía es extractivista cuando está dominada por la extracción, con poca elaboración, de materias primas concentradas en pocos sectores dependientes de la demanda exterior. En ese intercambio ecológicamente desigual, los costes ambientales (la extracción de materias primas tiene muchos) se transfieren a otros continentes y no se incluyen en la contabilidad económica, pese a que causan gravísimos perjuicios a la naturaleza, a las poblaciones inmersas en ella y a sus derechos. A eso responde el concepto de “deuda ecológica”.

Centenares de activistas han muerto en América Latina en los últimos veinte años enfrentándose al extractivismo y el atlas de los conflictos ambientales (que un equipo del Instituto de Ciencia y Tecnología ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona ha confeccionado) presenta un cuadro inequívoco al respecto.

Con la explotación de materias primas en las últimas vetas mundiales, China está adquiriendo un gran protagonismo en este tipo de intercambio que la puede instalar en una nueva fase de dominio imperialista, bien a pesar de las declaraciones e intenciones de sus líderes. Su demanda y su comercio están deforestando Gabón y Mozambique, creando una devastadora agricultura de monocultivo de soja en Brasil, Argentina y Paraguay. Seguramente China no hace nada que no hagan otros, o que otros han hecho antes en esos u otros países, pero eso cambia poco la cuestión…

Como consecuencia, e independientemente de la intensa campaña mediático-propagandística occidental contra China, la imagen del país ha empeorado en prácticamente todos los continentes, incluidos aquellos como África y América Latina, bien predispuestos hacia ella por razones de la empatía que una antigua y lejana nación históricamente sometida y colonizada genera en otras en situación similar. Por todo ello, será imperativo examinar fríamente el comportamiento exterior de China desde el punto de vista de lo que tenemos planteado como especie.


Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) ha sido veinte años corresponsal de La Vanguardia en Moscú (1988-2002) y Pekín (2002-2008). Luego fue corresponsal en Berlín, de 2008 a 2014. Antes, en los años setenta y ochenta, estudió historia contemporánea en Barcelona y Berlín Oeste, fue corresponsal en España de Die Tageszeitung, redactor de la agencia alemana de prensa DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983 a 1987). Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS (traducido al ruso, chino y portugués), sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un pequeño ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis (traducido al italiano). En enero de 2018 fue despedido como corresponsal de La Vanguardia en París.