Editorial: Diez años del 15M

Comenzamos una aventura con este primer número de la revista digital La Casamata: Arma de la Crítica, órgano de expresión, junto a la web, de la Asociación Socio-Cultural La Casamata. Comenzamos modestamente, con las limitaciones propias de un pequeño equipo de personas con obligaciones laborales y personales, como la mayoría de la población, y sin ningún gran capital público, privado o partidario detrás, pero cargados con las ganas de ir construyendo, poco a poco, un taller o fábrica de ideas, análisis y propuestas que pueda servir de reducto teórico (de casamata) en estos tiempos convulsos y confusos en los que estamos inmersos.

Este primer número es un monográfico, como todos los demás que vendrán, dedicado al 15M, aprovechando que se cumple su décimo aniversario. Esta efeméride nos sirve para reflexionar sobre este acontecimiento clave en la historia reciente de España, cuyas consecuencias se sienten en nuestros días y, seguramente, se seguirán sintiendo en los años por venir. Una de esas consecuencias, quizás la más importante, es haber servido de acicate y cantera para la aparición de la nueva política que nos habló de “asaltar los cielos”.

Caracterizada por un adanismo y una soberbia no pocas veces confundida con audacia (que tampoco se les niega) propia de jóvenes formados que veían que no ocupaban un lugar en la sociedad que, al parecer, merecían, la nueva política pretendió dar una patada al tablero. A partir de una especie de nuevo comienzo tras el 15M, y toda una construcción mítica sobre este acontecimiento que los emparenta con la construcción mítica que sus padres hicieron con la transición, tal y como recordó uno de los fundadores de Podemos en uno de sus libros, pretendían marcar un antes y un después colándose por “la ventana de oportunidad” abierta por las diferentes crisis entrecruzadas que asolaban España. Ellos nos dijeron que PODEMOS.

Diez años después del 15M y siete después de la aparición de su principal consecuencia institucional, Podemos, no hubo “asalto a los cielos”. En todo caso, un pequeño cachito del cielo ministerial como socio subordinado del partido del régimen del 78 por excelencia, el PSOE. La “ventana de oportunidad” se convirtió en buena medida en la ventana de los oportunistas, y que decir de los lemas de las plazas del 15M: el “no nos representan” se ha transmutado en un multipartidismo polarizado en un debate público bochornoso y sin ideas dominado por la propaganda y el tribalismo más abyecto con inexistentes fantasmas del “comunismo” y el “fascismo”, por no hablar de los identitarismos “woke”, por el lado izquierdo; los de Vox, un PP exagerado y guiñolesco, por el lado derecho; y los nacionalismos y separatismos varios, con una histórica tendencia a la transversalidad. El “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros” se ha transmutado en los fondos europeos de recuperación tras la crisis de la COVID-19, cuya gestión consistirá en una amplia “colaboración público/privada”, y la “democracia real ya” se ha reciclado en una campaña electoral permanente, dominada por asesores, rasputines y “expertos” en comunicación enamorados de sí mismos y de Netflix. Todo esto se ha sintetizado en las elecciones autonómicas de Madrid del pasado 4 de mayo, que han supuesto un duro correctivo para fuerzas políticas de la nueva política, con la retirada del líder de Podemos igual que un año y medio antes se había retirado el líder de Ciudadanos. Cabe aquí hacerse la pregunta de si el 4M ha sido el último clavo en el ataúd del 15M.

No sabemos aún lo que los próximos diez años nos depararán (¿tendrán los años de la “nueva normalidad” post-COVID-19 consecuencias homologables a las de los años veinte del siglo XX?), aunque algunas tendencias se empiezan ya a marcar claramente, pero sí podemos hacer balance de esta última década a través de Antonio Gramsci, que en su texto “El cesarismo” (Cuadernos de la Cárcel, 13/XXX, §27) afirmaba:

Encontramos otros movimientos histórico-políticos modernos, que no son por cierto revoluciones, pero que tampoco son por completo reaccionarios, al menos en el sentido de que destruyen en el campo dominante las cristalizaciones estatales sofocantes e imponen en la vida del Estado y en las actividades sociales un personal diferente y más numeroso que el precedente. Estos movimientos pueden tener también un contenido relativamente ‘progresista’ en cuanto indican que en la vieja sociedad existían en forma latente fuerzas activas que no habían sido explotadas por los viejos dirigentes; ‘fuerzas marginales’, quizás, pero no absolutamente progresivas en cuanto no pueden ‘hacer época’. Lo que las torna históricamente eficientes es la debilidad constructiva de la fuerza antagónica y no una fuerza íntima propia, de allí entonces que estén ligadas a una situación determinada de equilibrio de fuerzas en lucha, ambas incapaces de expresar en su propio campo una voluntad propia de reconstrucción.