El 15M: la insurrección de los urbanos

El modelo económico de los años de la transición y en especial de los años del Partido Popular en el gobierno de la nación, cuando Aznar y su brillante equipo económico tomaron casi que al asalto la gestión política del Estado español, prometía a todos los ciudadanos riqueza y bienestar. Mucha riqueza, tanta que todos íbamos a ser capitalistas enriquecidos con grandes sueldos y mayores rentas.

Aquel modelo económico, que luego resultó ser una estafa, en todos los sentidos, basó su crecimiento en los inmediatos resultados de la especulación inmobiliaria, en el dinero fácil e inmediato, en la corrupción como instrumento de gestión de las administraciones públicas al servicio del capital, pequeño, mediano y grande.

Lo importante es que todos íbamos a resultar beneficiados con aquel crecimiento económico que nos iba a traer dinero infinito, en A y en B, en blanco y en negro y en sobres… sobres para todos. Un océano de beneficios por los que no habría ni que pagar impuestos. Y si alguno había que pagar, lo importante era encontrar el adecuado asesoramiento jurídico para hacerlo en la menor medida de lo posible.

Muchos jóvenes abandonaron sus estudios y se pusieron a trabajar en la construcción, donde podían ganar tres y cuatro mil euros al mes sin necesidad de sacrificarse y perder el tiempo en estudiar. Otros, abandonaban el campo y se marchaban también a las obras en las zonas de la costa a ganar dinero fácil. Luego aparecieron las urbanizaciones y los campos de golf que pretendían atraer a miles de personas a nuevas zonas residenciales donde no había ni las más elementales infraestructuras, ni siquiera agua o alcantarillado, ni que decir de ambulatorios u hospitales donde recibir la atención sanitaria imprescindible.

Cuando algunos locos protestaban a las puertas de los ayuntamientos contra las fraudulentas modificaciones de los planes de urbanismo, que debían permitir la construcción de las nuevas urbanizaciones en los nuevos suelos urbanizables, los empresarios de la construcción y los partidos de derechas se permitían el lujo de movilizar a los trabajadores para que acallaran la boca a aquellos locos que protestaban contra el progreso y el beneficio inmediato que les iba a permitir ganar elevados sueldos con los que comprar coches de ensueño y gigantescos televisores de plasma desde los que seguir creyendo en ese ensueño feliz de ser clase media, media alta o, incluso, por qué no, altísima-media.

La catástrofe, que se fue gestando durante muchos años, y que ya era catástrofe desde antes de gestarse, estalló ante las narices de todos en el año 2008 y siguientes. Recuerdo que se puso de moda decir aquello de que, claro, habíamos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, cuando en realidad habíamos estado viviendo en un mundo de ficción, en una irrealidad en la que nos habían vendido el sueño de ser parte de nuestro capitalismo como capitalistas, cuando en realidad seguíamos (y seguimos) siendo parte de ese capitalismo como trabajadores, como explotados.

“Se fuerte, Luis…” escribió de forma casi clandestina uno con barba blanca, al tiempo que un atrevido agente de las fuerzas de seguridad del Estado domaba la nuca del ministro más brillante de la historia de España cuando lo metían en un coche camino de la cárcel. El caso es que el golpe por la caída fue muy duro. Las aspiraciones de ser señores en el capitalismo ardieron quemadas por el sol como las plumas de Ícaro. Y en el colmo del absurdo, los trabajadores de la construcción, convertidos por el arte de la magia del lenguaje en emprendedores – cuando en realidad eran subcontratistas de obras a destajo –, iban por los campos pidiendo trabajo en flamantes Mercedes todavía a medio pagar. El golpe social fue muy fuerte. A la ruina económica, al paro y al desamparo siguió la quiebra de una falsa conciencia social que nos había hecho creer lo que no éramos. Y siguió la perdida ideológica, la confusión de la verdadera naturaleza de nuestro ser social. Y en medio de aquella confusión, la gente salió a la calle un 15 de mayo a protestar, desengañados, enfadados, indignados, porque habían sido expulsados, justo un minuto antes de entrar, de aquel paraíso al que habían prometido llevarles.

* * *

Puede que todo lo dicho hasta ahora suene un poco exagerado, e incluso habrá quien diga que no todas las personas que salieron a la calle indignadas el 15M y en las semanas siguientes se correspondían con aquel perfil. Es cierto, desde luego. Pero lo importante es entender que la indignación fue fruto no tanto de una súbita toma de conciencia de clase, como de la toma de conciencia de que habíamos sido expulsados del paraíso al que solo unos días antes estábamos invitados con “tarjeta de cartón”, como cantaba en su día aquel magnífico Cuarteto Cedrón.

Y esa es en esencia la naturaleza de aquel movimiento inicial. Una protesta de gentes variopintas a las que unía el desamparo generalizado provocado por la crisis, pero una protesta en las que las personas mostraban la rabia por ver truncado su sueño aspiracional: el de ser parte de la otra clase. Todo lo que vino en llamarse movimientos transversales eran, en realidad, las formas por las que se expresó aquel descontento de una masa desclasada y sin conciencia de clase.

Para la izquierda fue un momento crucial, ya que se encontró con un movimiento ciudadano espontáneo en las ciudades y pueblos de toda la geografía española que protestaba, sin saber muy bien por qué ni contra qué, con una gran rabia contra todos porque no atinaba a definir con claridad quién era el enemigo. De pronto, incluso las organizaciones de la izquierda, los políticos de la izquierda eran también enemigos para aquel pueblo indignado, lo que produjo todavía más estupor en las filas de la izquierda.

Pero incluso en las situaciones más desesperadas hay mentes preclaras, y esto lo digo absolutamente en serio, que perciben las zonas de fractura en los conflictos sociales y son capaces de dar un nuevo discurso, voz y organización a las masas indignadas. En el caso del 15M, Podemos, como movimiento amplio, supo aglutinar en su momento y a la perfección ese nuevo sujeto colectivo con un discurso nuevo (al menos en lo aparente) y una nueva organización política.

Pero hay un aspecto que ha quedado al margen, e incluso marginado. Las rebeliones del 15M fueron en su inmensa mayoría un fenómeno urbano, e, incluso cuando se dio en las pequeñas ciudades de provincias y en algunos pueblos de las zonas rurales, siguió siendo un fenómeno que representaba el fracaso de un modelo aspiracional urbano. Los jóvenes de los pueblos y de las zonas rurales protestaban y estaban indignados porque entendían que la quiebra de 2008 les impedía también incorporarse a los modelos de ese mundo urbano, de esa clase media urbana tan deseada que se metía, y se mete, todas las noches, todos los días, en nuestras casas y en nuestras conciencias a través de la programación televisiva y de toda la oferta cultural que recibimos.

Ahora, incluso cuando el fenómeno de la rebelión urbana del 15M ha madurado y se ha consolidado en la dinámica política y electoral, lo ha hecho siguiendo ese patrón urbano, dejando sin atender, ni entender, las necesidades, conflictos y demandas del mundo rural.

Los pueblos abandonados, las economías rurales arruinadas o en proceso de estarlo, la falta de servicios básicos en los pueblos, los cambios en la estructura de la propiedad de las tierras (con su paulatina concentración en unas pocas manos), la expansión del modelo productivo de los agro-negocios en manos de fondos de inversión que sólo buscan el enriquecimiento y que controlan todo (desde los flujos de la mano de obra emigrante a la producción y comercialización de los productos), la falta de cobertura de los seguros agrícolas, el continuo abuso de los obtentores de plantas que patentan las nuevas variedades y exigen elevados royalty por su cultivo, los problemas de la gestión de los recursos hídricos de la nación (controlados en muchos casos por una verdadera mafia de las aguas), los conflictos entre agricultura y ecología… y un largo etcétera de asuntos, han quedado fuera del interés de nuestra nueva, vieja, izquierda.

A veces resulta que en el desconocimiento total de la realidad rural, nuestra nueva izquierda urbana, siguiendo los pasos de la que es, al fin y al cabo, heredera, no sólo no conoce los problemas, sino que ni siquiera quiere conocerlos, como si no interesaran. Digamos que huye de ellos en la medida que le plantea cuestiones, conflictos, a los que, en este momento dado, concreto, no sabe cómo responder.

Y en ese abandono político, el campo es colonizado por el enemigo más peligroso. El neofascismo español, que en su forma política actual hace suyo un falso discurso de solidaridad identitaria nacionalista que atrae a un mundo rural ávido de respuestas a sus conflictos, abandonado en lo económico, en lo político y en lo ideológico.

Queda para futuros artículos y trabajos continuar en el desarrollo de este escabroso y complicado asunto.

Cieza-Moscú.

Antonio Fernández Ortiz (Cieza, Murcia) es escritor e historiador especialista en Rusia y la Unión Soviética.

Imagen: Vista de Cieza desde el Pico de la Atalaya, por VilBer.

15M en perspectiva: una aproximación filosófica

Al cumplirse diez años de las movilizaciones del 15M, casi se diría que parece una época remota. Vivimos tiempos frenéticos, coronados ahora por una pandemia mundial que ha acelerado cambios políticos y sociales que estaban ya en marcha desde la recesión de 2007.

El derrumbe del modelo de financiarización, con la crisis de las hipotecas subprime y sus efectos en la economía global, derivó en una estrategia de rescate del sector bancario. Tras pomposas declaraciones acerca de la necesidad de reformar el capitalismo, la respuesta en la Unión Europea fue una dura agenda de recortes para los países miembros, especialmente los países mediterráneos y para aquellos que tuvieron que acogerse a los fondos de rescate, con un memorándum de condiciones aparejado. Recayó sobre Portugal, España, Italia y Grecia el estigma de ser sociedades licenciosas, sin espíritu de trabajo ni rigor en la gestión pública; en contraposición a la sobriedad de Alemania y la Europa del norte. Obviamente, la división social del trabajo a escala europea y las estructuras económicas de sus respectivas economías eran más determinantes, a este respecto, que pretendidos “espíritus nacionales”.

En España, la burbuja de la construcción, pieza clave del modelo económico del país, fuertemente terciarizado tras las reconversiones industriales condicionadas por la incorporación al mercado común europeo y el cumplimiento de los criterios de convergencia de la UE, se gripó arrastrada por la crisis mundial. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que en 2004 había llegado a la Moncloa de la mano de movilizaciones que antecedieron al 15M, como las protestas contra el desastre del Prestige (Nunca Mais), contra la participación de España en la Guerra de Irak (No a la Guerra) y la reacción social al atentado yihadista del 11M, claudicó ante las imposiciones de la Comisión Europea y el BCE, acatando recortes sociales y pactando con el PP la reforma del artículo 135 de la Constitución Española.

Tal es el contexto en el que hay que situar las movilizaciones del 15M. Un tenso clima social en el que el desempleo superó en España el 20% y el paro juvenil llegó al 43%. Precisamente fueron los jóvenes de las capas medias, como ha subrayado Enmanuel Rodríguez, la juventud con cualificación, especialmente los universitarios, que vieron quebrarse los ascensores sociales vinculados a la formación y se vieron abocados a un horizonte de precarización y falta de expectativas, quienes constituyeron la base social fundamental de las protestas.

Las ideas detrás del lema: ¡Democracia Real, YA!

En lo que sigue trataremos de analizar, desde una perspectiva filosófica, el movimiento 15M. Tomaré como referencia la convocatoria promovida desde la plataforma ¡Democracia Real YA!

Las movilizaciones del 15M, que en lo inmediato tuvieron la inspiración de las protestas egipcias de la Plaza Tahrir y vinieron antecedidas por movilizaciones españolas, a las que he hecho mención más arriba, sintetizaron precedentes como las protestas del Foro de Davos, los movimientos altermundistas y críticos con la globalización, así como demandas del activismo medioambiental.

En conjunto, se trataba de un movimiento heterogéneo, en el que podían rastrearse, amalgamadas, corrientes ideológicas vinculadas tanto a la tradición libertaria, como al republicanismo o al liberalismo progresista. Sin embargo, el manifiesto de ¡Democracia Real YA!, entre las otras convocatorias que promovieron las protestas, enfatizaba su carácter apartidista, que no antipolítico, apelando al descrédito del sistema de representación.

La clave del éxito del 15M estuvo, probablemente, en ser una movilización de carácter ciudadanista. El criterio de adscripción no era tanto la clase social, la apelación a una identidad fraguada en el marco socioeconómico, aunque reclamaba la derogación de la reforma laboral introducida por Zapatero y, más adelante, de la reforma del PP. Las reivindicaciones se articulaban en el plano de los derechos ciudadanos. Derechos vinculados a la participación política ante el descrédito de los partidos como vertebradores de la pluralidad política; derechos sociales que estaban siendo mermados por la externalización de la gestión sanitaria y los recortes en el estado del bienestar. El derecho a la vivienda frente a la especulación inmobiliaria, el encarecimiento de los alquileres y el auge de los desahucios hipotecarios como efecto de la crisis económica. Los derechos del consumidor y el libre acceso al conocimiento a través de Internet. La defensa del medioambiente esgrimida como un derecho ligado a las condiciones básicas de vida y a la preservación de la propia sociedad.

La invocación de esos derechos se oponía a la mercantilización de la vida, en sus diferentes vertientes, por parte de un sistema financiero desbocado, que había provocado la crisis, que estaba siendo rescatado y que promovía, en conjunción con los grandes organismos económicos, la desregulación laboral, la rebaja de impuestos a las rentas altas y ahondar en la senda de precarización y privatización de los servicios públicos. Mercantilización que también sería operada por parte de una clase política ajena al control ciudadano, que se beneficia de puertas giratorias en las grandes corporaciones a cambio de legislar en su beneficio.

La defensa de los derechos ciudadanos, en su dimensión política, civil y social, se articuló a través de plataformas y movilizaciones específicas. Así, vendrían a conectarse con el 15M las mareas educativa y sanitaria, en que las reivindicaciones de los profesionales de los sectores se aunaban con las de los usuarios.

Pero volvamos sobre la propia fórmula ¡Democracia Real YA! A partir de lo dicho, puede concluirse que la pretendida democracia real se liga a la consolidación del cuerpo de derechos anteriormente mencionado y a su salvaguarda frente a la conversión en nichos de negocio o la anulación de los mecanismos de control ciudadano. Pero, ¿cuál es el parámetro desde el que puede hablarse de una democracia real? Apelar a un modelo ideal de sociedad es un elemento característico de cualquier movimiento de carácter emancipatorio o que aspire, simplemente, al cambio social. La tradición libertaria ligaba la democracia plena con la abolición del Estado, entendido como una estructura constitutivamente opresiva. El socialismo y el comunismo consideraban el Estado como una estructura al servicio de las clases dominantes; no podía ser abolido pero podría llegar a extinguirse, a perder su carácter coercitivo si se convertía en un Estado al servicio de las clases trabajadoras, que procediese a abolir las bases de la desigualdad mediante la socialización de los medios de producción y, con ello, la fuente de los conflictos sociales.
En su génesis, la democracia ateniense se ligaba al principio de isonomía: la igualdad entre sí y ante la ley de cada uno de los ciudadanos, dotado de voz y voto en la asamblea y elegibles para cargo público. El principio de isonomía sería rescatado por las revoluciones liberales, frente al carácter estamental de las cámaras e instituciones del Antiguo Régimen. El imperio de la ley y la división de poderes serían los requisitos para impedir el abuso de poder y cimentar un tipo de Estado orientado a preservar unos derechos inherentes a los sujetos, estrechamente relacionados con la actividad económica y el derecho a disponer libremente de los frutos del propio esfuerzo. Por su parte, la tradición republicana vinculó la democracia con los mecanismos de participación que permiten el moldeamiento de la voluntad general. Esta voluntad, en la teorización roussoniana, no era un mero agregado de las voluntades individuales o una imposición de la mayoría sobre las minorías, sino la configuración de una voluntad colectiva enfocada a la consecución del bien común.

Durante el siglo XIX, la conjunción y los intercambios doctrinales entre el republicanismo, el feminismo, el abolicionismo y el movimiento obrero irían desplegando un activismo y una articulación de movimientos político-sociales que sería clave en la conquista y ampliación para las mayorías de los derechos civiles y sociales. El estado social y el estado del bienestar pueden verse, en buena medida, como una respuesta a la capacidad activista del movimiento obrero. Los derechos no serían, desde esta perspectiva, atributos inherentes a una naturaleza humana, sino el producto del conflicto social. Derechos como la limitación de jornadas laborales, el sistema educativo, la seguridad social o la extensión del sufragio, serían el resultado de una correlación de fuerzas que fragua una institucionalidad que asegura la cohesión social, por la vía de asentar unos niveles de bienestar material. La derivada de este planteamiento es, justamente, la propia reversibilidad de los derechos, la posibilidad, siempre latente, de su achicamiento cuando la correlación de fuerzas sea desfavorable para las mayorías sociales.

Cabe mencionar, en este punto, que autores como Weber y Schumpeter confrontaron la enunciación rousseauniana de la voluntad general y buena parte del trasfondo doctrinal de la democracia demoliberal. La democracia no podría caracterizarse realmente como “el poder en manos del pueblo” o la consecución del bien común. El pueblo o la nación, como conjunto de la ciudadanía, no tienen una voluntad coherente susceptible de ser expresada, sino que, al tiempo que está fragmentado en una diversidad de grupos sociales, se configuran corrientes de opinión e ideologías diversas en la esfera pública, moldeada por diferentes medios creadores de opinión. La democracia sería, en realidad un proceso de selección y renovación de la élite dirigente; el Estado genera una estructura burocrática, ligada a su tejido administrativo e institucional, y se inserta en un espacio transnacional, estructurado jerárquicamente por relaciones de interdependencia. Las instituciones representativas generan una dirigencia que tiende a segregarse del ciudadano peatón, aunque puedan aparecer nuevos partidos y estén sujetos a mecanismos de rendición de cuentas. La voluntad expresada en las urnas no es así una voluntad general, ni la plasmación de la búsqueda del bien común, por más que se tienda a enunciar como tal; sólo una mayoría de gobierno, cuando es posible constituirlo, y una correlación de fuerzas parlamentarias fuertemente condicionadas por la geopolítica, las presiones del poder económico y otros grupos de influencia.

Es en este punto donde el 15M pretendía explorar, no sin mediar una fuerte idealización, una vía para ampliar las dinámicas de participación ciudadana, suplir las carencias del sistema representativo, atenazado además por el vaciamiento de la soberanía de los Estados medianos en favor de estructuras transnacionales. Tal solución sería el desarrollo de la tecnología digital y de internet como base para construir nuevas vías de participación y de activismo, así como para generar una opinión pública crítica e informada, más allá de los filtros e imaginarios impuestos por los grandes medios.

Ya César Rendueles, en su obra Sociofobia, cuestionó las virtualidades de la Internet y las redes sociales como mecanismos para generar nuevas formas de participación política, rebajando las expectativas tecno-optimistas. Sostenía que los medios telemáticos, en vez de afianzar los vínculos sociales, tendían a fomentar un tipo de vínculo más inestable y a volvernos menos exigentes en nuestras interacciones públicas. Además, las redes sociales y las búsquedas están fuertemente condicionados por los navegadores y buscadores, por los algoritmos que regulan su funcionamiento. Escándalos como el Cambridge Analityca, cediendo datos personales de los usuarios para las campañas de Trump y Bolsonaro.

Tampoco están exentas las redes sociales de las dinámicas de polarización o de la utilización sistemática de falacias y bulos para crear un clima de opinión.

Final

Cabe preguntarse qué queda, diez años después del 15M, o cuáles son sus aportaciones históricas a la vida social y política española. Parecía que podría ser un hito en la participación política que determinase la politización de amplios sectores de la población, rebasando además las categorías izquierda/derecha para promover un programa de mínimos, basado en la recuperación de los derechos sociales y la regeneración democrática. Lo cierto es que sus efectos han sido magros en relación a la expectativa despertada; aunque quizás no quepa achacárselo a las limitaciones del 15M, sino al frenesí turbulento de la política española en los últimos años.

Es verdad que el 15M propició la ruptura del sistema bipartidista, pero la capacidad de las nuevas formaciones ha sido limitada. Lo más relevante es que, a pesar del gran respaldo social que concitó el 15M, la ulterior redefinición del sistema de partidos derivó en una reorganización dentro de los bloques ideológicos izquierda/derecha. La pretensión de desarrollar una fuerza transversal no cuajó. Por otro lado, la politización que generó frente a la desafección quedó sofocada por la vorágine de la cuestión nacionalista de los últimos años. Vivimos en un periodo de reflujo, con un nacionalismo españolista excluyente y con componentes xenófobos y ultraconservadores que ha crecido como reacción al nacionalismo catalán, y una situación política de gran crispación, convenientemente cebada por los medios de comunicación, donde el debate público se ha degradado por completo.

En todo caso, el 15M sí pasará a la posteridad como un hito en los movimientos sociales de nuestro país, que tuvo la capacidad de situar en el debate público la defensa de los derechos fundamentales y de lo colectivo, apuntando hacia la gigantesca ingeniería de expropiación social.

Ovidio Rozada es licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo, directivo de la Sociedad Cultural Gijonesa y profesor de enseñanza secundaria en Corvera, un concejo próximo a la ciudad de Avilés.

Imagen: 2ª Asamblea Popular Alcobendas-San Sebastián de los Reyes, por ceronegativo.

Indignados sin linaje. La voz de los cualquiera

La indignación cartografiada

Aquellos días de mayo no le sentaron bien a Carod Rovira. El ex presidente de ERC y ex vicepresidente del gobierno catalán escribió un artículo interpelando a los indignados. En el fondo, el mensaje era claro: que nadie se confunda de mapa a la hora de canalizar las protestas. El corolario rezumaba, aparte de una indudable finura, deleite por la cartografía: que se vayan a mear a España.

La lectura de Carod, lejos de anecdótica, fue sintomática. El secesionismo catalán siempre miró con recelo el 15-M. Una década después, con la perspectiva del paso del tiempo, podemos ensayar una tesis sobre la relación entre aquellos días de mayo en las plazas de España y la respuesta del nacional-separatismo.

Deliberando en el ágora. Contra la privatización de la política

Sin obviar sus limitaciones, que no fueron pocas como veremos más tarde, el 15-M puso encima de la mesa política algunas claves que no eran ajenas a la sociedad política española. Al salir a las plazas, muchos tomaron conciencia de la importancia de tener voz en la polis. Tal vez eso, tanto tiempo después, constituye la mejor herencia de todo aquello. Un recuerdo de lo más esencial. Que si a algo se debe parecer la democracia es a los mecanismos y diseños sociales que permiten conjugar la deliberación colectiva sobre los problemas que nos afectan y los mecanismos de participación por medio de los cuales canalizamos nuestra toma de posición sobre aquel objeto de deliberación.

En los tiempos que nos ha tocado vivir, pocas esferas sociales están más contaminadas, más estigmatizadas en el imaginario colectivo, que la política. Recuerdo al periodista Díaz Villanueva conminando a los jóvenes a dedicarse a cualquier otra cosa que la política. En un silogismo tan simplón y maniqueo como efectivo, la política sería la esfera de la “intromisión” y la “interferencia”, frente al ámbito de lo privado, de la libertad. La política en última instancia remite a la burocracia estatal, némesis de esa libertad. Transita aquí, como tantas veces, en su fórmula más cutre, la idea de libertad negativa, cuya maximización preconizan los liberal-libertarios con cierto predicamento popular: la única libertad digna de tal nombre es la que se garantiza a través de la ausencia de intromisiones en el proceder de los individuos. La política y el Estado son por tanto instrumentos de intromisión inaceptable. Repudiables. Cuanto más lejos estén los jóvenes, tanto mejor.

El 15-M fue una enmienda a la totalidad al abstencionismo político, a la privatización de los espacios de reflexión colectiva. Al salir a las plazas, más allá de lo que después germinase, se reivindicaba un espacio geográfico-político: el ágora de la polis. La indiferencia política no era una opción. La política no podía sernos indiferente, porque somos seres políticos y ella atraviesa de punta a punta nuestra existencia.

Como recuerda Félix Ovejero en su certero ensayo ¿Idiotas o ciudadanos?. El 15-M y la teoría de la democracia:

Tampoco la plaza del Sol era la Academia de Platón. Ante todo había una queja, una defensa de intereses normalmente desatendidos, entre ellos los de unos jóvenes condenados a miserables salarios, largos períodos de desempleo y a desperdiciar sus talentos. Pero también había ganas de discutir y de entender, de hacer propuestas. No está mal. (…) De todos modos, hasta donde se me alcanza, tampoco hay doctores por el MIT entre los empresarios y banqueros que periódicamente cenan con el presidente del gobierno para hacerles llegar sus preocupaciones. Sin que necesiten levantar la voz. Y no les ponen un examen al entrar.

Así, tras el no nos representan, latía una exigencia de mejor representación. Tras las asambleas, había una voluntad de deliberación y discusión. La política no podía quedar reservada a aquellos cenáculos donde empresarios y financieros se reunían con políticos. Si de todos era todo, ¿por qué no podíamos todos tener voz? ¿Acaso la democracia era la mera participación electoral? ¿Debíamos aceptar las decisiones políticas que no venían refrendadas por los programas cuando se visibilizaba una quiebra entre el compromiso adquirido y su ejecución? ¿Qué había sido de la deliberación colectiva de los problemas que nos atañían (y atañen) como ciudadanos?

Meses después, el curso de la historia dio la razón a los indignados. Los dos grandes partidos de nuestro país, PSOE y PP, aprobaban con nocturnidad y alevosía un golpe definitivo a nuestra soberanía y a la dimensión formalmente social de nuestro estado de bienestar: la reforma del artículo 135 de la CE el pago prioritario de los intereses de la deuda. El estado social descansaba en una incómoda paz, y aún no ha resucitado.

Ejes materiales y las limitaciones del activismo. ¿Qué hay de la clase social?

En las plazas de España se habló de precariedad laboral y de un futuro sin horizonte para jóvenes condenados por unas condiciones materiales de indignidad. De una forma un tanto atribulada, digamos abigarrada, como brotando a borbotones, se ponían en circulación preocupaciones reales de una mayoría: qué pasaba con la vivienda, inaccesible entonces y también ahora para demasiados. ¿Acaso era razonable concatenar contratos basura y tener que visualizarlo como una suerte en vez de como un drama? ¿Cuán tramposa era la ficción meritocrática? ¿Qué sería de la sanidad pública, ante el anuncio e implementación de copagos? ¿Y qué de los derechos laborales que algunos ni siquiera conocían más que por referencias familiares? ¿Por qué la tan cacareada mejor generación de la historia (esa indigna propaganda) vivía peor que sus padres y su futuro pintaba tan sombrío?

Sin curro, sin pensión, sin futuro. Los ejes eran materiales. Tal vez la formulación no era acabada, ni perfecta. No se trataba de tasar teoría social, sino de servir de espita a la deliberación tantas veces hurtada. El problema de esa deliberación siempre saludable es el día después. El momento posterior al destituyente, el minuto después a esa enmienda a la totalidad, vigente, a la crisis neoliberal de recortes sociales, precariedad y políticas oligárquicas sin el menor norte social. Cuando toca construir, el activismo puede hacer aguas. Y así fue. El activismo demostró sus limitaciones a la hora de conformar alternativas.

Algunos indicios eran premonitorios: en las plazas, en una extraña hibridación, se juntaban reivindicaciones materialistas clásicas, que impugnaban al menos la dimensión más especulativa del capitalismo, con brochazos gordos contra el sistema, que flirteaban paradójicamente con algunos de los pasajes más sociópatas de la ortodoxia desregulacionista. Así, se encontraba a gente que leía a Ayn Rand frente a la asfixia estatal, sin percatarse siquiera de que, en un alarde de presunta rebeldía, no hacían sino dar lustro a sus propias cadenas. O a las mismas que habían influido en el paisaje intelectual hegemónico desde los años ochenta del siglo pasado y que habían propiciado en medio mundo la “captura del regulador financiero”, justificando aquellas políticas de estrechamiento de la soberanía política y dilución del control democrático de los mercados.

El activismo de múltiples vectores tiene unas limitaciones de las que carece la militancia: se pueden emborronar los sujetos clásicos de lucha, se pueden terminar impugnando, aún sin quererlo, los instrumentos más poderosos de transformación con los que contamos. En el arriba y abajo, de indudable poder retórico, a veces se pierde la precisión analítica de la clase social. En el intento de socavamiento del statu quo desde una perspectiva interclasista, existe el riesgo cierto de que se confiera pátina progresista a expresiones reaccionarias. Y esa deriva estuvo indefectiblemente reflejada en la evolución posterior, viciada, del 15-M: ¿cómo calificar, si no, la asunción de determinadas causas identitarias – que quebraban la perspectiva universalista del socialismo, como ya alertó el historiador marxista Eric Hobsbawm en 1996 – como ejes centrales de la lucha social?

Volvamos ahora a la relación del 15-M con el nacional-secesionismo, una de las manifestaciones más virulentas y reaccionarias de ese identitarismo particularista.

A golpes contra los manifestantes. La reacción nacional-secesionista.

No puede dejarnos de provocar cierta perplejidad que buena parte de la izquierda, al menos la que sociológicamente opera en dichas coordenadas – aunque durante mucho tiempo haya renegado de tales señas de identidad -, y me refiero ciertamente a los movimientos políticos que surgieron de aquellas movilizaciones populares, haya aceptado sin rechistar el carácter dizque progresista del nacional-secesionismo. Ficción mayor no ha conocido la política española.

La reacción de Carod, que recordábamos al inicio del artículo, no se quedó en mera hojarasca retórica. Si alguna respuesta a los indignados fue especialmente virulenta, esa fue la que aconteció ignominiosamente, a golpes de porra, en la Plaza de Cataluña. La impugnación de la oligarquía político-financiera interpelaba al partido-régimen, en palabras de Manolo Monereo (en entrevista con Miguel Riera, Oligarquía o democracia. España, nuestro futuro), que en Cataluña no era otro que CiU.

Lo que rezumaba tras la agresiva reacción de la élite nacionalista dirigente era el desplazamiento del eje canónico en el pujolismo, aceptado de forma acrítica e incluso entusiasta por los grandes partidos nacionales. Con CiU se podía contar para garantizar la gobernabilidad, esto es, para implementar recortes sociales o políticas de ajuste enormemente regresivas o para traducir de la forma más fidedigna posible las políticas ortodoxas que la CEOE y otros agentes del poder exigían siempre en España. A cambio, la contraprestación era simple y clara: vaciamiento competencial del Estado y socavamiento de la solidaridad interterritorial. A las élites empresariales españolas y a sus testaferros políticos el deterioro de la igualdad nunca les ha importado en exceso. Hoy, tras la intentona golpista del prusés, con la unidad de mercado amenazada, y las empresas espantadas por la falta de seguridad jurídica, los estamentos más cuerdos de esa élite han sentido un temor que, por el contrario, jamás les embargó cuando se transfería la sanidad o la educación a las CCAA, o cuando las banderías autonómicas y nacionalistas recibían el control de la capacidad normativa de la fiscalidad.

No en vano, en cuanto a las bondades de la descentralización competitiva e insolidaria en que se ha terminado traduciendo nuestro Estado de las Autonomías – que apuntaba maneras desde el reconocimiento constitucional de regímenes forales o derechos históricos -, todos han estado siempre de acuerdo. Ya fueran los partidos nacional-secesionistas, como CiU y su acólita ERC – coautora de los más brutales recortes en el estado de bienestar jamás habidos en España e instrumentos de la oligarquía nacionalista -, ya fueran los representantes de la elite dirigente y económica nacional. ¿Es que acaso un Estado debilitado, en el que las piezas que lo componen puedan competir entre sí para ofertar mejores y más laxas condiciones fiscales y regulatorias, no conviene a los grandes tenedores de capital? La centrifugación del Estado era y es un proyecto en que confluyen plurales y diversos intereses. Un Estado fuerte no interesa a los poderosos, no en el actual contexto financiero del capitalismo, especulativo, tantas veces llamado con gráfica precisión de casino. La libre circulación de capitales es transnacional, la soberanía política de muchos Estados subalternos, como el nuestro, es meramente elíptica, nominal. Estados descompuestos con dinámicas competitivas internas resultan apetecibles juguetes para el gran capital transnacional. Y eso lo saben los que mandan.

Cuando el 15-M puso en órbita ejes materiales, por más que ni fueran nuevos ni fuera la mejor formulación la que en los días de mayo de hace diez años se dio a las grandes cuestiones sociales, en un contexto en el que el antiguo pacto capital-trabajo de posguerra no era más que una entelequia desconocida para tantas generaciones como la mía, el nacional-secesionismo reaccionó con recelo, desconfianza y antipatía. La construcción nacional debía desplegarse desde el estrangulamiento de cualquier eje material, de cualquier agenda socioeconómica: era la tribu la que debía alzar la voz, y no el demos. Porque, si se alzaba la voz desde el demos, necesariamente se iba a proyectar el debate sobre el conjunto de la comunidad política. Y es que la reforma neoliberal del 135 de la CE, las privatizaciones, los recortes o la fiscalidad regresiva afectaban a todos los ciudadanos de la comunidad política llamada España. La voz de los indignados, aunque no lo explicitaran necesariamente así, partía de una condición previa ineludible: era una voz que aspiraba a la deliberación y a la toma de decisión sobre los asuntos colectivos que afectaban y afectan a todos los titulares del territorio político, aquejado en su integridad de los vicios que se denunciaban. No había línea divisoria en torno a cuestiones etnolingüísticas, no había frontera que valiese entre un barcelonés, una madrileña y un onubense. Todos eran ciudadanos concernidos, golpeados en última instancia por esa otra dimensión: la brecha indeleble de la clase social.

Por eso, porque las oligarquías nacionalistas eran copartícipes de un doble proceso de privatización – la que se proyectaba sobre los derechos sociales de nuestro estado de bienestar, y aquella otra que directamente buscaba la privatización del territorio político sobre el que los derechos podían ejercerse – no pudieron aceptar ninguna movilización social que no estuviera mediatizada por la agenda tribal. El linaje convertido en marco delimitativo de la política. Esa pretensión reaccionaria, la de trazar una frontera quince kilómetros al sur, aquella en la que un desahucio dejaba de importar si se producía fuera del término de la comunidad imaginaria, ha sido siempre santo y seña del proyecto nacionalista. La involución identitaria del prusés, en cierta medida, constituyó una enmienda a la totalidad al intento de canalizar, aquel mayo, la voz política de los cualquiera.

Quizás, la no explicitación de ese legado perentorio de aquellos días de mayo – que quienes salieron a tomar el ágora de la polis eran unos cualquiera y no querían dejar de serlo – sea uno de los principales reproches que, diez años después, debe hacérsele a los indignados. Si la pretensión no era otra que evitar que se hurtase, en esferas ajenas al control popular, la voz de los ciudadanos, tal vez hubiera sido preciso dejar clara la oposición al proyecto de privatización política: aquel que, tras un disfraz identitario, etnolingüístico o simplemente plebiscitario (el ficticio derecho a que todos dejemos de decidir), ambiciona que unos pocos se erijan en privilegiados acreedores de unos derechos políticos que quedan sustraídos a los demás. Los demás somos todos; también los que, con legítimo orgullo, reclamaron ser unos cualquiera aquellos días de mayo: ni más ni menos, dueños de su futuro político.

Guillermo del Valle es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y diplomado en la Escuela de Práctica Jurídica de la Universidad Complutense de Madrid. Abogado ejerciente desde el año 2012. Es también analista político en diversas tertulias de radio y televisión, y colaborador en Diario 16, El Viejo Topo o eldiario.es, entre otros. Director del canal de debate y análisis político El Jacobino, en las coordenadas de una izquierda tan crítica con la derecha neoliberal como con el nacionalismo insolidario y sus sucedáneos confederales.

Imagen: Asamblea 15M. Pl. Cataluña. Barcelona, por Nicolás Barreiro Dupuy.

Cuatro tesis sobre el 15M: de Zapatero a Sánchez (II)

Continuación. Las dos primeras tesis, disponibles aquí.

3. Un nuevo 1848, ciclo Kondratieff y Rubicón.

Me recuerda a 1848, otra revolución autoimpulsada que empezó en un solo país y después se extendió por todo el continente en poco tiempo (…) Dos años después de 1848 parecía como si todo hubiera fracasado. Pero a largo plazo, no había fallado. Se habían conseguido una buena cantidad de avances liberales. De modo que fue un fracaso inmediato, pero un éxito parcial a medio plazo, aunque ya no en forma de una revolución (…) Lo que los une es un descontento común y unas fuerzas de movilización comunes: una clase media modernizadora, más que todo joven, estudiantes y, sobre todo, una tecnología que hace que hoy sea mucho más fácil movilizar protestas (…) Las ocupaciones en la mayoría de casos no han sido protestas de masas, no fueron el 99%, sino estudiantes y miembros de la contracultura. A veces, eso encontró un eco en la opinión pública. En el caso de las protestas contra Wall Street y las ocupaciones anticapitalistas fue así (…) La izquierda tradicional estaba orientada a un tipo de sociedad que ya no existe o está dejando de existir. Creían sobre todo en el movimiento obrero como responsable del futuro. Bien, hemos sido desindustrializados y eso ya no es posible (…) Las movilizaciones de masas más efectivas hoy son las que empiezan en una clase media moderna y en particular en un cuerpo enorme de estudiantes.
Entrevista a Eric Hobsbawn en la BBC, diciembre del 2011.

 

Esta mezcla global de elitismo y populismo, política de izquierdas y de derechas la ultraestetización de la revuelta y el presunto “vandalismo” puede remontarse en parte a los volátiles fundamentos de clase de la ola de revueltas de 2009-14 (así como a la dinámica sistémica mundial. Sin embargo (…) la centralidad de la nueva clase media fue una de las principales razones por las que esta oleada de revueltas fue totalmente ambivalente. (…) Sin embargo, dados sus privilegios (desigualmente distribuidos), no podemos estar seguros de qué tipo de soluciones políticas apoyará esta clase en el futuro. Los marcos que no reconocen la centralidad de la contradicción de las posiciones de la clase media -ya sea de la izquierda o de la derecha, ya sea optimista o pesimista sobre la política de la clase media – no pueden llevarnos lejos en la comprensión de la política del siglo XXI. El lado más oscuro (elitista, autoritario, contrario a los estratos inferiores, ocasionalmente fascista) de la nueva política de la clase media fue más visible en los últimos eslabones de la cadena (Venezuela y Ucrania), pero no estuvo ni mucho menos ausente en las revueltas contra la mercantilización en la globalización (…) Otra forma de expresar lo mismo: un rasgo definitorio de la nueva pequeña burguesía es (la dependencia de) la ‘competencia’. Esta palabra mágica (con sus connotaciones científicas y racionalistas) subraya lo que la diferencia de la antigua pequeña burguesía, al tiempo que también señala las determinaciones económico-ideológicas afines de las dos clases (el oficio; la creencia en el conocimiento, la autonomía, etc.; y la naturaleza gremial de sus habilidades y su posición social) (…) La ocupación (como otros índices) es un indicador imperfecto, pero para medir la pertenencia a esta clase, las encuestas y otros instrumentos pueden tener en cuenta lo siguiente: los antiguos profesionales (ingenieros, médicos, dentistas, abogados, farmacéuticos, académicos, contables, etc., la mayoría de los cuales constituyen los miembros relativamente más privilegiados de esta clase); los empleados de los servicios médicos y sociales, los administradores de rango medio y bajo y los profesionales de los medios de comunicación (la ‘nueva’ pequeña burguesía del siglo XX); y algunos de los ‘nuevos profesionales’ de nuestra época que se encuentran en la cresta de la ola de la neoliberalización (expertos financieros, empleados del sector inmobiliario, etc.), cuyos privilegios y distinciones están siendo enormemente contestados.
Cihan Tugal, “Elusive revolt: The contradictory rise of middle class politics”, Thesis Eleven, 2015.

 

¿Qué conexión puede haber entre 1848 y 2011? A primera vista puede incluso hacer daño comparar una obra magna, publicada en 1848, El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, con el ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, que devino en una especie de biblia del 15M. Bromas aparte, sí existe una primera similitud que se nos viene a la cabeza. En ambos casos observamos una serie de revueltas, insurrecciones o revoluciones que, empezando en un país, continúan en otros: en 1848 comenzó en Francia y se extendió a lo que años después sería Alemania y Europa Central pasando por lo que años después sería Italia; en 2011 la cosa comenzó en el norte de África (Túnez, Egipto) se extendió al sur de Europa (particularmente España) y llegó a diferentes países del mundo, incluyendo los Estados Unidos.

Pero también hay diferencias. Las composiciones de clase fueron diferentes en uno y otro caso: en 1848 nos encontramos a la burguesía industrial ascendente con el apoyo de la pequeña burguesía y el naciente movimiento obrero, un proletariado, eso sí, que también se enfrenta a esa burguesía (como magistralmente nos mostró Marx en sus textos sobre las luchas de clases en Francia o el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte), todos ellos frente al statu quo consecuencia de la derrota de la Francia napoleónica y la restauración del Congresos de Viena. 163 años después, en 2011, tenemos a una nueva clase media profesional y directiva asalariada como constante y principal protagonista frente al statu quo, fruto de la derrota de la URSS y la de su enemigo íntimo, la socialdemocracia, por el neoliberalismo vehiculado en el Consenso de Washington. La principal diferencia, pues, entre los diferentes componentes de clase se deben a dos momentos diferentes en la historia y el desarrollo del modo de producción capitalista.

Sin embargo, partiendo de ese modo de producción, podemos encontrar la más importante y profunda similitud de ambos años. Tanto en 1848 como en 2011 se observa una dinámica (o leyes/tendencias de movimiento) propia del capitalismo basada en, además de un desarrollo simpar de las fuerzas productivas y su expansión geográfica, crisis recurrentes a corto plazo y, sobre todo, estructurales o de largo plazo. Ahí entran los llamados Ciclos de Kondratieff, los cuales se dividen en dos grandes fases; una A (de más o menos veinticinco años de duración), caracterizada por el crecimiento robusto de la economía, y otra B (de la misma duración que la A) de ningún o bajo crecimiento. En ambas fases se mueven ciclos cortos, de Juglar y Kitchin, menos o más profundos en la fase A o en la B respectivamente.

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Basándose en esos ciclos, así como en las ideas de Schumpeter, Carlota Pérez analiza las diferentes revoluciones tecnológicas como las causas que estarían detrás de los mismos, desde la revolución tecnológica que fue la Revolución industrial en la Gran Bretaña de finales del siglo XVIII hasta la que se inicia en Silicon Valley a finales del pasado siglo XX. En este largo período, contabiliza hasta ahora cinco revoluciones tecnológicas. La fase de instalación de una revolución tecnológica del modelo de Carlota Pérez sería equiparable al momento de una fase B de un ciclo Kondratieff. A esa fase de instalación la llama, siguiendo a Schumpeter, de “destrucción creativa”, en cuanto nuevas industrias, ramas, mercados y sectores surgen a lomos de la revolución tecnológica de turno, destruyendo otras industrias, ramas, mercados y sectores u obligándoles a adaptarse a las innovaciones tecnológicas y organizativas para sobrevivir.

Pero todo eso llega a un límite que ella llama “punto de inflexión”, que en cada revolución tecnológica dura más o menos tiempo, al que se llega como consecuencia de la baja rentabilidad de las empresas – en contraste con lo que sucede en la fase A – y por un capital financiero que ha pasado de suministrar dinero a los “emprendedores” o “burgueses schumpeterianos” de las nuevas tecnologías (un Henry Ford en una época o un Steve Jobs en otra, por ejemplo) a jugar a la especulación pura y dura – o “capital ficticio”, en términos de Marx –, creando así burbujas que, junto a la crisis de rentabilidad del sector productivo que subyace a la apuesta por el “capital ficticio”, llevan a una fuerte crisis o sucesiones de crisis que rompen todas las costuras (ya muy deshilachadas por la “destrucción creativa”). En este punto se observan consecuencias en forma de profundización de los conflictos, las luchas y la dialéctica dentro de los Estados y entre ellos (revoluciones, rebeliones, guerras, golpes, inestabilidad política, etc.). Todo se pone en cuestión. Y justo ese “punto de inflexión” o Rubicón es donde se observa la similitud más de fondo de la que hablamos entre 1848 y 2011. En ambos años, el fondo que determina el drama de las dos “primaveras de los pueblos o de las naciones” es ese, aunque con diferentes actores, dados los diferentes momentos de desarrollo de las fuerzas productivas dentro del modo de producción capitalista.

Eso sí, la solución recurrente a todos esos Rubicón ha sido la de la victoria de un bloque social en una serie de Estados, los cuales construyen raíles, o “marco socio-institucional”, en términos de Carlota Pérez, que pueden ser y han sido diferentes. Pero sobre todos esos raíles discurrirá como un tren bala la revolución tecnológica de turno, el conjunto dado de fuerzas productivas se desarrollará en su plenitud, con cada vez mayor inversión, mayores beneficios y rentabilidad, volviendo la paz social y amortiguándose las desigualdades, constituyéndose un orden mundial nuevo o reforzándose otro anterior. Eso es lo que Carlota Pérez llama “la Edad de Oro” o fase de despliegue, que sería el equivalente a la Fase A de un ciclo Kondratieff que, a su vez, llegará a su fin cuando toda ese despliegue de la revolución tecnológica llegue a su madurez, muera de éxito (la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la sobreproducción de Marx y el consiguiente recrudecimiento de todo tipo de conflictos sociales, políticos, geopolíticos) y se vuelva de nuevo a la fase B de un ciclo Kondratieff o la “destrucción creativa” de la fase de instalación de una nueva revolución tecnológica.

 

4. La nueva política y un PSOE renacido en Sánchez.

En la ‘relación de fuerza’ mientras tanto es necesario distinguir diversos momentos o grados, que en lo fundamental son los siguientes:

1) Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligadas a la estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los hombres, que puede ser medida con los sistemas de las ciencias exactas o físicas. Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción se dan los grupos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición determinada en la misma producción. Esta relación es lo que es, una realidad rebelde: nadie puede modificar el número de las empresas y de sus empleados, el número de las ciudades y de la población urbana, etc. Esta fundamental disposición de fuerzas permite estudiar si existen en la sociedad las condiciones necesarias y suficientes para su transformación, o sea, permite controlar el grado de realismo y de posibilidades de realización de las diversas ideologías que nacieron en ella misma, en el terreno de las contradicciones que generó durante su desarrollo.

2) Un momento sucesivo es la relación de las fuerzas políticas; es decir, la valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diferentes grupos sociales. Este momento, a su vez, puede ser analizado y dividido en diferentes grados que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política colectiva, tal como se manifestaron hasta ahora en la historia. El primero y más elemental es el económico-corporativo: un comerciante siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro fabricante, etc., pero el comerciante no se siente aún solidario con el fabricante; o sea, es sentida la unidad homogénea del grupo profesional y el deber de organizarla, pero no se siente aún la unidad con el grupo social más vasto Un segundo momento es aquél donde se logra la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente económico. Ya en este momento se plantea la cuestión del Estado, pero sólo en el terreno de lograr una igualdad política-jurídica con los grupos dominantes, ya que se reivindica el derecho a participar en la legislación y en la administración y hasta de modificarla, de reformarla, pero en los marcos fundamentales existentes. Un tercer momento es aquel donde se logra la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan los límites de la corporación, de un grupo puramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más estrictamente política, que señala el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en “partido”, se confrontan y entran en lucha, hasta que una sola de ellas, o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social; determinando además de la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha, no sobre un plano corporativo, sino sobre un plano “universal” y creando así la hegemonía, de un grupo social fundamental, sobre una serie de grupos subordinados. El estado es concebido como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del mismo grupo; pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías “nacionales”. El grupo dominante es coordinado concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como una formación y una superación continua de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley), entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados; equilibrios en donde los intereses del grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto, o sea, hasta el punto en que chocan con el mezquino interés económico-corporativo.

Antonio Gramsci, “Análisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas”, Cuadernos de la Cárcel, 17/XII, §17.

 

Lo que hizo que esa hipótesis fuera débil fue la falta de un análisis en profundidad de las transformaciones de composición de clase inducidas por medio siglo de contrarrevolución liberal. Junto con Alessandro Visalli esbocé un primer intento en ese sentido en la sección de la tesis de Nueva Dirección dedicada a este tema. Nuestra propuesta entrecruzaba diferentes parámetros para definir los contornos del proletariado contemporáneo, basado, más que en los niveles salariales, en una serie de oposiciones: capacidad o no para negociar el precio de la fuerza de trabajo (independientemente del tipo de marco legal de la misma); disponibilidad o no disponibilidad de fuentes de ingresos distintas del trabajo (bienes raíces, valores de diversos tipos, seguros, etc.); niveles de educación (‘capital cultural’, para utilizar un neologismo en boga); ubicación geográfica (centros metropolitanos gentrificados frente a periferias y ciudades de provincia); niveles de empleo precario, etc. Además de directivos, profesionales, rentistas y pequeños y medianos empresarios, de la lista también quedaban excluidos los mandos medios con funciones de control de la fuerza de trabajo, así como a los estratos de trabajadores intelectuales (nuevas profesiones, trabajadores del conocimiento, ‘creativos’, etc.) que, aunque con salarios relativamente bajos y/o penalizados por capacidades sobredimensionadas en relación con el empleo real y las oportunidades de carrera, conservan expectativas e identidades de estatus típicas de las clases medias altas.
El problema es que es precisamente esta última capa, es la que ejerce la hegemonía en las formaciones populistas de izquierda (…) Además, no debe subestimarse la posibilidad de que Europa aproveche la oportunidad de la crisis pandémica para recuperar el consenso y la credibilidad 1) promoviendo la inversión en infraestructuras, tecnologías avanzadas, servicios y administración pública; 2) amortiguando los efectos más dramáticos de los procesos de empobrecimiento generados por la crisis; 3) volviendo a comprar la fidelidad de las clases medias con educación alta y con capacidades útiles para la reactivación de un ciclo de desarrollo. Me doy cuenta de que mucha gente -y yo hasta hace poco- pensaban y piensan que el actual régimen oligárquico ‘no puede’ tomar tales iniciativas, pero hay que recordar que Lenin argumentó que no hay crisis que el régimen capitalista, si no es derrocado políticamente, no pueda superar tarde o temprano

Carlo Formenti, “España e Italia. La ofensiva de las oligarquías”, El Viejo Topo, 24 de abril, 2021.

 

Después de este rodeo más allá de nuestro país y de la historia y dinámica del capitalismo, volvamos a España y al 15M. Habiendo enfocado la Spanish Revolution en ese ciclo internacional de movilizaciones variadas con un similar protagonista principal en cuanto a la clase social y el condicionamiento de todo ello por ese punto de inflexión, volvamos con las consecuencias de ese estallido en nuestro país.

Las primeras consecuencias fueron, además de un nuevo ciclo de victorias electorales del PP, más movilizaciones ya muy marcada por las formas que trajo el 15M: movilización contra los recortes en servicios y sueldos públicos y contra la corrupción del PP, huelgas generales, etc. Aunque en estas movilizaciones se pudo observar la participación de sectores de la clase obrera dentro del área de influencia sindical, el protagonismo siguió en la clase profesional y directiva asalariada. Los ejemplos perfectos fueron las llamadas mareas (blanca, verde, roja, etc.) cuyos agentes centrales eran los profesionales de la sanidad y la educación, con gran capacidad de nuclear a su alrededor a diferentes sectores sociales bajo la defensa de los servicios públicos. Pero las consecuencias finales del 15M, justo cuando las movilizaciones se iban apagando, se dieron en la arena política.

En 2014 nace oficialmente, con la apertura de un nuevo ciclo electoral en ese año con las europeas y que continuará el siguiente con las municipales, autonómicas y generales, la nueva política. Esto es, nuevos partidos retadores de los dos grandes; tanto a su izquierda, con Podemos, como a su derecha, con Ciudadanos (aunque este partido se había constituido años antes en el particular contexto catalán, es ese año cuando salta a la arena nacional). Tanto Podemos como Ciudadanos son efectos del 15M. Uno, Podemos, desde las aristas más socialdemócratas del mismo; otro, Ciudadanos, desde las aristas más liberal tecnocráticas/regeneracionistas. Podemos, desde gente que protagonizó más directamente el 15M y movilizaciones posteriores; Ciudadanos desde aquellos indignados con el PP, pero también temerosos de esas movilizaciones y sus propuestas más aparentemente antisistema. Ambos partidos con dirigentes, cuadros y su principal base electoral proveniente de la clase profesional y directiva asalariada. Podemos incluía a los mas jóvenes y la fracción sociocultural (profesores, médicos, enfermeras, periodistas, artistas, etc.) con menos ingresos y más precariedad; aquellos que, incluso, estaban en proceso de proletarización (“sobrecualificados” o desclasados; es decir, que no trabajan de lo suyo sino en trabajos de clase obrera); y quienes trabajaban en el sector público o aspiraban a ello. Ciudadanos se componía de la fracción científico-técnica (ingenieros, arquitectos, etc.) y, sobre todo, la fracción administración/organización (directivos, abogados, economistas, profesionales del marketing y las finanzas, etc.), con mejores salarios y estabilidad; en su mayoría, eran jóvenes, en sus treinta y cuarenta años, que trabajaban en el sector privado. Estas diferencias implicaban sus divergencias en programas e ideario aún dentro de similitudes organizativas, como la celebración de primarias, el uso de las nuevas tecnologías, la denuncia a la corrupción de la vieja política, entre otras.

Las urnas acabaron poniendo a cada uno en su sitio tras una convulsa fase de inestabilidad institucional, que incluyó el intento fracasado del PSOE de articular una coalición informal con estos dos partidos tras las elecciones de 2015; la repetición electoral con triunfo de Rajoy en 2016; la ducha de agua fría para Podemos, primero en coalición con IU y, luego, con una significativa escisión de carácter regional en Madrid (2016-2019); la vuelta, cual ave fénix, de Sánchez en 2017 tras ser “asesinado” políticamente en el Comité central del PSOE; el breve estrellato demoscópico de Ciudadanos tras su victoria en las elecciones catalanas de 2017; la moción de censura que hizo presidente a Sánchez en 2018; y, finalmente, y tras un nuevo ciclo electoral con generales repetidas de nuevo, un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos, a lo que se sumó la debacle de Ciudadanos y la emergencia de (éramos pocos y parió la abuela) Vox. Se conformó un gobierno cuyo objetivo era volver a la primera legislatura de Zapatero y continuar por ese camino (el de antes del “¡No nos falles!”), hasta que un microscópico virus venido del lejano Oriente entró en escena, uno que forzó confinamientos y parones económicos en todo el mundo, destrozos en el PIB (en una economía capitalista internacional que ya antes del virus daba señales de nubes negras) y desempleo.

Todo ello obliga a reconstrucciones y replanteamientos de teorías y políticas económicas en una medida mucho mayor que con el ciclo internacional de movilizaciones en el que estuvo encuadrado el 15M. Actualmente nos encontramos en un momento que algunos ven como análogo al del final de la Segunda Guerra Mundial, en el que, con la necesaria reconstrucción en el contexto de Guerra Fría, se pasó del “punto de inflexión” de Carlota Pérez (o última parte de una Fase B de Kondratieff) a la “edad de oro”, o fase de despliegue, de la revolución tecnológica de aquella época (o Fase A de Kondratieff). Los fondos europeos, los planes de inversión de Biden, la emergencia de China y su gran contención del virus y recuperación económica – achacable a su exitoso modelo económico-político –, y la inevitable nueva guerra fría entre Estados Unidos y China parecen ir en esa dirección. Está por ver si, efectivamente (hay fuertes indicios de ello), estamos en el paso a esa “edad de oro” o Fase A. Si es así, en ella se vislumbran dos modelos en lucha:

– Uno es el chino, en donde la clase dominante y hegemónica es esa protagonista de las movilizaciones sociales y políticas de las que estamos hablando en este artículo, una clase profesional y directiva asalariada que estaría en el “momento tres” de las relaciones de fuerza señaladas por Gramsci (en la cita suya que abre esta cuarta tesis); una clase que está en esa situación ya que, a su vez, se encuentra debidamente encuadrada en el Partido Comunista, con la ideología marxista/confuciana del mismo en un capitalismo de estado, o socialismo de mercado, con características chinas.

– El otro modelo estaría entre el socioliberalismo y la socialdemocracia, en un capitalismo con aristas progesistas, posmodernas, feministas y verdes; con una regulación laboral de flexiseguridad, que comenzó a practicarse en los países nórdicos en los años 90 con las reformas liberales que se hibridaron a su pasado socialdemócrata y que podemos vislumbrar en los Estados Unidos de Biden y en la UE de los Fondos Next Generation. Esta última sigue buscando su lugar en el mundo, y más con un posible próximo gobierno alemán formado por la “coalición semáforo”, entre verdes, socialdemócratas y liberales. En España, podríamos hablar de un Sanchismo/Yolandismo. En este modelo, el gran actor de este drama que estamos contando, la clase profesional y directiva asalariada, se encuentra en un “momento dos” (Gramsci dixit, ver la cita que abre esta cuarta tesis) como socio subordinado de una burguesía high-tech, con la que forma un bloque dominante frente a una clase obrera (vieja industrial y nueva de servicios) mejor tratada que en la época neoliberal (la fase de instalación o “destrucción creativa” de Carlota Pérez, la Fase B del ciclo de Kondratieff) y en trance de recomposición a las necesidades de las nuevas tecnologías en esa “edad de oro”, o fase de despliegue o Fase A de Kondratieff.

Un modelo que, de nuevo con Gramsci, sería el resultado de una triunfante revolución pasiva como lo fue el de la “edad de oro” anterior, y con ello cierto triunfo de esas movilizaciones internacionales en donde estuvo encuadrado el 15M, cuyo fruto, en España, sería la revolución pasiva encabezada por Pedro Sánchez y el PSOE de aquí en adelante.

Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.

Imagen: Pedro Sánchez Viaja a Canadá (23/09/2018), por La Moncloa.

Entrevista a Pablo Gallego

Pablo Gallego (Cádiz, 1988) es especialista en marketing digital y doctorando en Comunicación por la Universidad Pontificia de Comillas. Fue activista entre 2011 y 2015, enfocando sus esfuerzos en mejorar la democracia en España a través de propuestas de democracia participativa en nuestro sistema político y en los partidos. En 2011, fundó, junto a otros activistas, el movimiento Democracia Real Ya. Antes había participado, con IU, en la campaña de Luis García Montero a la Comunidad de Madrid y en la candidatura a las europeas con Primavera Europea. En las elecciones municipales colaboró con PARTICIPA-Democracia Participativa, donde se obtuvieron doce concejalías en Andalucía. Con Podemos formó parte del equipo que presentó uno de los borradores organizativos rechazados en la Asamblea de Vistalegre I. De todos estos años de trabajo en política, remarca que sólo cobró un mes y que lo que hizo fue porque creía en ello. Siempre compaginó este trabajo con su actividad profesional, a veces suponiendo un perjuicio para él.

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– La Casamata: ¿Cómo surgió el 15M?

El 15M surge cuando los medios de comunicación titulan al movimiento como movimiento 15M; por la manifestación del 15 de mayo. Pero la realidad es que, antes del movimiento, hay un capítulo precursor, que se empieza a gestar en febrero de 2011, cuando diversos blogueros y grupos empezamos a conectar entre nosotros, a través de un grupo de Facebook. A partir de esa plataforma de grupos pro movilización ciudadana empezamos a organizar las manifestaciones.

En paralelo había otros grupos, como Juventud sin Futuro, que junto a Democracia Real Ya acudíamos a las manifestaciones y con los que comenzamos a trabajar también para el 15 de mayo. Nosotros no esperábamos construir movimiento sino simplemente que hubiese una manifestación que, por lo menos, pusiese sobre la mesa ciertos temas, que no se estaban usando en la campaña para las elecciones municipales, y temas que luego cobrarían importancia como, por ejemplo, el cambio de la Constitución en el verano de aquel mismo año.

– LC: ¿Por qué surgió el 15M?

El 15M surgió por una necesidad que había en la sociedad. Era una sociedad que estaba indignada, precarizada y harta de tantísimos casos de corrupción. Esa es la principal mecha del movimiento. Mucha gente se sentía huérfana y no se reconocía en las opciones políticas de aquel momento, ni en los partidos ni en sus sindicatos. Por tanto, era necesaria una plataforma apartidista y asindical que, aunque tuviese cierto cariño a los movimientos de progreso, estuviese alejado de ellos.

A esa necesidad se unía la visión que había desde la Unión Europea, que parecía que animaba a los gobiernos centrales a hacer recortes y a no inyectar dinero en la economía; cosa que es todo lo contrario a lo que está pasando en la actual crisis de la COVID. Muchos pensamos que ahora están actuando de este modo porque son conscientes de que en aquel momento lo que hicieron no funcionó.

– LC: Diez años después, ¿queda algo del 15M? La llamada “nueva política”, a izquierda y derecha (Podemos, Ciudadanos), ¿tuvo o tiene algo que ver con aquello?

Del 15M no es que quede un poso, es que el 15M logró cambios de manera directa e indirecta. El 15M ayudó a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, a lo que hay que añadir una ley de vivienda a través de una ILP. El 15M también animó a la sociedad con iniciativas como “15M para rato” a movilizarse contra los corruptos y contra aquellos que se habían beneficiado de tarjetas Black y demás. Además, el 15M forzó a los partidos principales, como el partido socialista, a hacer primarias.

Es decir, aunque Ciudadanos esté desaparecido o vaya a su desaparición y Podemos esté medio muerto – aunque tenga posibilidades de resurgir con Yolanda Díaz – el 15M quizás también haya influido en otros partidos, indirectamente, para lograr mejoras; o, por ejemplo, en Más Madrid o Compromis. Así que el 15M no es sólo esa nueva política de los dos partidos que nacieron en aquel momento, sino todos los que aún no estaban y lo que cambiaron los que sí estaban. En ambos casos supieron leer el movimiento.

– LC: En el contexto actual de crisis sanitaria y económica, ¿puede surgir otro 15M?

Creo que es posible, porque el problema que había en 2011 era el de una remarcable desconexión. No había partido al que votar. Era una sensación que no solo la expresamos nosotros, sino que salía en el CIS. Por lo tanto, hay que ver y valorar si lo que pudiese salir tiene la capacidad realmente de levantar ese ánimo. Porque, lamentablemente y dependiendo de los análisis, podríamos llegar a deducir que Vox alimenta una parte de la antipolítica de la que, sí, también se nutrió el 15 M.

Luego hay partidos como Más Madrid o Compromis u otros partidos, como Teruel Existe, que son un ejemplo del sentir ciudadano del no al bipartidismo. Pero mientras el bipartidismo sea más o menos estable no creo que aparezca un nuevo 15M; necesitaremos por lo menos otros cinco o diez años. Veremos.

Imagen: Miércoles 18M_01, por Julio Albarrán.

Cuatro tesis sobre el 15M: de Zapatero a Sánchez (I)

España jamás ha adoptado la moderna moda francesa, tan extendida en 1848, consistente en comenzar y realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este terreno son complejos y más prolongados. Tres años parecen ser el límite más corto al que se atiene, y en ciertos casos su ciclo revolucionario se extiende hasta nueve.

Karl Marx, “La España revolucionaria”, New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.

Diez años han pasado desde el 15 de mayo de 2011, un año más de los que Marx marcaba como el límite más largo de los ciclos revolucionarios en la España del siglo XIX. Si nos atenemos al barbudo Carlitos para mirar este “ciclo revolucionario” de la España del siglo XXI que habría comenzado el 15M, podemos ya hacer con perspectiva un análisis del mismo: sus orígenes, sus componentes y contenidos, su contextualización histórica y su relación con otras movilizaciones en otras latitudes, así como sus efectos o consecuencias. Hagámoslo, pues, en forma de cuatro tesis. Las dos primeras se desarrollan en esta primera parte. La tercera y la cuarta, aquí.

1. Zapatero les falló

¡No nos falles!
Noche del 14 de marzo de 2004 en la celebración por la victoria electoral de Zapatero.

Con los resultados de las elecciones de marzo del 2004 tras la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero después de los terribles atentados del 11M, quienes celebraban la victoria en Ferraz, sede del PSOE, empezaron a gritar “¡no nos falles!”. Ese grito colectivo parecía querer firmar un contrato con el nuevo presidente para asegurarse de que no traicionara las demandas de las diferentes protestas y movilizaciones que se dieron en la segunda legislatura del aznarismo (contra la guerra de Irak, el trasvase del Ebro, la reforma educativa, la reforma laboral, la gestión del accidente del Prestige, etc.) En el fondo, existía el miedo de que se repitieran los desmanes del felipismo.

La llegada de Zapatero al poder iba en ese sentido. Sin modificar en lo más mínimo el modelo económico del PP (el cual ahondaba en la brecha abierta por Felipe González), ZP parecía ser un seguidor de la “tercera vía” social-liberal blairista (que Felipe había practicado sin teorizar sobre la misma) en una España que enlazaba ya muchos años seguidos de crecimiento económico (“bajar impuestos es de izquierdas”, llegó a afirmar en 2003). A ello

Herman Van Rompuy José Luis Rodríguez Zapatero José Manuel Durao Barroso 2010 05 18
José Luis Rodríguez Zapatero acompañado por José Manuel Durão Barroso (presidente de la Comisión Europea) y Herman Van Rompuy (presidente del Consejo Europeo), 18 de mayo de 2011.

contribuían las medidas de ampliación de derechos civiles (entre las que destacó la reforma que permitió el matrimonio entre personas del mismo sexo); la negociación de los estatutos de autonomía, incluyendo el catalán (lo cual abrió una caja de Pandora que llega hasta nuestros días); la recuperación de la negociación con la banda terrorista ETA que había abierto Aznar en su primera legislatura (la cual que llevó años después, y con Mariano Rajoy de presidente, a la disolución de la banda terrorista separatista vasca); la aprobación de ciertas medidas sociales, como la ley de dependencia; la retirada de las tropas españolas de Irak; y la derogación de una serie de leyes de la segunda legislatura de José María Aznar. Todo ello le sirvió para polarizar con la derecha representada y unificada en el PP y con diferentes organizaciones sociales de su entorno, las cuales se movilizaron masivamente. Como consecuencia de todo ello, Zapatero fue reelegido en el 2008 ampliando sus apoyos electorales.

Pero hete aquí que esa segunda legislatura se complicó con el estallido de la crisis del 2008, la cual ZP negó cual San Pedro con Jesucristo. Como consecuencia del duro golpe sufrido por la frágil estructura económica española, el presidente del gobierno se cayó del caballo cual San Pablo y se convirtió a las reglas dictadas por Washington, Berlín y Bruselas, las cuales le obligaron a girar desde el keynesianismo de las zanjas a lo Plan E hacia los recortes, rescates bancarios, reformas laborales y reformas constitucionales para pagar deudas.

Esto ya supuso el comienzo de la ruptura del bloque social que apoyó electoral y socialmente a ZP, con huelga general mediante en el 2010, pero sobre todo cuando en un mes de mayo del 2011, un día 15, a pocas semanas de unas elecciones municipales y autonómicas, el “¡no nos falles!” se hizó presente en la Puerta del Sol de Madrid para extenderse, cual mancha de aceite, por todas las plazas de la nación. Una voz colectiva cuyo núcleo hegemónico muy concreto era una generación de milénials jóvenes, aunque sobradamente preparados… y sin futuro.

2. Hijos de las nuevas tecnologías, los ecos del 68, y la socialdemocracia perdida.

La composición social de sus actores es compleja y depende de la zona del país, pero en general dominan los jóvenes entre 19 y 30 años con formación universitaria o en vías de adquirirla, y domina la distribución paritaria entre hombres y mujeres con una conciencia política bien definida que, sin embargo, no les lleva a votar. Son los hijos de los profesionales urbanos y periurbanos, aunque no sólo. En este grupo de insatisfechos hay que incluir también a los hijos de las clases populares beneficiados por el ascensor social propulsado por la cualificación, un ascensor que se quedó parado a medio camino, sobre todo para este segmento esforzado y meritocrático de la población. Una de las cosas más llamativas de todo lo que ha sucedido en las plazas españolas es la presencia de personas altamente cualificadas: abogados, médicos, economistas, licenciados —o en vías de serlo (…) Las Nuevas Tecnologías, una fuerza productiva que ha trastocado la dimensión temporal y espacial en la que viven y trabajan cada vez más personas en España, tienen un protagonismo central en estas experiencias. Aquella generación de jóvenes que viven con los padres hasta edades avanzadas, que se instalan en lo inmediato de un trabajo ocasional, que aceptan la sobreexplotación para, al menos, acumular un remanente económico que luego pueden destinar al ocio, que ha minimizado el conflicto generacional y que se desentiende de cualquier forma de organización. Han colocado el ordenador en el centro de su actividad comunicativa: son ‘nativos digitales’ (Prenski) (…) El perfil personal de una de las iniciadoras del espacio web llamado ‘Democracia Real Ya’ que hizo la convocatoria de la manifestación de la que surgió luego el 15-M es muy revelador en este sentido. Mujer, mayor de 30 años, con un doctorado en filología y sin hijos, trabaja en régimen de mileurista desde su minúsculo apartamento del centro de Madrid -en el que vive sola- dando clases por internet de español para extranjeros (e- learning) a profesores de todo el mundo vinculados al Instituto Cervantes. Las nuevas tecnologías son su herramienta de trabajo natural y llegó a ‘gestionar’ 350.000 participantes de facebook vinculados al 15-M y distribuidos por todo el mundo. Consiguió reunir físicamente en Madrid a casi cien representantes de asambleas locales de todo el Estado.
Armando Fernández Steinko, “Origen y recorrido del movimiento 15-M español”, 2011.

Si algo caracterizó la composición social hegemónica del 15M fue la de toda una generación milénial, última hornada fruto de la masiva matriculación universitaria de los últimos cuarenta años (que tiene su origen en los últimos años del franquismo), que no veían claro su futuro; es decir, trabajar de lo suyo y, además, ganándose la vida con ello de manera tan desahogada como sus padres – la mayoría de universitarios en España son hijos de titulados universitarios, profesionales y directivos – o incluso más que ellos. Ya antes de la crisis de 2008, estas nuevas generaciones se movilizaron contra la globalización, la guerra y el Plan Bolonia, entre otras reivindicaciones, pero es en ese momento, y especialmente tras la respuesta que acaba dando Zapatero, el que condensa la explosión del movimiento 15M, con esa generación que pretendía engrosar las filas de la clase profesional y directiva asalariada (de la que, repito, la mayoría viene por familia) como epicentro. Esto tuvo claras repercusiones sobre la forma de organización, la ideología, y las propuestas del movimiento:

  • Organización. El asambleísmo, el consenso máximo incluso exigiendo unanimidad para las decisiones (con el famoso levantamiento de manitas), el horizontalismo más individualista – que lleva a la participación de cada persona sin que nada ni nadie pueda ser representado – y el rechazo de los diferentes ismos y las diferentes organizaciones, a pesar de que dentro de todas aquellas asamblea y comisiones había individuos procedentes de diferentes ismos y organizaciones. Todo ello resultaba muy familiar a las asambleas de las facultades, con un aire ácrata y democratista, con similitudes con otra rebelión de estudiantes universitarios de otro mayo (del 1968) que detectaban las playas debajo de los adoquines y reclamaban la imaginación al poder. Todo esto iba unido al masivo uso de las nuevas tecnologías (móviles, ordenadores, internet y redes sociales) que desbordaba a los medios de comunicación convencionales y distribuía la información instantánea y masivamente.
  • Ideología. El agente o sujeto interpelado no era la clase social (ni la suya propia ni otras), ni la nacionalidad (su choque con el nacionalismo catalán, por ejemplo), ni el sexo (las polémicas con feministas); eran todos menos una ínfima minoría “depredadora”. Un bloque populista/ciudadanista (el ciudadano que no quiere ya ser “mercancía en manos de políticos y banqueros” y quiere una “democracia real ya” porque “no nos representan”) frente a oligarquías políticas cerradas (el bipartidismo, básicamente) y económicas (sobre todo la banca e instituciones internacionales como la Comisión Europea, o el Fondo Monetario Internacional).
  • Propuestas. El programa era un reformismo más bien antineoliberal, pero no superador del capitalismo, que buscaba recuperar equilibrios; entre clase política y ciudadanía, entre instituciones nacionales e internacionales, entre capital y trabajo, entre capital productivo y financiero, entre grandes empresas y PYMES y autónomos. La idea del pleno empleo transmitía la nostalgia de un pasado fordista/keynesiano. A todo ello, se sumaban reivindicaciones de regeneración institucional, como una nueva ley electoral, acabar con la corrupción de los partidos y más y vinculantes referéndums; y medidas sociales, como facilitar el acceso a la vivienda, incrementar la inversión en educación y sanidad, mejorar la progresividad fiscal, no pagar las deudas, recuperar las empresas públicas privatizadas y controlar los ERE.

Y bien, todo esto, con el rimbombante anglicismo de Spanish revolution, parecía ser una excepcionalidad española. ¿Lo fue o más bien se trató de la especificidad española de movimientos similares que empezaron antes en otros lugares y siguieron en España y se reprodujeron más allá?

Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.

Imagen: 15M, por Aurora Petra.

Editorial: Diez años del 15M

Comenzamos una aventura con este primer número de la revista digital La Casamata: Arma de la Crítica, órgano de expresión, junto a la web, de la Asociación Socio-Cultural La Casamata. Comenzamos modestamente, con las limitaciones propias de un pequeño equipo de personas con obligaciones laborales y personales, como la mayoría de la población, y sin ningún gran capital público, privado o partidario detrás, pero cargados con las ganas de ir construyendo, poco a poco, un taller o fábrica de ideas, análisis y propuestas que pueda servir de reducto teórico (de casamata) en estos tiempos convulsos y confusos en los que estamos inmersos.

Este primer número es un monográfico, como todos los demás que vendrán, dedicado al 15M, aprovechando que se cumple su décimo aniversario. Esta efeméride nos sirve para reflexionar sobre este acontecimiento clave en la historia reciente de España, cuyas consecuencias se sienten en nuestros días y, seguramente, se seguirán sintiendo en los años por venir. Una de esas consecuencias, quizás la más importante, es haber servido de acicate y cantera para la aparición de la nueva política que nos habló de “asaltar los cielos”.

Caracterizada por un adanismo y una soberbia no pocas veces confundida con audacia (que tampoco se les niega) propia de jóvenes formados que veían que no ocupaban un lugar en la sociedad que, al parecer, merecían, la nueva política pretendió dar una patada al tablero. A partir de una especie de nuevo comienzo tras el 15M, y toda una construcción mítica sobre este acontecimiento que los emparenta con la construcción mítica que sus padres hicieron con la transición, tal y como recordó uno de los fundadores de Podemos en uno de sus libros, pretendían marcar un antes y un después colándose por “la ventana de oportunidad” abierta por las diferentes crisis entrecruzadas que asolaban España. Ellos nos dijeron que PODEMOS.

Diez años después del 15M y siete después de la aparición de su principal consecuencia institucional, Podemos, no hubo “asalto a los cielos”. En todo caso, un pequeño cachito del cielo ministerial como socio subordinado del partido del régimen del 78 por excelencia, el PSOE. La “ventana de oportunidad” se convirtió en buena medida en la ventana de los oportunistas, y que decir de los lemas de las plazas del 15M: el “no nos representan” se ha transmutado en un multipartidismo polarizado en un debate público bochornoso y sin ideas dominado por la propaganda y el tribalismo más abyecto con inexistentes fantasmas del “comunismo” y el “fascismo”, por no hablar de los identitarismos “woke”, por el lado izquierdo; los de Vox, un PP exagerado y guiñolesco, por el lado derecho; y los nacionalismos y separatismos varios, con una histórica tendencia a la transversalidad. El “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros” se ha transmutado en los fondos europeos de recuperación tras la crisis de la COVID-19, cuya gestión consistirá en una amplia “colaboración público/privada”, y la “democracia real ya” se ha reciclado en una campaña electoral permanente, dominada por asesores, rasputines y “expertos” en comunicación enamorados de sí mismos y de Netflix. Todo esto se ha sintetizado en las elecciones autonómicas de Madrid del pasado 4 de mayo, que han supuesto un duro correctivo para fuerzas políticas de la nueva política, con la retirada del líder de Podemos igual que un año y medio antes se había retirado el líder de Ciudadanos. Cabe aquí hacerse la pregunta de si el 4M ha sido el último clavo en el ataúd del 15M.

No sabemos aún lo que los próximos diez años nos depararán (¿tendrán los años de la “nueva normalidad” post-COVID-19 consecuencias homologables a las de los años veinte del siglo XX?), aunque algunas tendencias se empiezan ya a marcar claramente, pero sí podemos hacer balance de esta última década a través de Antonio Gramsci, que en su texto “El cesarismo” (Cuadernos de la Cárcel, 13/XXX, §27) afirmaba:

Encontramos otros movimientos histórico-políticos modernos, que no son por cierto revoluciones, pero que tampoco son por completo reaccionarios, al menos en el sentido de que destruyen en el campo dominante las cristalizaciones estatales sofocantes e imponen en la vida del Estado y en las actividades sociales un personal diferente y más numeroso que el precedente. Estos movimientos pueden tener también un contenido relativamente ‘progresista’ en cuanto indican que en la vieja sociedad existían en forma latente fuerzas activas que no habían sido explotadas por los viejos dirigentes; ‘fuerzas marginales’, quizás, pero no absolutamente progresivas en cuanto no pueden ‘hacer época’. Lo que las torna históricamente eficientes es la debilidad constructiva de la fuerza antagónica y no una fuerza íntima propia, de allí entonces que estén ligadas a una situación determinada de equilibrio de fuerzas en lucha, ambas incapaces de expresar en su propio campo una voluntad propia de reconstrucción.