El jueves 8 de marzo, el Sillicon Valley Bank (SVB) sufrió un gran choque de liquidez al retirar sus depositantes la friolera de 42.000 millones de dólares en un lapso de tiempo de diez horas. Esto suponía casi un 25 % del total de los depósitos del banco.
Algo importante a tener en cuenta es que el 96 % de los depósitos superaban la cifra que la agencia federal FDIC (Federal Deposit Insurance Corporation) marca como límite a asegurar en caso de insolvencia del banco: los 250.000 dólares. Es uno de los motivos por los que los depositantes, ante los rumores de problemas de liquidez, decidieron sacar esa cantidad milmillonaria del banco.
Estos rumores se generaron cuando el propio banco vendió activos (entre ellos, bonos del Tesoro norteamericano) por el valor de 21.000 millones de dólares reconociendo pérdidas de 1.800 millones de dólares por verse obligado a venderlos más baratos de lo que estaban valorados en su balance.
La causa de que al venderlos se incurriera en pérdidas tuvo que ver con en el aumento del diferencial entre la rentabilidad que generaban los bonos que ya tenía en posesión y la que generan actualmente los bonos de compra nueva por la subida en los tipos de interés de la Reserva Federal. Esto provoca que el precio de los bonos caiga y, por tanto, la cartera de activos del banco pierda valor, debiendo provisionar estas pérdidas para evitar desequilibrios en el balance (cosa que no hizo). Es decir, la política de subidas de tipos provocó aumentos en la rentabilidad que ofrece la deuda pública en sus bonos y, también, había ido provocando que los activos del banco fueran perdiendo valor a lo largo de todo el año anterior.
Es en este punto donde la historia converge con las políticas monetarias “anti-inflación” que se están llevando a cabo en los últimos meses.
En resumen, las principales causas de la crisis se pueden organizar en dos tipos:
- Causas externas:
El aumento de los tipos de interés: el aumento de la rentabilidad que ofrece la deuda pública provocó que clientes del banco con elevadas cantidades de depósitos decidieran llevárselos en búsqueda de mayor remuneración.
Un problema de liquidez del propio sector tecnológico, que necesitaba liquidez después de un proceso de sobreinversión durante la pandemia Covid-19 que no ha tenido los retornos esperados (de ahí también la oleada de despidos en algunas grandes empresas del sector).
- Causas internas:
El error del SVB: no provisionar las posibles pérdidas de valor de su cartera. Los bancos, como cualquier empresa, disponen de herramientas contables que les permiten crear fondos para hacer frente a posibles riesgos futuros. El SVB, ante el continuo aumento de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal, debería haber previsto y provisto la posibilidad de la crisis. Debería haber diversificado a tiempo una cartera que estaba muy expuesta a los bonos del Tesoro.
El perfil de clientes del SVB, todos del mismo sector y conectados entre sí, provocó que la pérdida de confianza se extendiera rápidamente entre los mismos.
Esta crisis iniciada en el SVB no tardó mucho en extenderse a otros bancos dentro y fuera de las fronteras norteamericanas. En el caso del Credit Suisse, lo que sucedió es que el Banco Nacional Saudí (principal accionista del Credit Suisse desde el pasado otoño con un 9,8 % del capital) decidió hacer público que no ampliaría su capital en el CS por el hecho de que se fuera a modificar la regulación que se le aplica si supera el 10 % del total del capital en propiedad. Estas declaraciones se hicieron el 15 de marzo, día poco apropiado por el contexto de crisis financiera del SVB. Hay que tener en cuenta que el Credit Suisse había ido perdiendo confianza durante los últimos años, lo que provocó que los inversores pensaran que la decisión del Banco Nacional Saudí de no ampliar capital en el Credit Suisse se debía al contagia de la crisis del SVB.
Sus acciones se llegaron a desplomar un 30 % durante esos días. Se desencadenó el pánico y se produjo una retirada millonaria de depósitos y caída de la cotización de las acciones. Esto se sumó a la fuga millonaria de depósitos que había sufrido a finales de 2022.
La falta de confianza que los inversores ya venían teniendo en el Credit Suisse se da por diferentes motivos: pérdida del valor de sus acciones durante meses consecutivos, inversiones de alto riesgo, multa de 475 millones de dólares por un escándalo de corrupción en Mozambique, renuncia del presidente por haber acudido a un torneo de tenis cuando debía cumplir el confinamiento, filtraciones de detalles de 18.000 cuentas de clientes y el hecho de que, en junio del año pasado, se convirtiera en el primer banco suizo condenado penalmente por permitir el lavado de dinero a una red de narcotraficantes búlgaros. Además, durante el ejercicio económico de 2022 tuvo pérdidas multimillonarias: 7.381 millones de euros.
Sin embargo, el Credit Suisse está considerado como banco de riesgo sistémico, “too big to fail” (demasiado grande para caer). Es decir, las autoridades lo rescatan por las consecuencias catastróficas que puede tener en el conjunto de la economía.
Después de la crisis de 2007, políticamente, se ha fomentado que se produzcan fusiones entre bancos y que aumente esta concentración bancaria de manera irresponsable, pues se convierten en bancos cuyo potencial de contagio es mucho mayor y que, además, deben ser rescatados.
Otra de las réplicas del terremoto financiero provocado por SVB fue la caída en picado del precio de la acción de First Republic Bank. En una primera aproximación, se trató de una respuesta de los depositantes y de los inversores por la alta proporción de depósitos no asegurados, 68% de los depósitos con un valor por encima de 250.000 dólares, lo que daba al banco un gran parecido con el SVB. Finalmente, este banco cayó y, tras ser intervenido por las autoridades de EEUU, ha sido comprado por JP Morgan.
Otro caso fue el Deutsche Bank, al que le salpicó la crisis por su conocido alto volumen de derivados (instrumentos financieros complejos cuyo valor depende de la evolución del precio de otro activo, que puede ser más o menos volátil), productos que tanto inquietan por la posibilidad de que no estén correctamente valorados y cubiertos por activos subyacentes sólidos. Es decir, también una cuestión de desconfianza basada en motivos reales.
Además, un primer impacto directo y sistémico de la crisis del SBV sobre bancos de todo el mundo fue el desplome del precio de sus acciones, sobre todo de los bancos considerados de importancia sistémica mundial por la Junta de Estabilidad Financiera, entre los que están Credit Suisse, Deutsche Bank, Société Génerale, BNP Paribas, ING, Bank of América, Banco Santander, Citigroup, Goldman Sachs, JP Morgan, etc.
Por último, semanas después del comienzo de la crisis, varios son los bancos en riesgo de caída libre por las altas tasas de depósitos sin garantía y cuatro, con sus respectivos rescates, han sido los que ya han dicho un `adiós´ definitivo en EEUU: Silvergate Bank, Silicon Valley Bank, Signature Bank y First Republic Bank.
Tabla de Contenidos
- La banca siempre gana
- Financiarización, crisis y política monetaria
- Diagnósticos erróneos basados en postulados ortodoxos y algunos hitos recientes para entender el fracaso de la política monetaria.
- ¿El comienzo del fin de la hegemonía mundial de la gestión del dólar como política monetaria internacional?
La banca siempre gana
A pesar de lo que pueda parecer a nivel mediático, todo este asunto de la crisis del Silicon Valley Bank y su efecto contagio es sencillo de analizar si se hace poniendo el foco sobre lo relevante del asunto: el papel que juega la clase trabajadora y sus salarios en el negocio de la banca y sus finanzas y cómo, en consecuencia, le impactan las crisis financieras. Es decir, analizándolo desde una perspectiva de clase.
Tanto para administrar nuestros salarios y rentas (gestionar nuestros ahorros) como para acceder a financiación para poder comprar vivienda o vehículos, las y los trabajadores dependemos completamente de la banca privada. Es decir, somos prestamistas y prestatarios del sistema al mismo tiempo, lo que no quiere decir que tengamos algún tipo de poder o capacidad de decisión sobre el mismo.
Lo único que significa es que los bancos utilizan nuestros ahorros para aumentar sus propios beneficios pero que, cuando necesitamos financiación (para comprar, por ejemplo, vivienda económicamente inaccesible debido a la propia especulación de la banca en el sector inmobiliario), las condiciones en las que accedemos no nos son favorables. He aquí un ejemplo, por tanto, de la relación entre mercado inmobiliario y banca privada, de la que las y los trabajadores no podemos escapar: la banca hincha los precios de la vivienda especulando en el mercado y posteriormente nos vende sus hipotecas más costosas y rentables. Rentables para ellos, claro.
Todo esto, en parte, queda validado y normalizado en la cotidianidad capitalista que habitamos -como si el dinero fuera algo neutral o un recurso natural más- bajo el paradigma neoclásico de la autorregulación de los mercados financieros: “el mercado del dinero, gracias a su propia mano invisible, volverá autónomamente a su estado de equilibrio cuando se produzca algún shock en alguna parte de su entramado mundial”.
Es decir, según estos postulados, la relación de poder de la banca sobre la clase trabajadora debe formar parte de esta dinámica intrínseca y, supuestamente, autosostenible del sistema financiero para que este último funcione.
El problema es que –oh, sorpresa-, ni aún con la clase trabajadora subordinada a las necesidades capitalistas de la banca, esta teórica autorregulación funciona y, de nuevo, es la primera la que paga los platos rotos a través de una doble vía:
- Una vía directa, a través de la que las y los trabajadores, directamente, con sus salarios en forma de dinero público, rescatan a la banca.
- Una vía indirecta, a través de la cual la crisis económica y productiva (y, por tanto, social) por efecto contagio de la crisis financiera, ahoga a la clase trabajadora de muchas maneras distintas: destrucción de empleo, aumento de la pobreza y desigualdad, recortes y destrucción del sistema del bienestar, privatizaciones de servicios públicos, etc. La banca no es un sector más, sino el sistema circulatorio del entramado económico y, si se produce un shock ahí, afecta al conjunto de la economía, de ahí su importancia crucial.
Además, aunque los canales mediáticos traten de proyectar la imagen de “pobrecita la banca, que ha quebrado”, no debemos ignorar que la compra de los activos de los bancos en quiebra por parte de otros bancos (como JP Morgan, el mayor banco de EEUU) en medio de rescates dirigidos por instituciones públicas y financiados por la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC por sus siglas en inglés) -un fondo colectivo financiado con cuotas de los bancos, aunque no con dinero público-, es un negocio asegurado que, además de incrementar en grandes cantidades los beneficios que obtienen estos bancos, provoca un aumento de la concentración bancaria. Esto último es un efecto indeseado que incrementa el riesgo de carácter sistémico del sistema financiero privado, precisamente lo que nos ha llevado hasta aquí.
En definitiva, se trata de hacer una lectura con perspectiva de clase de la actual crisis financiera originada en Estados Unidos. No será posible escapar de la dinámica de crisis sistémicas que amenazan al conjunto de la economía –consecuencia de la búsqueda maximizadora de rentabilidad de la banca privada- sin el desarrollo de una banca pública basado en políticas de gestión que pongan el foco en las necesidades de la clase trabajadora, de la economía productiva y de la solvencia del sistema.
Financiarización, crisis y política monetaria
En un contexto de financiarización de la economía…
De manera muy simplificada, la financiarización de la economía es un fenómeno que consiste en que el conjunto de la economía productiva se guíe por las reglas y lógicas de los mercados financieros, difuminándose la frontera entre la economía financiera y la productiva. Los capitales financieros, que pueden ser especulativos, se funden con lo productivo (a través de inversiones, de compra-ventas especulativas, de activos financieros de alto riesgo, como hipotecas en el contexto de la burbuja inmobiliaria o los famosos derivados, etc.) y, cada vez más, generan riesgos sistémicos de mayor calado.
Es así como, en periodos de tiempo realmente cortos, se extienden las crisis financieras y se da un efecto contagio de lo financiero a lo productivo. La explosión de la burbuja inmobiliaria es un claro ejemplo de las nefastas consecuencias en la economía real que la financiarización puede tener: el sector de la construcción, superando participaciones del 10 % sobre el PIB nacional español y siendo uno de los sectores que más empleo -aunque precario- generaba, fue dinamitado por una crisis de especulación financiera.
Es decir, hace ya casi 15 años, la crisis de 2007 demostró al mundo entero que una gestión especulativa de un sistema financiero que lo traspasa todo –una mala gestión intencionada y acorde a los intereses económicos de unos pocos- era capaz de provocar una crisis tan profunda y con un efecto multiplicador tan grande que dejase a amplias capas de la población en desempleo, sin hogar, con deudas desorbitadas con la banca y sumidas en la precariedad.
…y en la búsqueda de la estabilidad financiera y de precios…
La política monetaria de la Reserva Federal (Fed) y del Banco Central Europeo (BCE) se demostró entonces tan disfuncional como lo hace ahora. Estos bancos centrales -cuyo objetivo de política económica es “mantener la estabilidad de precios” y cuyas habituales únicas herramientas son la inyección o detracción de liquidez y la variación de los tipos de interés- han demostrado que no pueden hacer frente a las problemáticas que acontecen a las economías occidentales en los últimos años, ya sea por ignorarlo, por asumir, a sabiendas, un diagnóstico erróneo de los procesos de inflación o deflación y/o por la falta de complementariedad con la política fiscal de los Estados, para el caso de la Unión Europea (UE), por la propia naturaleza de la UE.
…el BCE solo encuentra los deseos e intereses de los bancos y capitales…
La Fed y el BCE solo contemplaron la posibilidad de ralentizar la política de subidas de tipos de interés -política que está llevando a cabo para, supuestamente, controlar la inflación y que tanto está perjudicando a la clase trabajadora hipotecada- después de haber sucedido la crisis del SVB, cuando es al sistema financiero al que parece perjudicar estas subidas de tipos.
Ambos bancos centrales han abierto la puerta a inyecciones masivas de liquidez a los bancos que se ven perjudicados por los aumentos de los tipos de interés, lo que muestra, por un lado, que se trata de una política monetaria a disposición de las necesidades de los grandes bancos y capitales -además de una profunda incoherencia en el seno de la política monetaria central-.
Por otro lado, deja en evidencia las limitaciones y contradicciones de los mecanismos de la política monetaria tradicionalmente conservadora. Esto se debe a que los únicos objetivos (que son el control de la inflación y la estabilidad financiera para el BCE, y a la Fed se añade la maximización del empleo) entran en conflicto cuando las herramientas que usan para afrontarlos son contradictorias entre sí.
Es decir, como acabamos de presenciar con la crisis financiera originada en el Silicon Valley Bank, la subida de tipos de interés para el control de la inflación (lo que se conoce como una política monetaria restrictiva) ha iniciado una crisis financiera. La respuesta tanto de la Fed como del BCE para hacer frente a este problema de inestabilidad financiera (uno de sus supuestos objetivos) ha consistido en inyectar liquidez a la banca (lo que se denomina política monetaria expansiva), algo que va en contra, según su propia teoría económica, del primer objetivo anti-inflación.
En resumen, los bancos centrales han aumentado los tipos de interés para, teóricamente, hacer frente a la inflación y esto no solo no está teniendo un efecto en la disminución de los precios si no que ha desencadenado (aunque, como señalaba anteriormente, las causas estructurales sean otras) una crisis financiera que los propios bancos centrales tienen que solucionar regando los balances de los bancos con liquidez, lo que supone una medida contradictoria con el primer objetivo de reducción de la inflación. Mientras tanto, los y las trabajadoras vemos disminuida la capacidad adquisitiva de nuestros salarios por la inflación y el aumento de las hipotecas (consecuencia, esta última, del aumento de los tipos de interés por parte de los bancos centrales).
La política monetaria no está dando resultados porque, como se explica a continuación, el diagnóstico que hacen los bancos centrales sobre las causas de la inflación -desde los enfoques más ortodoxos del monetarismo- es erróneo desde hace mucho tiempo.
…que son órdenes para el rumbo y la intensidad no solo del desastre, sino también de la política monetaria.
Diagnósticos erróneos basados en postulados ortodoxos y algunos hitos recientes para entender el fracaso de la política monetaria.
La política monetaria que se siguió tras la crisis financiera originada en 2007, la famosa Quantitative Easing (QE) (expansión cuantitativa en castellano), tenía por objetivo dinamizar la economía, facilitando el crédito al consumo y alcanzar niveles de inflación de alrededor del 2 %.
Esto se hacía con inyecciones de liquidez al sistema bancario (comprando activos de deuda pública en posesión de la banca y, posteriormente, se abrió la puerta a comprar bonos corporativos también) para hacer disminuir los tipos de interés y aumentar los precios al consumo, en un contexto de estancamiento de los precios y de bajas tasas de crecimiento económico generalizadas en la UE y en EEUU.
Esto significa que se apostaba por el diagnóstico de que la causa de los bajos niveles de inflación y crecimiento económico era un fenómeno monetario, un problema de escasez de dinero en la economía. Sin embargo, nos encontrábamos con un tejido productivo débil por la desindustrialización en algunas regiones occidentales, como España, incapaces de levantar economías estancadas y con problemas estructurales típicos de economías terciarizadas. Es decir, el problema central de la imposible recuperación económica era de oferta (productiva, no monetaria) y, por tanto, el diagnóstico, erróneo.
Posteriormente, después de que tanto la Fed como el BCE inyectaran cantidades billonarias de dinero en forma de liquidez a la banca privada (a través del QE) y de dejar en sus manos la última fase del mecanismo de expansión de la política monetaria (que la banca otorgase crédito a la ciudadanía y empresas para dinamizar la economía y aumentar los precios) se constató el fracaso. La razón es que los bancos utilizaron esa liquidez barata para otros fines más rentables como volver a avivar la especulación en el mercado inmobiliario y que la ciudadanía, que no estaba dispuesta a seguir endeudándose, no demandaba crédito privado.
Además, comenzó un círculo cerrado entre los bancos centrales y la banca privada en el que los primeros inyectaban liquidez a la segunda y esta devolvía ese dinero en forma de depósitos a los bancos centrales, aunque tuvieran que pagar por ello a causa de que los tipos de interés eran negativos. La ciudadanía y las empresas quedábamos fuera.
En definitiva, durante varios años se estuvieron regando los balances de los bancos, mientras los gobiernos aplicaban agendas radicales de recortes y privatizaciones a los sistemas de bienestar de la población.
En la actualidad, tal y como se adelantaba anteriormente, tanto la Fed como el BCE aumentan los tipos de interés para limitar el dinero en circulación de la economía, con el propósito de “deprimir” la economía, véase reducir la demanda de consumo y, que así, bajen los precios.
De nuevo, se está asumiendo que hay un problema de demanda –en el marco de un fenómeno monetario–, por exceso. Sin embargo, las causas de la inflación son otras. Por un lado, los cortes en las cadenas globales de suministro por dos motivos principales: 1) una restricción de la oferta de petróleo de la OPEP y 2) de los semiconductores provenientes de China. Es decir, menor oferta a mayor precio. Y, por otro lado, el aumento de los beneficios empresariales.
Es decir, el problema, claramente, vuelve a ser de oferta y el diagnóstico, erróneo. Además, el uso de la política monetaria vía aumento de tipos de interés como medida estrella ignora por completo el conflicto distributivo entre capital y trabajo que subyace al fenómeno de la inflación. Falta de enfoque.
¿Es posible deprimir todavía más una economía post-pandémica, asolada por una crisis de acceso a la energía y una guerra en Europa, además de las consecuencias económicas de la crisis climática con las que ya estamos empezando a convivir (por ejemplo, pérdidas de cosechas a causa de las sequías)?
¿El comienzo del fin de la hegemonía mundial de la gestión del dólar como política monetaria internacional?
Por último, y de manera muy breve, hay que mencionar que el caso de la política monetaria de la Reserva Federal de EE.UU. tiene sus particularidades. Por un lado, el dólar y su gestión siempre han tenido una gran capacidad de extracción de riqueza y control sobre otras naciones. El hecho de ser, desde los años cincuenta, la moneda en la que ha operado mayormente el comercio internacional, las inversiones y otras operaciones financieras internacionales, como los fondos y ayudas de los propios bancos internacionales de desarrollo, ha provocado que las balanzas de pagos de muchos países estén hasta arriba de deuda y reservas en dólares. Esta hegemonía se ha ido fundamentando en dos cuestiones principales:
- El petrodólar, o un compromiso de países exportadores de petróleo parar realizar sus exportaciones en dólares a cambio de protección por parte de EEUU.
- El dólar como divisa internacional de reserva.
De este modo, la política monetaria de la Fed tiene una importante influencia en las políticas económicas de otros gobiernos (pudiendo influir en las propias cuentas nacionales de los Estados) y, también, ha posibilitado el uso del dólar por parte de EEUU como arma de guerra.
Actualmente, existe un debate sobre la existencia (o no) de un giro en el orden geopolítico mundial y, principalmente, sobre el posible aumento de poder de China en detrimento de la posición hegemónica de EEUU.
Esto, principalmente, se debe a que recientemente está habiendo movimientos en algunos elementos que pueden afectar a la configuración del reparto de poder a nivel mundial, pero, empíricamente, los datos todavía no muestran una tendencia afianzada hacia la pérdida de hegemonía estadounidense en algunos ámbitos.
En primer lugar, la política económica del gobierno chino ha tenido, y tiene, una claro propósito de posicionarse de manera más poderosa con respecto a la economía mundial. Esto, como se observa en los gráficos 1 y 2, se ha visto materializado, principalmente, en un aumento de la cuota mundial china en mercados que pertenecen a fases clave de cadenas globales de producción y suministro que afectan directamente a la política industrial -y económica en general- de gobiernos occidentales. Véase la concentración mundial en la producción china de baterías para las cadenas globales del vehículo eléctrico o el liderazgo en la fabricación y suministro al resto del mundo de tecnología clave para la transición energética, como son las placas solares o las turbinas eólicas (`electronics´, `machinery´ y `metals´ en los gráficos). China alcanza en 2020 cuotas mundiales del 28,32 % en electrónica, del 22,5 % en maquinaria y del 16,08 % en la industria del metal. La cuota estadounidense en estos mismos sectores clave se ha visto reducida desde final de los años 90, representando en 2020 un 6,3 %, un 10,16 % y un 5,25 %, respectivamente.
En segundo lugar, los cambios en algunas cuestiones vinculadas a las relaciones entre China y Arabia Saudí se están interpretando como un reposicionamiento de Arabia Saudí en el mercado energético mundial, confluyendo con China y enfrentándose a EEUU y generándose, por tanto, una mayor influencia de Rusia y China sobre los países árabes que restaría poder a EEUU.
En tercer lugar, se debate sobre la posibilidad de que se esté produciendo una pérdida de poder y representación del dólar en los procesos económicos internacionales, una sustitución del dólar por el yuan como como divisa en las transacciones comerciales internacionales y como divisa internacional de reserva. En este sentido, hay que mencionar que el yuan ha entrado en los Derechos Especiales de Giro del FMI -la unidad de cambio que usa esta institución para desplegar sus líneas de crédito como prestamista de última instancia- y que el Banco de Desarrollo Chino es el mayor del mundo llevando líneas de crédito en yuanes a América Latina y África.
Sin embargo, los datos sobre la representación del dólar en balances de otros países y en operaciones internacionales no muestran esta caída. Por un lado, aunque sí se ha dado una disminución de su representación desde comienzo de siglo (pasando de un 71 % en el año 2000 a un 58 % en 2022), el dólar sigue siendo la mayor divisa como reserva internacional en los bancos centrales. El reminbi chino apenas alcanzó, en 2022, el 2,69 %.
Por otro lado, la participación del dólar en el comercio internacional sigue representando casi la mitad del valor del total de las transacciones internacionales, siguiéndole el euro, mientras que el renminbi chino todavía tiene una participación muy pequeña.
En definitiva, analizando estas variables económicas (posición del dólar en reservas y pagos, y la cuota mundial de las exportaciones estadounidenses) observamos que el dólar sigue ejerciendo una posición hegemónica, lo que implica que la política monetaria de la Reserva Federal puede seguir teniendo grandes impactos (incluso haciendo estragos) en la economía mundial en general y en la economía de otros países en particular.
Sin embargo, los datos sí muestran que el mercado mundial de mercancías ha ido sufriendo una recomposición tanto sectorial como de especialización geográfica. ¿Será suficiente esta reconfiguración geopolítica de las fuerzas productivas para hacer tambalear a la hegemonía del dólar en el mercado de divisas?
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Sabina Chamorro Claver es economista en la Federación de Servicios a la Ciudadanía de CCOO de Madrid. Cursó el Máster en Economía Internacional y Desarrollo de la UCM. Anteriormente fue economista en la Juventud Confederal de UGT. Ha sido militante y educadora en el ámbito de la educación no formal y de la educación para el desarrollo en el Movimiento Laico y Progresista de Aragón. En el ámbito de la educación formal, ha sido docente en enseñanza pública secundaria.