Estados Unidos ha sido la potencia hegemónica del sistema internacional durante aproximadamente sesenta años, luego de desplazar a las potencias europeas de sus dominios coloniales y haber contenido la expansión del comunismo liderada por la Unión Soviética. Durante la Guerra Fría fue la potencia dominante. Pese a la reticencia a considerarse un imperio, el país ha operado como tal, pero se encuentra actualmente en declive relativo y afectado tanto por una serie de factores en su papel en el mundo como por una profunda y múltiple crisis interna que impacta en su capacidad de poder global.[1] Su caso es particularmente relevante por los interrogantes que genera en el resto del mundo su capacidad futura de liderar el sistema internacional o continuar siendo en un actor todavía poderoso, pero en repliegue.
El país enfrenta graves problemas domésticos: una crisis constitucional y un sistema electoral obsoleto que es aprovechado por sectores antidemocráticos; desindustrialización; pérdida de competitividad internacional; profundas fracturas sociales en torno al racismo y reglas sociales (por ejemplo, en torno al aborto y la educación); grave desigualdad; muy altas cotas de violencia social; y desafíos al Estado y al monopolio del uso legítimo de la fuerza por parte de una proliferación de milicias ultraderechistas.
Desde la perspectiva de la seguridad Estados Unidos tiene un gasto en defensa igual al de China, Arabia Saudí, Rusia, Reino Unido, Alemania, India, Brasil, Francia, Corea del Sur y Japón combinados.[2] A la vez, posee un diversificado sistema de fuerzas de seguridad interior (policías estatales, federales, sheriffs comarcales, guardia nacional, y más 1,1 millones de miembros de servicios privados).
El número de milicias con ideología antiestatal (como los Oath Keepers, los Three Percenters, los Proud Boys y los Boogaloo Boys, todos grupos que participaron en la toma del Congreso en enero de 2021) ha crecido en los últimos años. Forman parte de ellas antiguos miembros de diferentes cuerpos de las fuerzas armadas y ciudadanos de diversos sectores. Algunos de estos grupos se presentan como “aceleradores” del proceso de insurgencia contra el Estado. La mayor parte cree que la inmigración latina y la población negra están llevando a cabo un “gran reemplazo” de los ciudadanos blancos promocionada por el Partido Demócrata.
Estos grupos armados organizados tienen diversos enemigos como objetivos, pero en general están contra los afroamericanos, los judíos, los inmigrantes (latinos y musulmanes), Naciones Unidas y el Estado. La organización United Constitutional Patriots, por ejemplo, se dedica a atrapar extrajudicialmente a inmigrantes ilegales en la frontera con México, expulsarlos o entregarlos a las autoridades. Después de décadas de operar como grupos marginales, se han convertido en milicias ultraderechistas que operan como la fuerza de choque del Trumpismo. Según la organización Southern Poverty Law Center, en 2021 había 488 grupos extremistas antigubernamentales que usan o están dispuestos a usar la violencia, que agrupan a entre 20.000 y 60.000 personas armadas que cuestionan el principio básico del Estado moderno del monopolio legítimo del uso de la fuerza, dentro de un total de 1.600 grupos extremistas (casi todos de ultraderecha) operando en el país.[3]
Los miembros de las milicias y cualquier ciudadano tienen gran facilidad para acceder a la compra de armas cortas y “de asalto” o de guerra en buena parte de los estados. El país tiene 328 millones de habitantes y se calcula que hay 390 millones de armas, parte de ellas ametralladoras y fusiles de repetición, en manos de los ciudadanos, según la organización Small Arms Survey.[4] Un sector de la sociedad considera que según la II Enmienda de la Constitución tienen derecho a tener y portar armas en público para, eventualmente, defenderse del Estado.
Algunos expertos, como Barbara Walters, consideran que están dadas las condiciones para que haya una guerra civil o una cadena de insurgencias, atentados, secuestros a políticos y personalidades públicas y diferentes tipos de violencias. Según esta profesora de la Universidad de San Diego, una serie de factores pueden conducir a una guerra civil:
- Las crisis de sistemas democráticos “capturados” por partidos y políticos populistas que usan procedimientos democráticos para llegar al poder y luego tratar de acabar con ellos. A estos regímenes los denomina anocracias: “no son ni autocracias plenas ni democracias, sino algo intermedio”. Desde Brasil a Hungría, y de Filipinas a la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, es un modelo en expansión.
- La formación de facciones alrededor de identidades excluyentes con revisiones tergiversadas de la historia (por ejemplo, negar que en Estados Unidos hubo esclavitud), alentadas por redes sociales, noticias falsas y un flujo masivo de teorías conspirativas que incrementan las posibilidades de enfrentamientos violentos con grupos —por ejemplo, la población negra— que pueden sentirse amenazados.
- El nacionalismo étnico y su expresión a través de esas facciones. En el caso de Estados Unidos se materializa en el racismo contra la población negra, latina y musulmana, y en la consideración de que los votantes liberales del Partido Demócrata no son verdaderos “americanos”. En el Partido Republicano crece una tendencia que preconiza que Estados Unidos debe ser una “república” pero no una democracia, ya que este último concepto encubriría al comunismo y el multiculturalismo que aspiran a destruir el país.[5]
En las últimas cinco décadas la desigualdad, que algunos analistas consideran el origen de muchas disfunciones políticas del país, y sus múltiples impactos, han aumentado de forma sostenida. Esta tendencia ha avanzado en paralelo al declive del mundo laboral para la producción de bienes. Al mismo tiempo, ascendió la economía financiera y de alta tecnología: el sector social que trabaja en estos dos mundos se ha distanciado totalmente de quienes viven el mundo rural y los que han perdido sus trabajos en fábricas debido a la deslocalización de éstas a China y otros países, o porque son sustituidos por la robotización y la inteligencia artificial. En consecuencia, han pasado a engrosar las filas de la precariedad laboral.
El Partido Republicano se ha convertido en un movimiento que aglutina a diversas organizaciones, grupos e individuos que no creen en el sistema democrático y sus reglas, y que se muestran dispuestos destruir el sistema vigente a través de restricciones al voto de la población negra y joven, negar la victoria electoral de los Demócratas (y preparar el terreno para no aceptar un eventual triunfo en 2024), e impulsar una agenda ultraconservadora con la ayuda de la Corte Suprema.
Los Republicanos han adoptado de forma extrema la agenda cristiana evangélica que convierte a los Demócratas y liberales en impíos que desafían las reglas divinas, y la confrontación política en una guerra santa.[6] Algunos senadores y representantes republicanos se hacen eco de la proliferación de teorías conspiratorias promovidas activamente a través de redes sociales.
El país está dividido entre Republicanos (mayoritariamente blancos y con una participación de latinos en aumento) y Demócratas (sector formado por diversas identidades y relaciones interraciales), con una “profunda y extendida tensión en el tiempo entre la ideología cristiana y blanca supremacista que se ha desarrollado justificando la esclavitud y una amplia base multiétnica de resistencia a ella”.[7]
De particular relevancia en la crisis interna son las denominadas “guerras culturales” alrededor de la migración, modelos de sexualidad y familia, derecho al aborto, papel de la mujer en la sociedad, revisión histórica de la esclavitud, programas educativos, el supuesto derecho a la posesión de armas por parte de los ciudadanos y el rechazo a aceptar que existe el cambio climático, entre otros temas.
Tabla de Contenidos
El desarrollo del imperio
Estados Unidos tuvo un desarrollo expansionista del Estado desde su fundación en 1776, cuando 13 colonias se independizaron de Gran Bretaña. A partir de entonces conquistaron territorio hacia el Oeste y el Sur de América del Norte librando guerras contra los diversos pueblos indígenas que poblaban el país y luchando o comprando tierras a Francia, España, Reino Unido, México, Rusia y Japón.
El desarrollo económico del país se debió en gran medida a esta expansión territorial y la acumulación de capital derivada de la mano de obra esclava que trabajaba especialmente en campos de producción de algodón entre 1776 y 1865.[8] Pese a que la esclavitud fue abolida después de la Guerra Civil entre el Norte liberal y antiesclavista y el Sur partidario de continuar con la esclavitud, otras formas de explotación de la población negra continuaron hasta la mitad del siglo XX.[9] Cornel West, profesor de filosofía en la Universidad de Harvard, vincula el proyecto imperial con el genocidio contra la población indígena y la expropiación de sus tierras, la esclavitud y el racismo hacia la población negra. “La expansión imperial, el capitalismo depredador, y el suprematismo blanco, explica, fueron las condiciones de fondo que hicieron posible la preciosa idea de la democracia y su práctica en América”.[10]
Entre la mitad del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, el país tuvo una guerra civil, se anexionó Florida, Texas, California y Hawái, libró una guerra contra España que le permitió anexionar Puerto Rico y controlar Cuba y Filipinas, y emergió triunfante de la Primera Guerra Mundial.
Durante la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos definió en gran medida la contienda contra el fascismo, fue el primer país del mundo en tener y usar armas nucleares (contra Japón), y salió de la guerra como absoluto triunfador y país líder de Occidente, heredando la influencia sobre las ex colonias de los imperios en declive de Francia, Gran Bretaña, Italia, Portugal, Alemania, Holanda y Bélgica.
A partir del final de la II Guerra Mundial Estados Unidos fue clave en la configuración del orden económico del mundo occidental, con la creación de organizaciones de desarrollo y crédito (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), con el dólar como la moneda de cambio para operaciones comerciales y financieras mundiales. Colaboró con la creación del orden multilateral (Naciones Unidas y sus agencias), pero preservando su capacidad de eximirse de ese orden cuando fuese en contra de sus intereses (en nombre de ser un país “excepcional”). Así mismo, financió planes de reconstrucción y desarrollo en Europa y Japón con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.
A partir de los años cincuenta se expandieron las empresas multinacionales de origen estadounidense, y paralelamente operaron en el mundo occidental actores no estatales de ese país: fundaciones, universidades, cuerpos de paz, grupos religiosos, y una expansión de los valores culturales a través de la televisión y el cine. Estados Unidos se consolidó como la primera potencia económica mundial. Aunque no era un imperio tradicional, en el sentido de controlar el poder político e institucional de una serie de países de forma directa, generó un poder imperial a través de la influencia sobre elites locales que aceptaron subordinación a cambio de beneficios y protección. Eventualmente, cuando esa alianza se veía en peligro, utilizó la fuerza para preservar de esta forma, durante el período de la descolonización a nivel mundial (desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los setenta, o sea, sobre casi toda la Guerra Fría) pudo presentarse como potencia anticolonial a la vez que asentar sus bases como líder de un nuevo modelo de imperio.
Signos estructurales de crisis
Estados Unidos mantuvo el crecimiento económico y hegemonía política hasta los setenta, cuando se produjo la primera gran crisis del petróleo y signos de recesión en su economía y la de otros países. La guerra anticolonial de Vietnam, en la que Washington se implicó luego de la salida de Francia, produjo un desequilibrio entre su gasto militar y sus inversiones en ciencia y tecnología, que dio ventajas a Alemania y Japón.
A partir de los ochenta se produjeron cambios en su estructura económica, social y de relaciones con el mundo. La caída y desaparición de la URSS dio lugar a un breve momento de “unipolaridad”. Pero el crecimiento económico de Japón y la Unión Europea (y dentro de ella economías como la alemana y la francesa); el desarrollo de potencias regionales con intereses propios no siempre coincidentes con los de Estados Unidos; el progresivo advenimiento de China como gran potencia económica, comercial, financiera y militar; la incapacidad de sucesivos gobiernos de entender la complejidad del Sur Global, particularmente Oriente Medio y Afganistán; y los problemas internos del país, fueron restándole peso económico y político.
Hay diversos indicadores del declive relativo de Estados Unidos. Por una parte, como explica el historiador Victor Bulmer-Thomas, la caída en su capacidad de acumular capital, haberse convertido en un país deudor en vez de acreedor, estar retrasado en innovación tecnológica (pese a contar con sectores punta en Silicon Valley pero que tienen gran parte de sus inversiones en el extranjero), falta de inversión en la calidad de su fuerza laboral (capital humano), estancamiento de los salarios de clases medias y trabajadores industriales y rurales, crisis de las infraestructuras, y crecimiento de la desigualdad. Este último en particular ha deslegitimado la capacidad imperial del país ante parte de su propia población, que rechaza la implicación de Estados Unidos en la denominada globalización y reclama no intervenir en guerras en países lejanos.
Hay también indicadores económicos de peso. Primero, la parte que Estados Unidos contribuía al Producto Interior Bruto global era del 23% en 1986, pero en 2022 es del 15,47%- (El de China es del 18.58%).
Segundo, Estados Unidos ya no es el mayor exportador e importador comercial, sustituido por China en 2014, ocupándose del 8,6% de las transacciones comerciales mundiales en 2021.
Tercero, el descenso de la capacidad de invertir en el extranjero (foreign direct investment). Los países imperiales, incluyendo a Estados Unidos durante décadas, se beneficiaban por tener una balanza comercial favorable. Las ganancias que dejaban estos términos de intercambio eran reinvertidas en diversas partes del mundo, reforzando la capacidad de hegemonía económica y política.[11] Actualmente la economía de Estados Unidos depende en buena medida de las inversiones extranjeras, muchas de ellas capital especulativo y no productivo.[12]
Pese a tener la mayor capacidad militar del mundo, Estados Unidos encuentra difícil imponer sus criterios sobre otros países, incluyendo a aliados, como Israel o Arabia Saudí, de la forma que lo hacía décadas atrás. La guerra de Ucrania le ha dado un respiro a esta tendencia, pero la retirada de Estados Unidos de su papel de líder mundial continuará debido a los factores estructurales internos, el ascenso de otros Estados, y lo que Amitav Acharya denomina el fin del American World Order (AWO) u Orden Mundial Americano.[13] Esto significa que Estados Unidos no se encuentra en posición de crear nuevas reglas y dominar las instituciones de gobernanza global y el orden mundial de la forma en que lo hizo durante la mayor parte del período posterior a la Segunda Guerra Mundial.[14]
Competir o enfrentarse
En Estados Unidos hay diferentes formas de interpretar este escenario global. Unos analistas plantean que hay que reconocer el ascenso de nuevos actores en el sistema internacional y la consiguiente pérdida parcial de poder del país a nivel mundial. Ante esta situación, se deben diseñar políticas de reforzamiento del sistema multilateral, cooperación con aliados y “competencia competitiva” con Rusia y China en un marco de no confrontación violenta.[15] El sector más crítico de esta tendencia va más lejos y aboga por terminar con las políticas militaristas e intervencionistas que han caracterizado la expansión y etapa imperial de Estados Unidos y denuncian que Washington se prepara para librar una nueva Guerra Fría contra Rusia y China.[16]
Una segunda escuela de pensamiento considera que Estados Unidos está destinado a continuar liderando el sistema internacional y que debe prepararse eventualmente para una confrontación, dado que se estaría entrando en una nueva “competencia entre grandes poderes”. Ésta podría ser violenta (cuando incluye la idea de “vencer” a los contrincantes), se libra en los terrenos económico, comercial, tecnológico, y con pugnas por el control de mercados, rutas para circulación de bienes y acceso a recursos en el mundo.[17] La guerra de Ucrania ha hecho emerger una serie de analistas (y renacer a algunos halcones de la Guerra Fría) que plantean la necesidad de “derrotar a Rusia”, dado que nos encontraríamos en una lucha por la esencia de la democracia contra el autoritarismo.
Una variación por la derecha nacionalista y aislacionista es que el país debe concentrarse en sus problemas internos y evitar intervenciones y guerras en otros países porque cuestan vidas de soldados propios (una secuela de la guerra de Vietnam entre 1955 y 1975, en la que murieron 58.236 efectivos de Estados Unidos). Ésta es la política que caóticamente adoptó la Administración de Donald Trump, que generó desconcierto entre sectores anti intervencionistas de la izquierda, y que mantiene con un lenguaje diferente la presidencia de Joe Biden.
Académicos de la escuela Realista de las Relaciones Internacionales como John Mearsheimer y Stephen M. Walt critican el intervencionismo liberal, que intenta expandir la democracia, en algunos casos mediante la fuerza, lleva al país a fracasos diplomáticos y militares, alimenta los intereses del complejo militar-industrial, y se ve influido por intereses de gobiernos o sectores políticos extranjeros que usan sus lobbies para ganar el favor de Estados Unidos (como ocurrió con la campaña mediática y de presión que hicieron sectores exiliados iraquíes durante la Administración de George W. Bush para que Estados Unidos interviniese en Irak en 2003).[18]
El hecho de que Washington esté apoyando a Ucrania en una guerra por delegación contra Rusia tiene similitudes con las guerras que libraron la URSS y Estados Unidos en territorios poscoloniales y no va en contra de, más bien confirma, la tendencia a no implicar directamente tropas propias en nuevas guerras. Al mismo tiempo, en las últimas dos décadas Estados Unidos ha intervenido en más de una docena de “guerras secretas” (que no cuentan con autorización del Congreso) en 17 países, utilizando regulaciones para casos especiales creadas después del 11 de septiembre de 2001, según un informe del Brennan Center for Justice.[19]
Estados Unidos mantiene una red de 750 bases militares alrededor del mundo (Rusia tiene 36 y China cinco) pero la forma de intervenir es cada vez más a distancia, con drones y otras armas que permiten llevar a cabo asesinatos de líderes terroristas, controvertidos desde el punto de vista del Derecho Internacional (como los líderes de al-Qaeda Osama bin Laden y Ayman al-Zawahiri), realizar ataques, enviando asesores militares, y operaciones llevadas a cabo por pequeños grupos de fuerzas especiales.
Al igual que las otras potencias (y cada vez más países) EE. UU. usa la ciberguerra, la inteligencia artificial aplicada a nuevas armas, aviones no tripulados, algoritmos, interferencias políticas a través de redes sociales y “granjas” emisoras de información falsa. En suma, métodos de guerra sin presencia de personal humano en el campo de batalla.
Este cambio de política hacia métodos intervencionistas menos directos, y sin auspiciar golpes de Estado, se ha hecho evidente en América Latina y el Caribe. Washington ha convivido con gobiernos como el de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, imponiendo sanciones y presiones, pero sin llegar a involucrarse directamente en conspiraciones ni invasiones. Con motivo de la necesidad de contar con fuentes diversificadas de energía a partir de la guerra de Ucrania, Biden levantó parte de las sanciones a Venezuela. El presidente Obama reinició las relaciones diplomáticas con Cuba, un símbolo de la Guerra Fría, aunque no llegó a levantar el régimen de sanciones, que Trump volvió a reforzar. El presidente Biden no ha cambiado sustancialmente la política hacia el gobierno cubano.
La política exterior, en segundo plano
La política exterior es para todo gobierno una prioridad secundaria frente a cuestiones internas como el empleo o la educación, incluso en países imperiales. Pero en el clima político de Estados Unidos se produce la paradoja de que, en un país con una amplia agenda e intereses internacionales, la tendencia dominante de los Republicanos y su electorado es cerrarse al mundo (aislacionismo). Por su parte, la política de los Demócratas, más allá de la retórica del liderazgo y defender los derechos humanos y la democracia, es tener una relación selectiva con el mundo, exigir a los aliados que asuman mayores responsabilidades y desentenderse de intervenciones militares costosas e inciertas.
El gobierno de Biden tiene el complicado desafío de establecer un modelo económico incluyente, reconstruir la desgastada infraestructura industrial, y promover la reforma del sistema productivo para que sea competitivo, genere empleo y sea menos destructivo del medio ambiente. A la vez, tratar de frenar la brecha política y cultural que enfrenta radicalmente a la sociedad.
Biden ha planteado que su gobierno tiene una “política exterior para la clase media”, que es una forma más discreta y menos agresiva del America First de Trump. Su administración espera que la política exterior sirva para consolidar el papel de Estados Unidos en el mundo como actor que compita en mejores condiciones tecnológicas con China y otros países.
Pero frente al ascenso de China como potencia global y el intento de Moscú de reconstruir su influencia en el antiguo espacio soviético, hay consenso implícito o explícito entre Demócratas y Republicanos en competir con Pekín, librar la guerra contra Rusia a través de Ucrania, fortalecer la OTAN, mantener o reconstruir sus alianzas con actores regionales (como Israel, Arabia Saudí, Corea del Sur, Australia, Colombia y México), y tener presencia e influencia selectiva en lugares geopolíticamente claves.
Paralelamente, la imposibilidad de controlar realidades en un mundo altamente complejo (especialmente en Oriente Medio y en Afganistán) y el rechazo de gran parte de la sociedad estadounidense a implicarse militarmente en conflictos lejanos e inciertos conduce a un repliegue de su presencia internacional (ahora retrasado debido a la guerra en Ucrania, que le ha permitido presentarse otra vez como líder de Occidente). El diplomático William J. Burns, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la presidencia de Joe Biden, escribió en 2019 en sus memorias:
“El valor del liderazgo de Estados Unidos ya no es un hecho, ni a nivel doméstico ni internacional. El cansancio con las intervenciones en el mundo después de dos décadas de guerra (en Afganistán e Irak) ha alimentado el deseo de liberar a este país de las restricciones de antiguas alianzas y asociaciones, y reducir los compromisos transcontinentales que parecen acarrear cargas de seguridad injustas y desventajas económicas”.[20]
El repliegue
La tendencia al repliegue comenzó durante la presidencia de Barack Obama, con un rechazo abierto a las políticas intervencionistas para cambiar regímenes que había promovido el sector denominado neoconservador.[21] Prosiguió con Donald Trump, en este caso presentando agresivamente el lema America First frente los compromisos de Estados Unidos con sus aliados y a las políticas que implicaron al país en la globalización, y que aceleraron la desindustrialización y la desigualdad. Trump promovió que Estados Unidos fuese una potencia que impusiera sus intereses, sin interesarse por valores democráticos.
Jeffrey Sachs, profesor en la Universidad de Columbia escribió que:
“La visión de America First de Donald Trump es una variante racista y populista de la tradicional excepcionalidad americana. Como estrategia racista va a dividir a la sociedad estadounidense. Como estrategia populista está condenada al fracaso y creará más daños económicos. Como una política exterior excepcional en una era de post excepcionalidad, seguramente va a fortalecer más que debilitar a los principales competidores del país, especialmente a China”.[22]
La presidencia de Trump estuvo marcada por el desgaste del sistema institucional y una política de ruptura con los aliados y los compromisos internacionales. En 2020 Ivo Daalder, ex embajador de Estados Unidos en la OTAN dijo que “la capacidad del país para ejercer un liderazgo global ha colapsado”.[23] Y analizando la crisis interior de EE. UU., la posibilidad de rupturas internas del Estado, y su proyección en la esfera internacional, Steven Simon y Jonathan Stevenson afirman:
“La realidad es que los estados ya no están unidos, si es que, salvo durante las guerras mundiales y la Guerra Fría, alguna vez lo estuvieron. Cuanto antes se ponga en marcha algún proceso para hacer coincidir la forma política con la sustancia política, menos probable será que la transición sea violenta. Muchos estadounidenses, tanto conservadores como liberales, considerarían que la desfederalización equivale a admitir que EE. UU. ya no puede jactarse de tener una ciudadanía ilustrada e ideológicamente cohesionada, y que ya no es una democracia unitaria grande y poderosa, un ejemplo político para el mundo, y una potencial fuerza global para el bien”.[24]
Biden ha enfatizado que Washington piensa seguir “liderando”, voluntad incierta ante las incapacidades del país. Los aliados de la OTAN sintieron un gran alivio ante el anuncio de que Estados Unidos “está de regreso”. Sin embargo, Washington no les consultó suficientemente durante la polémica salida de las tropas de Afganistán en agosto de 2021, y ven con preocupación que pueda haber un retorno de los Republicanos a la Casa Blanca, mucho más ante los múltiples compromisos que ha adoptado Estados Unidos con la OTAN a partir de la Conferencia de Madrid en julio de 2022. En Europa existe el temor, además, de que se rompa el acuerdo entre los partidos Demócrata y Republicano en torno a la guerra de Ucrania.
La invasión de Rusia a ese país generó, en efecto, un amplio consenso entre los dos partidos en torno a la imposición de sanciones y provisión de armas a Ucrania. Pero a medida que han aumentado la inflación y los precios de la energía y la alimentación, los Republicanos centran su estrategia en los problemas económicos internos, de los que culpan a Biden. El consenso en el Congreso podría mantenerse durante un tiempo por los inmensos beneficios que genera a la industria militar y los puestos de trabajo que mantiene, pero es difícil que se prolongue. Charles Kupchan escribió en Foreign Affairs:
“Los cimientos internos de la política exterior de Estados Unidos son mucho más frágiles ahora que antes. El centrismo bipartidista que prevaleció durante la Guerra Fría desapareció hace mucho tiempo, dando paso no sólo a la polarización, sino a una potente corriente de sentimiento neo aislacionista. La política exterior de “Estados Unidos primero” del expresidente Donald Trump fue un síntoma más que una causa de este giro hacia adentro. La “política exterior para la clase media” de Biden indica que los Demócratas también son sensibles al deseo del electorado de que Washington dedique más tiempo y recursos a resolver problemas en casa en lugar de en el extranjero”.[25]
Cambio de rumbo
En su primer año y medio, Biden y el secretario de Estado Anthony Blinken han llevado a cabo una política pragmática, basada antes en los intereses económicos y políticos de Estados Unidos que en la defensa de la democracia y los derechos humanos en otras partes del mundo. Así ha ocurrido con el acercamiento de Washington a Arabia Saudí, luego de las fuertes críticas que Biden había hecho al príncipe heredero Mohammed bin Salman por instigar, según información de la CIA, el asesinato del periodista saudí, comentarista político en The Washington Post, Jamal Ahmad Khashoggi en 2018. La Administración Biden ha tratado de convencer a Arabia Saudí de que aumente la producción de petróleo para que desciendan los precios del crudo. En noviembre de 2022 el Departamento de Estado ordenó al Departamento de Justicia levantar todas las acusaciones contra bin Salman, permitiendo de esa forma que pueda viajar a Estados Unidos sin el peligro de ser acusado de asesinato. Pese a todos estos pasos, Riad no ha accedido a poner más crudo en el mercado mundial, incluso se ha unido a Rusia en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 2022 para limitar la producción, mostrando a Washington sus límites para imponer políticas a aliados tradicionales.
La Casa Blanca acabó con la fascinación de Trump por el presidente ruso, Vladímir Putin, e intensificó sus críticas por la detención de opositores políticos. Sin embargo, hasta que se produjo la guerra de Ucrania, Rusia ocupaba un lugar secundario en las preocupaciones de la Washington, que parecía convivir con ese país siguiendo el modelo de tensión y negociación que se forjó con la URSS de la Guerra Fría (y en el que se formó políticamente el presidente Biden). Con motivo de la invasión rusa en febrero de 2022, el gobierno de Estados Unidos se marcó como prioridad que China, que evitó condenar la invasión, no apoyase a Moscú con armamento. Sin embargo, no ha podido evitar que se estrechen los lazos comerciales entre los dos países.
La nueva Administración adoptó una serie de medidas claramente diferentes de la anterior: cesó los ataques a Naciones Unidas, reintegró a su país al Acuerdo de París sobre cambio climático, a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a la Comisión sobre Derechos Humanos de la ONU. Acordó extender el plazo del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START) con Rusia, y reabrió negociaciones con Teherán para revisar el acuerdo sobre el programa nuclear iraní que Trump abandonó mientras volvía a imponer sanciones.
Ha sido también importante que, al menos en la formalidad política discursiva, Biden indicó durante la 77 Asamblea General de la ONU (septiembre de 2022) la apertura de su gobierno a que se amplíe el número de miembros permanentes y no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, y que el derecho de veto que tienen los actuales cinco miembros permanentes se use lo menos posible. (Su propuesta fue apoyada por el presidente francés, Emmanuel Macron).[26]
Las grandes líneas de la política exterior hacia África Subsahariana, América Latina y el Caribe, sin embargo, no han cambiado con la Administración Demócrata respecto de otras anteriores. Fundamentalmente son selectivas, centradas en algunos países. En el caso de América Latina, los países prioritarios son México por las inversiones, el control de las migraciones del resto del continente, y el movimiento transfronterizo del crimen organizado; Colombia, debido a los acuerdos de defensa entre las fuerzas armadas de ese país y el Pentágono, el combate al narcotráfico, y las inversiones de Estados Unidos; y América Central y el Caribe, debido a la migración, los tráficos ilícitos, y las oportunidades financieras que ofrecen los paraísos fiscales del Caribe.
La nueva Administración no revirtió ninguna de las políticas sobre Oriente Medio adoptadas por Trump, que reconoció a Jerusalén como capital de Israel y los territorios ocupados sirios del Golán como parte de ese país, pese a múltiples Resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Biden y Blinken no han tomado ninguna medida sobre la ocupación y colonización violenta por parte de Israel de los Territorios Ocupados de Palestina, no han revertido el traslado de la capital y se han limitado a mantener y fortalecer militarmente la tradicional alianza con ese país, algo que podría comprometerle en acciones militares que eventualmente lleve a cabo Israel contra el programa nuclear de Irán o las que realiza habitualmente en Siria.[27]
Para Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations, hay una perturbadora continuidad entre las políticas exteriores de Trump y Biden.[28] Pero esa continuidad no viene dada por afinidades ideológicas, sino por los factores estructurales que caracterizan el largo final de la era imperial del país.
—
Mariano Aguirre es Associate Fellow de Chatham House, y asesor político de la Red Latinoamericana de Seguridad de la Fundación Friedrich Ebert. Este texto es un extracto de su libro Guerra Fría 2.0. Claves para entender la nueva política internacional (Icaria, Barcelona, 2023).
—
[1] Entre la amplísima bibliografía sobre las raíces de la crisis y el debate acerca del declive (o en contra de esta tesis) ver diferentes análisis y perspectivas en Foreign Affairs, julio/agosto 2019; Paul Kennedy, Preparing for the Twenty-First Century, HarperCollins, Londres, 1993; José M. Tortosa, Democracia Made in USA, Icaria, Barcelona, 2004; Joseph S. Nye Jr, Is the American Century Over?, Polity Press, Cambridge, 2015; Fareed Zakaria, The Post-American World, Norton, Nueva York, 2009; Amitav Acharya, The End of American World Order (segunda edición), Polity Press, 2018, Edición Kindle; Edward Luce, The Retreat of Western Liberalism, Little Brown, Londres, 2017; Immanuel Wallerstein, The Decline of American Power, The New Press, Nueva York, 2003; Mariano Aguirre, Salto al vacío. Crisis y declive de Estados Unidos, Icaria, Barcelona, 2017.
[2] “U.S. Defense Spending Compared to Other Countries”, Peter G. Peterson Foundation, New York, 11 de mayo, 2022. https://www.pgpf.org/chart-archive/0053_defense-comparison
[3] Hate and Extremism, Southern Poverty and Law Center, 2022. https://www.splcenter.org/issues/hate-and-extremism
[4] Citado en Kara Wolf et al. “How US Gun Culture Stacks Up with the World”, CNN, 26 de mayo, 2022. https://edition.cnn.com/2021/11/26/world/us-gun-culture-world-comparison-intl-cmd/index.html
[5] Barbara F. Walters, How Civil Wars Start, Viking, Londres, 2022; Mariano Aguirre, “El debate sobre la violencia política en EE. UU.”, Política Exterior, 7 de octubre, 2022. https://www.politicaexterior.com/articulo/el-debate-sobre-la-violencia-politica-en-estados-unidos/
[6] Katherine Stewart, The Power Worshippers. Inside the Dangerous Rise of Religious Nationalism, Bloomsbury Publishing, Londres, 2020; Elizabeth Dias y Ruth Graham, “The Growing Religious Fervour in the American Right: “This is a Jesus Moment””, The New York Times, 6 de abril, 2022. https://www.nytimes.com/2022/04/06/us/christian-right-wing-politics.html
[7] Steven Simon y Jonathan Stevenson, “These Disunited states”, The New York Review of Books, 22 de septiembre, 2022. https://www.nybooks.com/articles/2022/09/22/these-disunited-states-steven-simon-jonathan-stevenson/
[8] Kyle T. Mays, An Afro-Indigenous History of the United States, Beacon Press, Boston, 2021.
[9] Howard W. French, Born in Blackness. Africa, Africans and the Making of the Modern World, 1471 to the Second World War, Liveright Publishing Company, Nueva York, 2021.
[10] Cornel West, Race Matters (25th Anniversary), Beacon Press, Boston, 2017, p. XVII.
[11] Victor Bulmer-Thomas, Empire in Retreat. The Past, Present, and Future of the United States, Yale University Press, New Haven, 2018, pp. 275-283.
[12] Jeff Ferry, “Trillion-dollar Capital Flows into the U.S. are Driven by Tax Avoidance, Trading, and a Tiny Bit of Real Investment”, Coalition for a Prosperous America, Washington D.C., 3 de enero, 2022. https://prosperousamerica.org/trillion-dollar-capital-flows-into-the-u-s-are-driven-by-tax-avoidance-trading-and-a-tiny-bit-of-real-investment/
[13] Amitav Acharya, The End of American World Order, Op. Cit., p. II.
[14] Ibidem, p. XII.
[15] Emma Ashford, “Great-Power Competition Is a Recipe for Disaster”, Foreign Policy, 1 de abril, 2021. https://foreignpolicy.com/2021/04/01/china-usa-great-power-competition-recipe-for-disaster/
[16] Michael T. Klare, “Could the Cold War Return with a Vengeance? The Pentagon Plans for a Perpetual Three-Front “Long War” Against China and Russia”, TomDispatch, 3 de abril, 2018. https://tomdispatch.com/michael-klare-the-new-long-war/
[17] Zack Cooper y Hal Brands, “America Will Only Win When China’s Regime Fails”, Foreign Policy, 11 de marzo, 2021. https://foreignpolicy.com/2021/03/11/america-chinas-regime-fails/
[18] Stephen M. Walt, “The United States Couldn’t Stop Being Stupid if It Wanted To”, Foreign Policy, 13 de diciembre, 2022. https://foreignpolicy.com/2022/12/13/the-united-states-couldnt-stop-being-stupid-if-it-wanted-to/ ; John J. Mearsheimer, “Bound to Fail: The Rise and Fall of the Liberal International Order”, International Security, Vol. 43, issue 4, 1 de abril, 2019. https://doi.org/10.1162/isec_a_00342
[19] Katherine Yon Ebright, Secret Wars. How the U.S. Uses Partnerships and Proxy
Forces to Wage War Under the Radar, Brennan Center for Justice, Washington D.C., 3 de noviembre, 2022. https://www.brennancenter.org/our-work/research-reports/secret-war Sobre la legislación aprobada después del 11 de septiembre de 2002 ver “Overkill: Reforming the Legal Basis for the U.S. War on Terror”, International Crisis Group, 17 de septiembre, 2021. https://www.crisisgroup.org/united-states/005-overkill-reforming-legal-basis-us-war-terror
[20] William J. Burns, The Back Channel. American Diplomacy in a Disorder World, Hurts & Co., Londres, 2019, p. 7.
[21] Robert Matthews, “Estados Unidos y su guerra contra el terrorismo cuatro años después: un repaso”, Centro de Investigación para la Paz, Madrid, 2005. https://www.almendron.com/tribuna/wp-content/uploads/2014/08/terror_0671.pdf
[22] Jeffrey D. Sachs, A New Foreign Policy. Beyond American Exceptionalism, Columbia University Press, 2018, p. 3.
[23] Citado en Michael Goldhaber, “Agenda for the Next President of the United States”, International Bar Association, 12 agosto, 2020. https://www.ibanet.org/article/4AFA6A68-B953-495C-8D53-35F2C4F5E765
[24] Steven Simon y Jonathan Stevenson, “These Disunited States”, Op. Cit.
[25]Charles Kupchan, “NATO’s Hard Road Ahead”, Foreign Affairs, junio, 2022. https://www.foreignaffairs.com/articles/ukraine/2022-06-29/natos-hard-road-ahead
[26] Remarks by President Biden Before the 77th Session of the United Nations General Assembly, The White House, 21 de septiembre, 2022. https://www.whitehouse.gov/briefing-room/speeches-remarks/2022/09/21/remarks-by-president-biden-before-the-77th-session-of-the-united-nations-general-assembly/
[27] Paul R. Pillar, “US quietly forges a new military alliance with Israel”, Responsible Statecraft, 29 de diciembre, 2022. https://responsiblestatecraft.org/2022/12/29/us-quietly-forges-a-new-military-alliance-with-israel/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=us-quietly-forges-a-new-military-alliance-with-israel&ct=t(RSS_EMAIL_CAMPAIGN)&mc_cid=dfd2e62c96&mc_eid=315c7e4427
[28] Richard Haass, “The Age of America First. Washington’s Flawed New Foreign Policy Consensus”, Foreign Affairs, noviembre-diciembre, 2021. https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2021-09-29/biden-trump-age-america-first