Hoy, sobre el pueblo chino pesan también dos grandes montañas, una se llama imperialismo y la otra, feudalismo. El Partido Comunista de China hace tiempo que decidió eliminarlas.
Mao Zedong.
Cuando las cañoneras británicas abrieron fuego contra la flota china en 1839, China entró abruptamente en la época Contemporánea. El estallido de las Guerras del Opio y las subsiguientes guerras contra el poderío extranjero -la de los Boxers, las sucesivas guerras civiles y movimientos sociales contrarios al imperio (los Nian o los Taiping), el Break up of China, las injerencias rusas y la guerra contra la modernizada Japón- acabaron por hundir al Imperio y a la dinastía Qing, poniendo fin al poderío manchú en el “Imperio del medio”.
Las injerencias europeas fueron devastadoras para el modelo socio-económico y político chino. Pusieron al Imperio de rodillas frente a Gran Bretaña, Alemania y Francia, a las que se sumaron Japón, Rusia y EEUU. Las potencias extranjeras se aliaron con los señores de la guerra, que desplazaron del poder al Guomindang dos años después de la Revolución de 1911, e introdujeron las relaciones comerciales desiguales entre las naciones, colocando a China en una posición de dependencia y de endeudamiento. Los bancos chinos no sobrevivieron a las crisis ni a la competencia contra los bancos europeos y la burguesía china tardó tiempo en poder construir sus propias fábricas y negocios adecuados al capitalismo moderno por el peso de la competencia. El comercio de opio, en pleano auge, tuvo un gran impacto en las dinámicas socio-económicas, sin olvidar los enormes cambios que sufrió la infraestructura en las regiones marítimas, como consecuencia de la intensificación del comercio con Europa y los EEUU, o la aparición, en ciertas regiones, del ferrocarril que daba entrada por sus vías a las relaciones del capitalismo moderno. Todo este proceso trastocó las relaciones socio-económicas y produjo un descontento que se manifestó en diversas revueltas y revoluciones, como las mencionadas.
Además de las injerencias europea y norteamericana sancionadas legalmente por los Tratados Desiguales, China debía hacer frente a las relaciones cuasi-feudales que dominaban en el campo. Hasta principios del siglo XX, China era un país mayoritariamente rural. Solo algunas zonas se podían asemejar a las ciudades de tipo moderno, como Cantón o las zonas de la costa china, donde surgieron las fábricas, puertos, ferrocarriles, etc., y donde nació el proletariado moderno. Precisamente Mao era consciente de estas particularidades. Tras unos éxitos efímeros del recién creado Partido Comunista Chino, en 1921, este fue duramente reprimido por las autoridades, lo que empujó a Mao a defender la heterodoxa tesis de trasladar la revolución al campo y considerar a la clase campesina como el sujeto revolucionario.
En 1926, tras la muerte de Sun Yat Sen, fundador del Kuomintag, su sucesor, Chiang Kai-shek, lanzó, con apoyo soviético, una ofensiva victoriosa contra los caudillos del norte. En 1927, Chiang Kai-shek rompió sus relaciones con los comunistas, con los que no pretendía compartir el poder, y dio comienzo a la guerra civil china. El Kuomintang presionó a los comunistas, que se desplazaron hacia el interior y acabaron, tras una derrota gravísima, retirándose en la larga marcha hasta las bases montañosas, donde construyeron un Estado que aplicó una reforma agraria radical. Mao percibió que la desigual distribución de la tierra era el principal problema de China, y que parte de los apoyos que se habían pasado al Kuomintang eran, precisamente, los terratenientes agrarios. Por ello, el PCC se marcó como objetivo prioritario arruinar la base social del Kuomintang y repartir tierras entre los campesinos, mientras los reclutaba.
La guerra civil tuvo que paralizarse ante la ofensiva japonesa y se llegó al acuerdo de alianza entre el Partido Comunista y el Kuomintang, siguiendo el modelo de los Frentes Populares contra el fascismo lanzada por la Kormitern. Durante la Segunda Guerra Mundial, se demostró la corrupción y la ineficacia del Kuomintang, que se desprestigió por sus métodos policiales y represivos, por la lluvia de oro a costa del Estado de las cuatro grandes familias y por su ineficacia militar. Hasta el General Stilwell, asesor de los EEUU en China, se dio cuenta de esta situación y llegó a financiar y armar a los comunistas, hasta que Kai-shek logró que lo relevasen en 1944. Mientras el descrédito del Kuomintang crecía por su incompetencia, los comunistas lograban el efecto contrario. La resistencia, la disciplina y su buen hacer no sólo les otorgaron prestigio en su lucha contra los japoneses, sino que lograron equilibrar la situación frente al Kuomintang. Tanto es así que, en los siguientes cuatro años tras la Segunda Guerra Mundial, los comunistas se hicieron con el control del país, salvo con Taiwan, isla a la que huyó Chiang Kai-chek y que se convirtió en un protectorado de los EEUU.
Durante esos años, Mao lanzó el programa “Nueva Democracia” con la finalidad de reducir el apoyo al Kuomintang, con el que consiguió exitosamente atraer a una parte de la burguesía industrial, de los intelectuales, clases medias, proletariado y campesinado de la liga democrática y de los disidentes del Kuomintang, logrando la hegemonía que llevó a los comunistas, con ayuda soviética, al poder.
China siguió siendo un país pobre durante los años subsiguientes, y no sólo por las erráticas políticas de Mao, que llevaron a desastres humanitarios importantes. Sin embargo, en 1976, a partir del ascenso al poder de Deng Xiaoping, que ya había tenido cargos importantes antes, se inició un programa de reformas que han convertido a China en una potencia económica mundial, con tasas de crecimiento, junto con Vietnam, nunca vistas en muchos países desarrollados. ¿Qué ocurrió? ¿Cuál es el análisis de este despegue?
Mientras que Japón deslumbraba a gran parte de los economistas -al ser una economía cuasifeudal en 1867 y, pocas décadas más tarde, transformarse en una potencia industrial e imperialista-, ni Vietnam, ni la China comunista han despertado el mismo interés, ya que, curiosamente, ponen en duda el paradigma liberal de crecimiento o la necesidad de tener que compaginar la democracia liberal con el capitalismo más o menos regulado.
En la búsqueda de las características del modelo chino nos pueden servir las tesis mantenidas por Branko Milanović en su libro “Capitalismo, nada más” (2020). Milanović defiende que existen dos modelos de capitalismo: el capitalismo meritocrático liberal, basado en la democracia, con una clase media importante (aunque está menguando con las consecuencias de la crisis de 2008 y las del COVID19) y un mercado más o menos regulado, frente al capitalismo político, que definiremos más adelante, y que es el modelo chino, vietnamita, y de algunos otros países.
¿Qué papel, argumenta Milanović, que cumplió el comunismo en estos países? Para Milanović el comunismo en las sociedades más atrasadas y/o colonizadas fue el estadio intermedio entre el feudalismo y el capitalismo. Dicho de otra manera, el comunismo es el equivalente funcional al desarrollo de las burguesías europeas. Los Partidos Comunistas de China y Vietnam lograron llevar a cabo las dos revoluciones pendientes en sus países, la revolución social (que partidos nacionalistas como el Congreso Indio, decidieron no llevar muy lejos) y la independencia nacional de las potencias imperialistas.
El Partido Comunista Chino dio un vuelvo a las relaciones sociales, económicas y culturales del país. Rechazó el confucianismo (ideología de la clase dominante precedente), alfabetizó a la población, transformó las relaciones familiares en dinámicas modernas basadas en la familia nuclear y la igualdad de género, abolió las relaciones cuasifeudales, especialmente en el campo, eliminó a la clase terrateniente con una reforma agraria radical, debilitó las relaciones sociales basadas en el clan, favoreció una educación generalizada donde se dio una “acción afirmativa” a favor de la clase obrera y campesina y renovó casi por completo las élites del Estado chino, que fueron sustituidas por los miembros del PCC. En palabras de Wang Ming, dirigente comunista posteriormente purgado por “inclinaciones troskistas”, Mao levantó, con cierto éxito, “una tosca superestructura de estilo extranjero sobre sólidos fundamentos chinos”, mezclando los viejos clásicos del pensamiento chino con los fundamentos del marxismo-leninismo. El PCC combinó el nacionalismo chino, una relación de ambigüedad respecto a Moscú, y el comunismo adaptado a las necesidades de su revolución social y nacional.
Por consiguiente, China -junto a Vietnam y otros países- al llevar a cabo la revolución nacional y social, lograron, pasado bastante tiempo, construir una clase capitalista autóctona que impulsó la economía, tal y como había pasado en Occidente. La diferencia estribaba en que la transformación del feudalismo al capitalismo se realizó mediante la intervención decidida y potente de un Estado poderoso, en un proceso diferente al de Occidente, donde el Estado tuvo un papel menor y estuvo libre de injerencias extranjeras. El rol del Estado y de las intervenciones extranjeras contra las que hubo que combatir, marca, según Milanović, la diferencia fundamental con Occidente y es lo que ha llevado a los Estados de estos países a tener una faceta autoritaria.
Siguiendo a Milanović, y atendiendo a las tasas de crecimiento brutas, el comunismo tuvo éxito en aquellos países que estaban atrasados y eran rurales, frente a aquellos países que estaban industrializados previamente y avanzados, como la Alemania Oriental o Checoeslovaquia. Los problemas a los que se enfrentaron las economías socialistas europeas fueron la incapacidad de crear y administrar los cambios tecnológicos y la falta de sustituibilidad del capital y del trabajo. En esta línea de pensamiento, los países más ricos socialistas nunca alcanzaron a los países más ricos capitalistas, lo que refuerza la provocadora teoría de Milanović, que refuta la teoría clásica marxista, defendiendo que si se hubiese expandido por los países occidentales habría tenido un éxito menor que en Europa del Este.
Para muestra, esta tabla aportada en el mismo libro sobre el crecimiento de Vietnam y China respecto a los EEUU.
Milanović defiende que China se convirtió en un país capitalista a partir de 1978, con Deng Xiaoping en el poder, siguiendo las definiciones de Weber y Marx sobre el capitalismo. Por ejemplo, en 1977, el 100% de las empresas del sector industrial eran públicas, mientras que, en 2020, el Estado chino sólo controlaba el 20%. De hecho, el número de empleados contratados por el Estado en 2017 está en torno al 9%, incluyendo mano de obra rural y urbana (números similares a los de Francia en los años 80). Desde 1978 se introdujo en el campo el “sistema responsable”, por el que se permitía la propiedad privada en el campo, lo que provocó que el sistema comunal de gestión haya sido sustituido por uno prácticamente 100% privado, de hecho, los trabajadores del campo no son asalariados sino trabajadores autónomos. Además, con el éxodo del campo a la ciudad se espera una intensificación de las relaciones capitalistas en el campo. Las empresas municipales y locales (de propiedad colectiva), que crecieron en el pasado para dar servicios y fabricar diversos productos utilizando el excedente agrario, han ido perdiendo importancia y tienen diferentes tipos de propiedad: estatal, cooperativa y puramente privada.
En China existen grandes compañías privadas y una enorme miríada de empresas medianas y pequeñas, que constituyen las empresas más ricas y que más valor económico generan. Aunque hay más pruebas que demuestran el carácter capitalista de China, haremos un alto en el camino, sin olvidar que, aunque el Estado haya perdido una parte sustancial de las empresas que eran antiguamente públicas, sigue teniendo un papel fundamental en la economía, como en la orientación de las inversiones estratégicas y las empresas que operan en el país.
Como conclusión: ¿qué es el capitalismo político que opera en China y qué características tiene?
La primera característica es la existencia de una burocracia, muy eficiente y tecnocráticamente experta, que vela por que continúe el crecimiento económico y que pone en práctica las políticas para lograr dicho fin. En términos gramscianos, el crecimiento es fundamental para mantener su hegemonía. Dentro del sistema chino existe meritocracia en el interior de la burocracia, necesario para mantener su éxito como clase dominante, especialmente porque no existe el imperio de la ley típico del capitalismo meritocrático liberal.
Deng lanzó las reformas en 1978 con la idea de que la economía debía de transformarse, pero sin aplicar reformas de tipo occidental en el sistema político ni dar manga ancha a las empresas privadas, evitando así que éstas llegasen a acumular tanto poder como para doblarle la mano al Estado y al PCC y dictar sus condiciones, tal y como ocurre en ocasiones en Occidente.
La segunda característica es la utilización selectiva del imperio de la ley, que se aplica contra las empresas competidoras, contra enemigos políticos o miembros indeseables del partido, y que se ignoran cuando es necesario para mantener el poder de la clase dominante (en este caso el PCC). El PCC gobierna desde la arbitrariedad de la aplicación de la ley, o la falta de ella, y es una de las partes consustanciales del sistema.
Este mecanismo genera algunas contradicciones, como el choque entre la formación y existencia de una élite tecnocrática muy cualificada y una aplicación selectiva de las leyes, lo que socava al sistema en sí mismo, ya que dicha élite ha sido educada en la aplicación de la legislación y la acción de acuerdo a las normas. Una segunda contradicción es la corrupción que incrementa la desigualdad y la necesidad de mantener la desigualdad bajo control, por necesidades de legitimación del sistema. Según Milanović, la corrupción es endémica por el poder discrecional de la burocracia. Algunos miembros utilizan su posición para enriquecerse y el abuso de poder es mayor cuanto más alta es la posición. La corrupción es inherente al sistema del capitalismo político, pero si no se le pone freno o va muy lejos, puede minar la legitimidad de la burocracia como clase dominante (y del Partido), a la par que socavaría el crecimiento económico. Es por lo que el PCC, de vez en cuando, realiza campañas contra la corrupción, donde ejecuta unas cuantas cabezas de turco mandando un doble mensaje, contra los que se excedan en su avaricia y para demostrar a la población que existe un compromiso para reducir estas prácticas.
Como conclusión, si el gobierno chino no logra mantener a raya la corrupción endémica y se produce una combinación de crisis económica, aumento de las desigualdades y bajada del nivel de vida, pueden provocarse turbulencias en el gigante asiático, pero si logran poner límites y el crecimiento continúa, el dominio del PCC y de la burocracia estará (por el momento) garantizado.
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Pedro González de Molina Soler es pofesor de Geografía e Historia y máster en Relaciones Internacionales.