Editorial: La (mala) educación

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La reforma del sector educativo ha de pasar por la coordinación centralizada de la gestión y los contenidos de la educación, reorganización en la prestación de ese servicio público, un claro favoritismo por la educación pública sobre la privada-concertada, una mejora de las condiciones laborales, de la formación y del papel del profesorado en todos los niveles, una apuesta decidida por la educación de 0 a 3 años, la mejora de la FP y el apoyo al alumnado con problemas de fracaso escolar.

En realidad, cada generación educa a la nueva generación, es decir, que la forma y la educación son una lucha contra los instintos ligados a las funciones biológicas elementales, una lucha contra la naturaleza para dominarla y crear al hombre ‘actual’ en su época. No se tiene en cuenta que el niño, desde que comienza a ‘ver y tocar’, tal vez pocos días después de su nacimiento, acumula sensaciones e imágenes que se multiplican y se hacen complejas con el aprendizaje del lenguaje. La ‘espontaneidad’, si se la analiza, se hace cada vez más problemática. Además, la ‘escuela’, la actividad educativa directa, es sólo una fracción de la vida del alumno, que entra en contacto ya con la sociedad humana, ya con la societas rerum [la sociedad de las cosas], y se forma criterios a partir de estas fuentes ‘extraescolares’ que son mucho más importantes de lo que comúnmente se cree. La escuela única, intelectual y manual, tiene también la ventaja de que pone al niño en contacto al mismo tiempo con la historia humana y con la historia de las ‘cosas’ bajo el control del maestro.

Antonio Gramsci.

La educación en España es un sempiterno campo de batalla político-partidista. Cada gobierno de turno aprueba su propia ley educativa, que intenta enmendar la del anterior. Los problemas de la educación en España son muy variados: el fracaso escolar, la desigualdad de oportunidades; las condiciones laborales del profesorado; la descoordinación autonómica y el nacionalismo periférico, los pedagogismos posmoprogres y neoliberales, la competencia desleal a la pública por parte de la privada-concertada… Todos esos problemas, entrecruzados, muestran el problema grave de la (mala)educación en España, un problema donde nos jugamos nuestro futuro ya que en las condiciones actuales un Estado-nación, como el español, solo podrá llegar a ser algo en el concierto internacional si, entre otras cosas, tiene una fuerza de trabajo con un nivel de cualificación medio-alto que produzca valores de uso y valores de cambio de alto valor añadido. Es lo que algunos autores llaman skill-biased technological changes [cambios tecnológicos con sesgo de habilidades], o, a la vez, educación como productora de una clase social como potencial nueva clase dominante en un posible modo de producción postcapitalista. Por supuesto, la educación también es productora de ideología dominante, de hegemonía de viejas clases dominantes o de potencialmente nuevas clases dominantes.

Pero justo para eso se necesita una estructura económica siempre formada por una jerárquica coexistencia de modos de producción que dé potencia a ese Estado-nación, España, de cara a hacerse valer en ese concierto internacional. Ello va más allá de la posición asignada desde hace años por nuestros socios y aliados de los bloques supranacionales en los que estamos insertos: OTAN y UE – o Imperio yanqui e Imperio alemán/IV Reich.

Por lo tanto, el problema de la educación en España, resultante del entrecruzamiento de los problemas citados, no es más que un efecto más de un problema mayor: el del actual statu quo, tanto a nivel interno (la lucha de clases, ergo economía política), como a nivel externo (la lucha de Estados e Imperios, ergo geopolítica), que tiene nuestro país. Todo lo que no sea un análisis lo más fundamentado de esa situación, que pueda convertirse en fuerza material al prender en las masas con una acumulación de fuerzas que lo pueda hacer reversible, será dar vueltas como un hámster en la rueda de la jaula de una ley educativa tras otra de un gobierno de turno tras otro, los cuales pondrán parches complicando aún más las cosas, pero sin ir a la raíz del problema.

Quizás algunas recetas que desde La Casamata recomendamos para empezar a dar un giro de la mala a la buena educación (y que, como hemos dicho, serían parte de un programa y proyecto mayor en la dirección de una superación del actual statu quo) puedan ser la coordinación centralizada de la gestión y los contenidos de la educación con una reorganización en la prestación de este servicio público; un claro favoritismo por la educación pública sobre la privada-concertada que, eventualmente, debería pasar a ser pública 100%, desde la educación infantil hasta la universidad; una mejora de las condiciones laborales, de la formación y del papel del profesorado en todos los niveles educativos que, a su vez, tendría que venir de la mano de una laminación de las muchas tentaciones corporativas de ese gremio; una apuesta decidida por la educación de 0 a 3 años; el apoyo al alumnado con problemas de fracaso escolar; la extensión del sistema de becas (sobre todo enfocadas en las rentas más bajas de cara a estudios universitarios) y, por supuesto, el reforzamiento y elevación de la reputación de la Formación Profesional, tanto de grado medio como superior. Todo ello con la finalidad de romper la desigualdad de oportunidades que golpea, sobre todo, a la clase obrera, y sin que ello suponga rebajar la exigencia en su rendimiento escolar, sino todo lo contrario.

Y, aún así…

La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen). La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.

Karl Marx.

Referencias

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