Un fantasma recorre España, el fantasma de la concordia, el dialogo, la magnanimidad, la segunda transición. Y todo ello, propiciado por los indultos a los políticos separatistas catalanes presos tras los muy graves sucesos de octubre del 2017. Contra este fantasma se alza la Santa Alianza del llamado trifachito de Colón, aunque otra santa alianza, a la que muchos también llamarían trifachita, parece, por acción u omisión, apoyar al fantasma. Hablamos de la patronal, la jerarquía eclesiástica y hasta la monarquía.
Lo que parece abrirse en el horizonte de los dos próximos años que quedan de legislatura es la posibilidad (difícil, eso sí) de un acuerdo entre los gobiernos de Sánchez y Aragonés de cara a dar una salida al llamado “problema catalán”. Junto a los Fondos europeos y su posible impacto, esos acuerdos serían el complemento político de la revolución pasiva en marcha, eufemísticamente conocida como segunda transición. Da la impresión de que, desde el actual gobierno de España, se ve como única salida la reforma del modelo territorial español partiendo de un acuerdo para un nuevo estatuto en Cataluña que incluyera, muy posiblemente, su reconocimiento nacional y un nuevo sistema de financiación similar al concierto vasco-navarro. Se trata de algo que bien podría aceptar ERC, ese partido que lleva años luchando para ser la nueva CiU, pero que podría ser visto como una traición para el independentismo más ultra, incluyendo a la CUP, Junts y las llamadas “entidades” soberanistas.
Partiendo de ese acuerdo, barones socialistas, como el valenciano Ximo Puig, ya han reclamado que, si hay concierto para Cataluña, este debe extenderse al resto de los territorios, con lo que podemos ir hacia una generalización de esta forma de confederalismo fiscal para todas las autonomías. A favor de esa reforma fiscal territorial, los barones socialistas encontrarían el apoyo de algunos de los más conspicuos representantes de la ultraliberal escuela austriaca de economía. Así, esto nos traería otra santa alianza, en este caso entre nacionalistas, la izquierda del PSOE (con su apéndice de Unidas Podemos, confluencias incluidas) y los neoliberales más puros y duros, algunos de ellos muy ligados al PP. Y todo con relevantes precedentes.
Todo este confederalismo fiscal, que sin duda vendría acompañado de más reconocimientos nacionales, como pudimos ver en las reformas del estatuto andaluz tras la reforma del catalán (desde luego, el término “nacionalidades” del artículo segundo de la Constitución es como la noche en la que todos los gatos son pardos), cuadra también perfectamente con el planteamiento de las eurorregiones potenciadas desde la UE. Sin ir más lejos, esa especie de Països Catalans que de nuevo el barón socialista valenciano Ximo Puig patrocina bajo la denominación de “Commonwealth mediterránea”. Todo ello tiene precedentes en el socialismo, como refleja la utilización del concepto de Euskal Herria por dirigentes como Jesús Eguiguren.
Teniendo todo esto en cuenta, no es casualidad que, en su discurso en el Teatro del Liceo, Pedro Sánchez señalara que se comparte, en uno y otro lado de la mesa de diálogo, un proyecto común: el encontrarse en unos Estados Unidos de Europa. En consecuencia, en su seno se encontraría un Estado nación español como un ente meramente formal, limitado a ser intermediario entre sus unidades subnacionales –muy nacionalmente reconocidas e incluso agrupadas en eurorregiones confederalmente (des)unidas con las demás–y los diktat que vengan de Bruselas o Berlín, la capital de un Estado nación, este sí, muy unido –”Deustchland über alles”.
¿Qué tiene de progresista o de izquierdas esta articulación de reinos de taifas?, ¿cómo se aseguraría la igualdad de derechos y deberes entre los ciudadanos, independientemente de la parte del territorio común en el que habiten? ¿cómo se garantizaría la redistribución de recursos y la igualdad de oportunidades? Aquí ya sería del todo inviable la posibilidad de una intervención estatal fuerte, coordinada y planificada en la economía nacional para que esa igualdad no sea meramente formal. Se diluiría la nación cívica, o de ciudadanos, que es lo que no sería este reino de taifas o esa especie de régimen del 78 3.0 que asoma en el horizonte. Las repuestas a estas preguntas llevan irremediablemente a hacerse otras sobre cómo y con quién debe España coordinarse a nivel internacional, tanto en lo económico y comercial y en lo político-militar. Evidentemente, ese reino de taifas está determinado a ser, aún más que ahora, parte de la UE alemana y, por lo tanto del bloque económico-político-militar comandado por USA frente a Rusia y, sobre todo, China.
Todo esto también invita a preguntarse si hay o podría haber una alternativa claramente de izquierdas a la altura de los tiempos, con fuertes fundamentos teóricos e ideológicos, frente a todo esto, que pudiera batallar, conseguir base social, e incluso llegar a encarnarse en partido.