España jamás ha adoptado la moderna moda francesa, tan extendida en 1848, consistente en comenzar y realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este terreno son complejos y más prolongados. Tres años parecen ser el límite más corto al que se atiene, y en ciertos casos su ciclo revolucionario se extiende hasta nueve.
Karl Marx, “La España revolucionaria”, New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.
Diez años han pasado desde el 15 de mayo de 2011, un año más de los que Marx marcaba como el límite más largo de los ciclos revolucionarios en la España del siglo XIX. Si nos atenemos al barbudo Carlitos para mirar este “ciclo revolucionario” de la España del siglo XXI que habría comenzado el 15M, podemos ya hacer con perspectiva un análisis del mismo: sus orígenes, sus componentes y contenidos, su contextualización histórica y su relación con otras movilizaciones en otras latitudes, así como sus efectos o consecuencias. Hagámoslo, pues, en forma de cuatro tesis. Las dos primeras se desarrollan en esta primera parte. La tercera y la cuarta, aquí.
Tabla de Contenidos
1. Zapatero les falló
¡No nos falles!
Noche del 14 de marzo de 2004 en la celebración por la victoria electoral de Zapatero.
Con los resultados de las elecciones de marzo del 2004 tras la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero después de los terribles atentados del 11M, quienes celebraban la victoria en Ferraz, sede del PSOE, empezaron a gritar “¡no nos falles!”. Ese grito colectivo parecía querer firmar un contrato con el nuevo presidente para asegurarse de que no traicionara las demandas de las diferentes protestas y movilizaciones que se dieron en la segunda legislatura del aznarismo (contra la guerra de Irak, el trasvase del Ebro, la reforma educativa, la reforma laboral, la gestión del accidente del Prestige, etc.) En el fondo, existía el miedo de que se repitieran los desmanes del felipismo.
La llegada de Zapatero al poder iba en ese sentido. Sin modificar en lo más mínimo el modelo económico del PP (el cual ahondaba en la brecha abierta por Felipe González), ZP parecía ser un seguidor de la “tercera vía” social-liberal blairista (que Felipe había practicado sin teorizar sobre la misma) en una España que enlazaba ya muchos años seguidos de crecimiento económico (“bajar impuestos es de izquierdas”, llegó a afirmar en 2003). A ello
contribuían las medidas de ampliación de derechos civiles (entre las que destacó la reforma que permitió el matrimonio entre personas del mismo sexo); la negociación de los estatutos de autonomía, incluyendo el catalán (lo cual abrió una caja de Pandora que llega hasta nuestros días); la recuperación de la negociación con la banda terrorista ETA que había abierto Aznar en su primera legislatura (la cual que llevó años después, y con Mariano Rajoy de presidente, a la disolución de la banda terrorista separatista vasca); la aprobación de ciertas medidas sociales, como la ley de dependencia; la retirada de las tropas españolas de Irak; y la derogación de una serie de leyes de la segunda legislatura de José María Aznar. Todo ello le sirvió para polarizar con la derecha representada y unificada en el PP y con diferentes organizaciones sociales de su entorno, las cuales se movilizaron masivamente. Como consecuencia de todo ello, Zapatero fue reelegido en el 2008 ampliando sus apoyos electorales.
Pero hete aquí que esa segunda legislatura se complicó con el estallido de la crisis del 2008, la cual ZP negó cual San Pedro con Jesucristo. Como consecuencia del duro golpe sufrido por la frágil estructura económica española, el presidente del gobierno se cayó del caballo cual San Pablo y se convirtió a las reglas dictadas por Washington, Berlín y Bruselas, las cuales le obligaron a girar desde el keynesianismo de las zanjas a lo Plan E hacia los recortes, rescates bancarios, reformas laborales y reformas constitucionales para pagar deudas.
Esto ya supuso el comienzo de la ruptura del bloque social que apoyó electoral y socialmente a ZP, con huelga general mediante en el 2010, pero sobre todo cuando en un mes de mayo del 2011, un día 15, a pocas semanas de unas elecciones municipales y autonómicas, el “¡no nos falles!” se hizó presente en la Puerta del Sol de Madrid para extenderse, cual mancha de aceite, por todas las plazas de la nación. Una voz colectiva cuyo núcleo hegemónico muy concreto era una generación de milénials jóvenes, aunque sobradamente preparados… y sin futuro.
2. Hijos de las nuevas tecnologías, los ecos del 68, y la socialdemocracia perdida.
La composición social de sus actores es compleja y depende de la zona del país, pero en general dominan los jóvenes entre 19 y 30 años con formación universitaria o en vías de adquirirla, y domina la distribución paritaria entre hombres y mujeres con una conciencia política bien definida que, sin embargo, no les lleva a votar. Son los hijos de los profesionales urbanos y periurbanos, aunque no sólo. En este grupo de insatisfechos hay que incluir también a los hijos de las clases populares beneficiados por el ascensor social propulsado por la cualificación, un ascensor que se quedó parado a medio camino, sobre todo para este segmento esforzado y meritocrático de la población. Una de las cosas más llamativas de todo lo que ha sucedido en las plazas españolas es la presencia de personas altamente cualificadas: abogados, médicos, economistas, licenciados —o en vías de serlo (…) Las Nuevas Tecnologías, una fuerza productiva que ha trastocado la dimensión temporal y espacial en la que viven y trabajan cada vez más personas en España, tienen un protagonismo central en estas experiencias. Aquella generación de jóvenes que viven con los padres hasta edades avanzadas, que se instalan en lo inmediato de un trabajo ocasional, que aceptan la sobreexplotación para, al menos, acumular un remanente económico que luego pueden destinar al ocio, que ha minimizado el conflicto generacional y que se desentiende de cualquier forma de organización. Han colocado el ordenador en el centro de su actividad comunicativa: son ‘nativos digitales’ (Prenski) (…) El perfil personal de una de las iniciadoras del espacio web llamado ‘Democracia Real Ya’ que hizo la convocatoria de la manifestación de la que surgió luego el 15-M es muy revelador en este sentido. Mujer, mayor de 30 años, con un doctorado en filología y sin hijos, trabaja en régimen de mileurista desde su minúsculo apartamento del centro de Madrid -en el que vive sola- dando clases por internet de español para extranjeros (e- learning) a profesores de todo el mundo vinculados al Instituto Cervantes. Las nuevas tecnologías son su herramienta de trabajo natural y llegó a ‘gestionar’ 350.000 participantes de facebook vinculados al 15-M y distribuidos por todo el mundo. Consiguió reunir físicamente en Madrid a casi cien representantes de asambleas locales de todo el Estado.
Armando Fernández Steinko, “Origen y recorrido del movimiento 15-M español”, 2011.
Si algo caracterizó la composición social hegemónica del 15M fue la de toda una generación milénial, última hornada fruto de la masiva matriculación universitaria de los últimos cuarenta años (que tiene su origen en los últimos años del franquismo), que no veían claro su futuro; es decir, trabajar de lo suyo y, además, ganándose la vida con ello de manera tan desahogada como sus padres – la mayoría de universitarios en España son hijos de titulados universitarios, profesionales y directivos – o incluso más que ellos. Ya antes de la crisis de 2008, estas nuevas generaciones se movilizaron contra la globalización, la guerra y el Plan Bolonia, entre otras reivindicaciones, pero es en ese momento, y especialmente tras la respuesta que acaba dando Zapatero, el que condensa la explosión del movimiento 15M, con esa generación que pretendía engrosar las filas de la clase profesional y directiva asalariada (de la que, repito, la mayoría viene por familia) como epicentro. Esto tuvo claras repercusiones sobre la forma de organización, la ideología, y las propuestas del movimiento:
- Organización. El asambleísmo, el consenso máximo incluso exigiendo unanimidad para las decisiones (con el famoso levantamiento de manitas), el horizontalismo más individualista – que lleva a la participación de cada persona sin que nada ni nadie pueda ser representado – y el rechazo de los diferentes ismos y las diferentes organizaciones, a pesar de que dentro de todas aquellas asamblea y comisiones había individuos procedentes de diferentes ismos y organizaciones. Todo ello resultaba muy familiar a las asambleas de las facultades, con un aire ácrata y democratista, con similitudes con otra rebelión de estudiantes universitarios de otro mayo (del 1968) que detectaban las playas debajo de los adoquines y reclamaban la imaginación al poder. Todo esto iba unido al masivo uso de las nuevas tecnologías (móviles, ordenadores, internet y redes sociales) que desbordaba a los medios de comunicación convencionales y distribuía la información instantánea y masivamente.
- Ideología. El agente o sujeto interpelado no era la clase social (ni la suya propia ni otras), ni la nacionalidad (su choque con el nacionalismo catalán, por ejemplo), ni el sexo (las polémicas con feministas); eran todos menos una ínfima minoría “depredadora”. Un bloque populista/ciudadanista (el ciudadano que no quiere ya ser “mercancía en manos de políticos y banqueros” y quiere una “democracia real ya” porque “no nos representan”) frente a oligarquías políticas cerradas (el bipartidismo, básicamente) y económicas (sobre todo la banca e instituciones internacionales como la Comisión Europea, o el Fondo Monetario Internacional).
- Propuestas. El programa era un reformismo más bien antineoliberal, pero no superador del capitalismo, que buscaba recuperar equilibrios; entre clase política y ciudadanía, entre instituciones nacionales e internacionales, entre capital y trabajo, entre capital productivo y financiero, entre grandes empresas y PYMES y autónomos. La idea del pleno empleo transmitía la nostalgia de un pasado fordista/keynesiano. A todo ello, se sumaban reivindicaciones de regeneración institucional, como una nueva ley electoral, acabar con la corrupción de los partidos y más y vinculantes referéndums; y medidas sociales, como facilitar el acceso a la vivienda, incrementar la inversión en educación y sanidad, mejorar la progresividad fiscal, no pagar las deudas, recuperar las empresas públicas privatizadas y controlar los ERE.
Y bien, todo esto, con el rimbombante anglicismo de Spanish revolution, parecía ser una excepcionalidad española. ¿Lo fue o más bien se trató de la especificidad española de movimientos similares que empezaron antes en otros lugares y siguieron en España y se reprodujeron más allá?
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Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.
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Imagen: 15M, por Aurora Petra.