«A cada Imperio le llega su San Martín». ¿El turno de Estados Unidos?

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El estadounisense, el único imperio realmente existente en cuanto a la realización de una hegemonía global, ha pasado de no tener rival a verse claramente amenazado en su dominio por otros potenciales imperios, fundamentalmente el chino. El enfrentamiento de dos modelos de globalización, apoyados en distintos modos de producción, podría tener resultados catastróficos.

El concepto e idea de imperio ha vuelto a los análisis y propuestas de diferentes analistas y teóricos en los últimos años. Esto es así, a mi juicio, porque el único imperio realmente existente, en cuanto a la realización de una hegemonía global, el estadounidense, ha pasado de no tener rival, desde la caída de la Unión Soviética, a verse claramente amenazado en su dominio unipolar por otros potenciales imperios, fundamentalmente el chino. Pero antes de meternos en faena para intentar dar cuenta del estadounidense, conviene definir los imperios y su papel clave en la historia.

 

¿La historia es la historia de la lucha de imperios?

El materialismo histórico de Marx necesita ser revisado en varios puntos para seguir dando inteligibilidad a esa concepción materialista de la historia. A mi juicio, uno de esos puntos es la inclusión de una teoría de los imperios, definidos como aquellas formaciones sociales, sociedades políticas o Estados que se expanden sobre otros. Esa expansión se produce, precisamente, porque en esa formación social se da tal conjugación entre estructuras políticas, jurídicas e ideológicas con la estructura económica, que acaba formando lo que Gramsci llamaba “bloque histórico”; un bloque soldado alrededor de una clase dominante (o los órdenes, estamentos o castas de las sociedades precapitalistas) que tiene una potencia tal que se expande más allá de sus limes, ya sea por la fuerza de las armas, la potencia del comercio, la emulación por parte de otros, la ideología y la cultura… o, más bien, una mezcla de todo ello. A la vez, existen diferentes clases de imperios, de acuerdo con la distinción establecida por Gustavo Bueno, que podemos ver en términos de tipos ideales (nunca puros):

  • El tipo de imperio o imperialismo generador (o civilizador o estructural asimilador), el cual, en su expansión, va clonando e hibridándose con lo que se encuentra. En esta dinámica entra el conjunto de instituciones del Estado imperialista de origen. No hay una relación metropoli-colonias, ya que todas las partes del imperio son tales partes, iguales de una misma totalidad, e incluso no pocas de las partes conquistadas tienen un mayor desarrollo que el centro que originalmente se había expandido. Ejemplos de ello se encuentran en los imperios macedonio, romano, omeya, español, francés-napoleónico y soviético.
  • El tipo de imperio o imperialismo depredador (o colonialista), que, en su expansión, va utilizando a los territorios y poblaciones por donde se expande para su único y propio provecho, sin la menor intención de exportar o clonar su modelo ni mezclarse, dejando a las sociedades bajo su férula igual, o aún peor, de como se las encontró. De este modo, tratan a las sociedades imperializadas como colonias de una metropoli. Ejemplos de ello se ven en los imperios persa, mongol, holandés, nazi-alemán y británico.

Como he dicho, estos tipos nunca son puros; es deci, todo imperio o imperialismo generador tiene elementos depredadores, aunque pesan más los generadores, y viceversa. Eso sí, el imperio o imperialismo depredador como una especie que anega al género es el considerado generalmente como el único tipo de imperio, y ello por la influencia del imperialismo sin duda depredador de las potencias capitalistas europeas de finales del último cuarto del siglo XIX y más de la mitad del siglo XX, retratadas por Lenin como “fase superior del capitalismo”, sin tener en cuanta la otra especie del género imperio, el generador.

Un materialismo histórico revisado y renovado podría ser uno que, básicamente, de cuenta de que la historia es sí, el paso de unos modos de producción a otros a través de la potencia de las relaciones de producción de cada uno de ellos para desarrollar las fuerzas productivas; sí, el paso de una clase dominante de un modo de producción al de otra, vía lucha de clases; y sí, que ese modo de producción y esa clase dominante del mismo se originan por circunstancias coyunturales concretas en determinadas formaciones sociales/sociedades políticas/Estados que, precisamente por darse ahí, tienen la potencia para ir más allá de sus limes y expandir ese modo de producción, con un único límite: el de otras formaciones sociales en las que, por circunstancias coyunturales concretas o por la propia expansión o influencia de imperios, surge un modo de producción, igual o diferente, o la misma o diferente clase dominante, con la potencia para frenar e imponerse al anterior imperio y ser el nuevo; es decir, sí, el paso de unos imperios ya generadores o depredadores a otros imperios ya generadores o depredadores.

Eso sí, aclaro, no hay ningún juicio de valor sobre unos imperios generadores que serían “buenos” o “progresistas” y otros depredadores que serían “malos” o “reaccionarios”, aunque es sobre todo a través de los generadores por donde más se ha expandido la civilización en todo el sentido de ese término, y sin duda también a sangre y fuego. Entre otras cosas, no hay juicio de valor porque en una concepción materialista de la historia no hay lugar para un maniqueísmo de ese tipo; porque para lo que en una época, etapa o fase histórica es un horror, en otra es una virtud y/o necesidad. Hay que huir del anacronismo sin caer en leyendas rosas, pero sin duda tampoco en leyendas negras, porque no hay un sentido determinista teleológico lineal progresivo en la historia por el que algún tipo de imperio o imperialismo generador, con su modo de producción y clase dominante correspondiente, nos llevará a la arcadia feliz. De hecho, todos los imperios generadores han caído, además, al no conseguir englobar a todo el planeta, y encima han sido más a lo largo de la historia los imperios depredadores que los generadores. Una concepción materialista de la historia, en última instancia, es la de la mayor potencia (económica, tecnológica, política, militar, ideológica, etc.) de unas clases/Estados/imperios frente a otros, sin que el resultado de esa mayor potencia haya sido, ni se vislumbra para nada que pueda ser, el fin de la explotación y la dominación de unos sobre otros, aunque quizás sí se podrían catalogar de mejores en cuanto más eficientes y menos lesivas, o menos malas de ejercer, unas que otras esa explotación y dominación.

Y ahora vamos con el Tío Sam.

 

¿Qué tipo de Imperio e imperialismo es el Imperio y el imperialismo estadounidense?

De esos dos tipos de imperio, ¿cuál sería el correspondiente a Estados Unidos? Según la perspectiva ideológica de ese país, se trataría de un imperialismo generador, ya que su “destino manifiesto” le lleva a expandir su modelo capitalista, liberal-democrático, a todo el globo terráqueo, o que el “american dream” y el “american way of life” lo sea para todos los habitantes de la tierra. ¿Pero es esto así?

Vayamos por partes, la globalización estadounidense, es decir, el imperialismo estadounidense, comienza tras la Segunda Guerra Mundial en un mundo dividido entre la esfera de influencia estadounidense y la soviética. En Europa Occidental, para reconstruirla tras la guerra y combatir la posible influencia soviética, Estados Unidos lanzó el Plan Marshall, que ayudó a los países en que se implementó a tener altas tasas de crecimiento y adentrarse en lo que ya era el mismo Estados Unidos: una sociedad de consumo. Lo mismo vale para países asiáticos más o menos fronterizos con China, como Japón o los llamados “tigres asiáticos”, donde inversiones y facilidades de todo tipo contribuyeron, sin duda, a su gran desarrollo. A la vez, la homogeneización que el propio modo de producción capitalista lleva intrínsecamente por su propia lógica de desarrollo, en este caso bajo el manto del Tío Sam, da lugar a que haya Coca-Cola, McDonald’s, Amazon, Twitter, Facebook, Apple, Microsoft o las diferentes marcas y empresas, así como métodos de producción y de consumo, made in USA por todo el mundo, por no hablar de la más que poderosa industria del entretenimiento y la información con matriz norteamericana, con la extensión por todo el globo de su forma de ver y vivir la vida, así como también el inglés como lingua franca heredada del predecesor del Imperio estadounidense, el británico. Si solo tomáramos estos ejemplos, no menores para nada, podríamos decir que el Imperio estadounidense, si no es generador, se acerca bastante. Pero eso es solo una parte de la historia.

La otra parte es toda Hispano o Iberoamérica, concebida desde muy pronto como el patio trasero de los estadounidenses a través de la “doctrina Monroe”, que bloqueó toda posibilidad de desarrollo de estos países y favoreció sanguinarias dictaduras militares frente a cualquier gobierno que quisiera proteger sus riquezas frente al expolio de las multinacionales yanquis, por no hablar de los “ajustes estructurales” vía FMI. Esto fue posible como consecuencia de las primeras intervenciones expansionistas durante el siglo XIX, como por ejemplo la anexión de gran parte del territorio que México había heredado del Virreinato de Nueva España o la guerra contra España al final de ese siglo que hizo caer bajo férula yanqui a Cuba o Puerto Rico, además de Filipinas. Ya que estamos con Filipinas, no se puede dejar de destacar el genocidio al que se sometió a su población tras caer en manos norteamericanas, y qué decir de otras partes de Asia, como el Medio Oriente, donde no han tenido ningún problema en aliarse con, e invertir en, teocracias islámicas como las del Golfo Pérsico a cuenta del petróleo o lanzarse a guerras como en Afganistán o Irak, que destrozaron a esos países. Qué decir también del derrotado y fragmentado imperio (generador) soviético, al que Estados Unidos no ayudó con ningún Plan Marshall, pero con el apoyo a las terapias de choque neoliberales y con la presencia militar en sus alrededores, lo que representa los antecedentes de la actual guerra de Ucrania. Vista esa otra parte de la historia, la de la globalización o imperialismo estadounidense en el “Sur global” hispano/iberoamericano, asiático y africano, en los restos del imperio soviético, e incluso en sus aliados directos del “Norte global”, como los de la Unión Europea (en gran parte una criatura suya a la que ahora arrastra hacia la desindustrialización con las leyes anti-inflacion Biden, la guerra de Ucrania o el enfrentamiento con China) el Imperio estadounidense no se puede calificar más que como depredador.

Además, es en el propio territorio estadounidense, donde lo generador/depredador ha formado dos caras de la misma moneda. Y es que la expansión no empezó realmente hacía fuera, sino hacia lo que ahora es su adentro, o desde las trece colonias independizadas del Imperio británico a través de un proceso de expulsión o directamente destrucción (en este caso sí un genocidio) de los nativos indios americanos, metiendo a los muy pocos supervivientes en reservas. Se trató de un proceso totalmente depredador. También es cierto que, en esa expansión, que dará lugar a los actuales Estados Unidos, como la antes señalada anexión de territorios mexicanos o la llamada “conquista del oeste”, llevó a esos nuevos territorios al mismo modelo capitalista democrático liberal, en un proceso de características generadoras. A todo ello hay que unir aspectos relevantes a lo largo del tiempo. El primero, las dialécticas internas de clase entre los industriales del norte y terratenientes del sur, que explotó en la Guerra Civil del siglo XIX, la cual acabó con las propiedades de esos últimos (en una de las mayores expropiaciones de la historia) así como con la esclavitud de los territorios del sur (aunque no con el racismo y la exclusión de la población negra). En segundo lugar, el New Deal de Roosevelt, aupado por las luchas obreras en los 30’s del siglo XX y que, aun así, no logró construir un estado del bienestar mínimo. Finalmente, la apertura a migrantes de todo el mundo, de los cuales los de origen europeo y en parte asiáticos se han integrado bajo el lema “E pluribus unum”; sin embargo, queda una gran remesa de hispanos que ya son la primera minoría del país y el mayor reto de cara a ser aculturizados al molde WASP, como sí lo fueron otras cohortes de migrantes, a la vez que, quizás, toda una posible masa de población para un cambio y/o renacimiento en Estados Unidos que, por otro lado, se reencontraría con sus raíces y pasado hispano para ponerse al mismo nivel que el anglo.

Pero este imperio, con elementos generadores, pero también depredadores, pesando más estos últimos en la balanza y, por lo tanto, definiendo como tal a este imperio, ¿se encuentra en decadencia y enfilando su fin?

 

¿Se acabó lo que se daba?

En el apartado anterior sugerí que la globalización del imperialismo estadounidense comenzó en una especie de primera parte tras la Segunda Guerra Mundial; una primera parte de globalización parcial, eso sí, ya que una buena parte del mundo estaba bajo el llamado “campo socialista” (el Imperio soviético). Fue tras la caída de la URSS y su bloque –y, por lo tanto, de la victoria del Imperio estadounidense– cuando este vivió su momento más fulgurante. Era la única superpotencia en el mundo y lanzó, a través del llamado, “consenso de Washington” la segunda parte de su globalización, ahora sí plenamente global. Es más, desde 1991, hasta por lo menos la crisis del 2008, se vivió una especie de unipolaridad, dominada por el primer imperio realmente global, que permitió también extender a nivel global el modo y la relaciones sociales de producción capitalistas como nunca antes.

En la lógica de esa segunda parte de la globalización imperial estadounidense se insertó una China liderada por Deng Xiaoping y el resto de la clase dirigente del Partido Comunista, que, formando el ala derecha del mismo y tras sobrevivir a la última etapa del maoísmo, se había hecho con el partido y el país. Así, se insertó desde los ochenta mimados por unos Estados Unidos que se aprovechaban de la ruptura sino-soviética y de la enorme mano de obra dispuesta a trabajar en las industrias deslocalizadas, las cuales libraban tanto a los norteamericanos como a sus socios europeos occidentales de un proletariado industrial demasiado conflictivo, mientras se abría paso, en esos países, una sociedad de servicios con diferentes tipos de cualificación y revolución tecnológica encabezada desde Silicon Valley.

Pero con lo que no contaba la clase dominante y dirigente estadounidense es con una China que, lejos de conformarse con ser la “fábrica del mundo” de productos baratos, basados en bajos costes laborales y en donde, con el crecimiento económico acabaría llegando una democracia liberal capitalista, en realidad, y de manera sistemáticamente planificada, tomaría esta etapa de acumulación de capital y perfil bajo geopolítico en los años ochenta y noventa del siglo pasado como una acumulación de fuerzas para, a partir de los 2000, y sobre todo tras la llegada de Xi Jinping al timón del país, aprovechar todo ese crecimiento económico capitalista, más todo su conservado y renovado sector económico estatal dominante, para dar un salto hacia la producción industrial y de servicios de alta tecnología y alto valor añadido. Como colofón, terminaría lanzando su propio proyecto de globalización imperial a través de la “Nueva Ruta de la Seda” y organizaciones como los BRICS y BRICS, la OCS, etc…

Después de las guerras fallidas del imperio en Irak y Afganistán, la crisis del 2008, etc., ese mundo bajo la férula estadounidense, que venía desde 1991, llegó a su fin, y hoy la realidad es que estamos ante unos Estados Unidos que intentan mantener su decaída globalización renovándola frente a la pujante y emergente globalización impulsada por el Imperio del Centro. Ese es el conflicto esencial que va a caracterizar el actual siglo XXI. En este momento histórico trascendental en el que estamos, se cruzan a la vez la fase de colapso de una potencia hegemónica para pasar a otra, según Arrighi; el “turning point” del paso de una etapa a otra de una revolución tecnológica, según Carlota Pérez; el fin de un ciclo de un Imperio que se cruza con el comienzo del ciclo de otro imperio y la guerra que puede traer esto, según Ray Dalio. En definitiva, el posible paso de un modo de producción dominante a otro: del modo de producción capitalista del Imperio estadounidenses al modo de producción estatista chino.

En esa múltiple partida en juego se encuentra la prueba de la práctica del se acabó lo que se daba o a cada imperio le llega su San Martín para el Imperio estadounidense, todo a la vez que asistimos al comienzo de un nuevo imperio, el chino. Las alternativas a este escenario parecen claras: el freno a China y posterior renacimiento, cuál ave fénix, del Tío Sam (al que de momento no le llegaría su San Martín) o la terrorífica destrucción mutua y, con ello, del mundo en su totalidad, aunque ya no con cambio climático, sino con invierno nuclear.

Una última prognosis especulativa basada en potenciales tendencias del presente: la posible caída del Imperio estadounidense y su sustitución por el Imperio chino supondría un punto y aparte, en el sentido de que desde, la primera globalización protagonizada por el Imperio español o Monarquía Católica Hispánica (aunque en la misma tuvo como partenaire a China) ha sido el llamado “occidente” el que ha llevado la batuta del mundo, sobre todo tras la época, o fase histórica, del capitalismo como modo de producción dominante a través de los imperios anglosajones, británico y estadounidense, y sus globalizaciones, que pueden agruparse en una única anglobalización. Todo ello vendría ahora a ser sustituido por el “Lejano Oriente” a través del Imperio del Centro como Sol a cuyo alrededor girarían, por la fuerza de la gravedad de la globalización Made in China, los planetas de todos los Estados-nación, agrupados en bloques supranacionales, con trayectorias históricas comunes, del llamado “Sur global”, o los perdedores de la época o fase histórica de la anglobalización capitalista. En ese escenario, el “Norte global”, con Estados Unidos a la cabeza, quedaría como uno más de los polos, y no de los más importantes.

Javier Álvarez Vázquez es obrero (auto)ilustrado, técnico de sonido, diseñador gráfico, repartidor de propaganda, camarero, comercial, y desde hace unos años empleado en la FSC CCOO Madrid. Quinta del 72, marxista sin comunismo a la vista para nada, comunista sin partido; por lo tanto, un Ronin o un samurai sin señor, viejo rockero hasta el fin. Presidente de la Asociación La Casamata y director de la revista La Casamata.

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